domingo, 24 de diciembre de 2017

SALUDO DE NAVIDAD 2017



Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.
Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna, y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.
Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo.
En sus ojos se abría la primera mirada,
y cada paso era tan lento como un siglo.
Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría…?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.
La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.
Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó: «¡Bendita!».
¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido sonreía teniendo,
entre sus dedos niños, la manzana mordida.

“La visitadora”, Antonio Murciano

Feliz Natividad del Señor 2017
+ Edmundo y Comunidad monástica de “Cristo Rey”
El Siambón, Tucumán.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

HORARIOS NAVIDAD Y FIN DE AÑO


Domingo 24 de diciembre

10,00 h. Misa del IV Domingo de Adviento.

18,00 h. Primeras vísperas de la Natividad del Señor.

19,00 h. Oficio de Lecturas de la Natividad del Señor.

22,00 h. Misa de la Nochebuena.



Lunes 25 de diciembre

8,20 h. Laudes.

10,00 h. Misa del día de la Natividad del Señor.

12,00 h. Sexta.

19,00 h. Segundas Vísperas de la Natividad del Señor.



Domingo 31 de diciembre

7,30 h. Laudes.

10,00 h. Misa de la Fiesta de la Sagrada Familia

19,00 h. Primeras Vísperas de la Octava de la Natividad del Señor, Santa María Madre de Dios.

23,00 h. Oficio de Lecturas de la Octava.



Lunes 1 de enero

8,20 h. Laudes.

10,00. Misa de la Octava de la Natividad del Señor, Santa María Madre de Dios.

19,00 h. Segundas vísperas de la Madre de Dios.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Invitación bendición abacial P. Edmundo


+

“Christo omnino nihil praeponant”

RB LXXII, 11


La comunidad de la Abadía “Cristo Rey”, El Siambón, Tucumán, tiene el agrado de invitar a Ud./Uds. a participar en la Santa Misa presidida por el Sr. Arzobispo de Tucumán, Excmo. Mons. Carlos Alberto Sánchez, el día sábado 27 de enero de 2018 a las 19,00 h., durante la cual recibirá la Bendición Abacial el Rvdmo. Padre Pedro Edmundo Gómez, osb.

Ruta Prov 341, Km 27½.
0381-4925000.


domingo, 26 de noviembre de 2017

Solemnidad de Cristo Rey 2017: textos para leer y meditar


 


I. Gaudium et spes 45: Cristo, alfa y omega

“…El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos. Vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: "Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra" (Eph 1,10). He aquí que dice el Señor: "Vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Apoc 22,12-13)”.



II. San Anselmo de Canterbury: Epístola 112 Ad Hugonem inclusum

“Mi querido hermano, Dios nos grita que el reino de los cielos está en venta. Es tal este reino, que ningún ojo mortal puede contemplar, ni oído escuchar, ni corazón representarse lo que ofrece de gloria y felicidad (1 Co 2, 9); puedes, sin embargo, darte una idea. Todo aquel que merezca poseerle, verá realizadas en el cielo y en la tierra todas sus voluntades. Tan grande será, en efecto, el amor que unirá a Dios con aquellos que habitan junto a Él, y a los elegidos entre sí, que todos se amarán mutuamente como se aman a sí mismos, pero cada uno amará a Dios más que a sí mismo. Por esto nadie querrá allí otra cosa que la que Dios quiere; lo que uno quiera, todos lo querrán, y lo que uno o todos quieran, Dios lo querrá también. De aquí que se cumplirán todos los deseos de cada uno, que se trate de sí mismo o de los otros, de la creación o de Dios mismo. De esta manera todos serán reyes y con toda perfección, puesto que realizarán sus gustos particulares, y todos, como un solo hombre, compartirán con Dios la realeza, queriendo todos la misma cosa y viéndola realizada. Tal es el bien que Dios posee y clama desde lo alto de los cielos que le pone en venta.

Si alguno pregunta por el precio, se le responde: aquel que quiere dar un reino en el cielo no necesita de remuneración terrena; además, nadie puede dar a Dios nada que no tenga, puesto que le pertenece cuanto existe. Sin embargo, Dios no concede tan gran bien sin ciertas condiciones, porque le rehúsa a quien no le ama. En efecto, nadie da una cosa muy apreciada a quien no la sabe apreciar. Por consiguiente, puesto que Dios no tiene ninguna necesidad de lo que es tuyo, y que tampoco debe entregar tan gran bien a quien no se preocupa bastante para amarle, es que no pide más que el amor, sin el cual no puede conceder ese bien. Da, pues, tu amor para recibir en cambio un reino: ama y posee.

Finalmente, reinar en el cielo no es otra cosa que estar tan íntimamente unido a Dios, a los santos ángeles y a los hombres por el afecto y la identidad de voluntad, que todos juntos no ejerzan más que un mismo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo, y tendrás ya las primicias de lo que aspiras a poseer completamente un día. Ponte de acuerdo con Dios y los hombres, con la única condición de que éstos no se encuentren en oposición con Dios, y comenzarás a reinar ya con Dios y con todos los santos, porque, en la medida en que estés de acuerdo con Dios y los hombres desde ahora, tu Dios y todos sus santos se conformarán con tu voluntad. Si, pues, quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.

Pero no harás este amor perfecto más que con la condición de vaciar tu corazón de todo otro amor. Con el corazón humano y con el amor ocurre como con un vaso en el cual se pone aceite. Cuanto más se llena ese vaso de agua o de otro líquido, menos aceite contiene. Del mismo modo, el corazón humano se cierra al amor de Dios en la medida en que se encuentra ocupado por otro amor. Es más: como un olor fétido es contrario a un perfume suave, y la obscuridad a la luz, así todo otro amor se opone directamente al amor celestial. Las cosas contrarias jamás se avienen entre sí, y el amor celestial no puede vivir en un mismo corazón con cualquiera otro amor. De ahí que aquellos cuyo corazón está lleno del amor de Dios y del prójimo no quieren otra cosa que la que Dios quiere u otro hombre, con tal que la voluntad de éste no esté en pugna con la de Dios. Así se dan a la oración, a las piadosas conversaciones y a los pensamientos del cielo, porque es dulce para ellos el desear a Dios, hablar y oír hablar de Él, pensar en aquel a quien aman ardientemente. Entonces se alegran aquellos que están en la alegría, lloran con los que lloran (Cf. Rm 12, 15); tienen compasión con los desgraciados, dan limosna a los que la necesitan, porque aman a su prójimo como a ellos mismos. Desprecian las riquezas, el poder, los placeres; no buscan ni honores ni alabanzas. En efecto, el que ama estas cosas peca con frecuencia contra Dios y contra el prójimo. De esta manera, toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos mandamientos (Mt 22, 40). Aquel, por consiguiente, que quiere poseer perfectamente el amor con que se compra el reino de los cielos, debe amar el desprecio, la pobreza, el trabajo, la obediencia, el ejemplo de los santos, porque el que se humilla será ensalzado (Lc 18, 14)” .

lunes, 20 de noviembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Domingo XXXII durante el año


Lo que es el esposo para su elegida,

El soberano en su reino,

El guardia que vela sobre la mansión.

Lo que es su timón al piloto,

Esto, Señor, tú lo eres para mí.



Lo que es la fuente al jardín,

Y el cirio en la luz,

Y el tesoro en el cofre,

Y lo que es el maná en el arca,

Esto, Señor, tú lo eres para mí.



Lo que es el rubí sobre el anillo,

Lo que es la miel en el panal,

Y la luz en la linterna,

Y la mamá en la casa,

Esto, Señor, tú lo eres para mí.



Lo que es el sol en la sombra,

Y la imagen en el espejo,

Lo que es el higo en la rama,

Lo que es la rosa al césped,

Esto, Señor, tú lo eres para mí.

  

[H. Suso, en : J. Wu, Le Carmel intérieur, Paris, Casterman, 1956, p.211]

jueves, 9 de noviembre de 2017

Elección del Nuevo Abad de El Siambón:

Hoy la comunidad del Monasterio de Cristo Rey ha elegido a su nuevo Abad, que sustituye al Abad Benito Veronesi, osb. recientemente fallecido.


El Reverendísimo Padre Pedro Edmundo Gómez, osb., que ha sido elegido V Abad de la Abadía de Cristo Rey, El Siambón, Tucumán, nació el 12 de marzo de 1970 en Rosario de la Frontera, Salta. Vivió desde su niñez en la ciudad de Córdoba donde cursó estudios primarios en el Colegio Parroquial “San Pablo Apóstol”, secundarios en el Seminario Menor “Nuestra Señora del Rosario” de Jesús María, y terciarios en el Seminario Mayor “Nuestra Señora de Loreto”, el Instituto Católico Superior y la Universidad Católica de Córdoba. Es profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación y Licenciado en Filosofía. Miembro honorario de la Asociación Civil de Investigaciones Filosóficas. Después de dedicarse a la docencia en el nivel terciario ingreso a la vida monástica beneditina en el Monasterio de “Nuestra Sra. de la Paz”, San Agustín, Córdoba, donde hizo su profesión simple el siete de mayo de 2005 y la solemne el once de julio de 2009. Cambió su estabilidad a la Abadía de Cristo Rey, donde fue ordenado sacerdote el veintiuno de diciembre del 2013. Es consejero de la Comisión Directiva de la Conferencia de Comunidades Monásticas del Cono Sur. Y al momento de su elección era Consejero, Maestro de Novicios y Hospedero. Ha elegido como lema: “Christo omnino nihil praeponant…” (“nada absolutamente antepongan a Cristo…”) RB LXXII, 11.

Oración leída por el Abad Edmundo después de la Profesión de Fe y antes del Canto del Te Deum.

Hago mía en presencia de Cristo Rey y su comunidad la oración del abad Elredo. (solo lo entre paréntesis es mío)
1. Llamado al buen Pastor. Oh Jesús, buen pastor, pastor bueno, pastor clemente, pastor lleno de ternura, a ti clama un pastor pobre y miserable, un pastor débil, ignorante e inútil, pero, de todos modos, (ahora) pastor de tus ovejas. A ti, digo, oh buen pastor, clama este pastor que no es bueno; a ti clama, angustiado por sí mismo, angustiado por sus ovejas.
2. Acto de contrición. Cuando recuerdo, en la amargura de mi alma, mis años pasados, me lleno de temor (porque no fui buen hijo, ni hermano) y me estremezco al solo nombre de pastor: ciertamente sería una insensatez si no me sintiera totalmente indigno de él. Pero tu santa misericordia está sobre mí para arrancar mi alma miserable de las profundidades del abismo, tú que tienes misericordia del que quieres y la concedes a quien te agrada, y de tal modo perdonas los pecados que no castigas por venganza ni llenas de confusión con tus reprensiones, ni amas menos a los que amonestas: sin embargo permanezco confundido y conturbado, pues, si bien recuerdo tu bondad, no puedo olvidar mis ingratitudes. Aquí está, aquí está en tu presencia la confesión de mi corazón, la confesión de mis innumerables crímenes, de cuyo dominio tu misericordia quiso liberar a mi pobre alma. Por todo esto, mis entrañas te dan gracias y te alaban con todas sus fuerzas. Pero no soy menos deudor tuyo por todos aquellos males que no hice, porque, ciertamente, el mal que no hice no lo hice porque tú me conducías, quitándome el poder de realizarlo, o rectificando mi voluntad, o dándome la fuerza de resistir. Mas, ¿qué haré Señor Dios mío, por todo aquello con lo que por tu justo juicio toleras todavía que tu servidor, el hijo de tu sierva, sea atormentado y abatido? Innumerables son las razones, Señor, por las que mi alma pecadora se inquieta ante tu mirada y, no obstante eso, mi contrición y mi vigilancia están muy lejos de ser las que serían necesarias o las que mi voluntad desearía.
3. Examen sobre el servicio pastoral. Te confieso, Jesús mío, salvador mío, esperanza mía, consuelo mío; te confieso, Dios mío, que no estoy tan contrito y lleno de temor como debería por el pasado, ni me preocupo por el presente como convendría. ¡Y tú, dulce Señor, has establecido a este hombre sobre tu familia, sobre las ovejas de tu rebaño! A mí, que tengo tan poco cuidado de mí mismo, me mandas cuidar de ellos; a mí, que no alcanzo a orar por mis propios pecados, me mandas orar por ellos; a mí, que apenas me he instruido a mí mismo, me mandas que les enseñe a ellos. Desdichado de mí, ¿qué he hecho, qué he emprendido, en qué he consentido? Pero sobre todo tú, Señor, ¿qué has dejado que hagan de este miserable? Pero dime, dulce Señor, ¿no es ésta tu familia, tu pueblo elegido, que por segunda vez hiciste salir de Egipto, que creaste y redimiste (al llamarlo a la vida monástica benedictina)? Luego los reuniste de todas las naciones y los hiciste habitar unidos fraternalmente en esta casa (y quisiste apacentarlos por abades creativos, sabios, misericordiosos y prudentes como Pedro, Gabino, José y Benito). ¿Por qué entonces, oh fuente de misericordia, siendo lo que son, tan caros para ti, has querido encomendármelos a mí, que soy tan despreciable a tus ojos? ¿Acaso lo hiciste para consentir a mis inclinaciones y entregarme a mis deseos y poder acusarme mejor, condenarme más severamente y castigarme no sólo por mis pecados, sino también por los de los demás? Pero ¿valía la pena —oh piadosísimo— que, para tener un motivo más evidente para castigar con mayor severidad a un pecador, expusieras tantas y tales almas? En efecto, ¿hay un peligro mayor para los discípulos que un superior necio y pecador? ¿O bien —y esto me parece más digno de tu gran bondad y lo experimento dulcemente— pusiste al frente de tu familia un hombre tal para que tu misericordia se haga manifiesta y evidente tu sabiduría? ¿Tuviste a bien gobernar a tu familia por un hombre tal, que nada procediera de él, sino de la grandeza de tu poder, para que el sabio no se gloríe de su sabiduría ni el fuerte de su fortaleza, porque cuando gobiernan bien a tu pueblo, eres tú, en realidad, el que gobierna? Entonces, no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la gloria.
4. Introducción a la oración por sí mismo y por sus ovejas. Cualquiera que haya sido tu intención al ponerme o dejar que me pusieran en este cargo a mí, indigno y pecador, mientras toleras que los presida, me mandas cuidar de ellos y orar por ellos con dedicación. Entonces, Señor, no me postro en oración ante tu rostro apoyado en mis méritos, sino en tu gran misericordia; de modo que donde callan los méritos, clama el deber. Que tus ojos estén sobre mí y tus oídos escuchen mi oración. Pero como la ley prescribe que el deber del sacerdote es orar primero por sí mismo y luego ofrecer el sacrificio por el pueblo, yo inmolo a tu majestad este humilde sacrificio de oración en primer lugar por mis propios pecados.
5. Oración por sí mismo. Estas son, Señor, las heridas de mi alma (heridas en el costado, la cabeza, la lengua, las manos y los pies que mis hermanos conocen a medias). Tu mirada viva y eficaz todo lo ve, y alcanza hasta la división del alma y del espíritu. Tú ves, ciertamente, en mi alma, Señor mío, ves las huellas de mis pecados pasados, y los peligros presentes y también las causas y las ocasiones de los futuros. Ves todo esto, Señor, y deseo que lo veas. Sabes también, tú que escrutas mi corazón, que no hay nada en mi alma que yo quiera ocultar a tus ojos, aun cuando fuera posible eludir tu mirada. ¡Ay de aquellos que desean esconderse de ti! No lograrán ocultarse y, en lugar de ser sanados, serán castigados por ti. Mírame, dulce Señor, mírame. Yo espero en tu piedad, oh misericordiosísimo, porque como médico compasivo miras para curar, como maestro lleno de bondad para corregir, como padre indulgente para perdonar. Esto es lo que te pido, oh fuente de piedad, confiando en tu misericordia omnipotente y en tu omnipotencia misericordiosísima: que con el poder de tu Nombre suavísimo y por el misterio de tu santa humanidad, perdones mis pecados y sanes las enfermedades de mi alma, acordándote de tu bondad y olvidando mi ingratitud. Y que tu dulce gracia me dé el poder y la fuerza necesarios para luchar contra los vicios y las malas pasiones que todavía asaltan mi alma, ya sea por una pésima costumbre inveterada, ya por mis infinitas negligencias cotidianas, ya por la debilidad de mi naturaleza viciada y corrompida o por la tentación oculta de los espíritus malignos, a fin de que no consienta en ellas, ni reinen en mi cuerpo mortal, ni les entregue mis miembros para convertirlos en armas de injusticia, hasta que cures perfectamente mis debilidades, cicatrices mis heridas y corrijas mis deformidades. Descienda a mi corazón tu Espíritu de bondad y de dulzura, y se prepare allí una morada, purificándolo de toda mancha de la carne y del espíritu, e infundiéndole un aumento de fe, de esperanza y de caridad, de compunción, de piedad y de delicadeza. Que Él extinga con el rocío de su bendición el fuego de las concupiscencias y destruya con su poder los impulsos impuros y los afectos carnales. Que me conceda fervor y discernimiento en los trabajos, en las vigilias, en las abstinencias, y voluntad generosa y eficaz para que te ame, te alabe, ore y medite, obre y piense según tu deseo. Y que persevere en todo esto hasta el fin de mi vida.
6. Pide especialmente la sabiduría. Todas estas cosas ciertamente me son necesarias a mí mismo, oh esperanza mía. Pero hay otras cosas de las que tengo necesidad no sólo para mí, sino también para aquellos a quienes me mandas servir más bien que dominar. Uno de los antiguos te pidió cierta vez que le concedieras sabiduría para saber gobernar a tu pueblo. Era un rey y su pedido te agradó y escuchaste su voz, y sin embargo todavía no habías muerto en la cruz ni habías mostrado a tu pueblo esa admirable caridad. He aquí, dulce Señor, he aquí en tu presencia tu Pueblo elegido, que tiene ante sus ojos tu cruz y los signos de tu pasión. Y a este pecador, tu siervo, le has encomendado que lo conduzca. Dios mío, tú conoces mi ignorancia y no te es desconocida mi debilidad. Por eso no te pido, dulce Señor, que me des oro, ni plata, ni piedras preciosas, sino la sabiduría, para que sepa conducir a tu Pueblo. Envíala, oh fuente de sabiduría, desde el trono de tu grandeza, para que esté conmigo, conmigo trabaje, conmigo obre; que ella hable en mí y disponga mis pensamientos, mis palabras y todas mis acciones y proyectos según tu beneplácito, para honor de tu nombre, para progreso de ellos y para mi propia salvación.
7. Entrega al servicio y pedido de asistencia para el bien de todos. Conoces mi corazón, Señor: todo lo que has dado a tu servidor quiero consagrarlo a ellos sin reservas y entregarlo a su servicio. Sobre todo, quiero consagrarme yo mismo a ellos de corazón. ¡Que así sea, Señor mío, que así sea! Mis sentimientos y mis palabras, mi reposo y mi trabajo, mis actos y mis pensamientos (mis lecturas y mis estudios), mis éxitos y mis fracasos, mi vida y mi muerte, mi salud y mi enfermedad, absolutamente todo lo que soy, lo que vivo, lo que siento, lo que comprendo, que todo esté consagrado y todo se entregue al servicio de aquellos por quienes tú mismo no has desdeñado entregarte. Enséñame, Señor, a mí, tu servidor: enséñame, te ruego, por tu Espíritu Santo, cómo consagrarme a ellos y cómo entregarme a su servicio. Concédeme, Señor, por tu gracia inefable, soportar con paciencia sus debilidades, compadecerlos con bondad y ayudarlos con discernimiento. Que aprenda, en la escuela de tu Espíritu, a consolar a los que están tristes, a reconfortar a los pusilánimes, a levantar a los que han caído, a ser débil con los débiles, a abrasarme con los que sufren escándalo, a hacerme todo con todos para ganar a todos. Pon en mi boca una palabra verdadera, justa y agradable, para que sean edificados en la fe, esperanza y caridad, en la castidad y la humildad, en la paciencia y la obediencia, en el fervor del espíritu y la devoción del corazón. Y ya que les diste este guía ciego, este doctor ignorante, este jefe insensato —al menos por ellos, si no lo haces por mí—, enseña al que has establecido como doctor, guía al que mandaste que guiara a otros, gobierna al que estableciste como jefe. Enséñame, pues, dulce Señor, a corregir a los inquietos, a consolar a los pusilánimes, a ayudar a los débiles. A cada uno según su naturaleza, su conducta, sus inclinaciones, su capacidad o su simplicidad; según las circunstancias de lugar y tiempo, ayúdame a adaptarme a cada uno, según te parezca conveniente. Y ya que, por mi debilidad física, o por la pusilanimidad de mi espíritu, o por los vicios de mi corazón, los edifico muy poco o prácticamente nada con mi trabajo, mis vigilias o mi abstinencia, te ruego, por tu abundante misericordia, que sean edificados por mi humildad, mi caridad, mi paciencia y misericordia. Que los edifique mi palabra y mi doctrina, y que mi oración los ayude siempre.
8. Oración por las ovejas. Pedido del Espíritu Santo. Escúchame entonces, misericordioso Dios nuestro, escucha la oración que hago por ellos (José, Luis, Marcelo, Carlos, Juan, Oscar, Gabriel, Javier, Juan Pablo y los que se sumaran); a ella me obliga mi cargo, me invita el afecto y me anima la consideración de tu benignidad. Tú sabes, dulce Señor, cuánto los amo, que mi corazón les pertenece y mi afecto se derrama sobre ellos. Tú sabes, Señor mío, que no los gobierno (gobernaré) con rigor ni con un espíritu de dominio, que he elegido servirlos en caridad antes que dominar sobre ellos; que la humildad me impulsa a someterme a ellos y el afecto a estar entre ellos como uno de ellos. Escúchame, pues, escúchame, Señor, Dios mío, y que tus ojos estén abiertos sobre ellos día y noche. Despliega, piadosísimo, tus alas y protégelos; extiende tu diestra santa y bendícelos; derrama en sus corazones tu Santo Espíritu y que Él los conserve en la unidad del Espíritu y el vínculo de la paz, en la castidad de la carne y en la humildad del alma. Que ese mismo Espíritu asista a los que oran y colme sus entrañas con la sustancia y la manteca de tu amor; que restaure sus almas por la suavidad de la compunción e ilumine su corazón con la luz de tu gracia; que la esperanza los aliente, el temor los haga humildes, la caridad los inflame. Que Él les sugiera las oraciones que deseas escuchar. Que ese tu dulce Espíritu esté en el interior de los que meditan, a fin de que, iluminados por Él, te conozcan e impriman en su memoria a Aquel a quien invocan en las adversidades y consultan en las dudas. Que este piadoso Consolador venga en socorro de los que luchan en la tentación y ayude su debilidad en las angustias y tribulaciones de esta vida. Que bajo la acción de tu Espíritu, dulce Señor, tengan paz en sí mismos, entre ellos y conmigo; que sean modestos, benévolos, que se obedezcan, se sirvan y se soporten mutuamente. Que sean de espíritu ferviente, gozosos en la esperanza, siempre pacientes en la pobreza, la abstinencia, los trabajos y las vigilias, en el silencio y el recogimiento. Aparta de ellos, Señor, el espíritu de soberbia y de vanagloria, de envidia y de tristeza, de acedia y de blasfemia, de desesperación y desconfianza, de fornicación y de impureza, de presunción y de discordia. Permanece en medio de ellos según tu promesa que no falla, y ya que sabes qué es lo que necesita cada uno, te ruego que fortalezcas en ellos lo que es débil y no rechaces lo que es flaco, que cures lo que está enfermo, alegres las tristezas, reanimes a los tibios, confirmes a los inestables: para que cada uno sienta que tu gracia no le falta en sus necesidades y tentaciones.
9. Oración por los bienes materiales. Finalmente, en cuanto a los bienes temporales con los cuales se debe sostener la debilidad de nuestro pobre cuerpo durante esta vida miserable, provee de ellos a tus siervos en la medida que quieras y te parezca conveniente. Una sola cosa pido, Señor mío, a tu dulcísima piedad: que, ya sean pocos, ya sean muchos, hagas de mí, tu siervo, un fiel dispensador que distribuya con discernimiento y administre con prudencia (con su colaboración) todo lo que nos das (como lo hizo el Padre Benito). Inspíralos también a ellos, Dios mío, para que soporten con paciencia cuando no les has dado y usen con moderación lo que les das; y que con respecto a mí, que soy tu servidor y también el de ellos por tu causa, siempre crean y sientan lo que sea útil para ellos; que me amen y me teman en la medida que tú juzgues que les conviene.
10. Última recomendación. Yo los entrego a tus santas manos y los confío a tu piadosa Providencia; que nada los arrebate de tu mano ni de la mano de tu servidor a quien los encomendaste, sino que perseveren con éxito en su santo propósito, y perseverando en él obtengan la Vida eterna, gracias a tu auxilio, dulcísimo Señor nuestro, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Abadía “Cristo Rey”, 09/11/ 2017, Dedicación de la Basílica de Letrán.


sábado, 4 de noviembre de 2017

Pascua del P. Benito: Testimonio Mons. Martín de Elizalde, osb

Querido Padre José, queridos hermanos:

Con mucho afecto los acompaño en estos momentos de aflicción pero también de esperanza, por la partida del P. Abad Benito. Nos sostiene la fe en la Resurrección, y una certeza que tantos años de fiel servicio monástico son ante todo una señal del amor de Dios que acompaña en esta vida y abre las puertas de la eternidad. Pero permitan a un contemporáneo del P. Benito, con quien hemos compartido muchos momentos y proyectos, decirles algo sobre lo que él ha significado para nuestra Congregación.  A  nosotros nos tocó vivir una transición, y seguramente en esos tiempos que transcurrían con tanta velocidad y en medio de tantas exigencias, habremos hecho algunas veces las elecciones menos sabias y prudentes. Pero como es la obra de Dios, los defectos de los hombres a Él no lo paralizan, y su guía e inspiración ha ido llevándonos por un camino del que el monasterio de Cristo Rey es un testigo. Pienso que es siempre la generosidad y el esfuerzo de los hermanos el que lo hace, pero el P. Benito estuvo al frente. Y esta realidad auspiciosa desde la fe, ha ayudado mucho a los demás monasterios. Esto es muy importante, y por el privilegio que tuve de ser invitado a realizar las ordenaciones y predicarles el retiro, lo experimenté y lo viví con alegría y gratitud. El P. Benito, con modestia pero con sinceridad, amaba y cultivaba la verdad, y esto fue muy importante en el consejo de la Congregación. Además, ello venía avalado por una realidad muy buena de su propia comunidad, y le daba fuerza y credibilidad a sus intervenciones. 

Cuando recibí la noticia me sentí muy triste, pero consuela pensar que su modo de acompañar será ahora diferente. Y esta es la parte de la esperanza que no defrauda. Para todos ustedes, hermanos, un afectuoso abrazo, con la seguridad de mi oración y encomendándome a la suya.


+ Martín  


P. Benito en la Cueva de san Benito

jueves, 2 de noviembre de 2017

Un fruto de la Pascua del P. Benito: Inicio del noviciado del Hno. Juan Pablo

Nota: El inicio del Noviciado del Hno. Juan Pablo estaba fijado el día 28 del mes pasado, la pascua del P. Benito hizo que los pospusiéramos para el 1 de noviembre. Ordenando el escritorio del Abad encontramos la homilía lista e impresa en dos ejemplares. El P. José prior del monasterio la leyó durante la celebración, aclarando "Benito te la está diciendo desde el cielo".

Querido Hno. Juan Pablo, San Benito le dice al abad que debe alegrarse con el crecimiento del buen rebaño, 2,32. Y esta alegría del abad, sin duda, tiene que alegrar at toda la comunidad. Hoy nos traes esta alegría.
Hasta hace un tiempo el que fijaba la fecha del inicio del noviciado era el abad; aquí los tres últimos candidatos han preferido esperar y hacer un discernimiento profundo. En tu caso la espera que dispusiste fue bastante larga. Te lo agrademos porque nos diste la oportunidad de un acompañamiento comunitario con la oración y con una sincera aceptación de todos. Tu proceso de apertura a la comunidad fue creciendo y con ello fue creciendo tu alegría. En ese acompañamiento contínuo te hemos podido ayudar en el descubrimiento del actuar de Dios en ti y hemos podido unirnos contigo al canto de las maravillas del Señor que hizo  en  la Virgen María (Cfr. P 30)
Te hago una breve alusión a dos textos de la Sagrada Escritura que quieres sean luz y fuerza de tu vida. El primero es el versículo 7 del salmo 2: “Voy a proclamar el decreto del Señor, me ha dicho: Yo mismo te he engendrado hoy.”  Con este decreto tendrás que presentarte siempre ante el Padre que te hizo su hijo. Ni vos ni nadie podrán poner en duda ese decreto y todas sus consecuencias.
El segundo texto es del 1 Reyes, 1 al 14. Evidentemente no te tocó vivir esos extremos de persecución y desesperación que le tocaron a Elías; pero los avatares de tu vida te pusieron en sendas parecidas. Elías después de la matanza de los 400 sacerdotes de Baal recibe la sentencia de muerte de Jezabel y huye despavorido al  desierto. Allí encuentra sed y hambre que lo llevan al borde de la muerte. Dios lo despierta y le ofrece un potente alimento que le da fuerzas para continuar el camino. Elías a los tumbos y en el desconcierto avanza sin sospechar lo que encontrará: Se  producirá un encuentro místico con el Señor.

No tengas miedo, no desesperes. Llegarás te dice San Benito.