domingo, 31 de marzo de 2019

HORARIOS DE SEMANA SANTA


14 de abril: Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

10 hs. Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén (Bendición de ramos y procesión). Santa Misa.

 


TRIDUO PASCUAL DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR



18 de abril: Jueves Santo.

19 hs. Misa vespertina de la Cena del Señor. (Iglesia abierta hasta las 24,00 hs.)

21,00 hs. Completas.



19 de abril: Viernes Santo de la Pasión del Señor.

8,15 hs. Laudes.

10,00 hs. Vía crucis (Chicos de la catequesis).

12,00 hs. Sexta.

17,00 hs. Celebración del Pasión del Señor.

20,00 hs. Representación de la Pasión del Señor

por parte de los vecinos

(Frente salón de Catequesis,

se suspende por lluvia).

21,00 hs. Completas.




20 de abril: Sábado Santo.

8,00 hs. Laudes.

12,00 hs. Sexta.

19,00 hs. Vísperas.

22,00 hs. Solemne Vigilia Pascual (Liturgias del fuego, de la Palabra, del agua y de la Eucaristía).




21 de Abril: Domingo de Pascua de la Resurrección.

8,00 hs. Laudes.

10,00 hs. Santa Misa.

12,00 hs. Sexta

19,00 hs. Segundas Vísperas sin adoración.


sábado, 23 de marzo de 2019

Interioridad y felicidad

La vida interior y la orientación a la felicidad:

“Son enemigos de la orientación a la felicidad, propios de la patología, es decir, del dinamismo egocéntrico de la soberbia, por un lado las racionalizaciones que vulneran la relación de la  inteligencia con la verdad, y por otro el egoísmo, cínicamente promovido por nuestra cultura. Es la debilidad del amor benevolente, la debilidad de la ternura abnegada, del gusto de servir y de hacer feliz al otro desinteresadamente. Vemos este egoísmo como contrario al desarrollo de la caridad, directamente relacionada con la unión beatificante. La mayoría de los pacientes concluye con razón que sabemos poco del verdadero amor: ‘Pero entonces amar, nadie ama’. ‘Recién ahora entiendo de qué se trata esto de amar’. ‘El amor, amor de veras, ¿qué es?’. Es el sentimiento del niño que confía y se sustenta en la experiencia del bien que nadie puede quitarle, de una Creación ordenada, de un amor vigente. El niño que Jesús declaró feliz. Es la experiencia de una fuerza que margina todos los miedos salvo el bendito temor de ofender al amado. Esta libertad de todo miedo, esta incondicionalidad de nuestra entrega en la vida, se cumple con esa plenitud que permite ser feliz sólo cuando el Amado es Dios mismo. Porque es el único objeto eterno y perfecto capaz de sostener nuestro amor y nuestra vida eterna y perfectamente. Un alma afincada en el bien amado, nada teme y se siente feliz ‘como un niño en brazos de su madre’. Sólo el bien supremo garantiza la plenitud de esta experiencia. Nos hace felices… el amor de Dios. El regreso a esta infancia espiritual requiere como primera instancia el arduo pasaje de egocentrismo a la dinámica del amor y de la humildad”[1].



Las virtudes cardinales y la interioridad:

“La templanza… nos desprende del uso exteriorizante de la realidad, por lo cual es una virtud indispensable para el desarrollo de la interioridad. La virtud de la templanza se vincula a la interioridad por cuanto recoge las tendencias extroversivas. La templanza modera la inflación de los deseos, deseos que se vuelcan sobre sus objetos sin la debida racionalidad, tornándolos más acuciantes: se hace hábito así la búsqueda de satisfacción como una búsqueda que ‘no da en el blanco’, a la larga penosa y frustrante. Lo más nuestra y deseable sólo se sacia en el silencio interior que permite la templanza. Los vicios de la intemperancia, sea lujuria, soberbia, o gula, todos ellos hablan de una valoración siempre excesiva y descontextuada, de manera tal que se pervierte o impide el goce del bien implicado: el sabor de un alimento, la belleza de la unión sexual, la alegría por la propia dignidad… La misma búsqueda del bien queda desorientada o desordenada por la inmoderación. Se pierde la capacidad de reflexionar sobre las cosas y de moverse con la libertad ante ellas: se pierde la grandeza de nuestra cualidad espiritual, esa que nos otorga el señorío, un potestad sobre todo lo creado, capacidad de diferenciar, diferenciarnos, elegir…En lugar de ello, aparece la indistinción, la confusión, la dependencia: entre el yo y el tú, entre el sujeto y el objeto, entre el deseo y sus objetos… Todo ello ocurre en el despliegue notable de conductas exteriorizantes, que mueven la vida personal en una dinámica disgregante y desintegradora, con su consecuente padecimiento psicológico”[2].



[1] Mariana De Ruschi Crespo, Hacia una psicología de la interioridad, Didajé, Bs. As., 2017, pp. 65-66.
[2] Idem., p. 78.

sábado, 16 de marzo de 2019

La Transfiguración



Sobre las palabras del Evangelio de San Mateo (17,1-9): Después de seis días tomó Jesús a Pedro y a Santiago y a Juan, su hermano, etc.



1. El Reino de Cristo

Vamos a examinar y exponer, carísimos, esta visión que dio el Señor a conocer en el monte. A ella se refería él cuando dijo: En verdad os digo: hay entre los circunstantes algunos que no gustarán la muerte sin ver al Hijo del hombre en su reino. Por ahí empieza la lección que se acaba de hacer: En habiendo dicho esto, después de seis días tomó a los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, y subió al monte. Esos tres eran, en efecto, los algunos de los que había dicho: Hay "algunos" que no gustarán la muerte sin ver al Hijo del hombre en su reino. Dificultad no menuda, pues no era su reino la ocupación de aquel monte. ¿Qué vale un monte para el Señor del cielo? No ya las Escrituras, sino los ojos mismos ven, por decirlo así, la diferencia. Su reino es en boca del Señor, y se ve por muchos lugares, lo que se denomina el reino de los cielos, y el reino de los cielos es el reino de los santos; porque se ha dicho: Los cielos pregonan la gloria del Señor; y algo después en el salmo mismo: No hay lenguaje ni habla de quien no sean oídas las voces de ellos; antes su pregón sale por toda la tierra, y hasta los confines del orbe de la tierra llegan las palabras de ellos ¿De quiénes sino de los cielos? Luego las de los apóstoles y las de todos los predicadores de la palabra de Dios. Estos cielos reinarán con el que hizo los cielos. Y ved ahora lo sucedido, para dejarlo en claro.

2. Alegoría de la Transfiguración. Los vestidos de Cristo

Resplandeció el Señor Jesús como el sol, y tornáronsele los vestidos de una blancura de nieve, y hablaban con él Moisés y Elías. Fue Jesús, Jesús en persona, quien se hizo, en efecto, radiante como el sol, para darnos a entender ser él la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que para los ojos de la carne es el sol este, lo es él para los ojos del corazón; lo que aquél para los cuerpos, lo es éste para las almas. Sus vestidos representan a su Iglesia, porque los vestidos, si no los sostiene quien los lleva puestos, viénense al suelo. En este vestido fue Paulo algo así como la extremidad o fimbria. Yo soy, dijo él mismo, el mínimo de los apóstoles; y en otro lugar: Yo soy el último de los apóstoles. En los vestidos, la fimbria o borde es lo más pequeño y extremo. Y así como la hemorroísa, en habiendo tocado la fimbria del Señor, quedó sana, la Iglesia venida de la gentilidad fue sanada por la predicación de Paulo. ¿Qué maravilla si la Iglesia es figurada por la blanca vestidura —del Señor en el monte—, pues le oímos al profeta Isaías decir: Aunque vuestros pecados fueren rojos como la escarlata, yo los dejaré blancos como la nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, o digamos la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? ¿Quién leyera la ley y los profetas si no diesen testimonio del Señor? Ved cuán sucintamente asevera esto el Apóstol: La ley hace solamente conocer el pecado, en tanto que hoy, sin ley, se ha manifestado la justicia de Dios: he ahí el sol: testificada por la ley y los profetas: he ahí su brillo.

3. El deseo de Pedro

Testigo Pedro de aquella visión, y hablando al sabor de su boca de hombre, dice: Señor, es cosa linda estarnos aquí. Desazonado de vivir entre la muchedumbre, hallaba en el monte una soledad, donde Cristo era pan de la mente. ¿Por qué irse de allí? ¿Para qué volver a las fatigas y al dolor, si allí gozaba del divino amor, y era buena, por tanto, la vida interior? El quería estar bien, y por eso añadió: Si quieres, hagamos aquí tres pabellones: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías. Nada respondió el Señor a esto, bien que Pedro no quedó sin respuesta. Porque aún estaba él hablando, cuando sobrevino y los envolvió una nube resplandeciente. Demandaba tres pabellones, y la respuesta del ciclo testimoniaba que nosotros sólo tenemos uno: uno, que el sentido humano trataba de pluralizar. Cristo es la palabra de Dios; Palabra que habla en la ley, Palabra de Dios que habla en los profetas. ¿Por qué dividirla, oh Pedro? ¡Si lo que necesitas es juntarlas! Donde tú buscas tres, sólo hay una. ¿No lo comprendes?

4. Postración de los discípulos

Envueltos ellos por la nube, que hacia una suerte de pabellón, dejóse oír una voz procedente de la nube que decía: Este es mi Hijo muy amado. Allí estaban Moisés y Elías; no se dijo, empero: "Estos son mis amados hijos." Uno es ser Hijo único, y otro hijos adoptivos. El designado por la voz era aquel de quien se gloriaban la ley y los profetas. Este, dijo la voz, es mi amado Hijo, en quien tengo mis complacencias. Oídle a él, porque él es a quien oísteis en los profetas y oísteis en la ley, y... ¿dónde no le oísteis? Al oír esto cayeron por tierra. Ahora se ve cómo la Iglesia es el reino de Dios. Allí estaban, en efecto, el Señor, la ley, en la persona de Moisés, y los profetas, en la de Elías. Estos últimos figuraban como siervos y ministros. Ellos son los vasos, él es la fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, mas en esta fuente tomaban lo que escanciaban.

5. Elección de los discípulos

Extendió el Señor la mano y volvió en sí a los caídos, y no vieron a nadie, sino a Jesús solamente. ¿Qué significa esto? Al hacérsenos la lectura del Apóstol habéis oído que ahora vemos como de reflejo y oscuramente, mas entonces veremos faz a faz. Item: que las lenguas cesarán cuando viniere lo que esperamos y creemos. La caída por tierra de los apóstoles simboliza nuestra muerte, pues a la carne se ha dicho: Tierra eres y a la tierra irás; y el haberlos alzado el Señor significa la resurrección, después de la cual, ¿para qué has menester de la ley y quieres la profecía? Por eso Elías y Moisés no aparecen ya. Ya no te queda sino aquel de quien está escrito: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Te queda Dios para ser todo en todas las cosas. Allí estará Moisés, no la ley; también allí veremos a Elías, mas no ya como profeta. Porque la misión de la ley y de los profetas era dar testimonio de Cristo y anunciar sus padecimientos, la resurrección al tercero día y su entrada en la gloria; gloria donde tendrá cumplimiento la promesa que hizo a sus amadores: El que me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré. Y como respondiendo a esta pregunta: "y qué le darás en prueba de tu amor", dice: Y me mostraré a él. ¡Sublime don! ¡Promesa magnífica! No guarda Dios para recompensarte don alguno de su mano, sino a si mismo. ¡Oh avaro! ¿No te llena esta promesa de Cristo? Parécete a ti que eres rico; mas ¿qué tienes si a Dios no tienes? Otro se imagina ser pobre; mas ¿qué no tiene si tiene a Dios?

6. Deber de apostolado

Desciende, Pedro: tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la palabra, insiste a tiempo y destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos, a fin de llegar por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del señor. Alabando la caridad el Apóstol, oímosle decir cuando se leía —hoy—: No busca sus conveniencias. No busca sus intereses, antes da lo que tiene. En otro lugar habla de modo distinto, y hay grande peligro en no entenderlo bien. Explicando, pues, el Apóstol los deberes de la caridad a los miembros fieles de Cristo, dice: Nadie busque lo suyo, sino lo de otro. Y la avaricia, que tal oye, ya está ideando artilugios y especulando la forma de buscar lo de otro, engatusando a uno para quedarse con lo ajeno. ¡Quieta ahí, oh avaricia! ¡Ven acá, oh justicia! Oigamos y veamos. Se le dijo a la caridad: Nadie busque lo suyo, sino lo de otro; si, pues, tú, avaro, resistes a este consejo, y si pretendes hallar ahí licencia para desear lo ajeno, debes antes sacrificar lo tuyo. Pero ya te conozco; tú quieres lo tuyo y lo no tuyo. Usas de artificios para quedarte con lo ajeno; deja, pues, que roben lo que te pertenece. No quieres buscar lo tuyo, y ¡te alzas con lo ajeno! Este proceder es injusto. Oye, avaro, y escucha: Hay otro lugar donde el Apóstol expone con mayor claridad este nadie busque lo suyo, sino lo de otro. El dice de sí mismo: Pues yo no voy buscando mi conveniencia, sino la de todos, para que se salven. Esto no lo comprendía Pedro cuando deseaba estar con Cristo en el monte. Cristo te reservaba, ¡oh Pedro!, esta dicha para más allá de la muerte. Ahora te dice: Desciende a trabajar en la tierra, y servir en la tierra, y ser despreciado y crucificado en la tierra; porque también la Vida descendió a ser muerta, el Pan a tener hambre, el Camino a cansarse de andar, la Fuente a tener sed. Y ¿aun rehúsas tú trabajar? No busques tus conveniencias; ten caridad, predica la verdad, y por ahí llegarás a la eternidad, donde hallarás la seguridad.



San Agustín. Obras competas  X. Sermón 78. B.A.C.

miércoles, 6 de marzo de 2019

San Benito, nuestro Moisés, guía y compañía en el desierto cuaresmal

“1 Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, 3 y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos. 4 Lo cual haremos convenientemente, si nos apartamos de todo vicio y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, 6 de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, 7 esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual. 8 Lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y consentimiento, 9 porque lo que se hace sin permiso del padre espiritual, hay que considerarlo más como presunción y vanagloria que como algo meritorio. 10 Así, pues, todas las cosas hay que hacerlas con la aprobación del abad” (RB 50).

 

Cada uno debe tener su Moisés, bajo cuya orientación y mandato hay que salir de Egipto, es decir, apartarse del mal y ser digno soldado de Dios, madurando uno mismo por este desierto en las virtudes y buenas obras” (San Bernardo de Claraval, Tercera serie de sentencias 94, VIII, BAC, Madrid, p. 251).

“Pedro.- Admirables y sobremanera asombrosas son las cosas que acabas de contar, pues en el agua que manó de la piedra veo a Moisés (Nm 20,11); en el hierro que remontó desde lo profundo del agua, a Elíseo (2Re 6,7); en el andar sobre las aguas, a Pedro (Mt 14,29); en la obediencia del cuervo, a Elías (1 Re 17,6) y en el llanto por la muerte de su enemigo, a David (2S 1,2; 18,33). Por todo lo cual, veo que este hombre estaba lleno del espíritu de todos los justos” (San Gregorio Magno, Diálogos II, c 8).

“20. El camino de las órdenes y el amanecer. La primera luz del día representa las fieles palabras de la enseñanza apostólica; la alborada, el inicio del camino que germinó primero en la soledad y en las grutas, después de aquella doctrina; el sol revela la apartada y bien dispuesta senda de Mi siervo Benito, a quien atravesé con ardiente fuego, enseñándole a honrar, con el hábito de su orden, la Encarnación de mi Hijo y a imitar Su Pasión con la abnegación de Su voluntad; porque Benito es como un nuevo Moisés, puesto en la hendidura de la roca, mortificando y curtiendo su cuerpo con recia austeridad por amor a la vida, igual que el primer Moisés escribió, por precepto Mío, una áspera y dura Ley en tablas de piedra y se la dio a los judíos. Pero lo mismo que Mi Hijo atravesó esa ley con la dulzura del Evangelio, también Mi Siervo Benito hizo del designio de esta orden, que antes de él era un arduo camino, una senda apartada y llana, merced a la dulce inspiración del Espíritu Santo, y, por ella, congregó a la inmensa cohorte de su regla, igual que Mi Hijo reunió junto a Sí, por Su suave aroma, al pueblo cristiano. Entonces el Espíritu Santo alumbró los corazones de sus elegidos, anhelantes de su vida, para que, así como las aguas bautismales borran los pecados de los pueblos, también ellos renunciaran a las pompas de este mundo, a imagen de la Pasión, de mi Hijo. ¿Cómo? Igual que el hombre es rescatado por el santo bautismo de los cepos del Demonio y se despoja de los crímenes de su viejo agravio, también estos se desprenden de los afanes mundanos por el signo de sus vestidos, en los que llevan además, una señal angélica. ¿Cómo? Mira que son custodios de Mi pueblo, por voluntad Mía” (Santa Hildegarda de Bingen, Scivias II, V, 20, Trotta, 1999, p. 162).

Te confieso, Jesús mío, salvador mío, esperanza mía, consuelo mío; te confieso, Dios mío, que no estoy tan contrito y lleno de temor como debería por el pasado, ni me preocupo por el presente como convendría. ¡Y tú, dulce Señor, has establecido a este hombre sobre tu familia (cf. Mt 24,45-47), sobre las ovejas de tu rebaño (cf. Sal 73,1; 78,13)! A mí, que tengo tan poco cuidado de mí mismo, me mandas cuidar de ellos; a mí, que no alcanzo a orar por mis propios pecados, me mandas orar por ellos; a mí, que apenas me he instruido a mí mismo, me mandas que les enseñe a ellos. Desdichado de mí, ¿qué he hecho, qué he emprendido, en qué he consentido? Pero sobre todo tú, Señor, ¿qué has dejado que hagan de este miserable? Pero dime, dulce Señor, ¿no es ésta tu familia (cf. Mt 24, 45), tu pueblo elegido (cf. Dt 7,6), que por segunda vez hiciste salir de Egipto (cf. Sal 80, 11), que creaste y redimiste? Luego los reuniste de todas las naciones (cf. Sal 106,2) y los hiciste habitar unidos fraternalmente en esta casa (cf. Sal 67,7 Vul.)” (San Elredo de Rieval, Oración Pastoral 3[1]).


Dos sermones para la lectura cuaresmal de este año:

“14 En los días de Cuaresma, desde la mañana hasta el fin de la hora tercera, ocúpense en sus lecturas, y luego trabajen en lo que se les mande, hasta la hora décima. 15 En estos días de Cuaresma, reciban todos un libro de la biblioteca que deberán leer ordenada e íntegramente. 16 Estos libros se han de distribuir al principio de Cuaresma” (RB 48).

Tema: Lucha-terapia espiritual y discernimiento.

Clave: Sentido literal y sentido espiritual: alegórico, tropológico y anagógico.

Textos: Éxodo. Levítico, Deuteronomio


Sermón 7, Fiesta de san Benito. (Homilías litúrgicas, PC 5)

“Bienaventurado aquel hombre que soporta la prueba, porque una vez probado recibirá la corona de la vida que Dios tiene prometida a los que le aman”. Dígnese nuestro Señor Jesucristo conducirnos a ella, por los méritos de nuestro Padre san Benito”. 

Bienaventuranza y tentación (Prólogo). San Benito tentado, probado y coronado. Salida de Egipto, desierto y tierra prometida. Moisés versus Amalec, Seón, Og. Luchas y victorias. Amalec/gula. Virtud de la abstinencia. Boca-lengua. Grados. Medios. Envidia. Reglas de discreción. Moisés/Benito: brazos levantados (constancia-fervor). Seón, rey de los amorreos/fornicación. Virtud de la castidad. Orden. Og/avaricia. Virtud de la no posesión. Madian/ira. Virtud de la mansedumbre y la paciencia. Moisés-temor; Josué-amor ("introduce"). Josué –Jesús versus Jericó, Hai, cinco reyes. Jericó/indolencia-pereza-dispersión. Problemas del contemplativo. Armas. Hai/tristeza. Escudo/ Virtud de la esperanza. Cinco reyes/soberbia. Vanidad, ambición, jactancia, desprecio de Dios, amor de sí mismo. Manera de pelear.

Sermón 8 En la misma solemnidad de san Benito.

Tribulaciones y consuelos. “Habité en el país de Negueb, y había salido al campo a pasear caído ya el día”. Morada, salida y meditación. Tierra del aquilón: pasiones. Envidia, ira y lujuria. La catedra de la maldad. Tres tiempos diurnos. Humildad, caridad y castidad. El campo y el perfume de Jesús. Cuatro brazos de la fuente: prudencia, templanza, fortaleza y justicia. Cuatro cauces de los vicios: ignorancia, concupiscencia, flaqueza, malicia. “La boca del justo meditará la sabiduría”. Cuatro clases de juicios. Fuente: “Lleva la ley del Señor en medio del corazón”.



[1] Cf. De Oneribus 7, 9-11. Las regiones de la semejanza y la desemejanza, en: Volver a Dios, Sermones De Oneribus Isaiae (PC 13), pp. 99-101.

sábado, 2 de marzo de 2019

LECTIO DIVINA: Papa Francisco

Evangelii Gaudium, nn. 152-153 
Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de la Biblia no está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje central del texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida. La lectura espiritual de un texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14). En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?». Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra tentación muy común es comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida. También sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no estamos todavía en condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo en su encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente que el Padre Dios, que nadie comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino que la hace posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.