sábado, 28 de julio de 2018

Santa Hildegarda de Bingen: Dos “visiones” de la Vida monástica



13. De quienes imitan la Pasión de Cristo: los aromáticos[1]

Y allí donde aquel fulgor brillaba como púrpura jacintia, ardía ciñendo con fuerza la imagen de la mujer: designa la perfección de cuantos imitan la Pasión de mi Hijo con ardiente amor y engalanan vivamente a la Iglesia con su sacrifico. ¿Cómo? Porque son la alta morada del tesoro que se eleva en el designio divino, pues cuando la Iglesia, ya afianzada, cobró fuerza, brotó, para esplendor suyo, un vivo aroma que pronunció los votos del camino de la secreta renovación. ¿Qué quiere decir esto? Que entonces surgió una orden maravillosa a imagen del ejemplo de Mi Hijo; pues igual que mi Hijo vino al mundo separado del pueblo común, también esta legión vive en el mundo alejada del resto de las gentes. Sí, como bálsamo que con suavidad se destila del árbol, así surgió al principio este pueblo, de forma singular, en el desierto y en lugares retirados y, lo mismo que el árbol extiende sus ramas, lentamente medró hasta hacerse multitud plena. Mira he bendecido y santificado este pueblo: son para Mí entrañables flores, rosas y lirios que agrestes florecen en los campos como este pueblo al que ninguna ley obliga a desear una senda tan angosta, sino que la emprende dulcemente inspirada por Mí, sin precepto de ley, por propia voluntad, haciendo más de cuanto le fue ordenado; por tanto gran merced recibirá, como está escrito en el Evangelio cuando el samaritano condujo a aquel hombre mal herido a una posada” (Scivias II, V, 13, Trotta, 1999, pp. 156-157).



20. El camino de las órdenes y el amanecer

“La primera luz del día representa las fieles palabras de la enseñanza apostólica; la alborada, el inicio del camino que germinó primero en la soledad y en las grutas, después de aquella doctrina; el sol revela la apartada y bien dispuesta senda de Mi siervo Benito, a quien atravesé con ardiente fuego, enseñándole a honrar, con el hábito de su orden, la Encarnación de mi Hijo y a imitar Su Pasión con la abnegación de Su voluntad; porque Benito es como un nuevo Moisés, puesto en la hendidura de la roca, mortificando y curtiendo su cuerpo con recia austeridad por amor a la vida, igual que el primer Moisés escribió, por precepto Mío, una áspera y dura Ley en tablas de piedra y se la dio a los judíos. Pero lo mismo que Mi Hijo atravesó esa ley con la dulzura del Evangelio, también Mi Siervo Benito hizo del designio de esta orden, que antes de él era un arduo camino, una senda apartada y llana, merced a la dulce inspiración del Espíritu Santo, y, por ella, congregó a la inmensa cohorte de su regla, igual que Mi Hijo reunió junto a Sí, por Su suave aroma, al pueblo cristiano.

Entonces el Espíritu Santo alumbró los corazones de sus elegidos, anhelantes de su vida, para que, así como las aguas bautismales borran los pecados de los pueblos, también ellos renunciaran a las pompas de este mundo, a imagen de la Pasión, de mi Hijo. ¿Cómo? Igual que el hombre es rescatado por el santo bautismo de los cepos del Demonio y se despoja de los crímenes de su viejo agravio, también estos se desprenden de los afanes mundanos por el signo de sus vestidos, en los que llevan además, una señal angélica. ¿Cómo? Mira que son custodios de Mi pueblo, por voluntad Mía” (Scivias II V, 20, p. 162).



[1] Aroma viviente (2 Cor 2, 15-16) son los monjes, segundo bautismo es la profesión monástica.

viernes, 20 de julio de 2018

DEL AMIGO AL AMIGO (San Elredo de Rieval, La amistad espiritual)


[133.] A esto hay que añadir la oración de uno por otro, que es tanto más eficaz cuanto más afectuosamente se remite a Dios el recuerdo del amigo con el correr de las lágrimas que provoca el temor, excita el afecto o engendra el sufrimiento. Así, orando a Cristo por el amigo y queriendo ser escuchado por Cristo, en su favor tenderá a Cristo mismo, anhelante y diligentemente cuando, de manera súbita e insensible, pasando de afecto a afecto, como si estuvieran próximos, como si tocase la dulzura de Cristo mismo, comenzará a saborear qué dulce es y a sentir cuán suave es. [134.] Así, del santo amor con que se abraza al amigo, nos elevamos a aquel amor con que se abraza a Cristo, saboreando con gozo y a boca llena el fruto de la amistad espiritual cuya plenitud esperamos en la eternidad cuando desaparezca el temor que ahora sentimos unos por otros y nos llena de cuidados, expoliadas todas las contrariedades que ahora debemos soportamos, destruido el aguijón de la muerte por la muerte misma, cuyas punzadas ahora nos infligimos. Entonces, nacido ya el sosiego, gozaremos de aquel sumo Bien de la eternidad. Esta amistad, a la que aquí a pocos admitimos, se trasvasará a todos y desde todos se vertirá en Dios para que Dios sea todo en todos.'.

domingo, 15 de julio de 2018

Santa Isabel de la Trinidad: Ser alabanza de su gloria

“Unámonos para hacerle olvidar todo a golpes de amor. Seamos como dice San Pablo, la Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12)” (Carta Nº 195).
“Desaparezcamos y olvidémonos de nosotros mismos y seamos únicamente la Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12), según la hermosa expresión del Apóstol” (Carta Nº 198). 
“Voy a hacerle una confidencia muy íntima: Mi ideal consiste en ser la Alabanza de su Gloria. Lo he leído en San Pablo (Ef. 1,12). Mi divino Esposo me ha dado a entender que esta es mi vocación desde el destierro, en espera de ir a cantar el Sanctus eterno en la ciudad de los santos. Pero esto requiere gran fidelidad. Ser Alabanza de Gloria exige estar muerta a cuanto no sea Él para vibrar sólo a impulsos de su toque divino, y la miserable Isabel sigue haciendo tonterías con su Maestro. Pero, como un Padre cariñoso, él la perdona; su divina mirada la purifica. Lo mismo que san Pablo, intenta 'olvidar lo que está por detrás, para lanzarse hacia lo que está por delante'” (Carta Nº 232). 
“Mientras tanto, vivo en el cielo de la fe, en el centro de mi alma y procuro complacer al Señor siendo ya en la tierra la Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12)” (Carta Nº 246). 


43- “Una alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con un amor puro y desinteresado, sin buscarse en la dulzura de este amor; que le ama por encima de sus dones, incluso cuando no hubiera recibido nada de Él; que sólo desea el bien del objeto así amado. Ahora bien, ¿cómo desear y querer efectivamente el bien de Dios, si no es cumpliendo su voluntad, ya que esta voluntad ordena todas las cosas a su mayor gloria? Entonces esta alma debe entregarse plenamente, totalmente, hasta no querer otra cosa que lo que Dios quiera. Una alabanza de gloria es un alma de silencio que permanece como una lira bajo el toque misterioso del Espíritu Santo para que Él arranque de ella armonías divinas; sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce los más bellos sonidos; por eso ella desea verla en su instrumento para conmover más deliciosamente el Corazón de Dios. Una alabanza de gloria es un alma que mira fijamente a Dios en la fe y en la simplicidad. Es un reflector de todo lo que Él es. Es como un abismo sin fondo en el cual Él puede verterse y expansionarse. Es también como un cristal al través del cual Él puede irradiar y contemplar todas sus perfecciones y su propio esplendor. Un alma que de este modo permite al Ser divino apagar en ella su deseo de comunicar todo lo que Él es y todo lo que tiene, es, en realidad, la alabanza de gloria de todos sus dones. Una alabanza de gloria es, en fin, un ser que siempre permanece en actitud de acción de gracias. Cada uno de sus actos, de sus movimientos, cada uno de sus pensamientos, de sus aspiraciones, al mismo tiempo que la arraigan más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno.
44- En el cielo los bienaventurados no tienen “reposo día y noche diciendo: Santo, santo, santo, el Señor Todopoderoso… Y prosternándose adoran al que vive en los siglos” (Ap 4, 8-10). En el cielo de su alma la alabanza de gloria comienza ya el oficio que tendrá en la eternidad. Su cántico no cesa, porque está bajo la acción del Espíritu Santo, que obra todo en ella; y aunque ella no sea siempre consciente de ello, porque la debilidad de la naturaleza no le permite estar siempre fija en Dios sin distracciones, ella canta siempre, adora siempre; ella se ha convertido, por decirlo así, en la alabanza y el amor, en la pasión por la gloria de su Dios. En el cielo de nuestra alma seamos alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, alabanza de amor de nuestra Madre Inmaculada. Un día se descorrerá el velo, seremos introducidos en los atrios eternos y allí cantaremos en el seno del Amor infinito. Y Dios nos dará el nombre prometido al vencedor (Ap 2, 17). ¿Cuál será?… LAUDEM GLORIAE” (El cielo en la fe, pp. 118-120). 

“Apenas penetre en el umbral del cielo, me lanzaré como una flecha al seno de mis Tres. Una Alabanza de Gloria sólo puede ocupar ese puesto en la eternidad. Me abismaré en ellos cada vez más”. (Palabras Luminosas en el Carmelo).

martes, 10 de julio de 2018

11 de julio. Solemnidad de Nuestro Padre San Benito




Quid enim est sanctus Benedictus, nisi quasi quidam carbo ardens in illo altari coram Deu? Quid sumus nos, nisi quasi carbocnes adhuc frigidi, qui non sentimus illum mirabilem ignem divini amoris quo ipse ardet? Ergo, fratres adiungamus nos ad ipsum; consideremus fervorem vitae eius, caritatem cordis eius, et inde accendamur, inde ardeamus. Nullo enim modo possumus melius et perfectius vincere concupiscentiam carnis quam si adhibeamus ei ignem caritatis. Quid est enim illa concupiscentia carnis quae concupiscit adversus Spiritum, nisi quaedam naturalis rubigo animae? Ideo adhibeamus ignem. Nemo enim potest salvus esse nissi per ignem. Sed est ignis tribulationis et est ignis amoris. Uterque hic ignis consumit rubiginem animae. David purgatus est per ignem tribulationis, Maria Magdalenae per ignem amoris. Nam sicut dicit Dominus, dimissa sunt ei peccata multa quondam dilexit multum. Verum fratres, ut mihi videtur, uterque purgatus est per per ignem tribulationis, uterque per ignem amoris. Nam in David erat magna vis amoris, qui ait: Diligam te domine, fortitudo mea. Et in penitentia sanctae Mariae fuit magnus ignis tribulationis. (Opera Sancti Aelredi Rievallensis, vol. II Sermón 37 In Natali Sancti Benedicti, ns. 21-22). 
Traducción: 
“¿Pues qué es san Benito sino una brasa ardiente (cf. Ez 1,13) en el altar sagrado delante de Dios? ¿Qué somos nosotros sino carbones aún fríos que no sentimos aquel admirable fuego del amor divino en el que él está ardiendo? Por tanto, hermanos, juntémonos a él; pensemos en el fervor de su vida, el amor de su corazón, y después prendámonos fuego y ardamos. De ningún modo mejor y más perfecto podemos vencer la concupiscencia de la carne que aplicando el fuego del amor. ¿Pues qué es esa concupiscencia de la carne que “anhela contra el Espíritu” (cf. 1 Jn 2,16; Ga 5,17), sino una herrumbre natural del alma? Por tanto, ¡unámonos al fuego! Pues nadie puede salvarse si no es a través del fuego (cf. 1 Cor 3,15). Pero hay un fuego de la tribulación y un fuego del amor. Ambos fuegos quitan la herrumbre del alma. David fue purificado con el fuego de la tribulación; María Magdalena por el fuego del amor. Pues como dice el Señor, se le perdonan sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor (cf. Lc 7,47). En realidad, hermanos, me parece que ambos fueron purificados por el fuego de la tribulación y por el fuego del amor. En David era tan grande la fuerza del amor que dijo: Te amo, Señor, mi fortaleza (cf. Sal 17,2). Y en la penitencia de Santa María grande fue el fuego de la tribulación”.

sábado, 7 de julio de 2018

La Santa Trinidad.




Diles
Lo que el viento dice a las piedras,
Lo que el mar dice a las montañas.

Diles
Que una inmensa bondad
Penetra el universo.

 Diles
Que Dios no es lo que ellos creen,
Que él es un vino que se bebe,
Un festín compartido
Donde cada uno da y recibe.

Diles
Que es el tocar la flauta
En la luz del mediodía:
Él se aproxima y huye
Saltando hacia las fuentes.

Diles
Que su sola voz
Puede enseñarte tu nombre.

Diles
Su rostro de inocencia
Su claroscuro y su reír.

Diles
Que él es tu espacio y tu noche,
Tu herida y tu gozo.

Pero Diles también
Que él no es esto que tú dices
Y que tú no sabes
Nada de él.


[Commision francophone cistercienne, 
La nuit, le jour
Paris, Desclée-Cerf, 1973, pp. 32-33, 
traducción del P. Marcelo A. Maciel, osb.]