sábado, 30 de noviembre de 2019

ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (I)




El autor: San Beda el Venerable (presentado por Benedicto XVI[1]).

“…nació en el nordeste de Inglaterra, exactamente en Northumbria, entre los años 672 y 673. Él mismo cuenta que sus parientes, a la edad de siete años, lo encomendaron al abad del cercano monasterio benedictino para que fuera educado: ‘En este monasterio -recuerda- desde entonces viví siempre, dedicándome intensamente al estudio de la Sagrada Escritura y, mientras observaba la disciplina de la Regla y la tarea diaria de cantar en la capilla, para mí siempre fue dulce aprender, enseñar o escribir’ (Historia ecclesiastica gentis Anglorum, v, 24)… La enseñanza y la fama de sus escritos le granjearon muchas amistades con las principales personalidades de su tiempo, que lo animaban a proseguir en su trabajo... A pesar de enfermar, no dejó de trabajar, conservando siempre una alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. Concluyó su obra más importante, la Historia ecclesiastica gentis Anglorum con esta invocación: ‘Te ruego, oh buen Jesús, que benévolamente me has permitido acceder a las dulces palabras de tu sabiduría, concédeme, benigno, llegar un día hasta ti, fuente de toda sabiduría, y estar siempre ante tu rostro’. La muerte le llegó el 26 de mayo del año 735: era el día de la Ascensión.

Las Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de san Beda. A partir de un cuidadoso estudio crítico del texto…, comenta la Biblia, leyéndola en clave cristológica, es decir, reúne dos cosas: por una parte, escucha lo que dice exactamente el texto -quiere realmente escuchar, comprender el texto mismo-; y, por otra, está convencido de que la clave para entender la Sagrada Escritura como única Palabra de Dios es Cristo y, con Cristo, a su luz, se entiende el Antiguo y el Nuevo Testamento como ‘una’ Sagrada Escritura. Las circunstancias del Antiguo y del Nuevo Testamento están unidas, son camino hacia Cristo, aunque estén expresadas con signos e instituciones diversas (lo que él llama concordia sacramentorum)… fue también un insigne maestro de teología litúrgica. En las homilías sobre los evangelios dominicales y festivos desarrolló una verdadera mistagogía, educando a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a reproducirlos coherentemente en la vida, en espera de su plena manifestación al regreso de Cristo, cuando, con nuestros cuerpos glorificados, seremos admitidos en la procesión de las ofrendas en la liturgia eterna de Dios en el cielo… Gracias a esta forma suya de hacer teología, mezclando Biblia, liturgia e historia, san Beda tiene un mensaje actual para los distintos ‘estados de vida’: a) a los estudiosos (doctores ac doctrices) les recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de Dios para presentarlas de forma atractiva a los fieles; y exponer las verdades dogmáticas evitando las complicaciones heréticas y ciñéndose a la ‘sencillez católica’, con la actitud de los pequeños y humildes, a quienes Dios se complace en revelar los misterios del Reino; b) los pastores, por su parte, deben dar prioridad a la predicación, no sólo mediante el lenguaje verbal o hagiográfico, sino también valorando los iconos, las procesiones y las peregrinaciones…; c) a las personas consagradas, que se dedican al Oficio divino, viviendo la alegría de la comunión fraterna y progresando en la vida espiritual mediante la ascesis y la contemplación, san Beda les recomienda cuidar el apostolado —nadie tiene el Evangelio sólo para sí mismo, sino que debe sentirlo como un don también para los demás-… “.

El tema: la espiritualidad bíblico-litúrgica del Adviento

“La liturgia de Adviento ha desarrollado en la Iglesia una auténtica espiritualidad litúrgica, centrada en la venida del Señor y en su espera. Venida del Señor en la carne, adviento del Señor al final de los tiempos, constante presencia del Señor en su Iglesia y en el corazón de los fieles que lo acogen con amor. Las palabras claves de tiempo del Adviento son espera y esperanza, atención y vigilancia, acoger y compartir… El Card. H. Newman decía en uno de sus Sermones: ‘Es necesario estudiar de cerca el sentido de la palabra velar…No sólo hemos de creer, hemos de vigilar; no sólo hemos de amar, tenemos que velar; no sólo es necesario obedecer, hay que estar alerta. ¿Y cómo hemos de velar? Para acoger este gran acontecimiento: la venida de Cristo… Vela con Cristo quien no pierde vista el pasado mientras mira hacia el porvenir y completa lo que el Salvador le ha merecido y no olvida lo que por él ha sufrido’…”[2].

“Adviento es tiempo del Espíritu Santo. El verdadero Pródromos, precursor de Cristo en su primera venida, es el Espíritu Santo; él es ya el precursor de la segunda venida. Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María, el evangelio de Lucas lo demuestra en el primer capítulo, cuando todo parece un anticipo de Pentecostés, una efusión de gozo mesiánico, para los últimos protagonistas del AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus y del Magnificat. Por eso en la espera de la definitiva manifestación gloriosa, la Iglesia pronuncia su ‘Ven, Señor Jesús’, como Esposa guiada por el Espíritu Santo. El protagonismo del Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y mujeres carismáticos del AT que ya enlazan la antigua alianza con la nueva. Hombres y mujeres de ayer y de hoy que mantienen en la Iglesia la esperanza del Señor y acrecientan en los cristianos su responsabilidad en la historia. En esta luz debemos recordar a los precursores del Mesías, sin olvidar al Precursor, que es el Espíritu Santo, de la primera y de la definitiva venida de Jesús”[3].

Dos íconos “monásticos” del Adviento: Juan el Bautista y María, precursores del Señor, en las homilías de san Beda[4].


I. I. Juan el Bautista, el anuncio y la penitencia (Homilía I) (Mateo 3 y Lucas 3, 1-22)

Juan apareció en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados… predecía un bautismo de penitencia para remisión de los pecados en Cristo en cuyo solo bautismo se nos concede la remisión de los pecados (p. 67)… Quien desea ser bautizado en la fuente de la vida no es por otra cosa sino porque se arrepiente de estar sometido a la perniciosa muerte… El bautismo de Juan era un signo de fe y penitencia. En efecto se daba para que todos aquellos que lo recibían se abstuvieran de pecar, insistieran en dar limosnas, creyeran en Cristo y consideraran un deber acercarse, en cuanto Él apareciera (p. 68), a aquel bautismo. (Juan) amonestaba a sus oyentes para que se apartaran de sus pecados, por medio de la penitencia, se apartaba de los vicios de los pecadores, no sólo por la pureza de su mente, sino por el lugar donde habitaba corporalmente… De otra parte, simbólicamente, el desierto en el que Juan permanecía es imagen de la vida de los santos, apartada de los encantos del mundo. Estos… se deleitan en unirse solo a Dios en lo profundo de su corazón y en poner en Él su esperanza (p. 69).

En definitiva, el Señor, tras haber liberado de Egipto al pueblo gracias a la sangre del cordero y haberlo conducido a través del mar Rojo, lo tuvo primero durante cuarenta años en el desierto y después le introdujo en la tierra prometida. Por eso, no es sorprendente que el pueblo fiel no pueda soportar el gozo de la patria celestial inmediatamente después del bautismo, sino que en primer lugar debe ejercitarse en una prolongada lucha por las virtudes, para después ser premiado con los dones de la bienaventuranza suprema. Acudía a él toda la región de Judea y los habitantes de Jerusalén… Más, puesto que Judea significa ‘confesión’ y Jerusalén ‘visión de paz’ podemos interpretar de una manera alegórica que quienes han aprendido la confesión de la fe…, quienes han abrazado la visión de la paz celestial se encuentran incluidos en esta expresión. Una vez oída la palabra de Dios, se apartan de su comportamiento anterior y acceden a la soledad de la vida espiritual (p. 70),… se purifican, como con un bautismo diario en el Jordán y con las lágrimas de su compunción, de todo tipo de contagio con vicios… De ahí que el Jordán haya sido interpretado con razón como el ‘río del juicio’,… cuanto más solícitamente examinan a fondo su conciencia, tanto más caudalosos son los ríos de lágrimas que fluyen desde la profunda fuente de su corazón… vuelcan las inmundicias de su fragilidad en las aguas de la penitencia (p. 71).

II.               El misterio de Cristo Salvador

Y si alguno desea interpretar el vestido y la comida de Juan como figura del Señor nuestro Salvador… de buen grado hay que seguir esa interpretación y admitir que los pelos de camello por su aspereza simbolizan a quienes intentan limpiar sus pecados con penitencia, ayuno y lágrimas; el cinturón de cuero, por la muerte del animal del que está hecho señala a quienes han crucificado su carne junto con sus pasiones y concupiscencia. Y puesto que está escrito: Así pues, cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo, esos tales, al estar adheridos a Cristo en virtud de un amor inquebrantable, se visten con pelos del camello y ciñen sus lomos con un cinturón de cuero (p. 72). 

Tras la descripción del lugar, la misión, el vestido y el alimento de Juan, a continuación se añade el contenido de su predicación, porque se dice: Y predicaba diciendo: tras de mi viene uno más fuerte que yo. En verdad es muy fuerte el que bautiza para que se confiesen los pecados, pero más fuerte es el que bautiza para que estos sean perdonados. Es fuerte quien es digno de tener el Espíritu Santo, pero más fuerte quien lo infunde (p. 73). Y para que no creyeran que este bautismo les bastaba para obtener la salvación, antes bien se acercaran presurosos al bautismo de Cristo, añadió en consecuencia: pero Él os bautizará en el Espíritu Santo…. En verdad bautiza en el Espíritu el que perdona los pecados con la fuerza del Espíritu Santo (p. 75).

III.           Prepararnos a la Navidad

Procuremos, hermanos míos, mantener íntegra y pura su gracia en nosotros en cada momento, perseverando en las buenas obras. Y sobre todo ahora, cuando nos disponemos a celebrar la Natividad de nuestro Salvador, afanémonos con más solicitud de lo habitual, vigilando para limpiar con más rapidez lo que hayamos sorprendido que existe en nosotros de negligencia oculta. Esforcémonos por adquirir cuanto antes lo que veamos que falta en nosotros de la virtud que deberíamos tener, apartando de nosotros la maleza de las discordias, denuestos, riñas, murmuraciones y demás vicios. Plantemos en nosotros la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la benignidad, la confianza, la mansedumbre, la continencia y los demás frutos insignes del Espíritu, a fin de que en aquel día merezcamos comparecer ante el altar del Señor con corazón limpio y conciencia pura y unirnos a los sacramentos sacrosantos de Aquel que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo” (p. 76).

[1] Audiencia general del 18 de febrero de 2009.
[2]J. Castellanos, El año litúrgico, Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia, CPL, Barcelona, 1996, pp. 74-75.
[3] Idem., pp. 68-69.
[4] Homilías sobre los evangelios 1, Biblioteca de Patrística 102, Ciudad Nueva, Madrid, 2016.

sábado, 23 de noviembre de 2019

De la lucha psicológica a la lucha espiritual o del sentimiento de culpa a la sensibilidad penitencial

“El sentimiento de culpa nace fundamentalmente ante nosotros mismos y ante la consideración de nuestros propios límites, a veces puede determinar decepción y desconcierto por los propios fallos, algo así como la herida narcisista que provoca rabia y rencor contra nosotros mismos, en el interior de un círculo vicioso que a menudo se encuentra en la raíz de muchas formas distorsionadas o incluso neuróticas del sentimiento de la propia falibilidad: es la lucha psicológica, lucha intestina, obsesiva y vana del yo contra el yo, o contra una parte de sí mismo. Para entendernos, es la lucha inicial de Pablo cuando se siente humillado, él, el primero de los predicadores, por la ‘espina en la carne’ y se afana absolutamente en derrotarla por completo, luchando al máximo contra ella y contra sí mismo, y dando por descontado que el Señor también está de acuerdo con él y le echará una mano para llegar a ser perfecto (cf. 2 Cor 12,7).


La conciencia de pecado nace, en cambio, del descubrimiento del amor de Dios, y es tanto más fuerte cuanto más nos sentimos amados por el Eterno, genera un disgusto sincero por haber ofendido a quien nos ha amado con un amor grande, pero pasa a través de una especie de lucha con este amor, antes de rendirse a él: es la lucha espiritual (o religiosa) del hombre creyente que combate contra la idea, inmediatamente percibida como humillante, de ser amado por Dios en su propia capacidad de ser amado, o de no tener ningún mérito, ningún derecho a ser amado. Volviendo a Pablo y a su espina en la carne, la lucha espiritual es precisamente la que el apóstol parece combatir con el Señor, que, por un lado, no atiende a su petición, mientras que –por otro- no le pide la perfección, más aún, le invita a reconocer la gracia que está presente precisamente ahí, en su fragilidad, o el amor que se manifiesta plenamente en su debilidad, que él quería cancelar. La rendición del apóstol, en esta lucha, está dictada después de un alarde precisamente a causa de sus debilidades (2 Cor 12, 9-10)… En esta lucha con Dios se sale vencedor cuando se la da por perdida, a saber: cuando se concluye con la rendición a este amor. Esta es la verdadera lucha, una lucha típica del hombre bíblico: una lucha por la que han pasado todos los amigos de Dios. Y con ello se han convertido en hombres con un corazón increíblemente misericordioso. Como el de Dios”[1].

[1]A. Cencini, Ladrón perdonado, El perdón en la vida del sacerdote, Sal Terrae, Bs. As, 2019, pp. 88-89. 112.

sábado, 16 de noviembre de 2019

ROSTROS



“…hechura de la adoración: la vieja liturgia latina, densa, recogida, modela el rostro del benedictino, rostro tallado en la piedra de la fe. La liturgia bizantina, fluvial, interiorizada por un método de invocación, da un rostro translúcido al monje athonita del monte Athos, en la cascada de la barba y los cabellos. La certeza de la omnipresencia sacramental redondea el rostro del cura católico y el ansia de una fe tendida hacia lo inaccesible marca el rostro del pastor protestante” (Olivier Clément, El rostro interior, p. 18).

“El verdadero monje –y, en este sentido, no hay un cristiano que no sea llamado a un ‘monaquismo interiorizado’, a entrar en un desierto donde las aguas de la tierra no pueden quitar la sed- es sorprendido y enganchado por la belleza de Cristo, por esa Faz que permite descubrir, a través de las caretas y las máscaras, los verdaderos rostros, e intentar iluminarlos y liberarlos por un amor desinteresado. El verdadero monje no destruye sino que ilumina el eros humano, expresa su verdadero sentido en este reencuentro con el Eros divino. El deseo se convierte en Dios mismo haciéndose en nosotros deseo de Dios. ‘Que el eros físico sea para ti un modelo de tu deseo de Dios’, dice san Juan Clímaco (La santa escala, escalón 26)” (Olivier Clément, El rostro interior, p. 80).

sábado, 2 de noviembre de 2019

LA SAMARITANA: EL POZO, SU ROSTRO Y EL ROSTRO DEL SALVADOR





“…es bella y original la intuición del pintor S. Koder que, en el cuadro en que se retrata a ‘La mujer junto al pozo de Jacob’ (2011), imagina a esa mujer mirando desde arriba al fondo de su pozo personal. Es el diálogo-confrontación con Cristo lo que le da valor para escrutarse por dentro, a niveles a los que nunca había llegado por sí sola. La Samaritana mira allí, ‘y he aquí que, con una intuición sorprendente, Koder nos hace ver en el agua del pozo no solo el reflejo de la mujer, sino también el de Cristo. Allí está, imprimido en el inconsciente, el rostro misericordioso del Salvador que, a diferencia de Freud, mientras nos hace ver nuestros pecados nos brinda el abrazo de su compañía, rescatándonos del individualismo que debilita y mata’ (G. Riva, ‘Dentro al pozzo dell’inconscio il volto del Salvatore’, Avvenire, 26 febbraio 2015)”

(A. Cencini, Ladrón perdonado, El perdón en la vida del sacerdote, Sal Terrae, Bs. As, 2019, p. 139, n. 91).