sábado, 14 de noviembre de 2015

San Anselmo de Canterbury, Meditatio III, De redemptionis Humanae (Segunda Parte)


Texto: 2. ¿Por qué el Altísimo se humilló?
(V) ¿Acaso una necesidad cualquiera obligaba al Altísimo a humillarse así, y al Todopoderoso a hacer lo que tanto debió costarle? Pero toda necesidad, toda imposibilidad está sometida a su voluntad; todo lo que quiere, ocurre necesariamente y todo lo que quiere que no sea, es imposible. Por su sola voluntad y porque su voluntad es siempre buena, todo lo que hace lo hace por pura bondad. Dios no tenía necesidad de que el hombre se salvase de esa manera; es la naturaleza humana la que tenía necesidad de que se satisficiese a Dios de esa manera. No había necesidad de que Dios sufriese tanto, pero el hombre tenía necesidad de reconciliarse con Dios en esa forma. Dios no tenía necesidad de humillarse hasta ese punto, pero el hombre tenía necesidad de ser arrancado en esa forma de las profundidades del infierno. La naturaleza divina no exigía ser humillada y sufrir; no lo podía. Pero convenía que la naturaleza humana de un Dios hiciese todo esto para restablecer nuestra naturaleza en el estado para el cual había sido hecha; ahora bien, ni ella misma, ni nada, ni nadie, excepto Dios, podía bastar a tal obra. Porque el hombre no puede por sí solo restablecerse en el estado que es su fin, a menos que se haga semejante a los ángeles, en los que no hay pecado; pero esto sería imposible a no ser que obtenga la remisión de todas sus faltas, y aun esto no se puede hacer más que después de una completa satisfacción.
Ahora bien, esta satisfacción, a su vez, tiene que ser tal, que el pecador u otro en su lugar dé a Dios algo de sí, algo que no fuese debido, y que, sin embargo, supere a todo lo que no es Dios. Porque pecar es deshonrar a Dios, lo que el hombre no debe nunca hacer, aun cuando a este precio hubiese de perecer todo lo que no es Dios. Así que la inmutable verdad y la clara razón exigen que todo el que haya pecado dé a Dios una reparación mayor a la injuria que no merecía. Pero como esta reparación no puede darla por sí sola la naturaleza humana, no podía tampoco ser reconciliada sin una justa satisfacción.

Comentario:
¿Necesidad cualquiera? Razones necesarias, racionalidad de la fe. Dios no tenía necesidad de que el hombre se salvase de esa manera; es la naturaleza humana la que tenía necesidad de que se satisficiese a Dios de esa manera. Subraya el aspecto sacrificial, no en el sentido de dolor, sino de obsequio u ofrecimiento hecho por amor. El pecado es la ausencia de orden, de justicia, es negar a Dios una cosa que le es debida, es por tanto deshonrar a Dios, porque se estropea la creación. Se dan dos opciones pena o satisfacción. Para restablecer el orden y reparar el daño es necesario darle lo que se le debe por la observancia de los mandamientos y por otra una ofrenda de obediencia, una justa satisfacción-reparación debida, que sea igual o mayor que la ofensa. Satisfacción (término que proviene del derecho romano) de una deuda contraída a la que está obligado en estricta justicia para restaurar el orden. Por haberle negado el honor debido debía compensarle ofreciendo alguna satisfacción no debida. Pero el hombre, que debe absolutamente todo a Dios, no tenía en realidad nada supererogatorio (más allá o además de la obligación, superan el deber positivo) para ofrecerle. De ahí la necesidad de Cristo, el cual, aunque no debía nada a la muerte, ofreció su vida como don para reconciliar a Dios con el hombre (Cur Deus homo?: Necesidad de una satisfacción por el pecado e impotencia del hombre para darla; necesidad de la Encarnación, necesidad de la satisfacción de un hombre-Dios). Dios no podía, porque no era conveniente: a) perdonar sin satisfacción (pecado impune-desorden, e injusticia, tratar al pecador igual que al no pecador), b) ni dejar al hombre sin reparación, y c) pero tampoco puede expiar ni satisfacer. La ofrenda debe ser hecha por un hombre ya que fue el autor de la desobediencia. Sin embargo, el hombre no puede ofrecer nada a Dios porque todo lo que tiene se lo debe, es decir no puede hacerlo dignamente; por lo tanto la ofrenda solo puede venir de Dios. En conclusión es necesario alguien que sea Dios y que sea hombre. Así la noción de deuda es usada en el sentido de lo que se debe a Dios es su honor y lo que se debe al hombre es asimismo su honor.


Texto: (VI) La bondad de Dios ha intervenido para que su justicia no dejase el desorden del pecado en su reino; el Hijo de Dios ha asumido en su persona la naturaleza humana para que en ésta un hombre se hiciese Dios y tuviese en sí un medio no sólo superior a toda esencia que no fuese Dios, pero aun a toda deuda que los pecadores debiesen saldar; y no debiendo nada por sí mismo, pagaría esa deuda por otros que no tenían con qué pagar lo que debían. Porque la vida de este hombre era más preciosa que todo lo que no es Dios mismo, y supera a toda deuda exigible de los pecadores para su reconciliación. Porque si la crucifixión del Hijo de Dios tiene más valor que toda la muchedumbre y enormidad de los pecados que se puedan imaginar, fuera de la persona misma de Dios (el cual no puede pecar), es evidente que su vida tiene más excelencia que malicia hay en los pecados posibles todos, siendo éstos extraños a la persona de Dios. Y esta vida, el hombre-Dios, que en justicia no debía morir, puesto que no era pecador, la ha dado espontáneamente, por sí mismo, por el honor del Padre; ha permitido que le fuera quitada por un motivo de justicia, para dar a todos los hombres ese ejemplo y esa enseñanza: que la justicia de Dios no debía ser traicionada por ellos bajo el pretexto de que la muerte podía imponerse, de necesidad estricta, para saldar su deuda; porque El, que podía evitar esa muerte en toda justicia y no tenía por qué arriesgarla, quiso con plena conformidad aceptarla por razón de justicia. Así la naturaleza humana, en este hombre, ha dado a Dios libremente, y no como una cosa debida, lo que le pertenecía, a fin de rescatarse ella misma en los otros, en los cuales esta misma naturaleza no podía pagar la deuda exigida de ella. En todo esto, la naturaleza divina no ha sufrido humillación, pero la naturaleza humana fue restaurada; la primera no ha sido disminuida, la segunda fue misericordiosamente auxiliada.

Comentario:
Misericordia y justicia. Encarnación redentora en función del pecado (crítica desde la perspectiva histórico salvífica). La vida la ha dado libremente, por si mismo, por el honor del Padre. Nombres de Cristo: Buen Samaritano-amigo-inocente. Vida y Cruz pagan la deuda. Como dijimos la desobediencia no puede quedar equiparada con la obediencia, por eso se plantea el problema de cómo se coordinan misericordia y justicia: la misericordia es siempre la primera y la justicia es sólo una manera de cumplir dicha misericordia. Para algunos el problema reside en la influencia de la concepción feudal del honor y de su venganza; la dificultad de la reconciliación estaba de parte de un Dios indispuesto hacia el hombre, y por tanto era necesario disponerle bien para que accediese a la reconciliación. Se trataría de cambiar la disposición divina, aplacando a un Dios airado, enojado que exige jurídicamente un pago de sangre para poder perdonar, y que en lugar de cobrárselo a los culpables, se lo cobra a un inocente, pero Dios no puede querer ningún pecado con una voluntad de beneplácito. Estos mismos subrayan que sólo se atribuye valor salvífico a la muerte, a la sangre y al sufrimiento, que dan satisfacción por el pecado, la encarnación solo sería el paso previo para tener un cuerpo mortal en el que poder pagar esta deuda. Jesús murió por nuestros pecados, es decir que la humanidad pecadora lo mató, no por justicia divina, sino por injusticia humana. El lenguaje jurídico tomado de S. Pablo no llevó a Anselmo hasta el extremo de pensar que la esencia de la salvación era una transacción jurídica. El mismo hace decir a su interlocutor Boso que "sería extraño que Dios de tal manera necesitara y se deleitara en la sangre de un inocente, de suerte que no quisiera o no pudiera salvar al culpable más que por la muerte de este inocente" (Cur Deus homo, I, 10). En la liturgia que ejerce la obra de nuestra redención (SC 2). Eucaristía-sacrificio. Orientación del presidente y de la asamblea.




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