lunes, 28 de septiembre de 2015

HOMILÍA DEL PADRE ABAD EN EL DOMINGO XXVI (B)

Ilustración de Ballester Peña

Num 11,16-17.24-29  Sant 5,1-6  Mc 9,38-43.45.47-48
Los invito a reflexionar sobre dos temas importantes de la Palabra de Dios de este domingo.
El primero se encuentra en la primera lectura y en el Evangelio. Es una advertencia contra el peligro de los grupos cerrados, contra el peligro de no aceptar la generosidad de Dios y querer imponerle nuestras mezquindades.
En la primera Lectura es Josué que le dice a Moisés que les prohíba a Eldad y Medad que sigan profetizando porque no habían cumplido con el requisito de acudir a la Carpa del Encuentro; pero Dios igual les había dado el espíritu de profecía. No dice el texto la razón por la cual no habían acudido a la Carpa del Encuentro. Como Josué también nosotros podemos caer en la tentación de no aceptar la profecía porque “el profeta” no cumple con “nuestros requisitos legalistas”
En el evangelio es el apóstol Juan el que intenta impedir a un exorcista que siga expulsando demonios en nombre de Cristo “porque no es de los nuestros” y Jesús lo reprende porque “el que no está contra nosotros, está con nosotros” Dios no se ata a los “estadísticas” de la Iglesia Católica. Luther King era de la iglesia bautista y Gandhi no era cristiano y cuánto evangelio trajeron al mundo; sin ellos la historia de la salvación quedaría empobrecida… Un desafío del ecumenismo es descubrir la acción de Dios en los que no son estadísticamente católicos o cristianos.
La descripción del juicio final que nos trae el evangelio de San Mateo en su capítulo 25 es iluminadora. Los buenos lo atendieron a Cristo sin conocerlo “¿Cuándo te vimos?...  Y algunos de los que recibieron esta atención eran delincuentes “Estuve preso…”
El segundo tema lo encontramos en el evangelio: “Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala…” Una primera tentación es hacer una lectura fundamentalista y decirnos cortarme una mano o arrancarme un ojo es un disparate, y sin más dar vuelta de página y a otra cosa… Esta tentación se vence con oración y estudio. ¿Qué nos quiso decir Jesús? Estamos en el capítulo 9 de Marcos; hace 4 domingos (22) leíamos en el capítulo 7: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. 21 Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, 22 los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. 23 Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.  Entonces no es la mano, el pie o el ojo el que comete el pecado; el pecado lo cometo en el corazón. Cortarse la mano, arrancarse el ojo son figuras, son símbolos; lo que tengo que hacer es dejar que el Señor me arranque el corazón de piedra y me ponga un corazón de carne, como promete el profeta Ezequiel 36,26. El arrancar el corazón de piedra es más exigente que cortarse una mano, aunque no parezca. Jesús es radical en sus exigencias: “El que no tome su cruz para seguirme no es digno de mí. El que se aferre a su vida la perderá; el que la pierda por mí la conservará” Mt.10,38-39.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Vida, Vocación y Felicidad (Charla a los alumnos de la Escuela de Comercio de Raco en la semana del estudiante el 23//09/2015).


 Enzo me dijo que querían hoy una charla sobre el futuro, la vocación. El tema me parece muy bueno porque presupone que no tienen un destino prefijado que deben realizar, descifrando signos, armando un rompecabezas, sino que tienen la libertad necesaria para realizar su propio proyecto con todos los riesgos. Les propongo por eso una charla sobre los dos criterios orientadores de una vida plena: Amor a la vida y deseo de felicidad[1], y luego un momento de diálogo abierto.

1.     La parábola de la célula

Para comprender y amar lo que es la vida, es necesario volver a lo más simple, lo biológico (modelo de lo psíquico y espiritual). Un neurobiólogo a partir de la estructura más elemental la de los seres mono celulares saca tres características de la vida.
La primera constatación es que la vida, para existir, supone un envoltorio-membrana, una separación; la existencia de un límite que va a permitir distinguir un exterior y un interior. La vida se organiza al interior de su envoltura, según un esquema particular, un código genético, pero ella va también a entrar en contacto con el exterior por medio de esta membrana y desarrollar un cierto número de intercambios con un medio vivo. Así la separación se convierte en la condición de toda forma de relación.
La membrana de la célula, o el cuerpo, tiene dos funciones esenciales: por una parte proteger el interior y por otra la de permitir los intercambios con el exterior. La vida supone la separación, delimitando un espacio interior, y la posibilidad de entrar en relación con el exterior. La segunda no es posible sin la primera. La vida supone pues a la vez autonomía y dependencia. En el interior ella es autónoma, regida por sus leyes propias. Al exterior, está en una relación de dependencia respecto del medio en el que evoluciona y del cual extrae su subsistencia. La primera característica de la vida supone una relación de alteridad.
La segunda característica es que en el interior va a darse un equilibrio químico (PH), o más complejo (temperatura). Permanecer en la vida supone mantener este equilibrio interior, aun cuando las condiciones exteriores cambien de manera extrema. Las variaciones internas son de hecho muy reducidas, mientras que las del medio pueden tener una amplitud más grande (temperatura, presión atmosférica, oxígeno).
Vivir significa mantener un equilibrio interno estable, en un entorno inestable y en transformación. Más allá de ciertos límites las variaciones externas pueden ser mortales. Esta permanencia en la vida, que supone intercambios con el medio bajo formas de absorción y de rechazo de sustancias o de calor, necesita permanencia y adaptación. Esta segunda característica de la vida supone mantener un equilibrio en un entorno en perpetuo cambio.
Tenemos necesidades básicas para la vida: 1. seguridad-supervivencia. 2. poder-control. 3. afecto-estima.
Y la tercera característica de los seres vivos es que se reproducen (división celular o sexualmente). La vida tiende a perpetuarse, a transmitirse. Existe una lógica de la vida que tiende a dar la vida. Para vivir uno no se puede contentar con sobrevivir, es necesario desear transmitir la herencia. La lógica de la vida que no puede contentarse con gozar del propio equilibrio interior. La vida aspira a durar, a transmitirse y a perfeccionarse, adaptándose sin cesar.
Si la separación física se nos impone en el momento del nacimiento y se inscribe en un largo aprendizaje de la autonomía, que culminará en el momento preciso de dejar padre-madre, esta distancia no es tan simple. Uno puede creer que ha dejado a su madre, y darse cuenta, muchos años después, que la mujer con la que se casó, o la institución en la que entró, son su proyección simbólica. Aceptar la separación, la distancia y elegir la vida no son en sí pasos tan evidentes. A menudo quedamos prisioneros de estas falsas autonomías, porque no hemos sabido partir. Esto trae consecuencias a nuestra vida relacional: nuestro miedo de perder, nuestras envidias, nuestras expectativas excesivas están ligadas a nuestra incapacidad de tomar esta distancia. Defendemos con agresividad nuestra independencia porque no hemos sabido conquistar nuestra autonomía. La debilidad de nuestra autonomía hace difícil la relación con el otro.
De hecho tenemos dificultad en mantener el equilibrio de nuestra vida interior, que se encuentra sin cesar perturbada, por los sobresaltos que agitan el medio en que vivimos. Entonces tenemos la tendencia sea a dejarnos dominar y a sufrir, sea a buscar dominar, queriendo imponer nuestra percepción, olvidando que la vida supone el respeto de este equilibrio interior, sin pretender cambiar al resto del mundo. La capacidad de adaptación a las variaciones del medio supone la conciencia de salvaguardar el equilibrio interno de nuestro ser. El conocimiento de uno mismo se convierte en un elemento esencial de la vida.
Percibir esta relación entre el medio interior y el mundo exterior es una condición de la vida. Sin embargo no hay que tener una idea demasiado estática del equilibrio. La vida ha progresado porque ha intentado adaptarse continuamente a nuevas condiciones exteriores. El problema está más bien en el hecho de que la amplitud no debe ser tal que amenace nuestra misma existencia.
El tercer elemento supone que no basta dejar padre-madre, o desplegar todas las potencialidades del propio ser para ser un viviente. La vida supone también el deseo de la fecundidad. Si su forma más evidente consiste en fundar una familia y tener hijos, esta necesidad también puede expresarse en múltiples formas. Así por ejemplo, se traduce a menudo en dejar algo detrás de sí: un libro, el nombre de una calle, un records, un acontecimiento memorable, un nombre en una avenida de Hollywood.
La manera inconsciente como expresamos esta necesidad de fecundidad, esta necesidad de prolongarnos en el tiempo, aun cuando a veces pueda parecer un poco ridícula, es de hecho, algo muy sano e infinitamente respetable. Es la lógica de la vida que se expresa a través de este deseo, deseo de felicidad. El verdadero drama está cuando una persona o una comunidad rehúsan dar la vida y se repliega sobre sí misma, contentándose simplemente con sobrevivir, dejándose vencer por el instinto de muerte. La esterilidad es el mayor desafío que hoy nos acecha a cada uno de nosotros.
Todos los que estamos aquí vivimos, es decir reunimos las tres características fundamentales de la vida, tenemos satisfechas, en cierta medida, las tres necesidades básicas, superamos la infancia. En la adolescencia-juventud sobre ellas tratamos de elaborar un proyecto de felicidad. + Necesidad de esconder la herida original (necesidad insatisfecha que genera obsesiones-adicciones-compulsiones-ídolos, y culpa-remordimiento) + Identificación compulsiva con el grupo al que pertenecemos (mandatos-deberías). + Condicionamientos culturales = Dan por resultado un FALSO YO (Máscara-personaje), programado para el sufrimiento-frustración y la búsqueda de compensaciones-ficciones.
Amar la vida y desear la felicidad no es tan claro, muchas veces obramos desde las heridas, rechazos, frustración, ambigüedades, malentendidos, desde el falso yo. La VOCACIÓN es un camino de realización del VERDADERO YO que se orienta a la FELICIDAD.

Pregunta para pensar: 
¿Qué me haría feliz en este momento?

  1. Tres tipos de vocación
Un autor antiguo (Juan Casiano) distingue tres tipos de vocación. Se da en primer lugar la elección romántica o elección pasión. Me gusta (o no me gusta). El corazón-sentimiento es el actor principal. Aquí se pueden reconocer las grandes historias de amor o esas vocaciones que condujeron a tantos hombres a entregarse a las grandes causas-ideales. No se tienen en cuenta las motivaciones inconscientes.
Hay una segunda forma que se desprende de este primer tipo, pero que se distingue un poco. Los apasionados atraen, suscitan seguidores. Lo que seduce entonces, no es tanto el fin buscado, cuanto las personas que se dejaron invadir por su pasión y que juegan, sin saberlo, un rol de leader y de modelo. El fenómeno nos es muy conocido, basta que un deportista o un equipo ganen una competición para que miles de personas se inscriban en clubs. Lo que determina nuestra elección, no es más la causa buscada, sino el deseo de parecerse-identificarse o imitar a aquel o aquella que se han convertido en nuestros héroes.
Existe una tercera modalidad que es mucho menos noble que las anteriores. Es la de aquellos que, a falta de algo mejor, y después de madura reflexión, siguen lo que encontraron, lo que pudieron. Ya sea porque no tienen otra opción, o porque no son atraídos por nada más en particular o aún porque han vivido desilusiones y fracasos. Lejos de elegir su vida, estas personas parecen más bien, sufrir lo que viven; pero este tipo es en el que se encuentra más perseverancia. Cuando la pasión se desvanece y la admiración se esfuma con el tiempo (burbujas), la humilde conciencia de nuestros límites, permite a menudo, continuar caminando, mientras que el fervor del primer amor hace tiempo que se adormeció.
Estamos en el corazón de toda la problemática de la vocación, sea cual sea. En efecto, lo que cuenta, no es tanto el comienzo, la pasión fulgurante, la admiración sin límites, sino sobre todo, la continuación y el final. La vocación es un proceso lento y complejo que hace que un ser humano, no solamente haga una elección, sino que también la renueve y prolongue en el tiempo, día tras día, a pesar o más bien, a través de las vueltas y dificultades de la vida.
VOCACIÓN e IDENTIDAD están íntimamente relacionadas, lo que hace necesario el CONOCIMIENTO/ACEPTACIÓN DE SÍ MISMO.
Matriz FODA. Fortalezas (Virtudes, Capacidades, Dones, Talentos: reconocerlos, cultivarlos, usarlos bien, ponerlos al servicio. No ponerlos permanente en evidencia. Reconocer los dones de lo demás) – Oportunidades (Aspiraciones-Posibilidades) – Debilidades (Defectos, Heridas. Dos ejemplos: el diamante rayado / los animales domésticos y los salvajes. Diálogo con los pensamientos-sentimientos: fábula de los tres lenguajes) – Amenazas (Carencias).

Preguntas para pensar: 
¿Cuál es mi fortaleza? 
¿Cuál es mi debilidad?

Pedro Edmundo Gómez, osb.

[1] Ideas tomadas de autores monásticos contemporáneos: Guillaume Jedrzejczak, Thomas Keating, Anselm Grün y otros.

sábado, 19 de septiembre de 2015

CONGRESO EUCARÍSTICO III


3.2. La renovación del culto eucarístico
La centralidad de la celebración revela que “el cuerpo entregado y la sangre derramada” son principio, forma y fin de la existencia cristiana y de la acción de los bautizados. Bajo esta perspectiva, celebrar, adorar, dar gracias son el modo en el que los cristianos se relacionan con el gran don de la Eucaristía.
            El culto eucarístico fuera de la Misa es prolongación del culto ofrecido al Padre por medio de su Hijo en el Espíritu durante la celebración eucarística: “la celebración de la Eucaristía en el sacrifico de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se tributó fuera de la Misa” (DSC, 2). “Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual” (DSC, 80).
            Y existe un consenso general sobre el hecho de que el culto eucarístico, bien comprendido, debe ser recomendado y alentado como justamente lo hace la encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. 47-52) y la exhortación postsinodal Sacramentum caritatis. El problema es simplemente saber en qué forma teológica se debe inspirar la praxis.
            Por lo que respecta a la adoración eucarística ésta ha crecido sobre la base de una teología eucarística individualista. El objetivo a afrontar hoy es integrar esta práctica espiritualmente fecunda en la óptica más general de una eclesiología eucarística orientada hacia la comunión y darla así nuevo impulso.
            Recordemos las palabras de san Agustín: “Si vosotros sois su cuerpo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está aquel que es vuestro misterio; sí, recibís a aquel que es vuestro misterio”.[1] A partir de esta afirmación, sería tarea verdaderamente noble y meritoria de un Congreso Eucarístico renovar las antiguas formas de devoción eucarística en vez de simplemente preservarlas, alentándolas en el espíritu de la eclesiología eucarística conciliar.[2]
            Veamos algunos ejemplos. Si el culto eucarístico fuera de la Misa tiene como objetivo “extender la gracia del sacrificio” entonces hace referencia a la celebración y a sus gestos (escucha de la Palabra, silencio, alabanza, acción de gracias, ofrenda de la vida, adoración, comunión) y a los lugares en los que se realiza la celebración (altar, ambón, sede).
            Más: orientar la adoración solemne del Santísimo Sacramento según el espíritu de la eclesiología eucarística conciliar significa dar preferencia al criterio de la presencia comunitaria antes que a la costumbre de la adoración individual por turnos.       

3.3. Eucaristía y comunión eclesial 
Cada Congreso Eucarístico no es sólo una grandiosa manifestación de fe, un gran homenaje a la Eucaristía, sino una gracia de renovación permanente de la vida eucarística de todo el pueblo de Dios.
Tal renovación se juega hoy, sobre todo, en el descubrimiento de la eclesiología eucarística de comunión que ha sido, además, el tema central del 50º Congreso Eucarístico Internacional de Dublín (2012). Tal concepto, según el Sínodo extraordinario de 1985, sintetiza la eclesiología conciliar y es la idea principal que recorre todos los documentos del Concilio Vaticano II. En efecto, “la idea central y fundamental en los documentos del Concilio Vaticano II debe ser individuada en la eclesiología de comunión… La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir, edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.[3]
            Esta concepción, actualmente muy compartida en la Iglesia católica, es desarrollada de modo convincente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Desde el inicio la Constitución dice: “Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico”.[4] A esta afirmación, que hace referencia a 1Cor 10,17 y que se repite varias veces en el mismo texto,[5] es necesario añadir la del n. 26: “En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y “unidad del Cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación” (Tomás de Aquino, S. Th. III, q.73, a.3). En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Pues “la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” (León M., Serm. 63,7)”.
            La recepción sistemática de la eclesiología eucarística de comunión ha sido actualizada particularmente en los documentos del postconcilio por San  Juan Pablo II con la encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) cuyo programa está ya en la frase inicial: “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”.[6] Afirmación justificada con la referencia a una serie de textos que a partir de los Padres de la Iglesia llegan hasta la afirmación de De Lubac: “Si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se concluye que la vinculación entre una y otra es estrechísima”.[7]
            Pero incluso antes, en la Novo millenio ineunte, el mismo Pontífice, indicando la fuerza de la koinonia, había propuesto también una espiritualidad de comunión, precisándola en sus manifestaciones y realizaciones y retomando el léxico querido por los Padres medievales que hablaban de la comunidad cristiana como “casa y escuela de comunión”.[8] Sí, porque la eclesiología de comunión puede convertirse en un instrumento y estructura sólo si instaura en el tejido cotidiano de las Iglesias una espiritualidad de comunión.
            En los últimos años, Benedicto XVI ha afrontado las consecuencias pastorales, eclesiológicas y ecuménicas de todo esto en la tercera parte de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, cuyo título (“Eucaristía, misterio que se ha de vivir”) indica ya la dimensión eclesial de la Eucaristía y, a la vez, la dimensión eucarística de la Iglesia. Aspectos que el mismo Pontífice subrayó también en su homilía para la Statio Orbis final del 49º CEI de Quebec (2008): “Al recibir el Cuerpo de Cristo recibimos la fuerza "para la unidad con Dios y con los demás". No debemos olvidar nunca que la Iglesia está construida en torno a Cristo y que, como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y san Alberto Magno, siguiendo a san Pablo (cf. 1 Co 10, 17), la Eucaristía es el sacramento de la unidad de la Iglesia, porque todos formamos un solo cuerpo, cuya cabeza es el Señor. Debemos recordar siempre la última Cena del Jueves santo, donde recibimos la prenda del misterio de nuestra redención en la cruz. La última Cena es el lugar donde nació la Iglesia, el seno donde se encuentra la Iglesia de todos los tiempos”.[9]
            >Toca ahora a cada Iglesia particular ser consciente que la vida eucarística no es “un algo más”, algo que está al margen de las diversas actividades y de los programas pastorales, sino que es la fuente y la culminación del compromiso de los bautizados para construir la Iglesia como Cuerpo del Señor.
            Es tarea ahora de cada parroquia (es decir, de cada “comunidad eucarística” insertada en un territorio particular) demostrar la madurez del don para los otros, de la escucha recíproca, de la disponibilidad y de la colaboración concreta para que la comunidad de los fieles se convierta en casa de Dios y de los hermanos en medio de la casa de los hombres.
            Toca ahora a nuestras comunidades locales renovarlas, dándolas sustancia y equilibrio según la forma teológica de la eclesiología de comunión.

Continuará...


[1] S. Aurelii Augustini, Sermo 272,1, PL 38, 1247: “Si ergo vos estis corpus Christi et membra, mysterium vestrum in mensa Dominica positum est: mysterium vestrum accipitis”.
[2] Sobre el problema de una orientación de las devociones eucarísticas en la óptica de una eclesiología eucarística, se lea la conferencia di Walter Kasper, L’ecclésiologie eucharistique: de Vatican II à l’exhortation Sacramentum Caritatis, en Actes du Symposium International de théologie. L’Eucharistie don de Dieu pour la vie du monde, Ottawa 2009, pp. 194-215.
[3] Relatio finalis, II C 1; en: Enchiridion Vaticanum (Bologna, EDB, 19914) vol. 9, p.1761.
[4] LG 3
[5] Cfr. Por ejemplo LG 7: “Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una comunión con Él entre nosotros. Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (1 Cor 10,17). Así todos nosotros nos convertimos en miembros de ese Cuerpo (cf. 1 Cor 12,27) y cada uno es miembro del otro”. Y también LG 11: “Confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, (los fieles) muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento”.
[6] EdE n. 1
[7] Cfr. H. DE LUBAC, Meditazione sulla Chiesa, Milano 1993.
[8] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte (6 enero 2001) 43.
[9] Traducción de AAS C/7, pp. 483-484.

sábado, 12 de septiembre de 2015

INVITACIÓN HORA SANTA


Los invitamos a una HORA SANTA los TERCEROS DOMINGOS de cada mes, a las 19, 00 hs. para adorar comunitariamente al SEÑOR EN LA EUCARISTÍA preparándonos para el
CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL

sábado, 5 de septiembre de 2015

CONGRESO EUCARÍSTICO II


Exposición de algunos puntos notables para el Congreso Eucarístico 2016, tomado de Celebrar hoy un Congreso Eucarístico, Para preparar el 11º Congreso Eucarístico Nacional de Tucumán, Julio 2016, Mons. Piero Marini.

3. Un Congreso Eucarístico en la Iglesia de hoy
El rostro renovado de la Iglesia nacida del Vaticano II y la doctrina de la Eucaristía denominada como “fuente y culmen de toda la vida cristiana[1], ya nos es conocida
            Las razones teológicas que conformaron el Congreso de Munich de 1960, fueron retomadas en buena parte en el Ritual De sacra communione et cultu mysterii eucharistici extra Missam (=DSC), publicado el 21 de junio de 1973, que renueva la visión del culto eucarístico según los principios del Vaticano II, recuperando la relación entre Eucaristía e Iglesia y subrayando que la celebración eucarística es “el centro y culmen de todas las diversas manifestaciones y formas de piedad[2] de un Congreso.
            “Los Congresos Eucarísticos –cita el Ritual- que en los tiempos modernos se han introducido en la vida de la Iglesia como peculiar manifestación del culto eucarístico, se han de mirar como una “statio”, a la cual alguna comunidad invita a toda la Iglesia local, o una iglesia local invita a otras Iglesias de la región o de la nación, o aun de todo el mundo, para que todos juntos reconozcan más plenamente el misterio de la Eucaristía bajo algún aspecto particular y lo venera públicamente con el vínculo de la caridad y de la unión” (n.109)
            El concepto de statio es precisado aquí en el sentido de una parada de compromiso y de oración a la que una comunidad invita a la Iglesia universal con “la plena participación de la Iglesia local y la significativa aportación de las otras Iglesias”. De este modo, la idea de la statio orbis o statio nationis llega a ser una convención libremente inspirada en la antigua statio urbis superando las dificultades eclesiológicas .
            Los objetivos del Congreso (profundización de algún aspecto del misterio eucarístico y su veneración pública), realizados en el vínculo de la caridad y de la unidad, reclaman además los caracteres fundamentales de aquella eclesiología eucarística cuyas semillas, esparcidas por los diversos documentos del Vaticano II, han encontrado autorizados desarrollos en la encíclica Ecclesia de Eucharistia y en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis.
            También las razones históricas y teológicas de los Congresos Eucarísticos son reinterpretadas de modo sustancial. Veamos cómo.

3.1. La centralidad de la celebración eucarística 
A partir del De sacra communione, la dimensión cultual (= “piedad eucarística”) que ha caracterizado los congresos eucarísticos hasta el Concilio, se concentra sobre la celebración de la Eucaristía, sacramento pascual del Cristo ofrecido para que el mundo tenga vida.
                        La idea de la statio permitió restablecer la unidad del misterio eucarístico y su celebración: “La celebración de la Eucaristía sea verdaderamente el centro y la culminación a la que se dirijan todos los actos y los diversos ejercicios de piedad” (DSC, 112/a).
            A partir de aquí, “las celebraciones de la Palabra de Dios, las sesiones catequéticas y otras reuniones públicas tiendan sobre todo a que el tema propuesto se investigue con mayor profundidad, y se propongan con mayor claridad los aspectos prácticos a fin de llevarlos a efecto” (DSC, 112/b). También hay lugar para la forma tradicional de la adoración eucarística: “Concédase la oportunidad de tener ya las oraciones comunes, ya la adoración prolongada, ante el Santísimo Sacramento expuesto, en determinadas iglesias que se juzguen más a propósito para este ejercicio de piedad” (DSC, 112/c).
            >Todo esto da forma también a la fase preparatoria del Congreso Eucarístico, donde se subraya la necesidad de “una catequesis más profunda y acomodada a la cultura de los diversos grupos humanos acerca de la Eucaristía principalmente en cuanto constituye el misterio de Cristo viviente y operante en su Iglesia; una participación más activa en la sagrada Liturgia, que fomente al mismo tiempo la escucha religiosa de la palabra de Dios y el sentido fraterno de la comunidad” (DSC, 111/a-b).
            Por tanto, en y todos los gestos del culto el centro de la celebración del Congreso y de su camino de preparación se pone ahora la celebración Eucarística que tradicionalmente caracterizan este acontecimiento (adoración fuera de la Misa, procesiones, etc.), todas las sesiones de catequesis y reuniones plenarias deben hacer referencia a ella. Si la parada congresual de una Iglesia local tiene como finalidad, objetivo y centro la celebración de la Eucaristía, tal celebración se convierte en la forma y la fuente de cualquier otra cita del Congreso.

            MATERIAL POSIBLE: De la misma manera, para celebrar dignamente un Congreso, será necesario esforzarse para reconciliar la “piedad eucarística” con la teología promovida por el Concilio (la de los grandes documentos Mysterium fidei, Eucharisticum mysterium, el ritual De sacra communione) y de los más recientes documentos de los Romanos Pontífices (la encíclica Ecclesia de Eucharistia, la carta Dominicae Cenae, la carta apostólica Mane nobiscum Domine, la exhortación apostólica Sacramentum caritatis) para que todo sea orientado según una eclesiología eucarística.





[1] Cfr. Lumen Gentium (LG) 11.
[2] Cfr. De sacra communione et cultu mysterii eucharistici extra Missam, 112. Las citas utilizadas aquí siguen la numeración del texto típico latino editado en AAS 65 (1973) 610 ss.

Entrada preparada por el P. Marcelo Maciel, osb