sábado, 27 de abril de 2019

La "domesticación" de la ira en la pedagogía benedictina (III)


2. El Presbítero Florencio y el pan envenenado

 

Texto: San Gregorio Magno, Diálogos II, 8:

“1…como es costumbre de los malos envidiar en los demás el bien de la virtud que ellos no se animan a desear, el presbítero de la iglesia vecina, llamado Florencio, y que era el abuelo de nuestro subdiácono Florencio, incitado por la malicia del antiguo enemigo, empezó a sentir celos del hombre santo, a difamar sus costumbres y a apartar de su trato a cuantos le era posible. 2. Mas al ver que ya no podía impedir sus progresos y que la fama de su vida seguía creciendo, y que además por el prestigio de su reputación muchos se sentían atraídos de continuo hacia una vida mejor, abrasado cada vez más por la llama de la envidia, empeoraba cada día, porque pretendía tener la fama de virtud de Benito, sin querer llevar su vida laudable. Obcecado por las tinieblas de la envidia, llegó al punto de enviar al servidor del Señor omnipotente un pan envenenado como si fuera pan bendito. El hombre de Dios lo aceptó con acción de gracias, aunque no se le ocultó el mal escondido en el pan. 3. A la hora de la comida solía llegar un cuervo de la selva vecina, para recibir el pan de su mano. Cuando el cuervo llegó como de costumbre, el hombre de Dios le echó el pan que el presbítero le había enviado, y le ordenó: “En el nombre del Señor Jesucristo, toma este pan y arrójalo a un lugar donde nadie pueda encontrarlo”. Entonces el cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a revolotear y a graznar alrededor del pan, como si dijera a las claras que sí quería obedecer, pero no podía cumplir lo mandado. Mas el hombre de Dios le ordenaba una y otra vez: “Llévalo, llévalo tranquilo, y arrójalo donde nadie pueda encontrarlo”. Tras larga vacilación, al fin el cuervo lo agarró con el pico, lo levantó y desapareció. Transcurrido un intervalo de tres horas, y después de haber arrojado el pan, volvió y recibió de manos del hombre de Dios la ración acostumbrada. 4. El venerable Padre, al ver que el ánimo del sacerdote se enardecía contra su vida, se apenó más por él que por sí mismo. Por su parte el mencionado Florencio, ya que no pudo matar el cuerpo del maestro, se encendió en deseos de perder las almas de sus discípulos. Así, en el huerto del monasterio en el que estaba Benito, introdujo ante sus ojos siete muchachas desnudas, que trabándose las manos unas con otras, danzaron durante mucho tiempo delante de ellos, con la intención de inflamar sus almas en la perversidad de la lascivia. 5. El hombre santo, al verlo desde su celda, temió por la caída de sus discípulos más débiles, y comprendiendo que él era la única causa de esa persecución, cedió ante la envidia. Estableció prepósitos y grupos de hermanos en todos los monasterios que había construido, luego él cambió de residencia llevando consigo unos pocos monjes. 6. Mas en cuanto el hombre de Dios se apartó humildemente del odio de Florencio, Dios omnipotente hirió a éste de un modo terrible. En efecto, cuando el mencionado presbítero, al haberse enterado de la partida de Benito se regocijaba desde la terraza, ésta se derrumbó mientras que el resto de la casa permanecía intacto. Y así el enemigo de Benito murió aplastado. 7. Mauro, el discípulo del hombre de Dios, estimó que debía anunciárselo al instante al venerable Padre Benito que apenas se había alejado diez millas de aquel lugar, y le dijo: “Vuelve, porque el presbítero que te perseguía ha muerto”. Al oír esto, el hombre de Dios Benito prorrumpió en fuertes sollozos, tanto porque había muerto su adversario, como porque el discípulo se alegraba por la muerte del enemigo. Por este motivo impuso al discípulo una penitencia, puesto que, al comunicarle tal noticia, se había atrevido a alegrarse por la muerte del enemigo.

8. Pedro: Lo que cuentas es admirable y totalmente asombroso. Pues el agua que manó de la piedra, recuerda a Moisés, el hierro que volvió desde lo profundo del agua, a Eliseo, el caminar sobre las aguas, a Pedro, la obediencia del cuervo, a Elías, y el llanto por la muerte del enemigo, a David (cf. 2 S 1,11-12). Por lo que veo, este hombre estuvo lleno del espíritu de todos los justos”[1].



Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb.

“El siguiente episodio que vamos a comentar es, por un lado, el broche de oro de la serie de prodigios bíblicos: el cuervo obediente recuerda a Elías, mientras que la caridad de Benito con respecto a su enemigo evoca a David. Pero, por otra parte, Gregorio retoma aquí el hilo de los relatos de tentación...

Este cuarto ciclo de pruebas se asemeja extrañamente al precedente. El acontecimiento que constituye la prueba es el mismo: una tentativa de envenenamiento. Aunque la reacción virtuosa de Benito no está presentada de la misma manera, como ya veremos, la tentación es idéntica en lo esencial: la de un hombre enfrentado con el odio de sus adversarios que quieren quitarle la vida. La turbación, la cólera, la venganza, el hecho de devolver odio, todo eso que es tan natural que se agite en un caso semejante, sale de la misma zona del alma. Hoy quizás hablaríamos de agresividad. Los antiguos lo llamaban el irascible.

Vemos entonces al “irascible” de Benito probado por segunda vez. En este punto, conviene echar una mirada retrospectiva y abarcar el conjunto de las cuatro tentaciones. La primera, como recordaremos era de vanagloria; la segunda de lujuria; la tercera, que se repite aquí, de violencia defensiva. Esta tríada adquiere todo su sentido si recordamos que los antiguos dividían al alma humana en tres regiones principales: en la cima, la parte racional; debajo, los dos apetitos sensibles, el “concupiscible” -que es el centro de los deseos como el de comer o el de procrear- y el “irascible”, del que acabamos de hablar. La primera tentación que sufre Benito, la vanagloria, ataca a la parte racional, mientras que la lujuria depende del “concupiscible” y la violencia del “irascible”.

Por lo tanto Gregorio, en esta serie de tentaciones atravesadas por Benito, pasa revista a los tres grandes sectores del psiquismo y a los tres capítulos principales de la vida ascética…Pero ¿por qué insistir tanto en la última tentación, la del irascible? Al repetirla. Gregorio no solamente quiere subrayar su importancia, sino que también tiene necesidad de esta repetición para poner en evidencia sus dos facetas distintas.

Efectivamente, como ya lo hemos dicho, Benito no reacciona exactamente igual en los dos casos. Cuando descubre que sus monjes lo quieren matar, inmediatamente sale a la luz su calma inalterable: “rostro apacible, espíritu tranquilo”. En cuanto a los asesinos, se comporta con ellos con una asombrosa mansedumbre, pero los deja sin preocuparse aparentemente por su suerte. En este asunto los únicos rasgos que le interesan a Gregorio son la ausencia de turbación, la perfecta posesión de sí, la voluntad de “habitar consigo”. Estos rasgos son puramente ascéticos y se refieren solamente al sujeto que los presenta; el prójimo sólo interviene para hacerlos aparecer, por medio de su impotente malicia.

Por el contrario, cuando Benito se da cuenta del atentado del sacerdote, su reacción íntima en el momento del descubrimiento no está anotada. El episodio del cuervo, relatado por Gregorio con una sonrisa, da a entender que esta reacción fue absolutamente apacible. Pero esto no es lo que le importa al biógrafo. Lo que quiere mostrar esta vez es la caridad de Benito. Ya no le interesa la no-violencia, la ausencia de turbación ni el impecable control de las emociones, sino la bondad que se preocupa por el otro, la piedad por el asesino, víctima de su crimen: “dolióse más del sacerdote que de sí mismo”. Es una segunda victoria sobre la irascible, complementaria de la anterior y que va más lejos. Cuando se es el blanco del odio, es hermoso no odiar, pero mucho más hermoso todavía es amar.

En dos oportunidades en la continuación del relato, se manifiesta esta orientación positiva hacia el otro. Al principio, de una manera discreta, en las motivaciones de la partida. Benito, igual que luego del primer atentado, se retira ante la persecución; pero en lugar de hacerlo solamente para poner su paz a buen recaudo, esta vez es movido por la preocupación de las almas que le han sido confiadas, decide desarmar al mal sacerdote desapareciendo, porque teme, por sus discípulos, las maniobras corruptoras de este último.

Pero esta señal de humilde caridad es poca cosa al lado del dolor que estalla cuando Benito se entera de la muerte de Florencio y de la alegría de Mauro. Reaparece aquí el amor al enemigo con toda su fuerza. Esta respuesta del bien al mal, del amor al odio, subrayada por la comparación con David, es la cumbre de la ascensión moral que Gregorio hace llevar a cabo a su héroe…

Por lo tanto. Gregorio ha desdoblado la tentación del irascible para analizarla a fondo. Nos encontramos aquí con un procedimiento de exposición que ya habíamos visto antes. Benito, como recordaremos, vivió dos períodos solitarios: el primero de absoluta renuncia ascética y el segundo iluminado de claridades contemplativas. El abadiato frustrado actuaba de separación entre los dos. Ahora, como vemos, Gregorio trata el tema de una manera análoga, presentando sucesivamente los aspectos ascético y caritativo de la lucha contra el irascible. Y, como vimos más arriba, los separa con un entreacto que consiste en la serie de los cuatro milagros.

Para concluir esta retrospectiva, observemos que las dos tentaciones del irascible se articulan una con la otra, exactamente como los ciclos de la prueba anterior. Los cuatro milagros intermediarios hacen sin duda que esta conexión sea menos aparente; pero no por eso es menos real. La victoria sobre la turbación y la cólera se resuelve, como recordaremos en un afluir de vocaciones y en la fundación de doce monasterios. Ahora es precisamente este éxito lo que le hace sombra al sacerdote Florencio y provoca nuevas amenazas contra Benito. Al llevar como de costumbre, a una irradiación sobre los hombres, este primer triunfo sobre el irascible ha engendrado la ocasión del segundo.

Tentación, victoria, irradiación: el ciclo habitual se repite aquí por cuarta vez. Pero con una variante, o más bien con una aparente laguna…

La otra escena maravillosa que completará a ésta, es el duelo de Benito por su perseguidor, reflejo de David llorando a Saúl. Esta grandeza de alma de Benito está subrayada por un detalle que merece ser puesto de relieve para terminar: así como Florencio “se alegró” de su partida, Mauro, a su vez, “se alegra” por la desaparición de su enemigo. Entre estas dos alegrías antagonistas, por y contra él, el varón de Dios aparece como un justo que domina el tumulto del que es objeto. Las pasiones humanas desencadenadas a propósito de él no lo alcanzan, e incluso no soporta que uno de los suyos se deje llevar por ellas. David había castigado al joven amalecita que le anunciaba la muerte de Saúl como una buena noticia. Asimismo Benito impone una penitencia al discípulo que se atrevió, al enviarle semejante mensaje, a alegrarse de la muerte de un enemigo.

Esta magnanimidad que recuerda a David, es el último de los cinco milagros imitados de la Biblia que Gregorio -o más bien el diácono Pedro- recapitula con admiración al final del texto. Pero ¿se trata realmente de un milagro? Más bien es una maravilla moral, de orden puramente espiritual. La repentina muerte de Florencio aparece como un castigo del cielo, una manifestación fulminante de la justicia divina. Este milagro, si puede llamárselo así, es el único que se produce. En cuanto a la reacción de Benito, no es más que un rasgo de sublime virtud, en el que ciertamente se manifiesta el Espíritu de Dios pero sin trastornar el mundo físico”[2].



Comentarios del P. Anselm Grün, osb.

“Los animales representan el ámbito de la vitalidad, de la sexualidad y de los instintos. En los cuentos, los animales son a menudo compañeros de camino que prestan su ayuda. Para el que sepa manejarse bien con su vitalidad y sus instintos, este ámbito le será de ayuda cuando tenga dificultades. Espiritualidad no significa erguirse por encima de lo terreno y cercenar en sí lo vital, sino integrarlo. Entonces, experimentaremos precisamente de este ámbito ayuda en nuestro camino para llegar a ser nosotros mismos y en nuestro camino hacia Dios…

Mauro transmite a Benito la feliz noticia de la muerte de su contrincante. Pero como David, tampoco Benito puede alegrarse de la muerte de su enemigo. No había hecho propia la enemistad. A pesar de la hostilidad de fuera, sigue estando reconciliado consigo mismo y con sus opositores. Benito lamenta la muerte del sacerdote. Lo entristece que un ser humano pueda haberse encastillado de semejante modo de odio”[3],

“Al contrario se pone triste por la muerte de Florencio y por el hecho de que su discípulo se alegre de ella. Benito esta reconciliado consigo mismo y, por eso, no puede sentir odio ni siquiera contra su enemigo. Frente al odio se retira porque intuye que ese odio inspirará a este sacerdote muchas cosas más, hasta salir victorioso. También se retira porque ve que el sacerdote quiere corromper a sus discípulos…

Benito está triste por la muerte de su enemigo, pero, probablemente ya estaría triste anteriormente de que un hombre pueda desarrollar tanto odio. No devuelve el odio, sino que lo neutraliza primero, alejando el veneno. Después el mismo se aleja, para no echar leña al fuego. Pero queda en paz consigo mismo y con su enemigo. No juzga, no condena a su enemigo. Espera que éste deje de enfurecerse contra él y que vuelva a encontrar la paz en su corazón”[4].



[1] San Gregorio Magno, Vida de San Benito, pp. 51-53.
[2] A. de Vogüé, “San Gregorio Magno, Libro II de los Diálogos. Vida y milagros del Bienaventurado Abad Benito (III)”, pp. 151-155.
[3] A. Grün, Benito de Nursia, Espiritualidad enraizada en la tierra, pp. 24-25.
[4] A. Grün, Hacia la plenitud, El camino de san Benito, abad, pp. 49-50.

jueves, 25 de abril de 2019

PRESENTACION DE “VICTIMAS Y VICTIMARIOS” DE ANSELM GRÜN, OSB. EN SAN MIGUEL DE TUCUMÁN


Primero, agradecer a todos los que han hecho posible este primer encuentro en Tucumán, a Dios con su providencia, a las editoriales Ágape, Bonum, Claretiana, Guadalupe y San Pablo, a los que aportaron la oración, el trabajo, la organización, la difusión, la hospitalidad, y a Uds. por su presencia.

En el libro II de los Diálogos del Papa San Gregorio Magno, que narra la vida de San Benito, leemos:



“I. 6… Cierto presbítero que vivía lejos de allí, había preparado su comida para la fiesta de Pascua. El Señor se le apareció en una visión y le dijo: “Tú te estás preparando manjares deliciosos, y en tal lugar mi siervo se ve atormentado por el hambre”. En seguida el presbítero se levantó, y en la misma solemnidad de Pascua, se puso en marcha hacia aquel lugar con los alimentos que se había preparado. Buscando al hombre de Dios a través de montañas escarpadas, valles profundos y de las hondonadas de aquellas tierras, lo encontró escondido en la cueva. 7. Rezaron juntos y bendijeron al Señor omnipotente, se sentaron y después de agradables coloquios sobre la vida eterna, el presbítero que había ido le dijo: “Levántate y comamos, porque hoy es Pascua”. El hombre de Dios le respondió: “Sé que es Pascua, porque he merecido verte”. Es que, viviendo alejado de los hombres, ignoraba que aquel día era la solemnidad de la Pascua. El venerable presbítero siguió insistiendo: “Ciertamente, hoy es el día pascual de la resurrección del Señor. De ninguna manera te conviene seguir ayunando, ya que he sido enviado con el fin de que juntos comamos los dones del Señor omnipotente”. Bendiciendo entonces a Dios, tomaron el alimento. Y así, terminada la comida y la conversación, el presbítero regresó a su iglesia”.



“Hoy se cumple este pasaje… que acaban de oír” (Lc 4,21) Estamos en Pascua, el martes de la Octava de Pascua, y viene a visitarnos un presbítero, un monje presbítero con formación en teología, economía y psicología, que vive muy lejos de aquí en la Abadía alemana de Münsterschwarzach. El del relato no tiene nombre, él se llama Anselm, como el santo doctor benedictino, que tenía una fe que dilataba-purificaba su corazón, que buscaba entender y mantener abierto el misterio, él también tiene una fe madura que busca traducir el mensaje de Jesús a nuestro horizonte de comprensión.

En el cap. 35 de nuestra Regla se nos dice:



“Sírvanse los hermanos unos a otros, de tal modo que nadie se dispense del trabajo de la cocina, a no ser por enfermedad o por estar ocupado en un asunto de mucha utilidad, porque de ahí se adquiere el premio de una caridad muy grande… Si la comunidad es numerosa, el mayordomo sea dispensado de la cocina, como también los que, como ya dijimos, están ocupados en cosas de mayor utilidad. Los demás sírvanse unos a otros con caridad”.



Si bien, él fue, mayordomo-administrador de su monasterio y por lo tanto debió estar dispensado del trabajo de la cocina; como el presbítero del relato acostumbra preparar manjares deliciosos para sí, con mucha creatividad, utilizando siempre muy buenos ingredientes: la tradición monástica (Evagrio, Casiano, Benito), la mística renana (Maestro Eckhart, Taulero) y la psicología-psicoterapia contemporánea (Jung, Dürckheim, Drewermann), todo calentado al fuego del Espíritu. Él también escuchando la voz de Dios y siguiendo el carisma de su congregación monástico-misionera de Santa Otilia, sale a buscar a los hombres de Dios, sean católicos o no, en sus viajes, charlas y retiros, en sus encuentros de acompañamiento, para darles alimento, para ayudarlos en su experiencia espiritual y compartir los dones de Dios.

Pero, como suele pasar con la comida, no siempre es del gusto de todos, a algunos les sabe muy salada (los que compran su libros), a otros muy dulce (los que piensan en la “ortodoxia” de la moral y no los compran por las dudas, o en que son “libritos” de autoayuda) y a otros agridulce (los que experimentan al leerlos el desafío de repensar ciertas verdades y opiniones, o de enfrentarse sinceramente con los celos y la envidia). Esto no debe asombrarnos porque el maná, pan del cielo y alimento del peregrino en el desierto, para algunos era insípido y cansador, pero el sabio, que reconoce la obra de Dios, dice:



“…nutriste a tu pueblo con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste desde el cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y adaptado a todos los gustos. Y el sustento que les dabas manifestaba tu dulzura hacia tus hijos, porque, adaptándose al gusto del que lo comía, se transformaba según el deseo de cada uno” (Sab 16, 20-21).



Algunos hasta piensan en que se trata de un “pan bendito envenenado”, por el gnosticismo o pelagianismo de la New Age, como el del presbítero Florencio, pero eso es otra historia de nuestro Padre que otro día recordaremos, pero si rezamos y bendecimos el alimento, estamos atento al sentido de la fe, lo masticamos bien con la inteligencia, lo asimilamos con la voluntad y la afectividad, creo que, ni nos caerá mal y no nos engordará, sino que nos alimentará.

A mí, personalmente, desde el discernimiento, antes de entrar en la vida monástica, me gusta y disfruto de lo que él prepara, en el servicio de la autoridad, en la formación y en el acompañamiento espiritual suelo convidar algunos bocados, según el paladar de cada uno, de Una espiritualidad desde abajo, Nuestras propias sombras y La mitad de la vida como tarea espiritual. Y últimamente sus consideraciones sobre nuestro padre san Benito me son de mucha ayuda. Soy consciente de sus límites y por eso también de sus posibilidades, de su necesidad de complementación con otras lecturas y la conveniencia de otros condimentos. Creo que la clave es tener siempre clara la distinción entre los órdenes: físico, psicológico y espiritual, y como se relacionan en las personas concretas.

(Hoy viene a saciar nuestro hambre, hablándonos de Victimas y victimarios, un tema asociado a las heridas, esas heridas que porta el resucitado, heridas pascuales, sin dolor y sin rencor, aperturas a la fe y a la gracia, espacios de gloria. Él ha escrito en otra oportunidad:



“Aunque la herida espiritual es la más profunda de todas las heridas, no debemos permanecer en el rol de víctimas, porque entonces nos transformamos en victimarios y terminaremos tiranizando a los demás. El narcisismo espiritual refuerza mis heridas en lugar de sanarlas. Sólo podemos cortar ese círculo abandonando el papel de víctimas, adoptando una actitud activa frente al dolor. Imaginando, por ejemplo, que al levantar las palmas de mis manos sale a través de ellas la bendición hacia aquel que ha sido o es mi victimario. Esto requiere mucho valor, casi como el que tuvo Jesús crucificado al perdonar a sus asesinos. Pero este cambio de actitud me saca de la pasividad de la víctima y me permite transformar lo negativo en algo positivo. Al hacer esto me he levantado, me he erigido y lo puedo mirar con otros ojos”).



Como dice el relato con el que comenzamos, Padre Anselm sabemos que es Pascua porque has venido, porque hemos merecido verte y ahora escucharte. Muchas gracias.



Rmo. P. Pedro Edmundo Gómez, osb.
San Miguel de Tucumán, Martes de la Octava de Pascua 2019.




sábado, 13 de abril de 2019

La "domesticación" de la ira en la pedagogía benedictina (II)

Dos relatos paralelos de la Vida de N. P. san Benito sobre “no ceder a la ira”

I. Los monjes de Vicovaro y el vino envenenado

Texto: San Gregorio, Diálogos II, 3:

“2. No lejos de allí existía un monasterio cuyo abad había fallecido, y toda su comunidad se dirigió al venerable Benito, pidiéndole insistentemente que fuera su superior. Él, negándose, difirió su asentimiento durante mucho tiempo, diciéndoles de antemano que las costumbres de él y las de ellos no podrían coincidir. Pero vencido finalmente por sus reiteradas súplicas, dio su consentimiento. 3. Mas él velaba por la observancia de la vida regular del monasterio, no permitiendo a nadie desviarse -como lo habían hecho hasta entonces- por actos ilícitos del camino de perfección, ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Los hermanos de quienes se había hecho cargo, insensatamente enfurecidos, empezaron a acusarse a sí mismos por haberle pedido que los gobernara, ya que su vida torcida estaba en pugna con aquella norma de rectitud. Dándose cuenta de que bajo su gobierno no se les permitirían cosas ilícitas, se dolieron de tener que renunciar a sus costumbres, y les pareció demasiado duro verse obligados a aceptar cosas nuevas con su espíritu envejecido. Puesto que la vida de los buenos resulta intolerable a los de costumbres depravadas, empezaron a tramar el modo de darle muerte. 4. Después de decidirlo en consejo, mezclaron veneno en el vino. Cuando según la costumbre del monasterio se le presentó al abad, sentado a la mesa, el vaso de cristal que contenía la bebida envenenada para que lo bendijera, Benito extendió la mano e hizo la señal de la cruz, y con ella el vaso que estaba a cierta distancia, se rompió, y a tal punto se hizo añicos como si a ese vaso de muerte en lugar de la señal de la cruz, le hubieran dado con una piedra. El hombre de Dios comprendió en seguida que el vaso había contenido una bebida de muerte, ya que no pudo soportar la señal de la vida. Al instante se levantó, y con rostro sereno y ánimo tranquilo convocó a los hermanos y les dijo: “¡Que Dios omnipotente tenga misericordia de ustedes, hermanos! ¿Por qué quisieron hacer esto conmigo? ¿Acaso no les dije de antemano que mis costumbres no eran compatibles con las de ustedes? Vayan y búsquense un Padre de acuerdo con sus costumbres, porque en adelante en modo alguno podrán contar conmigo”. 5. Acto seguido, volvió al lugar de su amada soledad y sólo, bajo la mirada del Espectador divino, habitó consigo”[1].



Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb.

“Decididamente, Benito no sale de una prueba sino para entrar en otra. No bien triunfa de la lujuria, la irradiación que resulta de esta victoria es la causa de un nuevo combate. Su naciente prestigio de maestro espiritual, hace que una comunidad monástica lo elija como abad y estos monjes, que son malos, le procuran una tentación análoga a la de la mujer cuyo recuerdo tanto lo había atormentado.

De hecho, estos dos episodios no solamente se encuentran uno a continuación del otro sino que se asemejan. Tanto en uno como en otro, una señal de la cruz rechaza el mal. Tanto en uno como en otro también, Gregorio habla de derrota: “casi vencido” por la voluptuosidad, Benito resulta efectivamente “vencido” por las reiteradas súplicas de los monjes. Aquello que casi realiza en el primer caso -abandonar su desierto-, lo cumple efectivamente en el segundo.

Tanto en un caso como en el otro, se trata de “volver en sí”. La primera vez, esta vuelta en sí se opera, por la gracia de Dios, luego de un instante de extravío, y salva al joven monje de la caída. La segunda vez, pese a que abandona su gruta, Benito no se deja arrastrar fuera de sí. En el momento crítico, su pronta decisión de abandonar su cargo y de volver a su querida soledad, le permitirá “habitar consigo” sin interrupción. Pero se libró por un poco de esa fatal salida de sí que ilustra la parábola del Hijo Pródigo, de quien el Evangelio dice que “volvió en sí”, desde lo más profundo de su miseria.

De modo que nos encontramos con una nueva tentación, una nueva prueba. A la seducción de la mujer, sigue la oposición de los hombres. A la atracción del placer carnal, se sustituye la trampa de la autoridad, la preocupación excesiva de una responsabilidad pastoral ejercida en vano. Esta vez Benito se arriesga, no ya a abandonar el servicio de Dios y volver al mundo, sino más sutilmente, en el seno mismo de la vida religiosa, a perder la paz interior, la “luz de la contemplación”, la visión de sí mismo y de Dios.

Así como había sucedido la vez anterior, Benito sale victorioso de esta prueba. El descubrimiento del atentado perpetrado contra su vida no consigue turbarlo. Por el contrario, este descubrimiento le sugiere inmediatamente el retiro liberador que custodiará su paz contra el inminente naufragio. Abandona esta autoridad que no ha buscado, que incluso durante mucho tiempo ha rechazado, sin tardanza ni pesar para volver a su amada soledad.

Y la actual victoria, igual que las dos anteriores, tiene también como recompensa una irradiación ejercida sobre las almas. Por haber renunciado a una vana autoridad por su bien espiritual, Benito ve llegar a su refugio a los hombres que buscan el servicio de Dios. Ha abandonado un monasterio y funda doce. Así llega a su culminación la progresión que hemos observado. La influencia de Benito que ha comenzado modestamente por medio de algunas buenas palabras dirigidas a los visitantes laicos, se hizo más profunda luego de la segunda tentación: la gente comenzó a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección. Ahora se da un nuevo paso: se organizan verdaderas comunidades. Primero seglares; luego aspirantes a la vida perfecta, finalmente monjes cenobitas: estos son los trofeos cada vez más nobles de aquellos combates.  

Para completar esta mirada retrospectiva, observemos ciertas correspondencias entre los tres ciclos ya recorridos. En el primero, Benito se va al desierto para huir de su popularidad entre los seglares. En el segundo, permanece allí a pesar del deseo de una mujer. En el tercero vuelve allí, huyendo del odio de los malos monjes. La estima de los hombres lo llevó a la soledad, su hostilidad lo vuelve a traer…”[2].



Comentarios del P. Anselm Grün, osb.

“Después de la sexualidad, la energía vital más fuerte de que dispone el ser humano es la agresión. En la agresividad de los monjes de Vicovaro, Benito se encontró con su propia agresión, que había reprimido. La agresión reprimida sigue ejerciendo su influjo desde las sombras sobre los individuos y su entorno. El que ha reprimido su agresión hace agresivos a los demás. Esto es lo que Benito acaba de experimentar dolorosamente. Ahora, se retira en sí mismo. Mora totalmente en sí mismo, presta atención a sí. Como escribe Gregorio, ‘no alejó fuera de sí el ojo de su espíritu’ (V 185). Por lo visto, Benito hace aquí la experiencia de que Dios sólo vive en él si él vive en sí. Sólo si Benito habita toda su casa, también los ámbitos de la sexualidad y la agresión, inundará Dios su casa con su luz. Benito deja de proyectar hacia otros su sexualidad y su agresión. Las ve en sí mismo. De ese modo, ambas regiones vitales pueden transformarse y servirle en su camino espiritual”[3].

“Todavía no había progresado tanto como para que su vida espiritual pudiera contagiar también a los hombres no espirituales. Todavía su amor no era tan fuerte como para poder transformar incluso el odio. Pero, quizá, precisamente este fracaso fue para Benito una experiencia necesaria y saludable. Se dio cuenta de que en él había todavía más rigor masculino que bondad maternal, y que el rigor puede provocar muchas veces en el otro una resistencia encarnizada hasta endurecer las posiciones y hacer imposible una convivencia provechosa. Evoca en el otro sólo veneno, sin poder curarlo. Descubre las faltas, sin superarlas y de esta manera, se vuelve para él una amenaza mortal.

Es peligroso tratar de guiar a otros demasiado temprano. Uno cree que ya se ha encontrado con la sombra. Pero entonces el trato con gente difícil es una prueba necesaria para ver hasta qué punto uno ha asumido realmente su sombra. La experiencia de Benito con los monjes de Vicovaro muestra que, en la maldad de los demás, su propia sombra lo amenaza mortalmente… ”[4].



[1] San Gregorio Magno, Vida de San Benito, ECUAM, Bs. As, 2010,  pp. 35-36-
[2] A. de Vogüé, “San Gregorio Magno, Libro II de los Diálogos. Vida y milagros del Bienaventurado Abad Benito (III)”, Cuadernos Monásticos 57 (1981), pp. 141-142.
[3] A. Grün, Benito de Nursia, Espiritualidad enraizada en la tierra, Herder, Barcelona, p. 21.
[4] A. Grün, Hacia la plenitud, El camino de san Benito, abad, Monte Casino-ECUAM, Zamora, 1997, p. 39.

martes, 9 de abril de 2019

NUESTRO CINERARIO

SE RECIBEN LAS CENIZAS EL PRIMER Y TERCER DOMINGO DE CADA MES A LAS 17,00 HS., PREVIA RESERVA TELEFÓNICA.

CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS EN LA CAPILLA DEL CREMATORIO


58. Aunque tradicionalmente la Iglesia prefiere que se conserve la costumbre de la inhumación de los cuerpos de los cristianos, porque este gesto se asocia mejor a la sepultura del Señor, los fieles tienen, con todo, la facultad de elegir, si lo prefieren, la cremación de su propio cuerpo sin que esta elección impida la celebración de los ritos cristianos.

RECEPCIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN:





El hecho de la cremación del cadáver no comporta de por sí­ especiales diferenciaciones rituales, por lo que las exequias, en el caso de cremación, se celebran ante el cadáver antes de la cremación del cuerpo con los mismos ritos y formas que se usan en las exequias acostumbradas (capí­tulos I, II y III).

La única diferencia ritual exigida por la misma veracidad del rito, consiste en que, en el caso de cremación, las exequias no incluyen la procesión al cementerio y la bendición del sepulcro. Por tanto, el rito del último adiós debe celebrarse siempre en la misma iglesia al final de la Misa o de la liturgia de la Palabra, tal como se describe en el capí­tulo III de este Ritual, o bien, en los casos donde en el mismo crematorio exista una capilla puede utilizarse el breve rito que sigue a continuación.



Existe también la posibilidad de que se realice una celebración después de la cremación del cadáver, si la familia lo prefiere, en cuyo caso se siguen las indicaciones del capí­tulo VI. En todos estos procederes puede dar indicaciones explí­citas el Ordinario del lugar.

59. Reunida la familia del difunto y la comunidad que la acompaña, el sacerdote dice las palabras siguientes u otras semejantes:

    Hermanos: Dios todopoderoso quiso llamar a su presencia a este(a) hermano(a) nuestro(a) N.; ahora nosotros queremos encomendarlo(a) a Jesucristo, que venció la muerte con su resurrección y nos abrió así­ las puertas de la felicidad eterna. Cristo fue el primero en resucitar, para transformar nuestro cuerpo corruptible en un cuerpo glorioso como el suyo. Encomendemos entonces a N. al Señor para que lo reciba en su paz y lo(a) resucite en el último dí­a.



Oración de los fieles

60. Después puede hacerse la Oración de los fieles, usando, en todo o en parte, la siguiente fórmula de carácter litánico (no se dice "oremos" al final de cada intención).También puede usarse otra apropiada entre las señaladas en las pp. 235-250 para circunstancias más particulares.

Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí­, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí­ no morirá eternamente». Encomendémosle, entonces, a este(a) hermano(a) nuestro(a).

A cada intención respondemos: Te rogamos, Señor.

- Tú, que lloraste la muerte de tu amigo Lázaro, seca nuestras lágrimas.

- Tú, que resucitaste a los muertos, concede la Vida eterna a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que prometiste el Paraí­so al buen ladrón, conduce al cielo a nuestro(a) hermano(a).

- Tú, que purificaste a nuestro(a) hermano(a) en las aguas del Bautismo y lo(a) ungiste con el óleo de la Confirmación, admí­telo(a) entre tus santos y elegidos.

- Tú, que alimentaste a nuestro(a) hermano(a) con tu Cuerpo y tu Sangre, recí­belo(a) en la mesa de tu reino.

- Y a nosotros, que lloramos entristecidos su partida, reconfórtanos con la fe y la esperanza de la Vida eterna.



Padrenuestro

El ministro invita a rezar la Oración del Señor con esta u otras palabras:


El Señor nos enseñó a rezar y confiar. Hagámoslo como verdaderos hijos de Dios.

Luego, todos recitan la oración del Señor.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada dí­a;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y lí­branos del mal.



Ritos conclusivos

Oración

Al concluir el Padrenuestro, el sacerdote o diácono dice una de las siguientes oraciones:


I

Señor, ten misericordia
de este(a) hijo(a) tuyo(a) difunto(a):
ya que procuró cumplir tu voluntad,
recí­belo con amor en tu casa;
así­ como estuvo unido(a) a tu pueblo fiel, por medio de la fe,
concédele asociarse en el cielo al coro de los ángeles.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.



O bien:


II

Dios nuestro, que estás atento a las súplicas de tus fieles
y conoces sus buenos deseos,
concede a tu servidor(a) N., a quien hoy despedimos,
que consiga la felicidad eterna
junto con tus santos y elegidos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén


O bien:


III
Dios nuestro, que eres el autor de la vida,
restauras los cuerpos humanos
y aceptas con bondad el ruego de los pecadores:
escucha las súplicas que te dirigimos en nuestra aflicción
pidiéndote por el alma de tu hijo(a) N.,
para que lo(a) libres de la muerte eterna.
Permí­tele compartir con tus santos las alegrí­as del Paraí­so.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.





En lugar de las oraciones precedentes puede decirse una de las siguientes, eligiendo la más adecuada, según las circunstancias:

Por un(a) difunto(a) cuya(o) esposa(esposo) está presente:


Padre santo, recibe con bondad a tu hijo(a) N.
y protege solí­cito a su esposo(a) N.;
concédeles alcanzar, algún dí­a,
la plenitud de la caridad en la vida que no tiene fin.
por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.


Por un niño difunto que ha llegado al uso de razón:

Recibe con amor de Padre, Dios todopoderoso,
a este niño(a) N. a quien has llamado a tu presencia;
concede el don de la esperanza y del consuelo
a quienes se sienten abatidos por la muerte de N.;
ayuda especialmente a sus padres (y hermanos)
a descubrir la luz de tu presencia
en Jesucristo, nuestro Camino, Verdad y Vida,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Por un difunto joven:

Dios nuestro, que diriges los acontecimientos
y la duración de la vida de los hombres;
te encomendamos humilde y confiadamente a tu hijo(a) N.,
cuya muerte prematura lloramos,
para que le concedas una permanente juventud
en la felicidad de tu casa en el cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un papá joven (o mamá joven) difunto(a):

Señor, Dios nuestro,
que puedes comprobar la honda tristeza
de quienes lloran a tu hijo(a) N.;
concédenos, te suplicamos, la paz que necesitamos
y ayúdanos en nuestra fe
para confiar en que él(ella) goza de tu compañí­a en el cielo.
Ayuda a su esposa(o)
a sobrellevar esta durí­sima prueba de la vida
y dale a su(s) hijo(s) la fortaleza
y la serenidad que necesitan.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto muerto después de larga enfermedad

Dios nuestro, que has dado a nuestro hermano(a) N.,
la gracia de servirte en el dolor y la enfermedad
concédele que, así­ como imitó la paciencia de tu Hijo,
obtenga también el premio de su misma gloria.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto muerto repentinamente:

Padre santo, muéstranos el infinito poder de tu bondad
para que, quienes lloramos a nuestro(a) hermano(a) N.
muerto(a) inesperadamente,
podamos esperar que lo(a) has llevado
a gozar de tu compañí­a.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto alejado de la fe:

Señor, humildemente apelamos a tu misericordia
para que recibas con bondad el alma de tu servidor(a) N.:
sé indulgente y ten piedad de él(ella)
a fin de que sea purificado(a) de los pecados
que hubiere cometido en su vida,
y así­, liberado(a) de toda atadura terrenal,
merezca ingresar en la Vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Por un difunto que se quitó la vida:

Dios nuestro, que te hiciste cercano a nosotros
por medio de Jesús, nuestro Salvador,
que entregó la vida en la cruz.
Tú conoces lo í­ntimo de nuestro corazón
y nada se te oculta a tus ojos.
Escucha la oración que te dirigimos por (este hijo tuyo) N.
y muéstrale tu misericordia infinita;
acepta todo el bien que ha hecho en su vida
y perdona sus culpas y debilidades.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.



Aspersión

61. Luego el sacerdote o diácono asperge el cuerpo del difunto mientras dice:

V. Concédele, Señor, el descanso eterno.
R. Y brille para él(ella) la luz que no tiene fin.


El ministro puede agregar:

Que las almas de nuestros fi­eles difuntos descansen en paz.

Y todos aclaman:

Amén.

Al concluir el rito se puede entonar algún canto, según las costumbres del lugar. 

PROCESIÓN HACIA EL CINERARIO





INHUMACIÓN DE LAS CENIZAS



sábado, 6 de abril de 2019

La "domesticación" de la ira en la pedagogía bendictina (I)

Quince tips para “no ceder a la ira (Iram non perficere)” (RB IV, 22):

1.      (v. 23) no guardar rencor.
2.      (v. 24) No tener dolo en el corazón,
3.      (v. 26) No abandonar la caridad.
4.      (v. 29) No devolver mal por mal.
5.      (v. 30) No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.
6.      (v. 31) Amar a los enemigos.
7.      (v. 32) No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos.
8.      (v. 34) No ser soberbio.
9.      (v. 65) No odiar a nadie,
10.  (v. 66) no tener celos,
11.  (v. 67) no tener envidia,
12.  (v. 68) no amar la contienda,
13.  (v. 69) huir la vanagloria.
14.  (v. 72) Orar por los enemigos en el amor de Cristo;
15.  (v. 73) reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.
  

Ocho enseñanzas sobre la paciencia en la RB
1.      Pró. 36-38.50: “Por eso, para corregirnos de nuestros males, se nos dan de plazo los días de esta vida. El Apóstol, en efecto, dice: "¿No sabes que la paciencia de Dios te invita al arrepentimiento?" (Rm 2,4). Pues el piadoso Señor dice: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 33,11)…De este modo, no apartándonos nunca de su magisterio, y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos de los sufrimientos de Cristo por la paciencia, a fin de merecer también acompañarlo en su reino. Amén”.
2.      Cap. II, 25: “Debe, pues, reprender más duramente a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste y castigue a los negligentes y a los arrogantes”.
3.      Cap. IV, 30. 33: “No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren… Sufrir (soportar) persecución por la justicia”.
4.      Cap. VII, 35-43: El "cuarto grado de humildad" consiste en que, en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior, y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: "El que perseverare hasta el fin se salvará" (Mt 10,22), y también: "Confórtese tu corazón y soporta al Señor" (Sal 26,10). Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, dice en la persona de los que sufren: "Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero" (Rm 8,36). Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: "Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó" (Rm 8,37). La Escritura dice también en otro lugar: "Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda" (Sal 65,10s). Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: "Pusiste hombres sobre nuestras cabezas" (Sal 65,12). En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos (Cf. Mt 5,39ss); con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos (Cf. 2 Co 11,26), y bendicen a los que los maldicen (Cf. 1 Co 4,12 y Rm 12,41).
5.      Cap. XXXVI, 5 Sin embargo, se los debe soportar pacientemente, porque tales enfermos hacen ganar una recompensa mayor.
6.      Cap. LVIII. 3 Por lo tanto, si el que viene persevera llamando, y parece soportar con paciencia, durante cuatro o cinco días, las injurias que se le hacen y la dilación de su ingreso, y persiste en su petición…11 Si todavía se mantiene firme, lléveselo a la sobredicha residencia de los novicios, y pruébeselo de nuevo en toda paciencia.
7.      Cap. LXVIII, 2: “Pero si ve que el peso de la carga excede absolutamente la medida de sus fuerzas, exponga a su superior las causas de su imposibilidad con paciencia y oportunamente”.
8.      Cap. LXXII, 5: “tolérense con suma paciencia sus debilidades, tanto corporales como morales”.