sábado, 30 de abril de 2016

San Anselmo de Canterbury, Carta 139, Al joven monje Hugo: Amor a la vocación monástica y apertura de corazón. Obediencia y trabajo.

Anselmo, arzobispo, a su hermano e hijo muy querido Hugo, salud y bendición.
Tu afecto para conmigo es tan vivo, según referencias del señor abad, que las felices nuevas referentes a mi persona te alegran grandemente, mientras que el relato de mis tribulaciones te contrista mucho; tu corazón llega inclusive a irritarse contra aquellos que tú juzgas que son para mí una causa de dolor, y no cesas de rogar por mí según tu poder. Me estimarías injusto si mi amistad no viniese a corresponder a tan gran apego, y como un verdadero afecto desea siempre el progreso de aquel que ama, te exhorto y aliento a excitar constantemente en tu alma el deseo de nuevos progresos.
Si pides consejo sobre la manera de lograrlo, respondo: ama por encima de todo tu vocación monástica. Un medio de ser fiel a ella es el no ocultar nunca intencionadamente ni excusar tu falta. Los zorros tienen sus cuevas, donde dejan y alimentan a sus pequeñuelos, en la sombra; los pájaros tienen sus nidos al descubierto, en los cuales cuidan de sus crías; igualmente, los demonios abren fosos, para multiplicar allí los pecados, en el corazón de aquel que disimula sus faltas, y en el alma de aquel que se excusa edifican ostensiblemente nidos donde acumulan los pecados. Por tanto, si no quieres llegar a ser para el demonio una cueva o un nido, procura no ocultar jamás ni defender tus faltas. Que tu corazón sea siempre abierto para tu abad, y dondequiera que estés, convéncete que tiene delante de los ojos no solamente tu cuerpo, sino también tus pensamientos; haz y piensa entonces lo que no te avergonzarías de hacer o pensar en su presencia. Si obras de ese modo, el demonio huirá del templo de tu corazón, como un ladrón evita la casa de aquel que no consiente ni en ocultarle ni en defenderle, porque el ladrón no lleva el fruto de sus robos más que allí donde espera que le ocultará y defenderá. Pero, si tomas la costumbre de comportarte como digo, el Espíritu Santo hará en ti su morada; El no se verá trabado en su acción ni arrojado, aun si te dejases sorprender por alguna falta, porque gracias a Él, en virtud de tu buena costumbre, expulsarás la iniquidad. Esta manera de usar de la dirección se convertirá para ti en una fuente de alegría tal como no la puedes imaginar ni más dulce ni más agradable. Pero no comprenderás estas palabras más que en cuanto quieras hacer la experiencia de mi consejo.
Tu padre abad me ha hablado muy bien de tu juventud, pero ha añadido una cosa que no me ha gustado, y es que seguir las inspiraciones de tu propio juicio parece mejor a tu criterio que ejecutar las órdenes de la obediencia. Tienes cierto talento para transcribir los manuscritos, pero, en lugar de copiar por obediencia, prefieres hacer algo que te parece más perfecto. Ten, pues, por seguro que una sola oración de un monje obediente tiene más valor que diez mil oraciones hechas por otro que desdeña someterse.
Por lo cual te animo, como a hijo muy querido y que me amas, a dar en todas tus acciones la preferencia a las que señala la obediencia. Al mismo tiempo graba para siempre en tu memoria el consejo indicado anteriormente y aplícate seriamente a ponerlo en práctica.

Dígnese el Todopoderoso, por la bendición de su gracia, dirigirte en todo y guardarte siempre de todo mal. Así sea.

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