miércoles, 18 de marzo de 2020

SAN DOROTEO DE GAZA: TEXTOS PARA UN TERAPIA DE LA LUJURIA (I°)


“El médico de nuestras almas es Cristo,

que…da a cada pasión el remedio apropiado...:

la templanza contra el amor del placer (sensualidad)”.



Introducción: Los comienzos en el monasterio de Abba Séridos. “Así, sabemos que al ingresar al monasterio y distribuir los bienes que poseía, su falta de salud le obligó a reservarse algo para sus necesidades. Pasados los meses iniciales de su nueva vida volvieron a acosarle las inclinaciones y pasiones que tenía en el mundo, sobre todo señala la lujuria, quitándole la paz a su alma, atormentándole con múltiples pensamientos que no podía controlar y llevándolo al borde de la desesperación. Llegó a concebir como única solución para sus tentaciones huir del monasterio”[1].

La paz del corazón. “Conocedor de la vida monástica, Doroteo sabe que las distintas pasiones turban a tal punto el alma del monje que su vida en el monasterio le puede resultar insoportable. Llevado de un lado a otro por pensamientos de ira o rencor; carcomido por la envidia y los celos; aguijoneado por la gula y la lujuria; turbado por los escrúpulos y las dudas; acosado por tribulaciones y tristezas, el corazón del monje puede sufrir una inestabilidad tan grande que su vida se transforme en amargura”[2].




Conferencia 4: El divino temor



“53. La ligereza de espíritu es multiforme. Se manifiesta en el hablar, en los contactos y en las miradas. Es ella la que lleva a pronunciar discursos grandilocuentes, a hablar de cosas mundanas, a hacer bromas o provocar risas disolutas. Es por ligereza por lo que se toca a alguien sin necesidad, por puro placer, se lo acaricia o se toma alguna cosa de él o se lo mira detenidamente. Todo esto es obra de la ligereza, porque no hay temor de Dios en el alma, y por ella se llega poco a poco a un total descuido. Por eso al dar los mandamientos de la ley Dios dijo: Que los hijos de Israel sean respetuosos (Lv 15, 31). Sin respeto no se puede honrar a Dios ni obedecer ni una sola vez algún mandamiento. No hay nada más abominable que la ligereza, porque es la madre de todas las pasiones, aleja el respeto, expulsa el temor de Dios y da a luz el desprecio. Es por ella, hermanos, por lo que unos son descarados con otros, o por lo que hablan mal uno de otro, y se hacen daño mutuamente. Uno de ustedes ve una cosa poco edificante y va enseguida a murmurar y volcar todo eso en el corazón de otro hermano. De esta manera, no sólo se hace daño a sí mismo, sino que también perjudica a su hermano, poniendo en su corazón un veneno mortal. Cuando el hermano estaba aplicándose a la oración o a cualquier otra obra buena, llega el otro y le da materia de murmuración. Con ello perjudica su crecimiento y lo pone frente a la tentación. Y no hay nada tan malo y funesto como hacer daño al prójimo y al mismo tiempo a uno mismo”[3].



Conf. 11: De la prontitud en reprimir las pasiones del alma antes de habituarse al mal

“113. Consideren con atención, hermanos, cómo son las cosas, y sean cuidadosos para no caer en negligencia, ya que aún una pequeña negligencia puede llevarlos a grandes peligros. Acabo de visitar a un hermano a quien encontré saliendo apenas de una enfermedad. Hablando con él me enteré de que no había tenido fiebre más que siete días. Sin embargo, a cuarenta días de esto todavía estaba en camino de recuperación. Ya ven, hermanos, qué desgracia es perder el equilibrio de la salud. No nos preocupan los pequeños desórdenes y no nos damos cuenta de que, por poco que se esté enfermo, sobre todo si se es de natural delicado, son necesarios mucho tiempo y cuidados para reponerse. Ese pobre hermano tuvo fiebre durante siete días y vemos que después de tantos días, cuarenta, todavía no había podido restablecerse.

Lo mismo pasa con el alma: se comete una falta leve, y ¿durante cuánto tiempo será necesario verter nuestra sangre antes de levantarnos? En lo que se refiere a la debilidad del cuerpo podemos esgrimir diversas razones: o bien los remedios no surten efecto porque son viejos, o bien el médico no tiene experiencia y receta un remedio por otro, o quizás el enfermo no es dócil y no sigue lo prescripto. Pero cuando nos referimos al alma, no sucede lo mismo. En efecto, no podremos decir que el médico no tiene experiencia ni que no haya dado los remedios convenientes, puesto que el médico de nuestras almas es Cristo mismo, que todo lo sabe y que da a cada pasión el remedio adecuado, quiero decir sus mandamientos, sea la humildad en contraposición a la vanagloria, la templanza contra la sensualidad, la limosna contra la avaricia; en síntesis, cada pasión tiene como remedio el mandamiento que le corresponde. El médico, entonces, no es falto de experiencia. Por otra parte, no puede tampoco decirse que los remedios sean ineficaces por ser demasiado viejos. Los mandamientos de Cristo no envejecen nunca, incluso se renuevan en la medida en que son utilizados. No hay entonces ningún obstáculo para la salud del alma, salvo el propio desarreglo”[4].



Conf. 12: Del temor al castigo que vendrá y de la necesidad de que aquel que desea ser salvado no descuide jamás la preocupación de su propia salvación



“133. En efecto, es imposible para el alma permanecer en el mismo estado: o mejora o empeora. Por esto cualquiera que desee salvarse no debe sólo evitar el mal sino practicar el bien, como dice el salmo: Apártate del mal y haz el bien (36, 27). No nos dice solamente: Apártate del mal, sino que agrega: Haz el bien. Por ejemplo, ¿alguien estaba habituado a cometer injusticias? ¡Que no las cometa más, pero además que practique obras de justicia! ¿Era un libertino? ¡Que ponga fin a sus perversiones pero a la vez que practique la templanza! ¿Era colérico? ¡Que no se irrite más, pero además que adquiera mansedumbre! ¿Era orgulloso? ¡Que cese en su altivez, pero que además sepa humillarse! Tal es el sentido de las palabras Apártate del mal y haz el bien. Porque a cada pasión corresponde su virtud opuesta. Para el orgullo es la humildad; para el amor al dinero, la limosna; para la lujuria, la templanza; para el desaliento, la paciencia; para la cólera, la mansedumbre; para el odio, la caridad. En resumen, a cada pasión, decimos, corresponde la virtud opuesta”[5].



Conf. 15: Los Santos Ayunos (la Cuaresma)



“164. Todo esto referido a la temperancia del vientre. Pero no sólo debemos vigilar nuestro régimen alimenticio, debemos evitar también todo otro pecado, y ayunar también de la lengua como del vientre, absteniéndonos de la maledicencia, de la mentira, de la charlatanería, de las injurias, de la cólera, en una palabra de toda falta que se comete con la lengua. Asimismo debemos practicar el ayuno de los ojos, no mirando cosas vanas, evitando la libertad de la mirada que contempla a alguien con impudicia. También debemos prohibir toda mala acción a las manos y a los pies. Practicando de esta manera un ayuno agradable, como dice Basilio (De Jejunio Hom. II, 7, PG 31,196D) absteniéndonos de todo mal que se pueda cometer con cualquiera de nuestros sentidos, nos acercaremos al santo día de la Resurrección renovados, purificados y dignos de participar en los santos Misterios, como ya lo hemos dicho. Saldremos enseguida al encuentro de Nuestro Señor y lo recibiremos con palmas y ramas de olivo, mientras que él hará su entrada en la ciudad santa, sentado sobre un asno (cfr. Mc 11,1-8; Jn 12, 13)”[6].


[1] F. Rivas, Introducción, en Obras de Doroteo de Gaza, Conferencias, cartas y apotegmas, ECUAM-Ágape libros, C.A.B.A, 2019, p. 17.
[2] Idem. p. 33.
[3] Conferencia IV, en Obras de Doroteo de Gaza,  pp. 107-108.
[4] Conferencia XI, p 166.
[5] Conferencia XII; p. 184.  Cf, Conferencia XIV: Sobre el edificio y la armonía de las virtudes del alma, n. 151, pp. 198-200, n- 153, pp. 201-202.
[6] Conferencia XV, p. 213.

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