Adaptación del texto y comentarios de Pedro Edmundo Gómez, osb
(Conferencia "Lectio Pascual", Córdoba, 15 de abril del 2015)
Introducción:
Parte del Corpus Espiritual:
Meditación I: Meditación para excitar el temor;
Meditación II: Lamentación sobre la virginidad
perdida;
Meditación III. (1099-1100 o 1103-1104) Meditación sobre la
redención del hombre. (en relación con la Epistola de Incarnatione
Verbi y al Cur Deus Homo).
¿Cómo leerla?: “Estas meditaciones u oraciones han sido escritas y publicadas para
excitar el alma del lector al amor y al temor de Dios y al examen de sí mismo.
No hay que leerlas en medio del tumulto, sino con calma; no apresuradamente,
sino lentamente, en pequeños trozos y parándose a reflexionar en ellos. No es
necesario que las termine, sino que puede detenerse donde la gracia de Dios más
fervor le inspire y más devoción sienta. Tampoco es necesario que comience
siempre por el comienzo del capítulo; se puede repetir lo que procure más
agrado, porque no he establecido estas divisiones en párrafos para obligar a
comenzar aquí o allí, sino con el fin de que la abundancia y la frecuente
repetición de las mismas cosas no engendren al fin el disgusto. Ante todo, que
el lector sepa recoger aquello para lo cual han sido compuestas estas
oraciones: el amor de la piedad” (Prólogo).
Texto: 1. ¿Quién nos ha
salvado? (I) ¡Oh alma
cristiana, alma resucitada de una muerte opresora, alma a
la que la sangre de Dios ha rescatado y liberado de una servidumbre
desgraciada!, reanima tu pensamiento, acuérdate de tu
restauración, piensa en tu rescate y liberación. Pregúntate dónde y por qué virtud fuiste salvada, entrégate a
meditar estas cosas, gózate en esta contemplación, sacude tu aburrimiento, haz
violencia a tu corazón, estate atento a estos pensamientos, saborea la bondad de tu Redentor, gusta
la dulzura de sus palabras, más suave que la miel; saborea ese paladar
saludable. Aliméntate con su pensamiento; saboreándole
comprenderás, te deleitarás en el amor y la alegría. Come y alégrate,
saborea y está alegre. ¡Es tan dulce este alimento!
Comentario:
Clave metodológica. Invitación al alma (cristiana/redimida/redenta) a
saborear-meditar en- su salvación/Salvador. Cambio de condición:
resurrección-muerte, liberación-servidumbre, por la sangre de Dios. Pasos:
reanima/sacude tu aburrimiento/haz violencia-acuérdate-piensa/estate
atento-pregúntate-medita-goza-saborea-come-alégrate. Teología: dogmática,
espiritual/experiencial/sapiencial, de un corazón racional. Gustar es entender.
Dulzura.
Texto: (II) ¿Dónde
está, pues, esta virtud, y qué fuerza es la que te ha salvado? No hay duda,
es Jesucristo quien te ha resucitado. Es el buen Samaritano quien
te ha curado, el amigo bienhechor, que ha pagado con su propia vida tu
rescate y tu liberación. Es Cristo. La fuerza que te ha salvado, es su
fuerza. ¿Dónde está esta fuerza de
Cristo? Se halla aquí: “Todo poder está en sus manos, allí está oculta su
fuerza” (Hab 3, 4) (“Resplandece como
la luz, y de sus manos salen rayos-cuernos, en los cuales se esconde su
poder”). Ahora bien, el poder está en sus manos porque han sido clavadas en los
brazos de la cruz. Pero ¿dónde está la
fuerza en tal debilidad, dónde la grandeza en tal humillación, dónde el respeto
posible en tal abyección? Hay ciertamente algo desconocido, oculto,
misterioso, en esta debilidad, en esa humillación, en esa abyección.
¡Oh fuerza oculta! Un hombre suspendido en la cruz salva a todo el
género humano, al que oprimía una muerte eterna; un hombre
clavado en la cruz rompe los lazos que tenían al mundo en una muerte sin fin.
¡Oh poder desconocido! Un hombre condenado al mismo tiempo que unos
criminales, salva a los hombres, condenados con los demonios! ¡Un
hombre extendido sobre un suplicio atrae todo a él! ¡Oh virtud
misteriosa! ¡Una sola alma que se escapa de los tormentos arranca del
infierno otras almas en número incalculable! Un hombre sufriendo la
muerte del cuerpo rescata las almas de la muerte.
Comentario:
¿Dónde y por qué virtud fuiste salvada? ¿Dónde está esta virtud, y qué fuerza es la
que te ha salvado? Nombres de Jesucristo: Buen Samaritano, amigo, Cristo. En la
cruz: fuerza en la debilidad, grandeza en la humillación, respeto en la
abyección. Se repite “un hombre”, esto es importante.
Texto: (III) ¿Por qué, buen Maestro,
tierno Redentor, Salvador que purifica, por qué has ocultado tal
fuerza en tan gran bajeza? ¿Será para engañar al demonio,
quien al engañar al hombre le había hecho arrojar fuera del paraíso? Pero la
verdad no puede engañar a nadie. Todo el que ignora la verdad o no cree en
ella, se engaña; todo el que sabe la verdad, pero se sirve de ella para odiarla o
desdeñarla, va por mal camino. En cambio, la verdad no engaña a nadie. ¿Pero
entonces será para que el demonio mismo
se engañase? Tampoco, porque, si la verdad no engaña a nadie, no puede
tener por fin llevar al error; en este caso se podría decir que es ella la que
produce el error, puesto que lleva a él. No, Señor; tú no has tomado la naturaleza humana con el designio de ocultar lo que
ya sabíamos, sino para manifestar lo que ignorábamos. Habiendo afirmado que
eras verdadero Dios y verdadero hombre, te has mostrado tal por tus obras.
Acontecimiento misterioso en sí mismo, que no has tenido oculto por placer. No
se ha realizado para quedar oculto. Se ha verificado de una manera conforme a
su naturaleza, no para engañar a nadie, sino porque era necesario que así ocurriese. Si puede llamarse misterioso,
es solamente en este sentido: que no ha sido revelado a todos. Porque,
si la verdad no se manifiesta a todos, sin embargo no se niega a nadie.
Si has obrado así, Señor, no ha sido seguramente para engañar ni para que tal o
cual pudiera engañarse; has hecho lo que
había que hacer y de la manera que convenía; en todo y por todo has permanecido
en la verdad. Todo el que se ha engañado ante la luz de tu verdad, que se
acuse de su mentira en lugar de quejarse de ti.
Comentario:
Nombres de Cristo: Maestro, sobre todo
Redentor, Salvador. ¿Por qué has ocultado? Para: A) Engañar al demonio, B) El
mismo se engañase, C) Era necesario que así ocurriese. Misterio de la
Encarnación y la verdad.
Texto: (IV) ¿Tenía el demonio alguna
justa queja contra Dios o contra el hombre para que Dios se declarase a favor
del hombre contra él, sin declararle una lucha abierta? Puesto que el demonio injustamente
había matado al hombre, aún todavía en la inocencia, era necesario en toda
justicia que perdiese un poder que ahora ejercía sobre los hombres hechos
malos. Dios, desde luego, no debía nada al demonio, sino es su castigo,
y el hombre no le debía más que su venganza; así como el hombre
se había dejado vencer demasiado fácilmente por él pecando, de igual modo
había de vencerle a su vez conservando una inocencia perfecta, aun con
peligro de su vida. Pero el hombre no
debía esta victoria más que a Dios sólo. Porque no había pecado contra el
demonio, sino contra Dios; no era del demonio, sino que uno y otro, el hombre y
el demonio, pertenecían a Dios. Y cuando el demonio maltrataba al hombre,
no obraba por un celo de justicia, sino de perversidad; no es que Dios se lo
ordenase; solamente lo permitía; lo
exigía la justicia de Dios, no la del demonio. No había, por consiguiente, del lado del demonio ningún motivo por el
cual Dios hubiera debido ocultar o diferir la acción de su poder cuando luchaba
contra él para salvar al hombre.
Comentario:
Lucha espiritual. Supera la teoría de los
“derechos del demonio” que exigían pago por parte de Dios y del
hombre. Si se tratara de ellos, la cuestión se hubiera podido resolver con la
encarnación. Lucha-victoria ya
lograda. Lo exige la justicia de Dios. Ningún motivo del lado del demonio. Se
distancia de la tradición patrística, de san Agustín: el hombre bajo el dominio
del demonio por mandato de Dios. No hay una deuda que pagar por sus derechos
relativos sobre el hombre, ni porque se haya excedido en sus derechos sobre
Cristo.
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