lunes, 30 de abril de 2018

La síntesis patrístico-monástica y la Iglesia Occidental hoy (Cuarta parte)

      Hubo otros eventos que contribuyeron a que las autoridades católicas romanas vacilaran en apoyar la oración contemplativa. Uno de ellos fue la controversia referente al Quietismo, un conjunto de enseñanzas espirituales que fueron condenados por el Papa Inocencio en 1687 por tratarse de un falso misticismo. Eran unas enseñanzas bastante ingeniosas; consistían en que uno hacia un acto de amor a Dios de una vez y por siempre, por medio del cual uno se entregaba totalmente a Él con la firme intención de no echarse para atrás nunca. Siempre y cuando uno no retirase esa intención de pertenecer enteramente a Dios, la unión divina estaba asegurada y no se precisaba ningún esfuerzo adicional, ni dentro ni fuera de la oración. Parece que la gran diferencia entre una intención que se dedica una sola vez, por más importante que sea, y el establecimiento de la misma como una disposición permanente, pasó desapercibida para la mayoría.

En Francia floreció una forma más atenuada de esta doctrina hacia fines del siglo XVII, y llegó a conocerse como el Semi-Quietismo. El Obispo Boussuet, capellán de la corte de Luís XIV, se convirtió en uno de los peores enemigos de esta forma atenuada del Quietismo y logró que se condenara en Francia. De qué exageraciones se valió al referirse a la enseñanza, no está muy claro; lo cierto es que la controversia le dio muy mala reputación al misticismo tradicional. De ahí en adelante, no se aprobaba ninguna lectura acerca del misticismo en los seminarios y en las comunidades religiosas. En su libro Historia Literaria del Pensamiento Religioso en Francia Henri Bremond relata que no se encuentra ningún escrito sobre el misticismo, que valga la pena, en el transcurso de los siglos siguientes. Los autores místicos del pasado fueron ignorados, al extremo de que algunos pasajes de las obras de San Juan de la Cruz fueron interpretados como que apoyaban el Quietismo, forzando a sus editores a bajar el tono o modificar algunas de sus afirmaciones. Sus manuscritos originales tan sólo reaparecieron en este siglo, cuatrocientos años después de haber sido escritos.

Otro paso atrás en la espiritualidad cristiana se debió a la herejía del Jansenismo, que tomó fuerza durante el siglo XVII. A pesar de que eventualmente también fue condenado, dejó tras sí una actitud generalizada contra el ser humano que prevaleció durante el siglo XIX y perduró hasta este siglo. El Jansenismo pone en duda la universalidad de la acción redentora de Jesús, así como la bondad intrínseca de la naturaleza humana… Todavía hasta el presente los sacerdotes y personas religiosas están tratando de sacudirse los últimos remanentes de la actitud negativa que absorbieron en el curso de su formación ascética.

Otra tendencia poco saludable en la Iglesia moderna fue el énfasis exagerado que se daba a las devociones y revelaciones privadas, y a las apariciones. Esto llevó a que perdieran su valor, tanto la liturgia como los valores comunitarios y la percepción del misterio trascendente que una buena liturgia engendra. En la mente popular se continuaban considerando los contemplativos como santos, magos, o por decir lo menos, personas excepcionales. La verdadera naturaleza de la contemplación permaneció en la oscuridad o confundida con fenómenos tales como la levitación, las locuciones, los estigmas y las visiones, que aunque se relacionan con aquella, son accidentales, y no una parte esencial de la misma.

En el siglo XIX hubo muchos santos, pero pocos mencionaron o escribieron acerca de la oración contemplativa. Tuvo lugar una renovación de la espiritualidad en la ortodoxia oriental, pero la corriente principal del desarrollo Romano Católico fue de un carácter legalista, con una especie de nostalgia por el Medioevo y por las influencias políticas que disfrutaba la Iglesia en aquellos tiempos. El abad Cuthbert Butler, en su libro Misticismo occidental, resume las enseñanzas aceptadas por todos durante los siglos XVIII y XIX: A excepción de personas con vocaciones excepcionales, la oración normal que practicaba la mayoría, incluyendo monjas y monjes contemplativos, obispos, sacerdotes y personas laicas, era una meditación sistemática que seguía un solo método, que podía ser uno de los siguientes cuatro: La meditación de acuerdo con los tres poderes descritos en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio; el método de san Alfonso…, el método descrito por san Francisco de Sales en Introducción a la Vida Devota, o el método de san Sulpicio…”.

En todo caso, la enseñanza posterior a la Reforma, que se oponía totalmente a la contemplación, era todo lo contrario de la enseñanza original, una tradición que se enseñó sin interrupción durante quince siglos, que sostenía que la contemplación era la evolución normal de una vida espiritual genuina, y que, por lo tanto, era asequible para todos los cristianos.

Estos hechos históricos pueden ayudar a explicar cómo fue que la espiritualidad tradicional del Occidente se llegó a perder en los últimos siglos y por qué el Concilio Vaticano II tuvo que prestarle atención directamente a este problema tan agudo y decidirse a auspiciar la renovación espiritual. Son dos las razones por las cuales la oración contemplativa está siendo el objeto de renovada atención en nuestros tiempos. Una es que los estudios históricos y teológicos han desempolvado las enseñanzas íntegras de san Juan de la Cruz y otros maestros de la vida espiritual. La otra es el reto oriental que surgió a raíz del período post-guerra mundial…

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