sábado, 7 de septiembre de 2019

VII LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41



8 Una sima grita a otra sima

con voz de cascadas:

tus torrentes y tus olas

me han arrollado.

  

13. [v.8] Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Quizá podré llevar a término el salmo ayudado por vuestro interés, ya que advierto vuestro fervor. En realidad no me preocupa demasiado vuestro cansancio por estarme escuchando, puesto que veis en mí que os hablo cómo estoy sudando con el mismo cansancio. Al ver mi esfuerzo, sin duda que ya estáis colaborando; porque no trabajo para mí, sino para vosotros. Así que escuchad, ya que os veo cómo lo estáis deseando. Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas: Se lo dice a Dios el que se acordó de Dios desde la tierra del Jordán y el Hermón; admirándose de esto, dijo: Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. ¿De qué abismo se trata, y a qué abismo llama? Cierto que esta comprensión es un abismo. Sí, un abismo es una profundidad impenetrable, incomprensible; y a lo que más nos referimos es a la inmensidad de las aguas. En ellas hay altura y profundidad, una profundidad en la que no se puede llegar hasta el fondo. De ahí que en cierto lugar está escrito: Tus juicios son un abismo inmenso (Sal 35,7). Con esto quiere la Escritura destacar que los juicios de Dios son incomprensibles. ¿Cuál es el abismo que llama a otro abismo? Si la profundidad es un abismo, ¿no tendremos el corazón del hombre por un abismo? ¿Qué hay más profundo que este abismo? Pueden hablar los hombres, se les puede ver en el accionar de sus miembros, oírlos en sus discursos. Pero ¿quién penetra su pensamiento? ¿Quién llega a ver su corazón? Todo lo que en su interior planea, aquello de lo que es capaz en su intimidad, lo que obra por dentro, lo que decide en su interior, lo que íntimamente quiere y no quiere, ¿quién logrará conocerlo? Creo, no sin razón, que podemos juzgar al hombre como un abismo, según se dice en aquella cita: Se acerca el hombre al corazón profundo, y Dios será exaltado (Sal 63,7-8). Si, pues, el hombre es un abismo, ¿cómo es que el abismo invoca al abismo? ¿El hombre invoca al hombre? ¿Lo invoca del mismo modo que Dios es invocado? No. Lo que pasa es que por invocar entendemos llamar hacia sí. Por ejemplo, se dice de alguien que invoca la muerte. Es decir, vive de tal manera que está llamando a la muerte. Porque no hay nadie que estando en oración invoque la muerte; en cambio los hombres, con su mala vida están llamando a la muerte. Un abismo llama a otro abismo, el hombre al hombre. Así se aprende la sabiduría, así se inicia uno en la fe, cuando un abismo llama a otro abismo. Al abismo llaman los santos predicadores de la palabra de Dios. ¿No son ellos también un abismo? Para que te des cuenta de que también ellos son un abismo, dice el Apóstol: No me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Escuchad esto, para ver hasta qué punto es todavía un abismo: Es que ni yo mismo me juzgo (1 Cor 4, 3). ¿Os parece que puede ser tanta la profundidad del hombre, que se le oculte al mismo hombre en que está? ¡Qué profunda debilidad se ocultaba en Pedro, cuando ignoraba en su intimidad lo que iba a hacer, y estaba prometiendo con temeridad que iba a morir con el Señor o por el Señor! (Jn 13,37). ¡Qué abismo era! Y sin embargo ese abismo era patente a los ojos de Dios. De hecho Cristo le estaba anunciando, lo que él mismo ignoraba en su interior. Luego todo hombre, aunque sea santo, justo, aun avanzado en muchos aspectos, es un abismo, y llama al abismo cuando anuncia a otro hombre algo referente a la fe, o alguna verdad referente a la vida eterna. Pero entonces el abismo es útil al abismo invocado, cuando se hace con la voz de tus cascadas. Un abismo llama a otro abismo, un hombre conquista a otro hombre; pero no por su propia voz, sino con la voz de tus cascadas.

14. Mirad otra interpretación: Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Yo, que me estremezco, cuando se turba mi alma en mi interior, tengo un gran miedo a tus juicios. Tus juicios, en efecto, son un abismo profundo (Sal 35,7), y un abismo llama a otro abismo. Pues en esta carne mortal, llena de fatigas, pecadora, colmada de molestias y escándalos, sometida a la concupiscencia, hay una cierta condenación en tu sentencia; porque al pecador le dijiste: Morirás de muerte, y también: Comerás el pan con el sudor de tu rostro (Gn 2,17; 3, 19). He ahí el primer abismo de tu juicio. Y si los hombres en esta vida viven mal, un abismo llama a otro abismo¸ ya que pasan de castigo en castigo, de unas tinieblas a otras, de una sima a otra sima, de suplicio en suplicio, en fin, del ardor de las pasiones a las llamas del infierno. Así que fue esto lo que aquel hombre temió cuando dice: Mi alma está turbada en mi interior; por eso te recuerdo, Señor, desde la tierra del Jordán, y del Hermón. Necesito ser humilde. Me han causado terror tus juicios, estoy muy atemorizado de tus sentencias; por eso mi alma está turbada en mi interior. ¿Y qué juicios tuyos son los que yo temo? ¿Son de poca importancia estos tus juicios? No, son importantes, son rígidos, son dolorosos; pero ¡ojalá fueran sólo ellos! Un abismo llama a otro abismo con la voz de tus cascadas. Porque tú amenazas, tú dices que después de estos agobios aún resta otra condenación: Con la voz de tus cascadas un abismo llama a otro abismo. ¿Adónde escaparé de tu mirada, adónde iré lejos de tu aliento (Sal 138,7), si es que un abismo llama a otro abismo, y después de estos sufrimientos se temen otros más graves?

15. Tus aguas encrespadas y tu oleaje se han echado sobre mí. Las olas en lo que ya experimento, las aguas encrespadas en tus amenazas. Todos mis sufrimientos son tus oleajes; toda amenaza tuya son tus aguas encrespadas. En el oleaje llama a este abismo, en las aguas encrespadas invoca al otro abismo. En aquello que me toca sufrir, están tus olas; y en tus amenazas más graves, todas tus aguas encrespadas han pasado sobre mí. El que amenaza no oprime, sino que da largas. Pero ya que tú liberas, hablé así a mi alma: Espera en Dios, que lo alabaré; salud de mi rostro, Dios mío. Porque cuanto más frecuentes son las calamidades, más dulce será tu misericordia.



Oración sálmica:

Señor Jesucristo, fuente de toda vida y principio de todo bien, que, por el agua del bautismo, nos has llamado del abismo del pecado al abismo de tu misericordia, no nos olvides mientras peregrinamos, lejos de tu rostro, anhelando tu presencia; no dejes sin saciar nuestra alma que tiene sed de ti, antes danos el consuelo de tu amor; que, saciados por tu palabra, no desfallezcamos en el camino y podamos entrar después de la muerte a ver el rostro de Dios Padre y gocemos de tu presencia, por los siglos de los siglos.

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