miércoles, 11 de noviembre de 2020

Lectio Divina. pedagogía de la escucha obra del Espíritu Santo (Carta del Hno. Luis a los Oblatos seculares)

 


        Queridos hermanos:

 

          Que la Palabra de Dios ilumine sus vidas y les conceda gustar y comprender la inmensa bondad del Señor, ya que él nos ha hecho gustar su salvación y desea que nuestro corazón esté siempre ardiendo cuando nos explica las escrituras. 

           Quisiera comenzar a compartir el tema de la Lectio Divina, o lectura orante de la Biblia; un tema fundamental para la vida cristiana, especialmente para la vida laical. No hay crecimiento en la fe, y por tanto, crecimiento en el misterio de Cristo, sin una frecuente y profunda relación con su Palabra. Esta relación no se limita a una breve lectura, o una meditación de un tema, sino que debe ser un vivo encuentro con Dios, estar cara a cara con Jesús, conducido por el Espíritu Santo. Esta relación en la situación que nos toca vivir, donde no hay Misa presencial, la relación del cristiano con la Palabra, redescubre el tesoro de las comunidades domésticas. 

 Lo dice con claridad el número 2 de Dei Verbum “Por esta revelación, el Dios invisible, por la abundancia de su amor habla a los hombres como amigos y trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía.” Desde su origen la LD no fue un método de oración, sino una pedagogía del encuentro del creyente con Dios, un diálogo amoroso que lleva a ingresar al ámbito de la amistad con Dios. Como la lectura orante, en realidad, es un dialogo de amistad, con todas las características que bien conocemos, necesita todos los componentes de la amistad: conocimiento, afecto, confianza, honestidad, fidelidad, perseverancia.

 

³  Piedras en el camino

 

Posiblemente, la primera dificultad importante sea, una lectura interesada, que no busca el encuentro sino un mensaje; una lectura que no escucha sino que trata de interpretar, o sea, leo con la cabeza no con el corazón. En cada lectura de la Palabra de Dios, su autor original, sale al encuentro del lector, del que busca, del que pregunta, del que dispone el corazón para el encuentro. Claro, también se necesita conocimiento del mundo bíblico, de su contexto cultural, de las variadas formas literarias presentes, pero todos estos conocimientos son accesibles para el lector que quiere tener más información; por eso, lo primero que debemos poner en movimiento es algo propio, algo personal: la actitud interior de escucha, sin este valor esencial se hace difícil el encuentro.

Otra gran dificultad, radicalizada en nuestro tiempo, es la perseverancia. Solo la constancia nos regalará la experiencia viva de escuchar a Dios, de comprender que él atiende mis dificultades, que se entabla un verdadero diálogo; darse cuenta que no solo quiere darme lo que necesito, sino mucho más, quiere mi verdadera y total felicidad, quiere darme su secreto feliz. Si no persevero en la pedagogía de la Lectio, lo que estoy pidiendo es que Dios me dé algo suyo, sin mi correspondiente compromiso, y eso nunca ocurrirá, pues si algo respeta Dios es mi libertad.

En estas dos dificultades, está presente el muro que me separa de la experiencia viva del encuentro con Dios. Luego aparecerán otras dificultades, pero si estamos dispuesto al diálogo de amistad se irán aclarando, justamente por medio de su Palabra.

 

³  Disposiciones necesarias

 

          Los historiadores del Concilio hablarán largamente de la Constitución dogmática Dei Verbum Vaticano II como de la gestación más dramática, porque dio lugar a un giro cardinal de la orientación de aquel al mes de comenzado, después de un debate intenso, una votación que apasionó a muchos y una intervención personal del papa Juan XXIII.  Esta constitución dogmática, promulgada el 18 de noviembre de 1965 por Pablo VI, no solo dio nuevas orientaciones para la lectura e interpretación de la sagrada Escritura, sino que inició un nuevo camino, de acceso y vivencia de esta fuente esencial en la vida de fe.

          La DV es esencial para predisponer la actitud de escucha, la veneración de la Palabra de Dios, y también, comprender las posibilidades que tiene cada cristiano de inaugurar el encuentro vivo con Dios por medio de su Palabra. Quisiera enumerar algunos números de la DV fundamentales para esta comprensión y disposición:

ü  La Revelación: N° 2, 3, 4, 5 y 6

ü  La transmisión de la Revelación divina: N° 7, 8, 9 y 10

ü  Inspiración e interpretación de la Sagrada Escritura: N° 11, 12 y 13

ü  La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia: N° 21, 23, 24 y 25

La importancia de estos números nos ayudará a ubicarnos en el contexto eclesial católico de lectura de la palabra de Dios y nos dará criterios para leer e interpretar, para comprender el contexto original de cada texto, y especialmente, nos dará herramientas para disponernos a encontrarnos con el Dios que nos sale al encuentro, por medio del sentido de su palabra.

           

³  Contexto de la Lectio Divina

           

            La lectio divina nació en un contexto muy particular, una opción radical de vida, vivir solo para Dios, no anteponiendo nada a su amor, al final de las grandes persecuciones. Ese contexto es el siglo III, en el desierto, en Egipto, y sobre todo en la forma de vida monástica ermitaña. En la medida que la experiencia monástica fue creciendo, pronto se llegó a la experiencia de vida comunitaria donde la liturgia y la lectio divina tuvieron un papel central en el ordenamiento de la jornada.

            Un hombre de Alejandría tuvo un papel fundamental en la fundamentación de la práctica de esta lectura orante, este hombre se llamaba Orígenes (186-254), su padre era un cristiano con mucha formación y estaba a cargo de una escuela de formación de los catequistas. Orígenes dedicó su vida al estudio de los filósofos griegos y a los textos sagrados, desarrolló una actividad impresionante como director de la escuela catequética primero y como predicador en Cesarea de Palestina después, donde siguió enseñando y escribiendo.

            Este término aparece por primera vez en una carta de Orígenes a Gregorio el Taumaturgo (213-270), posterior al 238. Al final de la carta dice: “Dedícate a la lectio de las divinas Escrituras; aplícate a ello con perseverancia. Entrégate a la lectio con la intención de creer y agradar a Dios. Si durante ella te encuentras con una puerta cerrada, llama y te abrirá aquel portero del que Jesús tiene dicho: ‘A quien llama, el portero le abra’ (Jn 10,3). Entregándote así a la lectio divina (theia anágnôsis), busca, con lealtad e inquebrantable confianza en Dios, el sentido de las divinas Escrituras oculto a la gran mayoría. No te contentes con llamar y buscar, porque es absolutamente necesario la oratio a fin de comprender las cosas de Dios. Para exhortarnos a ella, el Salvador no dijo únicamente: ‘Llamad y se os abrirá’ y ‘Buscad y encontrareis’, sino también: ‘Pedid y recibiréis’ (Mt. 7,7; Lc 11,9)

Este texto de Orígenes presenta, quizá por primera vez en el lenguaje cristiano, la expresión que en lengua griega suena theía anágnôsis y que se traduce al latín por lectio divina. Cuando él escribía dicho texto, la lectio estaba todavía lejos de poseer las connotaciones metodológicas y las características teológicas que iría adquiriendo en la práctica, incluso como fruto de la experiencia. Sin embargo, Orígenes presentó desde el principio la lectio divina con las características básicas y esenciales que le son propias: examen minucioso del texto bíblico (lectio), búsqueda perseverante de su profundo significado (meditatio), conciencia de que la lectio y la meditatio unen su vértice y su fruto en la oratio. El texto de Orígenes no deja de indicar incluso las condiciones previas para una lectio divina provechosa: fe y búsqueda de Dios.

 

³  Significado original de Lectio

 

El término Lectio, originalmente no significaba lectura, sino refería al texto mismo de la Escritura, o al texto litúrgico proclamado por la Iglesia. San Cesáreo de Arlés da testimonio de esta acepción cuando escribe: “Me alegro de verlos acudir a la Iglesia para escuchar las lecciones divinas” Además de su designación litúrgica, lectio divina era también la forma de nombrar las mismas Escrituras: “Tengan siempre la lectio divina entre sus manos”, recomienda san Cipriano. Cuando se comenzó a leer y escrutar las Escrituras fuera del recinto de la Iglesia, este estudio fue heredero del nombre de lectio divina.

“El vocablo latino lectio en su sentido primero, quiere decir una enseñanza, una lección. En un sentido segundo y derivado, lectio puede también designar a un texto o a un conjunto de textos que trasmiten esta enseñanza. Así, se habla de lecciones (lectiones) de la Escritura leídas durante la liturgia. Por último, en un sentido aún más derivado y más tardío, lectio puede también querer decir lectura. Cada vez que se encuentra la expresión lectio divina en los escritores latinos, antes de la Edad Media, esta expresión designa a la misma Sagrada Escritura, y no a una actividad humana sobre la Sagrada Escritura. Lectio divina es sinónimo de sacra página.

Dios en las Escrituras, en la pequeña biblioteca que es la Biblia, nos propone ésta clase de diálogo: nos invita, nos llama desde su Palabra, desea nuestra compañía, para hacer la experiencia de conocer su “Tú” esencial en nuestro “yo” peregrinante. «Lectura hecha con Dios, corazón a corazón, con los ojos de la Esposa, en la intimidad de un diálogo de amor» Podemos graficar un triple ritmo de este diálogo.

                                                               

Entonces ¿qué es la palabra? La Biblia testimonia que Dios se re-vela, quita el “velo” que lo oculta, es decir, sale de sí y ex-pone su amistad a los hombres. Para hacerlo, elige el medio más frecuente en el trato interpersonal: la palabra, el diá-logos. El término español palabra traduce del mismo modo dos vocablos griegos que tienen sentido diferente. El griego remâ, de ordinario, hace referencia a una expresión proferida por el hombre. En cambio logos (presente en todos los escritos del NT y utilizado en ellos 331 veces) posee un valor semántico articulado en cuatro formas, todas ellas profundamente teológicas, logos es:

 

1. La palabra dicha por Dios en el sentido hebreo de dabar según el AT.

2. La palabra que es el Verbo en el misterio de la Santísima Trinidad. Concretamente el Logos de Dios.

3. La palabra que es Jesús en su misterio de Verbo encarnado–crucificado–resucitado–entronizado como   

Señor a la derecha del Padre y cuanto se deriva de él, palabra de la cruz 1 Cor 1,18; palabra de                  reconciliación 2 Cor 5,19.

4. La palabra que Jesús pronunció –su anuncio del reino de Dios– y también la predicación apostólica como    

                       continuación de él.             

 

Como sabemos la LD tiene cuatro peldaños que hay que subir, leyendo–escuchando la Palabra de Dios, cada peldaño lo podemos mostrar con una pregunta.

1.         Lectio, lectura ¿Qué dice el texto en sí mismo? 

2.         Meditatio, meditación ¿Qué me dice a mí este sentido?

3.         Oratio, oración ¿Qué le digo yo, como construyo mi respuesta?

4.         Contemplatio, contemplación ¿Qué más, qué experiencia hubo?

 

³  Al encuentro del sentido en el texto: Lectio

 

Si hay un paso esencial en la pedagogía de la Lectio Divina, es el primero. La lectura del texto elegido debe hacerse en forma pausada, tratando de desterrar de la mente aquellos pensamientos que dice al leer el texto, ‘ya lo conozco’. Pero aquí, el primer acto de leer, debe conducir a otro acto esencial: escuchar esa Palabra; no siempre estos dos movimientos son evidente. Pero antes es conveniente tomar un texto y delimitar su extensión, o tomar el evangelio de la misa del día.

          La tarea de éste primer paso es comprender el sentido literal del texto, lo que dice el texto en sí mismo, sin implicarme personalmente, sin sacar, aún, ningún mensaje; tratar de comprender el sentido de la Palabra en sí misma. Análisis de las palabras que constituyen el texto (sustantivos, adjetivos, verbos...), cayendo en la cuenta de sus campos semánticos, sus sinónimos, etc. Atención a las repeticiones de palabras o frases. Atención a los personajes y sus acciones. Atención a las indicaciones de tiempo y lugar.

Dado que el primer escalón está centrado en la pregunta ¿Qué dice el texto?, para comenzar podemos mirar en dos direcciones, hacia arriba, viendo qué texto/relato precede al texto que elegimos, de qué capitulo forma parte, qué género literario se utiliza allí, qué personajes aparecen. Esta mirada sobre el texto que precede es importante, dado que muchas veces tiene una influencia en el texto elegido, o forma parte del mismo relato, o su sentido primero está allí y por lo tanto nos da una clave importante. Segundo mirar hacia abajo, la continuación del texto, ¿sigue el mismo tema? ¿Qué clase de relato es la continuación del que leemos? ¿Qué datos aparecen allí que, en realidad, pertenecen al texto elegido? ¿Están los mismos personajes?

El segundo movimiento es poder distinguir qué género literario tenemos delante. Si es un relato de milagro, tendremos un enfermo o necesitado que pide ayuda, o se interpone en el camino de Jesús o los discípulos, aquí lo importante es escuchar el mensaje detrás de la curación; si es un relato de una llamada a seguir a Jesús, veremos que hay variada respuesta. Si el texto es una parábola, debemos comprender que el género literario parábola es una especie de cuento que utiliza una imagen o ropaje para narrar un mensaje, lo importante es el mensaje central, todos los recursos que utiliza la parábola están en función de uno o dos mensajes. Una narración puede contener una imagen que no es real, sino solo quiere por su medio dar una idea de una realidad; pero la narración también puede contener un dato histórico y contar un acontecimiento, encuentro, etc. Los géneros literarios son como el marco esencial en que están contenidos la verdad que Dios quiso manifestar.

La DV12, lo dice así: “Para descubrir la intención del autor, hay que tener también en cuenta, entre otras cosas, los ‘géneros literarios’. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en textos de distinta índole histórica, o en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros de expresión

“Nuestra primera ocupación es la comprensión literal, el sentido literal, es decir, el pasaje escriturístico en sí, el texto como significante más que como significado: sin implicaciones personales, sin relaciones laterales, sin aplicaciones concretas sobre tal o cual situación. Se trata de qué dice el texto, se trata de dejarlo expresarse a él. La lectio es lectio y no lectura, precisamente por su gratuidad, su desinterés inmediato. Una lectura desasida cuya finalidad no termina; podríamos decir de la lectio lo que el maestro Eckhart dice de la especificidad de las cosas de Dios: ‘las sin porqué’, las ‘sin para qué’, lo que san Bernardo dice del amor: El amor no busca su justificación fuera de sí mismo. El amor es suficiente en sí mismo, es agradable en sí mismo y para sí mismo. El amor es su propio mérito y su propia recompensa; no busca una causa fuera de sí mismo ni otro resultado que el amor mismo. El fruto del amor es el amor.

Y en el mismo tenor Arnoldo de Bohéries aconseja: Cuando leas y medites, busca el sabor y no la ciencia. La Sagrada Escritura es el pozo de Jacob de donde se extrae el agua que inmediatamente se derrama en oración. No será necesario ir al oratorio para empezar a orar, sino que la misma lectura dará ocasión para orar y contemplar”

Reiteramos, la lectura del texto elegido debe hacerse de forma reposada, lenta, tratando de gustar y comprender cada palabra, cada sentido; tratando de ver cada imagen que describe el texto, escuchando a cada persona que toma la palabra, al momento, que nos fijamos la repercusión de esa palabra en sus oyentes. Hay textos que se prestan para imaginarlos y tratar de visualizarlo, como veo un cuadro o una escena en la televisión. Si podemos graficar así un texto, eso nos ayudará a mirar la imagen y comenzar a leerlos e interpretarlo, haciendo que la imagen nos comunique su mensaje.

Todo texto tiene una dimensión viva y se lo encuentra solo cuando llego al sentido del mismo. Al llegar al sentido puedo conocer unos aspectos del autor y sobre todo el sentido vivo de su mensaje.

En la Biblia este encuentro con el texto por medio del sentido, se traduce en el encuentro con la verdad salvadora presente en el sentido, pero además, esta verdad salvadora no es portadora de realidades abstractas, sino de una verdad viva que sale al encuentro del lector; propiamente, el contenido de esta verdad es Dios mismo, que sale del sentido del texto y se muestra como experiencia de un bien de salvación. Luego, cuando mi memoria vuelva al sentido de ese texto, volverá primero, a la experiencia, del encuentro. Nosotros, erróneamente recordamos una experiencia de Dios como un dato del pasado, sin embargo, nosotros vivimos en el tiempo y somos temporales, cuando Dios nos habla por medio de su Palabra, esa experiencia sigue presente. Lo que Dios da, lo da de manera definitiva, somos nosotros que podemos perder ese don u olvidarlo. 

 

Dios siempre encuentra el momento, la circunstancia o el medio para acercarse a nuestra vida; muchas veces utiliza instrumentos pobres, a veces, acontecimientos en nuestra vida o hechos dolorosos; todos los medios le sirven para hablarnos, para encontrarse con nosotros, para darnos su consuelo. Pero, ninguna de estas circunstancias ni de estos medios tiene la calidad, la fuerza y la potencia que tiene su propia Palabra, pues esa Palabra sale de su corazón y es portadora de lo que él es.

Por medio de su Palabra y de los sacramentos, Dios nos comunica su verdad y plena salvación, en esta verdad y salvación está contenida toda la obra de Cristo, su mensaje, su muerte y resurrección; pero toda esta salvación que Dios nos comunica, y está expresada en la redención de Cristo, llega a nosotros por medio del Espíritu Santo que es el propio lenguaje de Dios.

Es por esto que la Dei Verbum, del Vaticano II, en su número 12 dice: “Habiendo, hablado Dios en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la manera humana, el intérprete de la Sagrada Escritura debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar por sus palabras, para comprender lo que Él quiso comunicarnos…. Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe”

Sólo el Espíritu Santo nos conduce a comprender la verdad de Dios y su misterioso contenido que es la salvación de los hombres. “Sin la Palabra, el Espíritu está ciego; sin el Espíritu, la Palabra está muda”. El Espíritu Santo hace que la letra dicha o leída sea la voz de Dios, ¿cómo? en el mismo momento que esa Palabra entra en la vida de un creyente, el Espíritu Santo hace que el que cree esté ante la verdad de Dios. Así, esta experiencia y comprensión de esta verdad, es propiamente gracia de Dios, no hallazgo del hombre. Ya que el Espíritu Santo es el lenguaje actual de Dios, el Espíritu es el que traduce, podríamos decir, la Palabra escrita en Palabra viva, porque el Espíritu es la voz de Dios. En este contexto debemos comprender la pedagogía de la Lectio Divina, pues es solo una ayuda eficaz para abrir el oído del corazón y escuchar el lenguaje de Dios diciéndose para mi salvación, invitándome a recibirlo como amigo.

Quisiera introducir aquí una explicación sobre el papel del Espíritu Santo, teniendo presente la expresión de la DV 12, la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió. Les pido que lo lean lentamente, con suma atención dado que hay una parte compleja, pero espero le ayude a comprender el papel fundamental del Espíritu Santo.

 

³  La presencia del Espíritu Santo

 

 Trataremos de hacer una lectura más crítica de la mención del Espíritu Santo. Un examen crítico de la “interpretación con el mismo Espíritu” nos colocará delante de la dialéctica de lo exterior y lo interior, pero de una manera mucho más compleja, porque aquí precisamente se introduce un nuevo término, el Espíritu, que llega de otro horizonte, y que se menciona aquí tanto para las personas humanas (el hagiógrafo, el lector, el intérprete) como para el texto mismo de la Escritura.

El sujeto gramatical de los verbos es una realidad inanimada, un libro: Sacra Scriptura. Sin embargo, los tres verbos describen acciones humanas (escribir, leer, interpretar) que llevan a cabo tres personas (el autor, el lector y el intérprete del libro). Pero el texto Conciliar no emplea los verbos en voz activa: no dice que el hagiógrafo escribió, que el creyente lee y que el exegeta interpreta, lo que es sin embargo rigurosamente correcto.

Esta constatación nos dejaría o nos conduciría al nivel horizontal del párrafo anterior “Conviene que el intérprete investigue lo que el hagiógrafo intenta decir y dice, según su tiempo y su cultura…” Pero aquí las acciones del hagiógrafo y del intérprete estaban expresadas por verbos en forma activa; eran actividades puramente humanas. En nuestro caso, por el contrario, las tres formas verbales están en voz pasiva: el texto ha sido escrito, debe ser leído, debe ser interpretado. ¿Por qué? La razón evidente de esta inversión de la perspectiva, es decir, del paso de activa a pasiva, es que aquí se abre una abertura sobre una influencia que viene de arriba, y a la que están sometidos el hagiógrafo, el lector y el intérprete: es la influencia del Espíritu o de Dios, ahora bien, ante la acción del Espíritu Santo y de Dios, los tres agentes de las acciones humanas –que sin embargo las ejercen realmente– solamente pueden estar pasivos, o digamos más bien, en una actitud de sumisión, de acogida, de disponibilidad. Este es el nuevo elemento trascendente que aparece.

¿Qué papel juega aquí el Espíritu? No es ciertamente el agente directo de las tres acciones, no sustituye a los hombres: el Espíritu no es el que “lee”, ni el que “interpreta”, ni siquiera el que “escribió”. Su papel viene a añadirse al de estas tres personas humanas, no los reemplaza. Pero hay otro hecho señalable: ni el Espíritu ni ninguna de estas tres personas es el sujeto de los tres verbos. El papel del Espíritu se indica cada vez por una misma forma gramatical: un ablativo latino (eodem Spiritu et quo) ¿Qué clase de ablativo tenemos aquí? Es importante precisarlo. Porque la identidad de las formas gramaticales implica una identidad de las funciones atribuidas en cada caso al Espíritu: para comprender éstas, hay, por tanto, que precisar el alcance de estas fórmulas. Una única respuesta nos parece posible: eodem Spiritu quo no es un ablativo de lugar (sería entonces in Spiritui, como en Jn 4,23, Vulg.), sino un ablativo de modo con un matiz de causa (ya que el Espíritu es un ser personal) o si se quiere “un ablativo instrumental que indica la causa”; una verdadera causalidad del Espíritu, en efecto, se ejerce sobre el hagiógrafo, sobre el lector y sobre el intérprete de la Escritura, y ésta determina el modo cómo llevan a cabo sus respectivas actividades. Por eso, en el ejercicio mismo de sus actividades humanas, estas tres personas están sometidas a la acción del Espíritu, por lo que los tres verbos están en pasiva.

Pero no es indiferente que el sujeto gramatical de los tres verbos pasivos no sea sin embargo el grupo de personas, sino un objeto inanimado: “la sagrada Escritura”. La Escritura se presenta como el sujeto de scripta est (fue escrita), legenda (est) (debe ser leída), interpretanda (est) (debe ser interpretada); y para cada una de estas acciones examinadas, la Escritura (el sujeto) se presenta como sometida ella también a esta causalidad del Espíritu (indicada con el ablativo)

Esto nos permite decir que la causalidad del Espíritu (causa primera), a través de su acción en el hagiógrafo (causa segunda), se ejerce igualmente sobre el texto mismo de la Escritura, texto que el autor antiguo escribió y que los creyentes de hoy leen e interpretan. Lo que vuelve a decir que la Escritura misma está inhabitada por el Espíritu, que el texto que ha sido escrito es portador del Espíritu, y que debe ser después leído e interpretado en el Espíritu.

Este análisis nos ha permitido llegar a una constatación muy importante: la acción del Espíritu Santo, según este principio teológico del concilio, se ejerce lo mismo sobre las personas (el hagiógrafo y el intérprete de la Biblia) como sobre el texto mismo de la Escritura. Podemos visualizar estas relaciones múltiples en un esquema:

 

            Esta introducción un poco larga, acentuando el papel del Espíritu Santo, es para comprender el protagonismo esencial que tiene en la Lectio Divina y en toda interpretación, no hay posibilidad de encuentro con Dios si no puedo prepararme, abrir el corazón y desear el encuentro pidiéndole al Espíritu Santo, que habita en mí, que me ayude y disponga mi interior.

           

³  Segundo paso la Meditatio

 

Continuando con la exposición anterior, damos un paso más para ingresar al segundo escalón, llamado meditatio meditación. Como dijimos a este escalón se accede con la pregunta ¿qué me dice a mí?, de modo que esa pregunta dice varias cosas a tener en cuenta, veamos.

1.  Lo primero que dice es que finalizó el momento anterior que consistía en preguntar ¿qué dice el texto, cuál es su sentido? Así, el segundo momento me encuentro ante el sentido, ante la comprensión del texto en sí mismo, ante su mensaje. La Palabra se abrió ante los golpes que di con mi mano, o mejor dicho, con mi inteligencia, preguntando, buscando, viendo el contexto, etc. y luego de un tiempo trabajoso, deja salir el sentido, ese sentido que es portador de la verdad de Dios.

2.  La pregunta está indicando mi involucramiento con lo que tengo delante, que es, el sentido del texto. Es el momento de ingresar al texto, participar, ponerme en el papel de un personaje, tratar de apropiarse de los sentimientos. Involucrarme es una decisión personal que nadie puede sustituir, si no participo, el sentido del texto, la Palabra de Dios queda resonando fuera de mí, pero si me involucro, el sentido de la Palabra ingresa a mi corazón y produce lo que ella es, salvación.

3.  Cuando abro la puerta de mi corazón para recibir la verdad de Dios, ocurre algo asombroso, algo propiamente místico[1], porque esta experiencia, o sea, la unión con Dios en mi corazón, provoca una cadena de movimientos espirituales que los percibo todos, en lo espiritual o en el corazón, dejando a su paso ese sabor propio de la vida de Dios. Sin embargo, esa experiencia, fue provocada por la apertura de un texto, que dio a luz su sentido, que es el portador de la verdad y presencia de Dios. Al final de la experiencia, yo podría relatar que leyendo la Palabra de Dios, me encontré verdaderamente con Dios que me hablaba. Lo cual estaremos fundamentando el papel esencial y oculto del Espíritu Santo, quien es el gran protagonista y el propio hablar de Dios.

           

Estos tres momentos, estar ante el sentido del texto, involucrarme permitiendo que ese sentido ingrese a mi corazón, y comprender la experiencia de Dios en su Palabra, genera una corriente en mi fe, en mi actitud, y deja una marca en mi vida e historia, es como un mojón que se plantó en mi vida. ¿Qué quiero decir con esto? Que la experiencia de Dios mediante el sentido de su Palabra, es un don del Espíritu Santo, y como tal, forma ahora parte de mi vida, me pertenece, pero además, esa experiencia me ayuda a ver algo nuevo, en mí, en los otros, en la realidad; es como si esa experiencia de Dios abriera un ojo nuevo en mí que me hace ver, pero también me hace desear más. La experiencia de Dios me ayuda a ver y entender lo que no veía, y hace brotar en mi interior el deseo de Dios, deseo de su gracia, de su presencia.

Este momento de la meditación, donde dejo ingresar la Palabra de Dios en mí, me hace participar del amor de Dios, que es la propia intención de toda Palabra de Dios. La DV, 2 lo dice así: “En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible, por la abundancia de su amor habla a los hombres como amigos y trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía.” Este encuentro de amigos, este cara a cara, es lo que nos va transformando en imagen de Cristo, y esta es la única intención de Dios que realiza el Espíritu Santo.

Antes de seguir, podríamos preguntarnos ¿qué quiere decir meditación? Si buscamos el significado en un diccionario, nos dirá que meditación es “aplicación del espíritu a un tema o asunto” pero la meditación en el contexto de la Lectio es bien distinto. Incluso no se asemeja a la meditación instituida por San Ignacio de Loyola en sus famosos “Ejercicios Espirituales”.

La palabra latina meditatio proviene del griego “meléte” (meletn), según el diccionario manual griego–español Vox de 1993, melete quiere decir: cuidado, preocupación, atención solicitud; pero también práctica, ejercicio. Este segundo sentido, el ejercicio o práctica se entiende por la repetición de ciertos movimientos, el ejercicio militar o el ejercicio de la voz o el ejercicio del pianista, etc. De aquí se refiere, en el ámbito de la Lectio, a la repetición de una frase de un texto. De modo que la meditación, antes de ser una reflexión de la razón o inteligencia sobre cierto tema, es una repetición del sentido del texto encontrado. Y ¿Cuál es el sentido de esa repetición? El mismo sentido que tiene la repetición del que ensaya su voz o del pianista que repite una y otra vez, una pieza que debe tocar en un concierto, la repetición tiene por objeto la memorización y hasta la incorporación a sí misma de lo que se repite, configurarse con lo repetido.

La meditación viene a ser una repetición con el fin de conocer profundamente lo que se repite. Por eso la palabra meditación en la antigüedad se la asociaba con la ‘rumia’ de los animales. Rumiar, repetir, con el deseo de conocer por experiencia lo que se repite, gustarlo. San Agustín dice: “El que medita la ley del Señor día y noche, es como uno que rumia y gusta el sabor de la Palabra con el paladar del corazón” El acento de la frase no recae sobre una dimensión intelectual, sino sobre un aspecto vital: el paladar del corazón que soborea, donde se siente el gusto vital de las cosas de Dios, así esta experiencia nos implica personalmente. Repetir un texto con el fin de que la Palabra ‘destile’ su sentido y el corazón lo reciba; que nos sintamos ‘tocados’ por una palabra, o sea, escuchar en el corazón la Palabra de Dios.

Los rumiantes mastican la hierba para gustar su sabor, dejando que la savia se incorpore a su organismo, así también, repitiendo, masticando la Palabra, gustando su sabor con el paladar del corazón, y asimilando su néctar, su sentido vivo nos inunda la fe y hasta el cuerpo, así, vamos incorporando a todo nuestra persona, el gusto de Dios, el gusto de la amistad que se manifiesta luego del esfuerzo por indagar por el sentido de tal o cual relato, y encontrarnos no solo con un sentido, sino con un abrazo de amigo.

La Virgen María nos sale al encuentro en este momento, para alentarnos y enseñarnos, Lc 2,19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior, y Lc 2,51Jesús volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

Este guardar, conservar cuidadosamente en el corazón, nos indica un bien muy estimado, como un tesoro que luego al meditarlo le ayudaba a comprender el misterio de su Hijo. Esta misma disposición de María nos puede ayudar a nosotros, no solo a comprender el sentido del texto, sino a descubrir qué me dice Dios a mí hoy con ese texto, o darse cuenta, qué dice Dios a su Iglesia hoy. El que sabe conservar en su corazón los textos de los evangelios, siempre tendrá una luz nueva para iluminar y discernir el camino a tomar. Así, nos damos cuenta de otra dimensión, la dimensión eclesial de la lectura orante; no hacemos una lectura e interpretación fuera de la Iglesia, sino como miembros de la Iglesia, de este modo mí comprender, mi experiencia viva en diálogo con Dios, es el reflejo del diálogo eterno de la cabeza, Cristo, con su cuerpo que es la Iglesia.

Recapitulando, la meditación es un momento de gracia y participación, me involucro, escucho el sentido del texto como palabra que Dios dice para mí, y lo dice como verdad salvadora en un clima de amistad, por eso esa verdad la recibo con gratitud, con disposición, queriendo llevarlo a la vida. Porque no debemos olvidar que toda la Palabra de Dios, solo llega a su plenitud cuando la traducimos en la vida.

 

³  Tercer paso, la oratio

 

“Tu oración – nos dice san Agustín –, es una locución con Dios; cuando oras, hablas tú, cuando lees, te habla Dios” El concilio Vaticano II, retoma la frase del obispo de Hipona, tantas veces retomada por la tradición, y la repite en el documento Dei Verbum 25 “Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque a él hablamos cuando oramos, y a él oímos cuando leemos las palabras divinas

La oratio, la oración viva y verdadera, brota del contacto de la Palabra de Dios. Cuando la lectio nos dio su palabra, cuando la meditatio acoge al Verbo, el mismo Verbo suscita la respuesta, la respuesta de la fe: la palabra, al resonar en nuestro corazón, lo dilata con esa misma resonancia, dilata el espacio interior donde está Dios presente en su Palabra, entonces nuestro espíritu toma esa Palabra para responder, responder con asombro o júbilo, con compunción o con lágrimas, con acción de gracias o con peticiones o, tal vez, con la más sublime plegaria, la que se olvida de ella misma: con alabanza.

“Cuando oren no hablen mucho como los paganos; ellos creen que por mucho hablar serán escuchados” dice el Señor y luego “Salí del Padre y vuelvo al Padre”. Para orar, no hay que hacer otra cosa que acoger la palabra y dejarla decirse en nosotros, para que desde nosotros se diga, para que en nosotros “vuelva al Padre”. Se trata de insertarnos en este pasar, este paso pascual de la Palabra, volver a decirla pero ahora diciéndonos vitalmente en ella, poniendo en ella toda nuestra vida, nuestros afectos y deseos, nuestros temores y esperanzas, nuestra mente y nuestro corazón. Se trata, como decía san Bernardo, de “concebir la Palabra en el corazón”; se trata de que la palabra cumpla en nosotros su itinerario pascual: descenso de la Palabra, ascenso de la alabanza. Se trata, en toda su densidad, de que nuestro corazón devenga liturgia, celebre la liturgia del corazón.

Pero puede suceder que, a veces, no podamos orar, que nuestra oración calla, que el silencio nos cubre el corazón. No debemos preocuparnos, los pasos o escalas de la lectio divina, sirven para subir, pero también para volver, para bajar a los pasos anteriores, y así, podemos volver a la meditatio o a la lectio, y tratar de encontrar una braza encendida que no vimos, para que caliente el corazón y le dé palabras a la oración. También es cierto que muchas veces nos encontramos orando, casi sin pensarlo, o meditando una palabra sin proponernos; la oración o una palabra llegan en silencio y se presenta en el corazón.

La oración nace de la rumia de una palabra o un relato, y por ello, lo hermoso es construir nuestra oración con el mismo texto que estamos meditando; escucho y comprendo la Palabra de Dios y respondo con su misma Palabra.

Llegar hasta aquí significó varias cosas; unas cuantas barreras que cayeron, un dominio particular de la mente y cuerpo para estar, simplemente escuchando; una actitud esencial: desear estar con Jesús–llamarlo–dejar entrar al Espíritu Santo. El abrazo de Dios llega cuando elijo estar con él, libremente, con todos mis temores, fallas, pecados, y virtudes, y el encuentro se da porque Dios también eligió estar conmigo. Dos libertades se encuentran.  

 

³  Una cumbre: la contemplatio

 

“Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta palabra siempre habla en eterno silencio y en silencio ha de ser oída”, san Juan de la Cruz y San Ignacio de Antioquía nos dice: “El que en verdad posee la palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio”.

El crecimiento progresivo de la lectio divina, y en esto sigue la ley de todo crecimiento espiritual, es un movimiento que parte de afuera hacia dentro y llega a la dimensión profunda, fortaleciendo la fe, acrecentando la experiencia viva de Dios y así, dando una real amistad con Cristo, a la vez que una conciencia nueva de sí mismo. Por esto, la contemplación, pertenece al orden del silencio y la pasividad.  

Sin embargo, silencio y pasividad se hacen presente, porque estoy ante el rostro de Jesús, estoy ante sus ojos, ante su abrazo, ante su palabra que se abre y se dice muy dentro del alma. La experiencia es única, unifica todos mis sentidos que están abiertos a lo que escucha o ve, pero a la vez, la pasividad no es tal, ya que esa experiencia está inundando todo el corazón, ilumina mis heridas, desata las ataduras, me asoma a una libertad nunca vivida, y la única experiencia es estar lleno, pleno, feliz, en paz. Esta experiencia, en silencio y pasivamente, es tan profunda que marcará mi vivencia de fe y abrirá un conocer con sabor de la Palabra, como decía san Agustín, con el paladar del corazón.

Por ello, esta cuarta etapa en la Lectio Divina, propiamente, no es algo por hacer, sino una parte de la cosecha de esta pedagogía de la amistad con Dios; nosotros no provocamos esta experiencia contemplativa, o mejor dicho, es la disposición de nuestro corazón, mi compromiso por escuchar atentamente, el rumiar el sentido de la palabra. En ese permiso que le damos a Dios, para que ingrese en mi alma profunda, Él responde generosamente dándose a sí mismo.

Pero deberíamos tratar de dar un nombre a esta experiencia contemplativa, y como están en relación tres realidades esenciales: Dios, el cristiano y el Espíritu Santo en la Palabra, el único nombre apropiado es el misterio del amor. Solo el verdadero amor, el amor de Dios, me sorprende y descoloca, porque me trata como si yo fuera digno de su misterio, y no solo eso, sino que despliega una profunda seducción a mi vida, pacientemente me espera, mientras yo distraído vivo ocupado en tantas cosas, así, Cristo me muestra que nada puede ganarle a su amor. Este amor, mostrado en la vida, la muerte y resurrección de Jesucristo es invencible, ni siquiera el pecado lo aleja.

La Lectio Divina es propia pedagogía del amor de Dios, de su amor de amistad que me invita a participar en sus bienes, participar en su felicidad; esa felicidad que está grabada en lo profundo de mi alma y que nada la borra, ni siquiera el pecado. La Lectio Divina nos ayuda a volver al camino del amor, y aprender a no anteponer nada a este amor oblativo, y por eso, nos enseña el verdadero camino de la vida cristiana.

La Lectio Divina nos ayuda a volver al camino del amor. San Benito, en el prólogo nos habla así: “A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor” (Prólogo 3) Al final del prólogo, mirando el camino recorrido en la fe, nos dice: “Más, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios” (Prólogo 40)

La constancia en la escucha de la Palabra, nos regala la experiencia de la pedagogía y sentir ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, así, este ensanchamiento del corazón habla de la fuerza del amor inefable y de mi sí a ese amor. De pie ante este amor de Dios, sin dejar de experimentar mi corazón dilatado, tocado por ese amor, transformado en oyente de su Palabra, me encamino a obrar la Palabra, a mostrar en la vida la fuerza de la Palabra, o sea, a convertirme en discípulo del único Maestro.

 

³  La Palabra fecunda la vida

 

Quisiera esbozar el después de la Lectio Divina, el después de toda esa rica vivencia de la Palabra. Para ello los invito a escuchar y comprender el texto de Is. 55,10-11 “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haberlo empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé

            Se utiliza una imagen natural que vemos, para describir un hecho espiritual que no vemos directamente, pero que sí vemos en su consecuencia final. La afirmación central detalla lo que es la Palabra de Dios:

ü  así sucede con la palabra que sale de mi boca

ü  ella no vuelve a mí estéril

ü  realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé

 

La Palabra que sale de la boca de Dios, es palabra creadora, portadora del poder de Dios. Mirando la imagen de la lluvia que fecunda la tierra, y secretamente, sin que nadie lo vea, desencadena la fuente de vida, germina la semilla, dice: así sucede con la palabra que sale de mi boca. Pero ya lo había dicho en los primeros versículos del Génesis, en el relato de la creación: “Y dijo Dios: Que haya luz. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó día a la luz y noche a las tinieblas” (Gn 1, 3-5)

Dios pronuncia una realidad y la realidad nombrada viene a la existencia, o sea, dos movimientos: nombrar por medio de su Palabra una realidad distinta de sí mismo y la existencia de esa realidad nombrada. “Qué exista la luz, y la luz existió”. Toda palabra que sale de la boca de Dios, tiene esta cualidad, no hay palabras estériles, no hay palabra que falla. 

Según Isaías, la Palabra contiene la voluntad o querer de Dios: “realiza todo lo que yo quiero” es portadora de esta cualidad, como lo recuerda la Dei Verbum 2. “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación

Es muy importante tener presente esta verdad y característica de toda Palabra de Dios. Y esta Palabra se caracteriza por dar, engendrar, regalar su sentido, por medio de la persona que siempre habla, El Espíritu Santo: lo dice así la DV 11 “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo” Así, la Palabra que es portadora de la voluntad de Dios, están contenidas en las sagradas Escrituras y desde allí se manifiestan, salen al encuentro del hombre de fe. La sagrada Escrituras es portadora de la voluntad de Dios y son manifestadas por el mismo que la inspiró, el Espíritu Santo, que no solo estuvo en el autor humano, sino que sigue presente en el sentido de la verdad y sale al encuentro del que la lee con fe.

Sin embargo, la misión de la Palabra no finaliza en dar a conocer la voluntad de Dios, sino que en esta “verdad revelada” su cometido esencial es “cumplir la misión que yo le encomendé”, la Palabra contiene una misión y ¿Cuál es esta misión?, la misión es poner por obra esa voluntad revelada por Dios. Así, la Palabra de Dios tiene como meta final aparecer en una obra, transformar la vida, o aparecer en la realidad mediante el obrar del cristiano convertido. Solo así, se implanta el reino anunciado por Cristo, así la obra de Dios presente en la sagrada Escritura, que resplandece en Cristo, es instaurada, mostrada por medio de la vida de cada creyente, por la fuerza del Espíritu Santo.

Queridos hermanos, la amistad de Dios nos sorprende y abre en nuestra vida, la otra vida que está en el fondo del alma, el ojo interior para ver su rostro, para recibir su misterio de amor que es el sentido de toda vida y toda la vida.

Queridos hermanos oblatos, esta pedagogía de la Lectio Divina, conducida por el Espíritu Santo, es un instrumento seguro para llevarnos a la cumbre de la vida de fe. Traten de meditar y rezar este tema, con todo el corazón; si no encuentran el “tono” interior pidan al que da con abundancia, pidan que el Espíritu Santo les abra la inteligencia y el corazón y así puedan vivir con gozo el fuego de su amor.

 

                                                                                     En Cristo y María Santísima

                                                                                                                 Hno. Luis



[1] Místico no es algo extraordinario, es más bien esas experiencias profundas que nos cuesta poner en palabras; es una experiencia que sobrepasa lo que esperaba o lo que normalmente vivo. Incluso cuando vivimos profundamente el amor tenemos estas experiencias, porque el amor no se dirige a mi conocimiento ni a mi saber, sino a mi espíritu y allí produce placer, sabor, gusto espiritual, alegría y plenitud. La experiencia propia de Dios, está en esta línea y por eso podemos llamarla: experiencia mística.

 

lunes, 9 de noviembre de 2020

NUEVAS CONDICIONES DEL CINERARIO

 1. LAS INHUMACIONES SE REALIZARAN LOS VIERNES Y SÁBADOS A LAS 16,30 HS. Y LOS DOMINGOS A LAS 11,00 HS. Y LAS 17,00 HS.

2. DOCUMENTACIÓN: CERTIFICADO DE DEFUNCION (DEL MEDICO O SANATORIO)

3. CANTIDAD DE PERSONAS: MAXIMO 10.

4. COLABORACIÓN: POR UNICA VEZ $ 3000 O LO QUE PUEDA LA FAMILIA.

5. TURNOS POR TELEFONO, PEDIR POR EL PADRE JAVIER O DEJAR SU NÚMERO SI EL NO ESTA PARA QUE SE PUEDA COMUNICAR.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

VOCACIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL (III)

 Francisco: Discurso a los formadores 

“Una de las cualidades del formador es la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia, llenos de ternura. Vosotros no sois sólo amigos y compañeros de vida consagrada de quienes se os ha encomendado, sino auténticos padres, auténticas madres, capaces de pedirles y darles el máximo. Engendrar una vida, dar a luz una vida religiosa. Y esto sólo es posible por medio del amor, el amor de padres y de madres. Y no es verdad que los jóvenes de hoy son mediocres y no generosos; pero tienen necesidad de experimentar que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35), que hay gran libertad en una vida obediente, gran fecundidad en un corazón virgen, gran riqueza en no poseer nada. De aquí la necesidad de estar amorosamente atentos al camino de cada uno y ser evangélicamente exigentes en cada etapa del camino formativo, comenzando por el discernimiento vocacional, para que la eventual crisis de cantidad no determine una mucho más grave crisis de calidad. Y este es el peligro. El discernimiento vocacional es importante: todos, todas las personas que conocen la personalidad humana —tanto psicólogos, padres espirituales, madres espirituales— nos dicen que los jóvenes que inconscientemente perciben tener algo desequilibrado o algún problema de desequilibrio o de desviación, inconscientemente buscan estructuras fuertes que los protejan, para protegerse. Y allí está el discernimiento: saber decir no. Pero no expulsar: no, no. Yo te acompaño, sigue, sigue, sigue... Y como se acompaña en el ingreso, acompañar también en la salida, para que él o ella encuentre el camino en la vida, con la ayuda necesaria. No con actitud de defensa que es pan para hoy y hambre para mañana…

La formación inicial, este discernimiento, es el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida, y el joven se debe formar en la libertad humilde e inteligente de dejarse educar por Dios Padre cada día de la vida, en cada edad, en la misión como en la fraternidad, en la acción como en la contemplación.

Gracias, queridos formadores y formadoras, por vuestro servicio humilde y discreto, el tiempo donado a la escucha —al apostolado «del oído», escuchar—, el tiempo dedicado al acompañamiento y a la atención de cada uno de vuestros jóvenes. Dios tiene una virtud —si se puede hablar de la virtud de Dios—, una cualidad, de la cual no se habla mucho: es la paciencia. Él tiene paciencia. Dios sabe esperar. También vosotros aprended esto, esta actitud de la paciencia, que muchas veces es un poco un martirio: esperar... Y cuando te viene una tentación de impaciencia, detente; o de curiosidad... La paciencia es una de las virtudes de los formadores. Acompañar: en esta misión no se ahorra ni tiempo ni energías. Y no hay que desalentarse cuando los resultados no corresponden a las expectativas. Es doloroso cuando viene un joven, una joven, después de tres, cuatro años y dice: «Ah, yo no me veo capaz; encontré otro amor que no va contra Dios, pero no puedo, me marcho». Es duro esto. Pero es también vuestro martirio. Y los fracasos, estos fracasos desde el punto de vista del formador pueden favorecer el camino de formación continua del formador. Y si algunas veces tenéis la sensación de que vuestro trabajo no es lo suficientemente apreciado, sabed que Jesús os sigue con amor y toda la Iglesia os agradece. Y siempre en esta belleza de la vida consagrada: algunos —yo lo escribí aquí, pero se ve que también el Papa es censurado— dicen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. No. En todo caso el purgatorio. Seguir adelante con alegría, seguir adelante con alegría”[1].



[1] Francisco, “Discurso a los participantes en el Congreso de Formadores de la Vida Consagrada”, organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Sábado 11 de abril de 2015, pp. 2-4,