miércoles, 4 de noviembre de 2020

VOCACIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL (III)

 Francisco: Discurso a los formadores 

“Una de las cualidades del formador es la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia, llenos de ternura. Vosotros no sois sólo amigos y compañeros de vida consagrada de quienes se os ha encomendado, sino auténticos padres, auténticas madres, capaces de pedirles y darles el máximo. Engendrar una vida, dar a luz una vida religiosa. Y esto sólo es posible por medio del amor, el amor de padres y de madres. Y no es verdad que los jóvenes de hoy son mediocres y no generosos; pero tienen necesidad de experimentar que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35), que hay gran libertad en una vida obediente, gran fecundidad en un corazón virgen, gran riqueza en no poseer nada. De aquí la necesidad de estar amorosamente atentos al camino de cada uno y ser evangélicamente exigentes en cada etapa del camino formativo, comenzando por el discernimiento vocacional, para que la eventual crisis de cantidad no determine una mucho más grave crisis de calidad. Y este es el peligro. El discernimiento vocacional es importante: todos, todas las personas que conocen la personalidad humana —tanto psicólogos, padres espirituales, madres espirituales— nos dicen que los jóvenes que inconscientemente perciben tener algo desequilibrado o algún problema de desequilibrio o de desviación, inconscientemente buscan estructuras fuertes que los protejan, para protegerse. Y allí está el discernimiento: saber decir no. Pero no expulsar: no, no. Yo te acompaño, sigue, sigue, sigue... Y como se acompaña en el ingreso, acompañar también en la salida, para que él o ella encuentre el camino en la vida, con la ayuda necesaria. No con actitud de defensa que es pan para hoy y hambre para mañana…

La formación inicial, este discernimiento, es el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida, y el joven se debe formar en la libertad humilde e inteligente de dejarse educar por Dios Padre cada día de la vida, en cada edad, en la misión como en la fraternidad, en la acción como en la contemplación.

Gracias, queridos formadores y formadoras, por vuestro servicio humilde y discreto, el tiempo donado a la escucha —al apostolado «del oído», escuchar—, el tiempo dedicado al acompañamiento y a la atención de cada uno de vuestros jóvenes. Dios tiene una virtud —si se puede hablar de la virtud de Dios—, una cualidad, de la cual no se habla mucho: es la paciencia. Él tiene paciencia. Dios sabe esperar. También vosotros aprended esto, esta actitud de la paciencia, que muchas veces es un poco un martirio: esperar... Y cuando te viene una tentación de impaciencia, detente; o de curiosidad... La paciencia es una de las virtudes de los formadores. Acompañar: en esta misión no se ahorra ni tiempo ni energías. Y no hay que desalentarse cuando los resultados no corresponden a las expectativas. Es doloroso cuando viene un joven, una joven, después de tres, cuatro años y dice: «Ah, yo no me veo capaz; encontré otro amor que no va contra Dios, pero no puedo, me marcho». Es duro esto. Pero es también vuestro martirio. Y los fracasos, estos fracasos desde el punto de vista del formador pueden favorecer el camino de formación continua del formador. Y si algunas veces tenéis la sensación de que vuestro trabajo no es lo suficientemente apreciado, sabed que Jesús os sigue con amor y toda la Iglesia os agradece. Y siempre en esta belleza de la vida consagrada: algunos —yo lo escribí aquí, pero se ve que también el Papa es censurado— dicen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. No. En todo caso el purgatorio. Seguir adelante con alegría, seguir adelante con alegría”[1].



[1] Francisco, “Discurso a los participantes en el Congreso de Formadores de la Vida Consagrada”, organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Sábado 11 de abril de 2015, pp. 2-4,

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