Ignoramos lo que ya sabemos, con un conocimiento intuitivo
profundamente arraigado, que ningún amor ni ninguna amistad, que ningún abrazo
intimo ni beso tierno, que ninguna comunidad, que ningún hombre ni ninguna
mujer serán capaces de satisfacer nuestro deseo de ser liberados de nuestra
solitaria condición. Esta verdad es tan desconcertante y dolorosa que
preferimos jugar con nuestras fantasías antes que afrontar la verdad de nuestra
existencia. Por tanto, abrigamos la esperanza de que algún día encontraremos al
hombre que comprenda realmente nuestras experiencias, a la mujer que aporte paz
a nuestra desasosegada vida, el trabajo en el que poder hacer realidad nuestro
potencial, el libro que lo explique todo y el lugar en el que poder sentirnos
en nuestra casa. Esta falsa esperanza nos lleva a hacer demandas agobiantes y
nos prepara para la amargura y una peligrosa hostilidad cuando empezamos a
descubrir que nadie, ni nada, puede estar a la altura de nuestras absolutistas
expectativas.
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