viernes, 27 de febrero de 2015

HOMILÍA DEL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Celebramos hoy el 1º domingo de cuaresma, nuestro camino hacia la Pascua, hacia una vida nueva.
La liturgia de la Palabra que nos propone la Iglesia se nos presenta como algo distinto. El libro del Génesis conjuntamente con la 1ª Carta de Pedro nos recuerdan nuestro fundamento, origen de la alianza recordada por medio del arco iris y la alianza con cada uno de nosotros por medio del bautismo. Se ve claro entonces que nadie se puede sentir excluido, sino que, muy por el contrario, se podrá llegara apreciar el punto eclesial: desenvolvimiento de todos en un único Cuerpo.
El evangelio recién proclamado –de sólo 4 versículos- nos presenta dos partes.
La1ª: Jesús enviado por el Espíritu al desierto para ser tentado. Vivía entre las bestias salvajes y los ángeles lo servían. No se nos habla del tipo de tentaciones, pero se da a entender que sale victorioso de las pruebas, y hay una convivencia perfecta con los animales, ejerciendo los ángeles su servicio. Hay orden y armonía. Se nos está presentando una nueva creación, un nuevo paraíso terrenal, en el que Jesucristo, nuevo Adán, vence las tentaciones que el viejo Adán no pudo, otorgando orden y armonía a la creación. Podemos pensar que sólo fue Jesucristo quien lo hizo posible, y así es, pero lo hizo en nuestra naturaleza para todos.
La 2ª parte nos muestra ya su acción pública, misión comenzada allá, pero que es continuada hoy, en el aquí y ahora de toda la Iglesia, de todos los cristianos. Veíamos al comienzo que las dos primeras lecturas hacían referencia a la alianza, al bautismo. Y nos podemos preguntar qué tiene que ver con el evangelio.
Justamente esta 2ª parte: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. Convertíos y creed en el evangelio”[1] nos habla de otro modo del acostumbrado del bautismo, de nuestro bautismo.
Es interesante mencionar ahora esos otros modos de hablar; recordemos algunos pasajes:
         *La noche está muy avanzada y el día está cerca. Despojémonos, pues, de las obras de la tinieblas y vistámonos con las armas de la luz.[2]
         *Sois hijos de la luz e hijos del día. No somos hijos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino vigilemos y seamos sobrios.[3]
         *nos ha librado del poder de la tiniebla y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado[4]
         *para convertirse de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios.[5]
Parece un tanto tedioso y ocioso enumerar estas citas, pero no lo es.  Necesitamos verlas, tenerlas delante nuestro para apreciar bien lo que tenemos, el camino por dónde avanzamos, con quien vamos, qué cosas nos amenazan, a dónde queremos ir. Por nuestro bautismo nos levantamos como ejército al combate que se nos propone.
Nuestro premio: Cristo nuestra Pascua comunión con Dios.

P. Marcelo Maciel, osb.



[1] Mc. 1,15
[2] Rom. 13,12
[3] 1Tes. 5, 5-6
[4] Col. 1,13
[5] Hch. 26,18

lunes, 23 de febrero de 2015

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EL MIÉRCOLES DE CENIZA 2015

Ilustración Ballester Peña

Según nuestro Padre San Benito, hoy empezamos a esperar la Pascua con la alegría del deseo espiritual.
Hoy se nos va a decir: Conviértete y cree en el Evangelio, en la buena noticia, en la alegre noticia. Conviértete; parecería que es una invitación a hacer nosotros el esfuerzo de convertirnos… Pero San Pablo mira desde un ángulo distinto; él con sus compañeros de apostolado, como embajadores de Cristo nos dice: “Les suplicamos, en nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios”. Convertirnos es, entonces, dejarnos justificar por Cristo a quien el Padre lo identificó con nuestro pecado para que nosotros quedáramos perdonados. Es el tiempo favorable, es el día de la salvación…
El profeta Joel ya nos había motivado a la vuelta a Dios, a la conversión; volvemos a Él porque es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en amor, y se arrepiente de sus amenazas. Dios al ofrecernos su perdón, la reconciliación, pone en juego su prestigio, el honor de su nombre; “¿por qué se ha de decir entre los pueblos: ¿dónde está su Dios?”
Dijimos, al principio, que para San Benito la cuaresma era tiempo de alegre espera; pero para él, es también tiempo de purificación: 
Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas”.
San Benito nos habla de dos prácticas tradicionales en el judaísmo y asumidos por la iglesia: ayuno y oración. No habla de la limosna, la tercera práctica tradicional, seguramente porque esta no es competencia del monje sino del abad y el ecónomo. Jesús en el evangelio, que escuchamos, nos habla de las tres prácticas y nos da la gran advertencia: no hacerlas para figurar sino en secreto, a la vista del Padre que ve en lo secreto.
San Benito nos pide más tiempo de oración; más tiempo de Lectio Divina, pero sobre todo un plus en la calidad: lágrimas y compunción del corazón. Para los ayunos nos aconseja que no sea una decisión tomada “sin permiso del padre espiritual”…
¿Y la limosna?
Dijimos que la RB no la incluye entre las prácticas cuaresmales de los monjes; pero podemos hacernos algunas preguntas esclarecedoras. Para dar limosna la primera pregunta es ¿Qué necesita el otro?, la segunda es ¿tengo lo que él necesita?
No tenemos que reducir la posibilidad de limosna al dinero o cosas materiales… En mi comunidad, en mi familia, en mi parroquia, en mi barrio ¿qué necesidad hay? Que tengo yo para solucionar o al menos paliar esas necesidades… Puede haber gente necesitada de orientación, de consuelo, de una mano en algún trabajo…
Para la cantidad de esa ayuda Madre Teresa de Calcuta daba una medida: “hasta que duela”.

miércoles, 18 de febrero de 2015

MIÉRCOLES DE CENIZA, INICIO DE LA SANTA CUARESMA


La ascesis cristiana 
¿un modo de amar aquí y ahora?

La ascesis cristiana nunca ha sido un fin en sí misma, pero sí un medio, un método al servicio de la vida.
En el tiempo de los padres del desierto se imponían ayunos extremos; ahora el combate se ha desplazado; el hombre no tiene necesidad de un dolor suplementario. La mortificación actual será la liberación de toda necesidad de doping: rapidez, ruido, excitaciones, drogas, alcohol de las más variadas formas.
La ascesis será más un reposo impuesto, la disciplina de la calma y el silencio en el que el hombre reencuentra la facultad de detenerse para la oración y la contemplación, aún en el corazón de todos los ruidos del mundo, en subte, entre la gente, en las calles de la ciudad; pero sobre todo la facultad de escuchar la presencia de otros, los amigos de cada encuentro.
El ayuno, opuesto a la maceración que se inflige, será la renuncia gozosa a lo superfluo, su participación con los necesitados a un equilibrio natural en paz.
Más allá de la ascesis somática y psicológica de la edad media, se buscará la ascesis escatológica de los primeros siglos, este acto de fe que hacía estar al ser humano en atención expectante y gozosa de la Parusía, la espera no cronológica sino cualitativa que discierne lo último y lo único necesario pues, según el evangelio, el tiempo es corto y el Espíritu y la Esposa dicen ¡ven!
La ascesis así llegar a ser la atención a los llamados del evangelio, a la gama de las bienaventuranzas; ella buscará la humildad y la pureza de corazón, para liberar a su prójimo y restituirlo a Dios. En un mundo fatigado, dividido por los cuidados, viviendo en ritmos más y más acelerados, la tarea es de encontrar y vivir la infancia espiritual, la simplicidad evangélica del caminito que conduce a sentarse a la mesa de los pecadores, a bendecir y compartir el pan juntos…
Ninguna ascesis, privada de amor, nos aproxima a Dios.
La ascesis en la vida espiritual de hoy protege al espíritu de toda empresa que viene del mundo y preconiza vencer el mal por la creación del bien; así ella es nada más que un medio, una estrategia.
El hombre puede suscitar un ambiente mórbido, fantasmagórico dónde no ve más que mal y pecado. Pero la ascesis evangélica golpea por exceso –no de temor- sino de amor desbordante de ternura. San Doroteo de Gaza da una bella imagen de salvación bajo la forma de un círculo: en el centro está Dios y todos los hombres se encuentran en la circunferencia; más se aproximan al centro –a Dios-, más los rayos del círculo, el prójimo, se aproximan los unos a los otros. San Isaac dijo a su discípulo: “He aquí un mandamiento que te doy: que la misericordia conduzca siempre tu balanza, hasta el momento que sientas en ti mismo la misericordia que Dios lleva a ti y al mundo”

Paul Evdokimov

CONCIERTO DE MÚSICA DEL RENACIMIENTO EN EL MONASTERIO



El Maestro Daniel Robles, 
el día 14 de febrero a las 20, 00 hs., 
ejecutó en nuestra iglesia 
obras de autores españoles e ingleses del siglo XVI 
para laúd y vihuela

martes, 10 de febrero de 2015

FIESTA DE SANTA ESCOLÁSTICA


SAN GREGORIO MAGNO, LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS:

CAPÍTULO XXXIII: EL MILAGRO DE SU HERMANA ESCOLÁSTICA
GREGORIO.- ¿Quién habrá, Pedro, en esta vida más grande que san Pablo? Y sin embargo tres veces rogó al Señor que le librara del aguijón de la carne (2Co 12,8) y no pudo alcanzar lo que deseaba. Por eso, es preciso que te cuente del venerable abad Benito cómo deseó algo y no pudo obtenerlo. En efecto, una hermana suya, llamada Santa Escolástica, hermana de San Benito. Escolástica, consagrada a Dios todopoderoso desde su infancia, acostumbraba a visitarle una vez al año. Para verla, el hombre de Dios descendía a una posesión del monasterio, situada no lejos de la puerta del mismo. Un día vino como de costumbre y su venerable hermano bajó donde ella, acompañado de algunos de sus discípulos S'. Pasaron todo el día ocupados en la alabanza divina y en santos coloquios, y al acercarse las tinieblas de la noche tomaron juntos la refección. Estando aún sentados a la mesa entretenidos en santos coloquios, y siendo ya la hora muy avanzada, dicha religiosa hermana suya le rogó: "Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta mañana de los goces de la vida celestial". A lo que él respondió: "¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer fuera del monasterio". Estaba entonces el cielo tan despejado que no se veía en él ni una sola nube. Pero la religiosa mujer, al oír la negativa de su hermano, juntó las manos sobre la mesa con los dedos entrelazados y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios todopoderoso. Cuando levantó la cabeza de la mesa, era tanta la violencia de los relámpagos y truenos y la inundación de la lluvia, que ni el venerable Benito ni los monjes que con él estaban pudieron trasponer el umbral del lugar donde estaban sentados. En efecto, la religiosa mujer, mientras tenía la cabeza apoyada en las manos había derramado sobre la mesa tal río de lágrimas, que trocaron en lluvia la serenidad del cielo. Y no tardó en seguir a la oración la inundación del agua, sino que de tal manera fueron simultáneas la oración y la copiosa lluvia, que cuando fue a levantar la cabeza de la mesa se oyó el estallido del trueno y lo mismo fue levantarla que caer al momento la lluvia. Entonces, viendo el hombre de Dios, que en medio de tantos relámpagos y truenos y de aquella lluvia torrencial no le era posible regresar al monasterio, entristecido, empezó a quejarse diciendo: "¡Que Dios todopoderoso te perdone, hermana! ¿Qué es lo que has hecho?". A lo que ella respondió: " Te lo supliqué y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y él me ha oído. Ahora, sal si puedes. Déjame y regresa al monasterio". Pero no pudiendo salir fuera de la estancia, hubo de quedarse a la fuerza, ya que no había querido permanecer con ella de buena gana. Y así fue cómo pasaron toda la noche en vela, saciándose mutuamente con coloquios sobre la vida espiritual. Por eso te dije, que quiso algo que no pudo alcanzar. Porque si bien nos fijamos en el pensamiento del venerable varón, no hay duda que deseaba se mantuviera el cielo despejado como cuando había bajado del monasterio, pero contra lo que deseaba se hizo el milagro, por el poder de Dios todopoderoso y gracias al corazón de aquella santa mujer. Y no es de maravillar que, en esta ocasión, aquella mujer que deseaba ver a su hermano pudiese más que él, porque según la sentencia de san Juan: Dios es amor (1Jn 4,16), y con razón pudo más la que amó más (Lc 7,47) 53.
PEDRO.- Ciertamente, me gusta mucho lo que dices.

CAPÍTULO XXXIV: CÓMO VIO SALIR EL ALMA DEL CUERPO DE SU HERMANA

GREGORIO.- Al día siguiente, la venerable mujer volvió a su morada y el hombre de Dios regresó también al monasterio. Tres días después, estando en su celda con los ojos levantados al cielo, vio el alma de su hermana, que saliendo de su cuerpo en forma de paloma penetraba en lo más alto del cielo. Gozándose con ella de tan gran gloria, dio gracias a Dios todopoderoso con himnos de alabanza y anunció su muerte a los monjes, a quienes envió en seguida para que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí. De esta manera, ni la tumba pudo separar los cuerpos de aquellos cuyas almas habían estado siempre unidas en el Señor.