lunes, 4 de mayo de 2015

Presentación de la muestra "El ícono: reflejo de la luz eterna", Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte, Córdoba, abril 2015


Gusten y vean que bueno es el Señor.
¡Felices los que en él se refugian!
Gusten y vean que bello es el Señor.

I. Estas frases pueden orientarnos tanto en esta breve presentación, cuanto en la experiencia de visitar esta muestra de iconografía bizantina denominada: El ícono reflejo de la luz eterna, organizada por el Taller-Escuela San Lucas.
Dios tiene muchos nombres, uno de ellos es belleza. Dios es Bello, por eso los íconos son un camino privilegiado para experimentarlo. En el ícono la belleza divina sale al encuentro del hombre, sale a nuestro encuentro.
Quienes han defendido y defienden las imágenes contra los iconoclastas, los que querían y quieren eliminarlas, siempre han afirmado que lo que se puede decir con las palabras, las narraciones evangélicas, las verdades de la fe, también se puede contar y cantar con las imágenes, íconos. Al igual que las palabras del Evangelio y del Credo no son simples sonidos, así tampoco los iconos son una simple tabla pintada con colores según una determinada técnica artística.
El mensaje del ícono, más que estético es de orden espiritual, teológico. Su lenguaje ha sido precisado bajo la corriente espiritual y filosófica del mundo bizantino que se esfuerza por transformar el mundo terrestre para hacer resplandecer en él la Gloria de Dios. Por tanto el trabajo del iconógrafo no es para nada pragmático, no se detiene en la ejecución de una obra artística, sino que es de índole totalmente contemplativa, por eso el que asiste a una muestra iconográfica debe tener también una actitud contemplativa.

II. En las invitaciones de Facebook y en el afiche de la muestra se encuentra uno de los más bellos íconos pascuales: el descenso de Cristo a los infiernos y su resurrección de entre los muertos. 


La verdad de fe que los cristianos confesamos en el credo es escrita con colores y luces en una tabla por un iconógrafo, para que al contemplarla-venerarla podamos todos experimentar lo que dice la Primera Carta de Pedro: “Cristo murió una vez por nuestros pecados –siendo justo, padeció por la injusticia– para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros” (1 Pe 3,18-19). “Hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios” (1 Pe 4, 6).
Creo que la imagen ha sido muy bien elegida no sólo porque estamos en el tiempo litúrgico de Pascua, y los íconos son ante todo “Liturgia”, sino porque simboliza tanto la “Diakonía”, el servicio, del icono a nuestro tiempo, cuanto la “Martiria”, el testimonio de la historia del taller, la experiencia del que enseña y del que aprende a escribir un icono, porque en estos tres ámbitos (Liturgia, Diakonía y Martiria) del fondo de la muerte el Señor hace brotar la vida, porque sólo lo sufrido queda curado y redimido.
En la Carta a los Hebreos leemos: «Por eso dice: Subió a la altura, llevando cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir 'subió', sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Ef 4, 8-10). Entre esos dones de su espíritu pascual se encuentra ciertamente la “iconografía”. Lenguaje de la Belleza Divina, Canal de Gracia, el Icono lleva implícita una finalidad apostólica concreta: la enseñanza y el conocimiento de los Misterios Divinos, la memoria de la Presencia Divina y la santificación de quienes lo contemplan.
En la Carta a los Romanos leemos: «La justicia que viene de la fe dice así: 'No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo?, es decir: para hacer bajar a Cristo; o bien: ¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos'» (Rom 10, 6-7). Cristo ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban detenidos en la soledad, oscuridad y cerrazón de los infiernos, no al infierno de la condenación, sino a la morada de los muertos, de los que se encontraban allí privados de la visión de Dios. Así también los iconos nos ayudan a gustar y ver qué bueno y bello es el Señor.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica el sentido del descenso de Cristo a los infiernos: 635. Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para “que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan” (Jn 5, 25). Jesús, “el Príncipe de la vida” (Hch 3, 15) aniquiló “mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud “(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del Infierno” (Ap 1, 18) y “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Flp 2, 10).
Lo mismo contemplamos en esta muestra al final de la secuencia pascual en el ícono del descenso de Cristo al Hades para liberar a Adán, Eva y su descendencia. La Cuaresma, iniciada en la Tradición Bizantina con la expulsión de los progenitores del Paraíso, tiene su culmen en la Pascua. Los primeros padres son llevados de nuevo al Paraíso por Cristo, que en su descenso al Hades aparece envuelto en luz o con blancas vestiduras portando una cruz en su mano, instrumento que se convierte en instrumento de victoria. El icono presenta las puertas del Hades no sólo abiertas sino desencajadas y abatidas, Adán y Eva tomados de la mano por Cristo y tras ellos a la izquierda están David, Salomón, Daniel y así hasta Juan Bautista, es decir, todos los que han profetizado la venida del Señor, y a la derecha Moisés con las tablas de la ley y un grupo de justos que vivieron en la confiada espera.
El canon del Matutino pascual, de san Juan Damasceno, subraya por medio del contraste la oscuridad que reinaba en el Hades y la luz que brota de la tumba vacía de Cristo, este texto no nos invita a contemplar, a mirar, a gozar y a involucrarnos en el misterio de la Pascua del Señor: «Purifiquemos los sentidos y veremos la luz inaccesible de la Resurrección del Cristo. ¡Ilumínate, ilumínate, oh nueva Jerusalén, la gloria del Señor se ha posado sobre ti! ¡Danza ahora y exulta, oh Sión, alégrate, oh pura Madre de Dios, por la Resurrección de tu Hijo!».

III. La iconografía es un camino de santidad y un lenguaje que merece ser aprendido. La Tradición de la Iglesia considera a San Lucas como el primer iconógrafo. Bajo su protección este Taller- Escuela se propuso desde sus inicios transmitir además de su compleja técnica los distintos elementos que puedan guiar a quienes desean aproximarse a la iconografía bizantina.
El Taller-Escuela “San Lucas” reúne dos sendas de un mismo camino de fe: la Lectio Divina y la Iconografía Bizantina, el encuentro vivencial con Dios a través de Su Palabra es complementario del encuentro con Su Misterio a través del Icono. Lo que al principio fue una experiencia personal de Josefina Echegaray, fue vivido como un don que la motivó a brindar a otros la posibilidad de que puedan recorrer este camino de transformación-transfiguración, de recreación-resurrección, que conduce a Dios, a través de la enseñanza de la técnica original del Icono, siguiendo el canon eclesial en lo que refiere a la parte artística, y la espiritualidad y oración que acompaña a la noble tarea del iconógrafo.
El taller comienza sus clases en Abril de 2003 en las instalaciones del Colegio de la Inmaculada de la Tercera Orden Franciscana. En 2004 se vincula con el Centro de Formación “Fons Vitae” en el área de espiritualidad. En octubre de ese año se traslada a su sede actual: “La Casa de la Catequesis Juan Pablo II”. En 2009 el Taller inicia un camino independiente generándose un nuevo proceso de identidad, en el que surge la necesidad de solicitar la Personería Jurídica, la cual ha sido iniciada el 18 de octubre de 2010 (fiesta de San Lucas) y adjudicada en marzo de 2011, pasando a constituirse así en una “Asociación Civil sin fines de lucro”. Doy fe de de cada momento de este proceso ha sido pascual, en el sentido fuerte del término, por que implicó mucha búsqueda, discernimiento, sufrimiento, cansancio, ofrenda, sacrificio, confianza, y sobre todo mucho amor y abandono al Plan de Dios.
Soy testigo de que en el transcurrir de estos años distintas personas, sacerdotes, religiosas y laicos se han sentido convocados por la acción del Espíritu al aprendizaje de la escritura de los Iconos, y que para muchos de ellos este ha sido un camino espiritual, en el sentido de vida en el Espíritu, con mayúsculas, para algunos de conversión, para otros de avance y para otros de perfeccionamiento.
Además se han realizado muestras, impartido charlas, dictado clases de distintos niveles de profundización. Yo mismo participé de un curso intensivo en la Abadía del Gozo de María con hermanos y hermanas de nuestra conferencia de Comunidades monásticas del Cono Sur.

IV. En una cultura que descarta la muerte y el sufrimiento, un taller de iconografía se atreve no solo a nombrar y recordar los infiernos de la revelación y los infiernos de hoy, sino a escribirlos-pintarlos para iluminarlos y vencerlos con la luz y la fuerza del Resucitado.
En una cultura que fragmenta a la persona, que fomenta una sensibilidad superficial, un taller de iconografía promueve un ambiente que permite ir sobrepasando las contingencias puramente sensibles, de modo que en la integración de lo corporal y lo espiritual, los sentidos se espiritualicen para disponerse a una gradual penetración en lo sobrenatural, aprendiendo el lenguaje de los símbolos y de los signos. En una cultura secularizada o de una espiritualidad difusa o débil un taller de iconografía abre un espacio eclesial y un tiempo propicio para la experiencia de lo sagrado y de un camino de espiritualidad bíblica encarnada y pascual. En una cultura que no promueve los dones personales y no fomenta el trabajo esforzado, un taller de iconografía orienta personas despertando vida, fomentando el talento de cada uno en el aspecto técnico de la obra, como también en la ordenación del trabajo según las reglas iconográficas eclesiásticas.
En medio de un mundo que sólo valora a los que triunfan y ascienden, como sea, un taller de iconografía se asocia a Jesús en su descenso hacia los «lugares de abajo» para ascender con él de retorno al hogar. En medio de un mundo de dispersión un taller de iconografía ayuda a disciplinarse en la concentración, en la atención, en la observación, adiestrando los ojos para impregnarlos de la imagen, a través de la cual, se irá espiritualizando la mirada en la contemplación de lo Alto.
En tiempos de individualismo e inmediatez, un taller de iconografía  apuesta por una felicidad compartida y «demorada». En tiempos de «sábado santo», en un taller de iconografía se aprende a esperar y a permanecer.
En una época en la que estamos amenazados por la oscuridad y el desánimo, un taller de iconografía y esta muestra es una invitación a dejarnos poseer y transformar por la radical novedad del Resucitado. Dice el vidente del Apocalipsis: «Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él puso su mano derecha sobre mí diciendo: 'No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades'» (Ap 1,17).

Concluyo recordando unas palabras de San Bernardo: “...toda alma, aunque esté cargada de pecados, presa de las redes de los vicios, asechada por la seducción, cautiva en el exilio, encarcelada en el cuerpo, pegada al fango, hundida en el barro, retenida en los miembros, atada a las preocupaciones, dispersa por el trabajo, oprimida por los miedos, afligida por el dolor, errante tras el error, inquieta por la angustia, desazonada por la sospecha y extranjera en tierra hostil; y como dice el Profeta, contaminada con los muertos, evaluada entre los que yacen en el infierno; esa alma, repito, puede volverse sobre sí misma, a pesar de hallarse tan condenada y desesperada, y no sólo se aliviará con la esperanza del perdón y de la misericordia, sino que también podrá aspirar tranquila a las bodas del Verbo. No temerá iniciar una alianza de comunión con Dios, no sentirá pudor alguno para llevar el yugo del amor a una con el Rey de los ángeles... Ten en cuenta además que este esposo no es sólo un amante, es el amor. ¿Es acaso el honor? Que lo discuta el que quiera: yo no he leído eso. Sí leí que Dios es amor, y nunca vi la palabra honor”.

Gusten y vean que bueno es el Señor.
¡Felices los que en él se refugian!
Gusten y vean que bello es el Señor.

P. Pedro Edmundo Gómez, osb.

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