sábado, 7 de noviembre de 2015

San Anselmo de Canterbury, Meditatio III, De redemptionis Humanae (Primera Parte)

Adaptación del texto y comentarios de Pedro Edmundo Gómez, osb
(Conferencia "Lectio Pascual", Córdoba, 15 de abril del 2015)


Introducción:
Parte del Corpus Espiritual:
Meditación I: Meditación para excitar el temor;
Meditación II: Lamentación sobre la virginidad perdida;
Meditación III. (1099-1100 o 1103-1104) Meditación sobre la redención del hombre. (en relación con la Epistola de Incarnatione Verbi y al Cur Deus Homo).
¿Cómo leerla?: “Estas meditaciones u oraciones han sido escritas y publicadas para excitar el alma del lector al amor y al temor de Dios y al examen de sí mismo. No hay que leerlas en medio del tumulto, sino con calma; no apresuradamente, sino lentamente, en pequeños trozos y parándose a reflexionar en ellos. No es necesario que las termine, sino que puede detenerse donde la gracia de Dios más fervor le inspire y más devoción sienta. Tampoco es necesario que comience siempre por el comienzo del capítulo; se puede repetir lo que procure más agrado, porque no he establecido estas divisiones en párrafos para obligar a comenzar aquí o allí, sino con el fin de que la abundancia y la frecuente repetición de las mismas cosas no engendren al fin el disgusto. Ante todo, que el lector sepa recoger aquello para lo cual han sido compuestas estas oraciones: el amor de la piedad” (Prólogo).

Texto: 1. ¿Quién nos ha salvado? (I) ¡Oh alma cristiana, alma resucitada de una muerte opresora, alma a la que la sangre de Dios ha rescatado y liberado de una servidumbre desgraciada!, reanima tu pensamiento, acuérdate de tu restauración, piensa en tu rescate y liberación. Pregúntate dónde y por qué virtud fuiste salvada, entrégate a meditar estas cosas, gózate en esta contemplación, sacude tu aburrimiento, haz violencia a tu corazón, estate atento a estos pensamientos, saborea la bondad de tu Redentor, gusta la dulzura de sus palabras, más suave que la miel; saborea ese paladar saludable. Aliméntate con su pensamiento; saboreándole comprenderás, te deleitarás en el amor y la alegría. Come y alégrate, saborea y está alegre. ¡Es tan dulce este alimento!

Comentario:
Clave metodológica. Invitación al alma (cristiana/redimida/redenta) a saborear-meditar en- su salvación/Salvador. Cambio de condición: resurrección-muerte, liberación-servidumbre, por la sangre de Dios. Pasos: reanima/sacude tu aburrimiento/haz violencia-acuérdate-piensa/estate atento-pregúntate-medita-goza-saborea-come-alégrate. Teología: dogmática, espiritual/experiencial/sapiencial, de un corazón racional. Gustar es entender. Dulzura.

Texto: (II) ¿Dónde está, pues, esta virtud, y qué fuerza es la que te ha salvado? No hay duda, es Jesucristo quien te ha resucitado. Es el buen Samaritano quien te ha curado, el amigo bienhechor, que ha pagado con su propia vida tu rescate y tu liberación. Es Cristo. La fuerza que te ha salvado, es su fuerza. ¿Dónde está esta fuerza de Cristo? Se halla aquí: “Todo poder está en sus manos, allí está oculta su fuerza” (Hab 3, 4) (“Resplandece como la luz, y de sus manos salen rayos-cuernos, en los cuales se esconde su poder”). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto posible en tal abyección? Hay ciertamente algo desconocido, oculto, misterioso, en esta debilidad, en esa humillación, en esa abyección. ¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz salva a todo el género humano, al que oprimía una muerte eterna; un hombre clavado en la cruz rompe los lazos que tenían al mundo en una muerte sin fin. ¡Oh poder desconocido! Un hombre condenado al mismo tiempo que unos criminales, salva a los hombres, condenados con los demonios! ¡Un hombre extendido sobre un suplicio atrae todo a él! ¡Oh virtud misteriosa! ¡Una sola alma que se escapa de los tormentos arranca del infierno otras almas en número incalculable! Un hombre sufriendo la muerte del cuerpo rescata las almas de la muerte.

Comentario:
¿Dónde y por qué virtud fuiste salvada? ¿Dónde está esta virtud, y qué fuerza es la que te ha salvado? Nombres de Jesucristo: Buen Samaritano, amigo, Cristo. En la cruz: fuerza en la debilidad, grandeza en la humillación, respeto en la abyección. Se repite “un hombre”, esto es importante.


Texto: (III) ¿Por qué, buen Maestro, tierno Redentor, Salvador que purifica, por qué has ocultado tal fuerza en tan gran bajeza? ¿Será para engañar al demonio, quien al engañar al hombre le había hecho arrojar fuera del paraíso? Pero la verdad no puede engañar a nadie. Todo el que ignora la verdad o no cree en ella, se engaña; todo el que sabe la verdad, pero se sirve de ella para odiarla o desdeñarla, va por mal camino. En cambio, la verdad no engaña a nadie. ¿Pero entonces será para que el demonio mismo se engañase? Tampoco, porque, si la verdad no engaña a nadie, no puede tener por fin llevar al error; en este caso se podría decir que es ella la que produce el error, puesto que lleva a él. No, Señor; tú no has tomado la naturaleza humana con el designio de ocultar lo que ya sabíamos, sino para manifestar lo que ignorábamos. Habiendo afirmado que eras verdadero Dios y verdadero hombre, te has mostrado tal por tus obras. Acontecimiento misterioso en sí mismo, que no has tenido oculto por placer. No se ha realizado para quedar oculto. Se ha verificado de una manera conforme a su naturaleza, no para engañar a nadie, sino porque era necesario que así ocurriese. Si puede llamarse misterioso, es solamente en este sentido: que no ha sido revelado a todos. Porque, si la verdad no se manifiesta a todos, sin embargo no se niega a nadie. Si has obrado así, Señor, no ha sido seguramente para engañar ni para que tal o cual pudiera engañarse; has hecho lo que había que hacer y de la manera que convenía; en todo y por todo has permanecido en la verdad. Todo el que se ha engañado ante la luz de tu verdad, que se acuse de su mentira en lugar de quejarse de ti.

Comentario:
Nombres de Cristo: Maestro, sobre todo Redentor, Salvador. ¿Por qué has ocultado? Para: A) Engañar al demonio, B) El mismo se engañase, C) Era necesario que así ocurriese. Misterio de la Encarnación y la verdad.

Texto: (IV) ¿Tenía el demonio alguna justa queja contra Dios o contra el hombre para que Dios se declarase a favor del hombre contra él, sin declararle una lucha abierta? Puesto que el demonio injustamente había matado al hombre, aún todavía en la inocencia, era necesario en toda justicia que perdiese un poder que ahora ejercía sobre los hombres hechos malos. Dios, desde luego, no debía nada al demonio, sino es su castigo, y el hombre no le debía más que su venganza; así como el hombre se había dejado vencer demasiado fácilmente por él pecando, de igual modo había de vencerle a su vez conservando una inocencia perfecta, aun con peligro de su vida. Pero el hombre no debía esta victoria más que a Dios sólo. Porque no había pecado contra el demonio, sino contra Dios; no era del demonio, sino que uno y otro, el hombre y el demonio, pertenecían a Dios. Y cuando el demonio maltrataba al hombre, no obraba por un celo de justicia, sino de perversidad; no es que Dios se lo ordenase; solamente lo permitía; lo exigía la justicia de Dios, no la del demonio. No había, por consiguiente, del lado del demonio ningún motivo por el cual Dios hubiera debido ocultar o diferir la acción de su poder cuando luchaba contra él para salvar al hombre.


Comentario:
Lucha espiritual. Supera la teoría de los “derechos del demonio” que exigían pago por parte de Dios y del hombre. Si se tratara de ellos, la cuestión se hubiera podido resolver con la encarnación. Lucha-victoria ya lograda. Lo exige la justicia de Dios. Ningún motivo del lado del demonio. Se distancia de la tradición patrística, de san Agustín: el hombre bajo el dominio del demonio por mandato de Dios. No hay una deuda que pagar por sus derechos relativos sobre el hombre, ni porque se haya excedido en sus derechos sobre Cristo.

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