sábado, 23 de noviembre de 2019

De la lucha psicológica a la lucha espiritual o del sentimiento de culpa a la sensibilidad penitencial

“El sentimiento de culpa nace fundamentalmente ante nosotros mismos y ante la consideración de nuestros propios límites, a veces puede determinar decepción y desconcierto por los propios fallos, algo así como la herida narcisista que provoca rabia y rencor contra nosotros mismos, en el interior de un círculo vicioso que a menudo se encuentra en la raíz de muchas formas distorsionadas o incluso neuróticas del sentimiento de la propia falibilidad: es la lucha psicológica, lucha intestina, obsesiva y vana del yo contra el yo, o contra una parte de sí mismo. Para entendernos, es la lucha inicial de Pablo cuando se siente humillado, él, el primero de los predicadores, por la ‘espina en la carne’ y se afana absolutamente en derrotarla por completo, luchando al máximo contra ella y contra sí mismo, y dando por descontado que el Señor también está de acuerdo con él y le echará una mano para llegar a ser perfecto (cf. 2 Cor 12,7).


La conciencia de pecado nace, en cambio, del descubrimiento del amor de Dios, y es tanto más fuerte cuanto más nos sentimos amados por el Eterno, genera un disgusto sincero por haber ofendido a quien nos ha amado con un amor grande, pero pasa a través de una especie de lucha con este amor, antes de rendirse a él: es la lucha espiritual (o religiosa) del hombre creyente que combate contra la idea, inmediatamente percibida como humillante, de ser amado por Dios en su propia capacidad de ser amado, o de no tener ningún mérito, ningún derecho a ser amado. Volviendo a Pablo y a su espina en la carne, la lucha espiritual es precisamente la que el apóstol parece combatir con el Señor, que, por un lado, no atiende a su petición, mientras que –por otro- no le pide la perfección, más aún, le invita a reconocer la gracia que está presente precisamente ahí, en su fragilidad, o el amor que se manifiesta plenamente en su debilidad, que él quería cancelar. La rendición del apóstol, en esta lucha, está dictada después de un alarde precisamente a causa de sus debilidades (2 Cor 12, 9-10)… En esta lucha con Dios se sale vencedor cuando se la da por perdida, a saber: cuando se concluye con la rendición a este amor. Esta es la verdadera lucha, una lucha típica del hombre bíblico: una lucha por la que han pasado todos los amigos de Dios. Y con ello se han convertido en hombres con un corazón increíblemente misericordioso. Como el de Dios”[1].

[1]A. Cencini, Ladrón perdonado, El perdón en la vida del sacerdote, Sal Terrae, Bs. As, 2019, pp. 88-89. 112.

No hay comentarios:

Publicar un comentario