miércoles, 25 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA: TEXTOS PARA UN TERAPIA DE LA LUJURIA (2°)


Las Cartas de Barsanufio y Juan a Dositeo o acerca de él[1].



“255.  Pregunta del mismo hermano al Gran Anciano: Me encuentro violentamente perseguido por la lujuria y corro el riesgo de verme llevado a la desesperación, no puedo incluso conservar la templanza debido a la flaqueza de mi cuerpo. Ruega por mí al Señor y dime qué es lo que debo hacer.

Respuesta:

Hermano, llevado por la envidia, el demonio ha desencadenado una guerra contra ti. Vela, pues, sobre tus ojos y no comas hasta saciarte. Toma un poco de vino en consideración a la flaqueza que confiesas. Adquiere humildad porque es por ella que se destruyen las redes del enemigo (Alfabética Antonio 7). En cuanto a mí, el último de los hombres, haré todo lo posible para rogar a Dios que te proteja de toda tentación y te guarde de todo mal.

No te dejes llevar, hermano, ni te entregues a la desesperación, porque en eso consiste el gran triunfo del demonio. Ora sin descanso diciendo: “Señor Jesucristo sálvame de las pasiones vergonzosas” y obtendrás la misericordia de Dios y recibirás así la fortaleza por las oraciones de los santos. Amén.



256. El mismo hermano acosado por la misma pasión de la lujuria suplicó al mismo Gran Anciano que rogara por él y que le dijera cómo se distingue si la tentación proviene de nuestro propio deseo o si proviene del enemigo.

Respuesta:

Hermano, sin trabajo arduo del corazón y sin contrición, nadie puede ser curado de sus pasiones y agradar a Dios. Luego, cuando alguien es tentado por su propia apetencia (Alfabética. Sisóes 44) es porque se ha descuidado y ha permitido que su corazón vuelva sobre hechos del pasado y entonces, por sí mismo, desata el impulso de su propio deseo; y poco a poco el espíritu cegado comienza a mirar a aquél por quien siente atracción, o a hablarle, y busca pretextos para hablarle o bien sentarse cerca suyo, y, por todos los medios llegar a satisfacer su inclinación. Por consiguiente, si permitimos que nuestro espíritu se entregue a esto, estamos alimentando la lucha hasta la caída, si no del cuerpo, por lo menos del espíritu en el consentimiento y sería como un hombre que enciende un fuego en el bosque. Por lo contrario, el hombre vigilante y sensato, que quiere ser salvado, viendo de dónde proviene el daño, se cuida con esmero de los malos pensamientos para no tener que enfrentarse con las pasiones mismas, evita una mirada, una conversación y cualquier otro pretexto, por el temor de encender el incendio en sí. Éste es el combate que se origina en la propia apetencia, o en realidad, en la libre voluntad.

En cuanto a la lucha que proviene del demonio, es así como se presenta: el corazón de aquel que quiere ser salvado teme recibir la semilla del enemigo y por esa razón se cuida con esmero de los malos pensamientos para no tener luego que combatir las pasiones y también lo hace con la mirada, las conversaciones y los pretextos. Incluso si necesita tratar un asunto con aquél por el cual siente apasionamiento, más vale que deje ese asunto para no perder el alma. Sé vigilante, hermano, eres mortal y efímero. No consientas, por un pequeño momento, perder tu alma. ¿Qué dejan la hediondez y la impureza del pecado más que vergüenza, oprobio y escándalo? La templanza, al contrario, te lleva a la victoria, la corona y la gloria. Refrena tu caballo por las riendas, temiendo que, al mirar aquí y allá, no brinque de deseo hacia las mujeres y, aún peor hacia los hombres, dando por tierra con jinete.

Ruega a Dios que aparte tus ojos para que no vean toda vanidad (Sal 118,37) y así tu corazón, habiendo adquirido virilidad, conseguirá que las luchas se alejen de ti. Sé áspero como el vino sobre la llaga y no dejarás aproximar la podredumbre y la impureza. Vístete de duelo para que te sea ajena la familiaridad que disipa las almas de quienes la ostentan. No eches jamás por tierra al instrumento sin el cual la tierra no produce fruto. Ese instrumento es la humildad que es puesta en acción por la grandeza de Dios y por la cual es arrancada de raíz toda cizaña en el campo del maestro, otorgando la gracia a aquél cuya vida es regida por ella. La humildad no decae, por el contrario, levanta de su caída a aquéllos que la poseen. Abrázate en cuerpo y alma al duelo, ya que está asociado a esta hermosa tarea. Esfuérzate por dominar tu voluntad en todo, pues esto te será reconocido como sacrificio. Y es lo que significa la palabra Por ti estamos todo el día al borde de la muerte, somos mirados como corderos a punto de ser inmolados (Sal 43,22) No te distraigas en conversaciones vanas que no te permitirán progresar hacia Dios. Atormenta violentamente tus sentidos, vista, oído, gusto, olfato y tacto y progresarás por la gracia de Cristo. Porque sin tormento no hay martirio y como dice el Señor: Es por vuestra resistencia que salvaréis vuestras almas (Lc 21, 19). El Apóstol dice asimismo: Con gran perseverancia en las tribulaciones, etc. (2 Co 6,4). Cuida de no exhibir a los Caldeos los tesoros de tu casa, porque de otro modo ellos te llevarán cautivo ante Nabucodonosor, rey de Babilonia (2 R 25). Pisotea las pasiones, medita siempre esta carta, para que no seas pisoteado por ellas y te opriman con su poder. Húyeles, como el cervatillo se aleja del lazo para no ser desollado como un corderito. No temas a tus enemigos, no tienen fuerza. Nuestro Señor Jesucristo les ha cortado los nervios y los ha hecho impotentes. Pero no te duermas, sólo están medio muertos, no están inertes. No seas indolente porque ellos no lo son. Tómate de la mano de tus Padres que quieren sacarte del fango fétido. Recuerda que la oración constante del justo puede obtener muchas cosas (St 5,16). No juzgues a nadie. No desprecies ni escandalices a nadie. No imputes a alguien lo que tú ignoras. Porque todo esto redunda en la pérdida de tu alma. Cuida de ti mismo y aguarda la muerte que viene. Repítete a ti mismo las palabras del bienaventurado Arsenio: Arsenio ¿por qué has salido del mundo? (Alfabética Arsenio 40). Toma conciencia de lo que has venido a buscar aquí. Corre hacia Jesús y atrápalo. Si anhelas ser salvado, ten los pies ágiles para encontrarte en ese coro bienaventurado de los santos Ancianos. Si quieres progresar trabaja. Busca estar entre los santos, revestido de la gloria inefable y no entre los sucios demonios, en el suplicio sin nombre. Aspira a estar en el reino de los cielos y no en la gehena del fuego. Aspira a oír: Venid benditos de mi Padre” (Mt 25,34) y: Está bien, servidor bueno y fiel (Mt 25, 21) en lugar de Aléjate de mí, maldito servidor, malo y perezoso (Mt 25, 26 y 41). La gloria del Señor sea por los siglos Amén”.


[1] Las Cartas de Barsanufio y Juan (+ 540) a Dositeo (+530) o acerca de él, pp. 266-270.

miércoles, 18 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA: TEXTOS PARA UN TERAPIA DE LA LUJURIA (I°)


“El médico de nuestras almas es Cristo,

que…da a cada pasión el remedio apropiado...:

la templanza contra el amor del placer (sensualidad)”.



Introducción: Los comienzos en el monasterio de Abba Séridos. “Así, sabemos que al ingresar al monasterio y distribuir los bienes que poseía, su falta de salud le obligó a reservarse algo para sus necesidades. Pasados los meses iniciales de su nueva vida volvieron a acosarle las inclinaciones y pasiones que tenía en el mundo, sobre todo señala la lujuria, quitándole la paz a su alma, atormentándole con múltiples pensamientos que no podía controlar y llevándolo al borde de la desesperación. Llegó a concebir como única solución para sus tentaciones huir del monasterio”[1].

La paz del corazón. “Conocedor de la vida monástica, Doroteo sabe que las distintas pasiones turban a tal punto el alma del monje que su vida en el monasterio le puede resultar insoportable. Llevado de un lado a otro por pensamientos de ira o rencor; carcomido por la envidia y los celos; aguijoneado por la gula y la lujuria; turbado por los escrúpulos y las dudas; acosado por tribulaciones y tristezas, el corazón del monje puede sufrir una inestabilidad tan grande que su vida se transforme en amargura”[2].




Conferencia 4: El divino temor



“53. La ligereza de espíritu es multiforme. Se manifiesta en el hablar, en los contactos y en las miradas. Es ella la que lleva a pronunciar discursos grandilocuentes, a hablar de cosas mundanas, a hacer bromas o provocar risas disolutas. Es por ligereza por lo que se toca a alguien sin necesidad, por puro placer, se lo acaricia o se toma alguna cosa de él o se lo mira detenidamente. Todo esto es obra de la ligereza, porque no hay temor de Dios en el alma, y por ella se llega poco a poco a un total descuido. Por eso al dar los mandamientos de la ley Dios dijo: Que los hijos de Israel sean respetuosos (Lv 15, 31). Sin respeto no se puede honrar a Dios ni obedecer ni una sola vez algún mandamiento. No hay nada más abominable que la ligereza, porque es la madre de todas las pasiones, aleja el respeto, expulsa el temor de Dios y da a luz el desprecio. Es por ella, hermanos, por lo que unos son descarados con otros, o por lo que hablan mal uno de otro, y se hacen daño mutuamente. Uno de ustedes ve una cosa poco edificante y va enseguida a murmurar y volcar todo eso en el corazón de otro hermano. De esta manera, no sólo se hace daño a sí mismo, sino que también perjudica a su hermano, poniendo en su corazón un veneno mortal. Cuando el hermano estaba aplicándose a la oración o a cualquier otra obra buena, llega el otro y le da materia de murmuración. Con ello perjudica su crecimiento y lo pone frente a la tentación. Y no hay nada tan malo y funesto como hacer daño al prójimo y al mismo tiempo a uno mismo”[3].



Conf. 11: De la prontitud en reprimir las pasiones del alma antes de habituarse al mal

“113. Consideren con atención, hermanos, cómo son las cosas, y sean cuidadosos para no caer en negligencia, ya que aún una pequeña negligencia puede llevarlos a grandes peligros. Acabo de visitar a un hermano a quien encontré saliendo apenas de una enfermedad. Hablando con él me enteré de que no había tenido fiebre más que siete días. Sin embargo, a cuarenta días de esto todavía estaba en camino de recuperación. Ya ven, hermanos, qué desgracia es perder el equilibrio de la salud. No nos preocupan los pequeños desórdenes y no nos damos cuenta de que, por poco que se esté enfermo, sobre todo si se es de natural delicado, son necesarios mucho tiempo y cuidados para reponerse. Ese pobre hermano tuvo fiebre durante siete días y vemos que después de tantos días, cuarenta, todavía no había podido restablecerse.

Lo mismo pasa con el alma: se comete una falta leve, y ¿durante cuánto tiempo será necesario verter nuestra sangre antes de levantarnos? En lo que se refiere a la debilidad del cuerpo podemos esgrimir diversas razones: o bien los remedios no surten efecto porque son viejos, o bien el médico no tiene experiencia y receta un remedio por otro, o quizás el enfermo no es dócil y no sigue lo prescripto. Pero cuando nos referimos al alma, no sucede lo mismo. En efecto, no podremos decir que el médico no tiene experiencia ni que no haya dado los remedios convenientes, puesto que el médico de nuestras almas es Cristo mismo, que todo lo sabe y que da a cada pasión el remedio adecuado, quiero decir sus mandamientos, sea la humildad en contraposición a la vanagloria, la templanza contra la sensualidad, la limosna contra la avaricia; en síntesis, cada pasión tiene como remedio el mandamiento que le corresponde. El médico, entonces, no es falto de experiencia. Por otra parte, no puede tampoco decirse que los remedios sean ineficaces por ser demasiado viejos. Los mandamientos de Cristo no envejecen nunca, incluso se renuevan en la medida en que son utilizados. No hay entonces ningún obstáculo para la salud del alma, salvo el propio desarreglo”[4].



Conf. 12: Del temor al castigo que vendrá y de la necesidad de que aquel que desea ser salvado no descuide jamás la preocupación de su propia salvación



“133. En efecto, es imposible para el alma permanecer en el mismo estado: o mejora o empeora. Por esto cualquiera que desee salvarse no debe sólo evitar el mal sino practicar el bien, como dice el salmo: Apártate del mal y haz el bien (36, 27). No nos dice solamente: Apártate del mal, sino que agrega: Haz el bien. Por ejemplo, ¿alguien estaba habituado a cometer injusticias? ¡Que no las cometa más, pero además que practique obras de justicia! ¿Era un libertino? ¡Que ponga fin a sus perversiones pero a la vez que practique la templanza! ¿Era colérico? ¡Que no se irrite más, pero además que adquiera mansedumbre! ¿Era orgulloso? ¡Que cese en su altivez, pero que además sepa humillarse! Tal es el sentido de las palabras Apártate del mal y haz el bien. Porque a cada pasión corresponde su virtud opuesta. Para el orgullo es la humildad; para el amor al dinero, la limosna; para la lujuria, la templanza; para el desaliento, la paciencia; para la cólera, la mansedumbre; para el odio, la caridad. En resumen, a cada pasión, decimos, corresponde la virtud opuesta”[5].



Conf. 15: Los Santos Ayunos (la Cuaresma)



“164. Todo esto referido a la temperancia del vientre. Pero no sólo debemos vigilar nuestro régimen alimenticio, debemos evitar también todo otro pecado, y ayunar también de la lengua como del vientre, absteniéndonos de la maledicencia, de la mentira, de la charlatanería, de las injurias, de la cólera, en una palabra de toda falta que se comete con la lengua. Asimismo debemos practicar el ayuno de los ojos, no mirando cosas vanas, evitando la libertad de la mirada que contempla a alguien con impudicia. También debemos prohibir toda mala acción a las manos y a los pies. Practicando de esta manera un ayuno agradable, como dice Basilio (De Jejunio Hom. II, 7, PG 31,196D) absteniéndonos de todo mal que se pueda cometer con cualquiera de nuestros sentidos, nos acercaremos al santo día de la Resurrección renovados, purificados y dignos de participar en los santos Misterios, como ya lo hemos dicho. Saldremos enseguida al encuentro de Nuestro Señor y lo recibiremos con palmas y ramas de olivo, mientras que él hará su entrada en la ciudad santa, sentado sobre un asno (cfr. Mc 11,1-8; Jn 12, 13)”[6].


[1] F. Rivas, Introducción, en Obras de Doroteo de Gaza, Conferencias, cartas y apotegmas, ECUAM-Ágape libros, C.A.B.A, 2019, p. 17.
[2] Idem. p. 33.
[3] Conferencia IV, en Obras de Doroteo de Gaza,  pp. 107-108.
[4] Conferencia XI, p 166.
[5] Conferencia XII; p. 184.  Cf, Conferencia XIV: Sobre el edificio y la armonía de las virtudes del alma, n. 151, pp. 198-200, n- 153, pp. 201-202.
[6] Conferencia XV, p. 213.

miércoles, 11 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA (Siglo VI), CONFERENCIA 15: LOS SANTOS AYUNOS (LA CUARESMA) (Segunda parte)



163. Cuando estaba en el monasterio (del abad Séridos), fui un día a ver a uno de los Ancianos (pues allí había muchos grandes Ancianos) y encontré al hermano encargado de servirlo comiendo con él. Entonces le dije aparte: “Hermano, tú sabes que esos Ancianos que ves comer y que tienen un poco de solaz, son como los hombres que han adquirido una bolsa y que no han cesado de trabajar y de llenarla (de dinero) hasta colmarla. Después de haberla cerrado, han seguido trabajando y obtuvieron todavía mil piezas más, para poder entregar en caso de necesidad, siempre guardando lo que se encontraba en la bolsa. De esta manera, estos Ancianos no han cesado de trabajar y adquirir tesoros. Después de haberlos guardado han seguido ganando algunos más, los cuales podrían entregar en caso de enfermedad o de vejez, siempre conservando sus tesoros. Pero nosotros que todavía no hemos llenado la bolsa ¿cómo es que hacemos donaciones?”. Este es el motivo por el cual debemos, tal como lo he dicho, juzgarnos indignos de toda concesión, aunque la tomemos por necesidad, e indignos de la vida monástica, y tomar, no sin temor, lo que es necesario. De esta manera no será para nosotros motivo de condenación.

164. Todo esto referido a la temperancia del vientre. Pero no sólo debemos vigilar nuestro régimen alimenticio, debemos evitar también todo otro pecado, y ayunar también de la lengua como del vientre, absteniéndonos de la maledicencia, de la mentira, de la charlatanería, de las injurias, de la cólera, en una palabra de toda falta que se comete con la lengua. Asimismo debemos practicar el ayuno de los ojos, no mirando cosas vanas, evitando la libertad de la mirada que contempla a alguien con impudicia. También debemos prohibir toda mala acción a las manos y a los pies. Practicando de esta manera un ayuno agradable, como dice Basilio[1], absteniéndonos de todo mal que se pueda cometer con cualquiera de nuestros sentidos, nos acercaremos al santo día de la Resurrección renovados, purificados y dignos de participar en los santos Misterios, como ya lo hemos dicho. Saldremos enseguida al encuentro de Nuestro Señor y lo recibiremos con palmas y ramas de olivo, mientras que él hará su entrada en la ciudad santa, sentado sobre un asno (cfr. Mc 11,1-8; Jn 12, 13).

165. ¿Qué quiere decir: Sentado sobre un asno? El Señor se sentó sobre un asno a fin de que el alma, según el Profeta (cfr. Sal 48, 21), se abaje y se haga semejante a los animales sin razón y de esta manera sea convertida por él, el Verbo de Dios, y sometida a su divinidad. Y ¿qué significa salir a su encuentro con palmas y ramas de olivo? Cuando alguien sale a guerrear contra su enemigo y vuelve victorioso, todos los suyos salen a su encuentro con palmas para recibir al vencedor. En efecto, la palma es signo de la victoria. Por otra parte cuando alguien sufre una injusticia y quiere recurrir a quien lo pueda vengar, lleva ramas de olivo, pidiendo e implorando misericordia y auxilio, pues los olivos son un signo de la misericordia. Nosotros también iremos al encuentro de Cristo Nuestro Señor con palmas, como delante de un vencedor, pues él ha vencido al enemigo por nosotros; y con ramos de olivo, para implorar su misericordia, a fin de que, como ha vencido por nosotros, nosotros también, implorándole, salgamos victoriosos con él; y para que nos encontremos alzando emblemas de victoria en honor no sólo de la victoria que ha realizado por nosotros, sino también por la que nosotros vamos a tener por él, gracias a las oraciones de los santos. Amén.

[1] BASILIO MAGNO, De Jejunio Hom. II, 7, PG 31,196D.

miércoles, 4 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA (Siglo VI), CONFERENCIA 15: LOS SANTOS AYUNOS (LA CUARESMA) (Primera parte)



159 [1]. En la Ley, Dios había prescrito a los hijos de Israel ofrecer cada año el diezmo de todos sus bienes (cfr. Nm 18, 25). Haciéndolo, serían bendecidos en todas sus actividades. Los santos Apóstoles, sabiendo eso, con el objeto de procurar a nuestras almas una ayuda provechosa, decidieron transmitirnos ese precepto bajo una forma más preciosa y elevada, a saber, la ofrenda del diezmo de los días de nuestra vida, dicho de otra manera, su consagración a Dios, a fin de ser bendecidos también nosotros en nuestras obras y de expiar cada año las faltas del año entero. Haciendo un cálculo, santificaron para nosotros entre los trescientos sesenta y cinco días del año, las siete semanas de ayuno. Ellos no asignaron al ayuno más que esas siete semanas. Fueron los Padres quienes después convinieron en agregar una semana más, tanto para practicarlo con anticipación como para preparar a aquellos que se van a entregar a los ayunos, y para honrar esos ayunos con la cifra de la santa cuarentena que Nuestro Señor mismo pasó ayunando. Porque las ocho semanas suman cuarenta días, excluyendo los sábados y los domingos, sin tener en cuenta el ayuno privilegiado del Sábado Santo, que es sagrado entre todos, y de todo el año, el único ayuno en sábado. Pero las siete semanas, sin los sábados y domingos, hacen treinta y cinco días. Agregándole el ayuno del Sábado Santo y de la mitad constituida por la noche gloriosa y luminosa, obtenemos treinta y seis días y medio, lo que es exactamente la décima parte de los trescientos sesenta y cinco días del año. Porque la décima parte de trescientos es treinta; la décima parte de sesenta es seis; y la décima parte de cinco es medio: lo que hace un total de treinta y seis días y medio, tal como dijimos[2].Y es, por así decir, el diezmo de todo el año lo que los santos Apóstoles consagraron a la penitencia para purificar las faltas de todo el año.

160. Hermanos, feliz aquel que en estos días santos se cuida bien y como corresponde. Porque si como hombre que es, peca por debilidad o negligencia, Dios ha dado precisamente estos días santos, para que, preocupándose cuidadosamente de su alma con vigilancia y humildad, y haciendo penitencia durante este período, se vea purificado de los pecados de todo el año. Entonces el alma se ve aliviada de su carga, y se acerca con pureza al santo día de la Resurrección, y hecho un hombre nuevo por la penitencia de estos santos ayunos, participa en los santos Misterios sin incurrir en condenación; permanece en el gozo y la alegría espiritual, celebrando con Dios los cincuenta días de la santa Pascua, que es, como se ha dicho, la resurrección del alma[3], y para señalarlos no doblamos las rodillas en la iglesia durante todo el tiempo pascual.

161. Quien quiera purificar sus pecados de todo el año por medio de estos días, en primer lugar debe guardarse de la indiscreción en la comida, pues, según los Padres[4], la indiscreción en la comida engendra todo el mal que hay en el hombre. Debe cuidar de no romper el ayuno si no es por una gran necesidad, y no buscar las comidas sabrosas, ni cargarse con un exceso de alimentos o de bebidas. Pues hay dos tipos de gula. Se puede ser tentado por la delicadeza de los alimentos; no necesariamente se quiere comer mucho, pero se desean comidas exquisitas. Cuando un goloso come un alimento que le agrada, queda de tal manera dominado por el placer, que lo retiene largo tiempo en la boca, masticándolo largamente, y no tragándolo sino a disgusto por causa de la voluptuosidad que experimenta. Es lo que llamamos goloso (laimargía).

Otro es tentado por la cantidad; no desea comidas agradables y no se preocupa por su sabor. Sean buenos o malos, no tiene otra preocupación que comer. Sean cuales sean los alimentos, su objetivo es llenar su vientre. Es lo que llamamos voracidad (gastrimargía). Les voy a decir la razón de esos nombres. Margainein significa en los autores paganos estar fuera de sí, y el insensato es llamado margas. Cuando a alguien le ocurre este mal o locura de querer llenar el vientre se lo llama gastrimargía; es decir locura del vientre. Cuando sólo se trata del placer de la boca lo llamamos laimargía, es decir, locura de la boca.

162. El que quiera purificarse de sus pecados debe, con todo cuidado, huir de esos desarreglos, ya que no vienen de la necesidad del cuerpo sino de la pasión y si se los tolera se transforman en pecados.

En el uso legítimo del matrimonio y en la fornicación, el acto es el mismo, siendo la intención la que difiere: en el primer caso se unen para tener hijos, en el segundo para satisfacer la pasión. Igualmente en la alimentación se da la misma acción al comer por necesidad o por placer, pero el pecado está en la intención. Come por necesidad aquel que, habiéndose fijado una ración diaria la disminuye si es que le provoca un sobrecargo y se da cuenta de que hay que quitar alguna cosa. Si por el contrario esa ración, lejos de cargarlo no logra mantener su cuerpo y debe ser levemente aumentada, le adiciona un pequeño suplemento. De esta manera, evalúa con exactitud sus necesidades y se conforma a lo que ha fijado, no por placer, sino con el fin de mantener las fuerzas de su cuerpo. Este alimento también debe tomarlo con acción de gracias, juzgándose en su corazón indigno de tal ayuda; y si alguno a consecuencia de una necesidad o exigencia es objeto de cuidados particulares, no debe tenerlo en cuenta ni buscar por sí mismo el bienestar, ni pensar que el bienestar es inofensivo para el alma.

[1] Esta Conferencia se une a la anterior por la consideración de las virtudes propias de la Cuaresma (Conf. 14: limosna y Conf. 15: el ayuno) que pasan a ser, por ello, las fundamentales de toda la vida del monje.
[2] Encontramos el mismo cálculo en Casiano, Conf. XXI, 25.
[3] EVAGRIO, Ad Monachos 40. Cfr. PG 40, 1279.
[4] No hay ningún apotegma que contenga esta expresión. Sin embargo cfr. Apoph. Antonio 22, PG 65, 84B.