domingo, 12 de febrero de 2017

HOMILÍA DEL ABAD BENITO EN EL VI DOMINGO DURANTE EL AÑO

“No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedará ni una i ni una coma de la Ley, sin cumplirse”. Y en Marcos 7,9 leemos: “Con esto declaraba puros todos los alimentos” y en el texto paralelo de Mateo 15.20 “Esto es lo que hace impuro al hombre, y no el comer sin lavarse las manos”
Esta aparente contradicción nos dice que tenemos que estudiar atentamente lo que quiso decir Jesús con no abolir la Ley y “dar complimiento”.
Será bueno ubicar los textos del Sermón de la Montaña tal como nos lo presenta la Liturgia: En el domingo cuarto, hace dos semanas, la Liturgia nos proponía el comienzo del Sermón de la Montaña: la proclamación de las Bienaventuranzas. El domingo pasado, continuaba el texto del domingo anterior con las parábolas de la sal y de la luz; pero dirigidas solamente a los discípulos. El texto que se nos proclamó recién, continuación de los anteriores, nos trae las cuatro primeras nuevas formulaciones de la Ley, las otras dos se proclamarán el domingo que viene. Jesús hace  una confrontación entre la ley antigua y la novedad de las bienaventuranzas: “Han oído que se dijo; pero yo les digo…”
Volvamos ahora a la aparente contradicción que señalamos al principio.
Cuando nosotros decimos: La Sagrada Escritura o la Biblia  nos referimos a toda la Escritura tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En tiempos de Jesús cuando se decía “La Ley y los Profetas” se quería decir todos los escritos que nosotros hoy llamamos Antiguo Testamento. Cuando Jesús en el evangelio de hoy nos dice “Les aseguro que no quedará ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse” no se circunscribe a la parte legislativa del AT sino que abarca la totalidad, en especial todas las profecías mesiánicas. Jesús vino a darles cumplimiento, a hacerlas realidad; como cuando nosotros decimos de alguien que cumplió lo prometido. Pero Jesús les “dio cumplimiento” en un sentido más profundo: las llevó a la perfección, a su máxima potencia, que los profetas apenas podían intuir. Así, por ejemplo,
cuando Isaías  habla del banquete sobre el monte con manjares suculentos y vinos exquisitos (Is 25,6-9) no pudo ni siquiera soñar con la realidad en el Banquete de la Eucaristía, o en el banquete de la eternidad, “que ni ojo vio, ni mente humana pudo imaginar”
El Sermón de la Montaña no viene a proponer una ley distinta a la de Moisés, no es LEY sino EVANGELIO. Los mandamientos, la Ley, exigen un esfuerzo humano: “No matarás” exige un esfuerzo para perdonar; “Honra a tu padre y a tu madre”, exige un esfuerzo de gratitud y generosidad; y así los demás mandamientos. Las bienaventuranzas son acción  de Dios, no del hombre. “Serán consolados, serán saciados” es decir “Dios los consolará, Dios los saciará”. En las bienaventuranzas hay una situación del hombre y una respuesta en la actuación de Dios que cambia esa situación.
Joachim Jeremías, un biblista protestante dice: “La ley pone al hombre ante sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo: el evangelio sitúa al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable en fundamento de su vida” 
 

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