sábado, 10 de marzo de 2018

LA CUARESMA TIEMPO DE CIRCUNCIDAR EL CORAZÓN


Los obstáculos y los remedios para la pureza de corazón en San Bernardo

 


Sermón en la festividad de todos los santos 1, 13

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos, sí una y mil veces los que vean al que desean contemplar los ángeles, y en cuya visión consiste la vida eterna. Oigo en mi corazón: busca su rostro. Yo busco tu rostro, Señor; no me escondas tu rostro. ¿A quién tengo yo en el cielo? Contigo ¿qué me importa la tierra? Aunque se consumen mi espíritu y mi carne, Dios llena mi corazón y es mi lote perpetuo. ¿Cuándo me colmarás de gozo en tu presencia? ¡Miserable de mi, que tengo un corazón tan manchado y no puedo ser admitido a esa dichosa visión! Hermanos, entreguémonos con toda solicitud y empeño a purificar nuestros ojos para ver a Dios.

Yo me siento manchado por tres clases de inmundicia: la concupiscencia de la carne, el deseo de la gloria terrena y el recuerdo de los pecados pasados. Mi alma es un campo donde se cruzan los más diversos deseos, y soy incapaz de dominarlos con la razón o con mis fuerzas, mientras vivo en este mundo y en este cuerpo mortal. El único remedio para estas miserias es la oración. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así está nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia. El es el único purísimo, y el único que puede sacar la pureza de lo impuro. Y para eliminar las huellas del pecado tenemos el remedio de la confesión que todo lo purifica. Oración y confesión son las dos medicinas que limpian el ojo del corazón.

Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Le verán al fin de esta vida cara a cara. Y le verán también ahora como en un espejo. Ahora lo conocen parcialmente, entonces lo conocerán a la perfección. Quien conserva dentro de sí todo el vigor del pecado abusa de la esperanza, porque cree que Dios es indiferente al pecado; o bien peca por desesperación, imaginándose un Dios sin entrañas. Unos y otros merecen este reproche: ¿Crees que soy como tú? Ninguno de ellos ve a Dios; la falsedad queda defraudada forjándose un ídolo en lugar de Dios, mas los de corazón limpio consiguen la felicidad, porque son los únicos que ven a Dios y experimentan su bondad. Lo ven tan bueno, que es el único bueno. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Desgraciados, en cambio, Adán y Eva que buscan palabras ladinas para excusar el pecado. Rehúsan purificarse por la confesión, viven con el corazón lleno de inmundicias y son arrojados de la presencia del Señor.



A los clérigos sobre la conversión 30

Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Promesa extraordinaria, hermanos míos, que debe despertar todas nuestras ansias. Esta visión es nuestro afianzamiento en Dios, como expresa Juan, el apóstol: Somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser, pero sabemos que, cuando llegue, seremos como él, porque le veremos como es. Esta visión es la vida eterna, como lo proclama la misma verdad en el Evangelio. Esta es la vida eterna, conocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.

Hay en nuestros ojos una mota detestable que nos priva de esta dichosa visión; una negligencia malsana nos encubre la necesidad de purificarlos. A veces nuestra visión natural se siente entorpecida con alguna molestia interna, o porque se introduce una partícula de polvo –así ocurre con la mirada espiritual, que se turba por las seducciones de la carne-, o por la ambición y la curiosidad. Maestro tenemos en nuestra propia experiencia y ene texto sagrado que dice: El cuerpo corruptible es lastre del alma, y la mansión terrestre abruma al espíritu. En ambos casos lo único que embota y oscurece la mirada es el pecado. No puede haber otro obstáculo entre el ojo y la luz, entre Dios y el hombre. Mientras sea este cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor. El cuerpo no tiene la culpa. Sólo es culpable lo que en él pertenece a este cuerpo de muerte: el cuerpo del pecado, los bajos instintos. Aquí no hay bien alguno, sólo impera la ley del pecado.

Sin embargo, a veces, el ojo se siente todavía obnubilado a pesar de haberle extraído o eliminado la brizna. Lo mismo acontece en nuestro interior; el que vive según el espíritu lo sabe por experiencia. La herida no cicatriza al momento de retirar el bisturí; deben aplicarse ciertos remedios y dar tiempo a la curación completa. Nadie debe creer que ya está totalmente limpio simplemente porque ha sacado fuera sus inmundicias. Necesita todavía de muchas purificaciones. Ha de lavarse con agua, y, sobre todo, tiene que acrisolarse y refinarse al fuego. Entonces dirá: Pasamos por fuego y por agua, y nos has llevado a un lugar de consuelo. Dichosos los limpios de corazón, porque van a ver a Dios. Ahora lo vemos confusamente en un espejo; pero luego cara a cara, cuando la transparencia brille en nuestro rostro y destelle glorioso sin mancha ni arruga.

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