sábado, 7 de diciembre de 2019

ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (II)


IV.  Contemplar a Cristo en su Humanidad (Homilía II) (Juan 1, 1-34 y 14)

El Precursor de nuestro Redentor, al dar testimonio de Él, anuncia de antemano la excelencia de su Humanidad y a la vez lo eterno de su Divinidad. Porque decía a voz en grito… El que vendrá después de mí, ha sido hecho antes de mí, porque era primero que yo. (p. 77). En efecto, al decir el que vendrá después de mí, da a entender el orden dispuesto en la economía de la encarnación, según la cual nació después de él y después de él predicaría, haría milagros y sufriría la muerte. Pero, al añadir ha sido hecho antes de mí, se refiere a la excelsitud de su Humanidad… por eso irá delante de mí en la gloria de su majestad, incluso en la Humanidad que ha asumido, aunque haya nacido después de mí.

Verdaderamente el Señor estaba lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y de verdad, porque como dice el Apóstol: En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. … (p. 79). Por tanto, puesto que… hemos recibido lo bueno que tenemos de la plenitud de nuestro Creador, hay que tener muchísimo cuidado de que ningún incauto se ensalce a sí mismo por una buena acción o idea propia…. Porque los bienes que recibimos para creer, para amar, para actuar, no los recibimos por nuestros méritos precedentes, sino porque nos los concede Aquel que dice: no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido y os he puesto para que vayáis y deis fruto (p. 81). 


V.           Contemplar a Cristo en su Divinidad

Continúa el Evangelio: Porque la Ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo… La gracia y la verdad se cumplieron por medio de Jesucristo porque con el don de su Espíritu, concedió la posibilidad de que la Ley fuera comprendida de una manera espiritual y cumplida; y porque al mismo tiempo introduce a quienes la cumplen en la verdadera felicidad de la vida celestial, que prefiguraba la tierra prometida…

En verdad, ninguna gracia mayor puede concederse a los hombres, ninguna verdad más sublime pueden conocer que aquella de la que el unigénito Hijo de Dios habla a sus fieles, cuando dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios… Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo (p. 84).

Él en persona, revistiéndonos con los sacramentos de su encarnación, santificándonos con los carismas de su Espíritu, nos ayuda para que podamos llegar hasta ella (la contemplación). Y Él mismo, después de haber pronunciado en forma de hombre la última sentencia, nos introducirá de una manera sublime en la contemplación de la majestad divina y nos explicará de un modo admirable los misterios del reino celestial… Yo me manifestaré –dice- a quienes me aman, para que quienes me han conocido mortal en su naturaleza sean capaces de ver ya desde ahora en mí a uno que es igual al Padre y al Espíritu Santo en su naturaleza… A todos ellos, sin embargo, el Hijo que está en el seno del Padre, les mostrará a Dios, a cada uno según su capacidad, cuando en el momento de la resurrección les imparta la bendición (p. 87).

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