sábado, 16 de julio de 2016

Sobre la lectio divina: Carta de Orígenes a Gregorio el Taumaturgo

Sobre cuándo y para quiénes son provechosas las enseñanzas de la filosofía para la interpretación de las Sagradas Escrituras con testimonio de la Escritura:
1. Salud en Dios, señor mío gravísimo e hijo respetadísimo, Gregorio. De Orígenes. El natural talento, como sabes, de la inteligencia, si se le añade el ejercicio, puede producir aquella obra que conduzca al término que cabe, digámoslo así, de aquello que uno quiere ejercitar.
Ahora bien, tu talento natural puede hacer de ti un cabal jurisconsulto romano o un filósofo griego de cualquiera de las famosas escuelas. Mas yo quisiera que, como fin, emplearas toda la fuerza de tu talento natural en la inteligencia del cristianismo; como medio, empero, para ese fin haría votos por que tomaras de la filosofía griega las materias que pudieran ser como iniciaciones o propedéutica para el cristianismo; y de la geometría y astronomía, lo que fuere de provecho para la interpretación de las Escrituras Sagradas. De este modo, lo que dicen los que profesan la filosofía, que tienen la geometría y la música, la gramática y la retórica y hasta la astronomía por auxiliares de la filosofía, lo podremos decir nosotros de la filosofía misma respecto del cristianismo.
2.Y eso da tal vez misteriosamente a entender lo que se escribe en el Éxodo (11,2; 12,35s), en nombre de Dios, que se dijera a los hijos de Israel pidieran a sus vecinos y contubernales: vasos de plata y oro y vestidos. Así, despojando a los egipcios, tendrían materia de que fabricar lo necesario para el culto de Dios. Y es así que de los despojos de los egipcios fabricaron los hijos de Israel lo que había en el sancta sanctorum: el arca con su cubierta, los querubines, el propiciatorio y la urna de oro, en que fue depositado el maná, pan de los ángeles. Ahora bien, es verosímil que todo esto se fabricara del mejor oro de los egipcios; de algún otro de segunda clase, el candelabro, sólido, de oro todo, cerca del velo interior, y los candelabros sobre él; la mesa de oro, sobre la que estaban los panes de la proposición, y, entre ambos, el incensario de oro. Y si había un tercero y cuarto oro, de él se fabricarían los vasos sagrados. Y, por el mismo caso, de la plata de los egipcios se fabricarían otros. Porque, morando los hijos de Israel en Egipto, de su estancia allí sacaron la ganancia de tener abundancia de materia preciosa para lo necesario al culto de Dios. Y es verosímil que de los vestidos de los egipcios se hiciera todo lo que, en expresión de la Escritura, necesita de la labor de los sastres, que cosen con sabiduría de Dios vestiduras tales para usos tales, a fin de hacer velos y cortinas para el atrio por fuera y por dentro.
3. Mas ¿qué necesidad tengo de esta inoportuna digresión para demostrar la utilidad de las cosas que los israelitas tomaron de Egipto, cosas de que los egipcios no usaban debidamente, y los hebreos, inspirados por la sabiduría de Dios, dedicaron a la religión de Dios? Sin embargo, la divina Escritura sabe que para algunos fue un mal haber bajado de la tierra de los hijos de Israel a Egipto; con ello da misteriosamente a entender ser para algunos un mal habitar entre los egipcios, es decir, entre las enseñanzas de este mundo, después que se criaron en la ley de Dios y en el culto que le tributa Israel. Ahí está, por ejemplo, Ader (Adad), idumeo, que, mientras estuvo en tierra de Israel y no gustó de los panes de egipcios, no fabricó ídolos. Mas Cuando, huyendo del sabio Salomón, bajó a Egipto, como quien huyera de la sabiduría de Dios, se emparentó con el faraón, casándose con la hermana de la mujer de éste, de la que tuvo un hijo, que se crió entre los familiares del faraón (cf. 3 Reg ll,14ss). Por eso, si es cierto que volvió a la •tierra de Israel, para escindir al pueblo de Dios volvió, para hacerle decir ante la novilla de oro: Estos son tus dioses, ¡oh Israel!, que te sacaron de la tierra de Egipto (3 Reg 12,28;-Ex 32,4.8). Y yo, que lo sé por experiencia, “puedo decir ser raro el que, tomando lo útil de Egipto y saliéndose de aquí, fabrique con ello lo que atañe al culto de Dios. Muchos, en cambio, son los hermanos del idumeo Ader. Y .éstos son los que, por cierta erudición helénica, engendran ideas” heréticas y construyen, como si dijéramos, novillas de oro, en Bethel, .que se interpreta casa de Dios. Paréceme a mí que con esto nos da misteriosamente a entender la palabra divina, que erigieron estatuas de sus propias fantasías en las Escrituras, en que mora la palabra de Dios, llamadas figuradamente casa de Dios. La otra estatua dice la palabra divina haberse erigido en Dan. Ahora bien, los confines de Dan son ya fronterizos y lindan con los límites gentiles, como se ve por lo que se escribe en el libro de Josué (19,40ss). Cerca, pues, de los lindes gentiles están algunas de las fantasías que se inventaron, como hemos señalado, los hermanos de Ader.
4 Tú, pues, señor e hijo mío, atiende principalmente a la lectio de las Escrituras divinas (1 Tim 4,13); pero atiende. Pues de mucha atención tenemos necesidad quienes leemos lo divino, a fin de no decir ni pensar nada temerariamente acerca de ello. Y a par que atiendes a la lectio de las cosas divinas con intención fiel y agradable a Dios, llama y golpea a lo escondido de ellas, y te abrirá aquel portero de quien dijo Jesús: “A éste le abre el portero” (Jn 10,3). Y a par que atiendes a la lectio divina, busca con fe inconmovible en Dios el sentido de las letras divinas, escondido a muchos. Pero no te contentes con golpear y buscar, pues necesaria es de todo punto la oración pidiendo la inteligencia de lo divino. Exhortándonos a ella el Salvador, no sólo dijo: Llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis, sino también: Pedid y se os dará (Mt 7,7; Lc 11,9).
Todo esto me he atrevido a decirte por el paterno amor que te profeso. Si he hecho bien en atreverme o no, Dios lo sabe y su Cristo, y el que participe del espíritu de Dios y de su Cristo. ¡Ojalá tú también participes y pidas participar, a fin de que digas no sólo: Nos hemos hecho partícipes de Cristo (Hebr 3,14), sino también: Nos hemos hecho partícipes de Dios.nda

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