Francisco: Discurso a los formadores
“Una de las cualidades del formador es
la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones
grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia, llenos de
ternura. Vosotros no sois sólo amigos y compañeros de vida consagrada de
quienes se os ha encomendado, sino auténticos padres, auténticas madres,
capaces de pedirles y darles el máximo. Engendrar una vida, dar a luz una vida
religiosa. Y esto sólo es posible por medio del amor, el amor de padres y de
madres. Y no es verdad que los jóvenes de hoy son mediocres y no generosos;
pero tienen necesidad de experimentar que «hay más dicha en dar que en recibir»
(Hch 20, 35), que hay gran libertad en una vida obediente, gran fecundidad en
un corazón virgen, gran riqueza en no poseer nada. De aquí la necesidad de
estar amorosamente atentos al camino de cada uno y ser evangélicamente
exigentes en cada etapa del camino formativo, comenzando por el discernimiento
vocacional, para que la eventual crisis de cantidad no determine una mucho más
grave crisis de calidad. Y este es el peligro. El discernimiento vocacional es
importante: todos, todas las personas que conocen la personalidad humana —tanto
psicólogos, padres espirituales, madres espirituales— nos dicen que los jóvenes
que inconscientemente perciben tener algo desequilibrado o algún problema de
desequilibrio o de desviación, inconscientemente buscan estructuras fuertes que
los protejan, para protegerse. Y allí está el discernimiento: saber decir no.
Pero no expulsar: no, no. Yo te acompaño, sigue, sigue, sigue... Y como se
acompaña en el ingreso, acompañar también en la salida, para que él o ella
encuentre el camino en la vida, con la ayuda necesaria. No con actitud de
defensa que es pan para hoy y hambre para mañana…
La formación inicial, este
discernimiento, es el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida,
y el joven se debe formar en la libertad humilde e inteligente de dejarse
educar por Dios Padre cada día de la vida, en cada edad, en la misión como en
la fraternidad, en la acción como en la contemplación.
Gracias, queridos formadores y
formadoras, por vuestro servicio humilde y discreto, el tiempo donado a la
escucha —al apostolado «del oído», escuchar—, el tiempo dedicado al
acompañamiento y a la atención de cada uno de vuestros jóvenes. Dios tiene una
virtud —si se puede hablar de la virtud de Dios—, una cualidad, de la cual no
se habla mucho: es la paciencia. Él tiene paciencia. Dios sabe esperar. También
vosotros aprended esto, esta actitud de la paciencia, que muchas veces es un
poco un martirio: esperar... Y cuando te viene una tentación de impaciencia,
detente; o de curiosidad... La paciencia es una de las virtudes de los
formadores. Acompañar: en esta misión no se ahorra ni tiempo ni energías. Y no
hay que desalentarse cuando los resultados no corresponden a las expectativas.
Es doloroso cuando viene un joven, una joven, después de tres, cuatro años y
dice: «Ah, yo no me veo capaz; encontré otro amor que no va contra Dios, pero
no puedo, me marcho». Es duro esto. Pero es también vuestro martirio. Y los
fracasos, estos fracasos desde el punto de vista del formador pueden favorecer
el camino de formación continua del formador. Y si algunas veces tenéis la
sensación de que vuestro trabajo no es lo suficientemente apreciado, sabed que
Jesús os sigue con amor y toda la Iglesia os agradece. Y siempre en esta
belleza de la vida consagrada: algunos —yo lo escribí aquí, pero se ve que
también el Papa es censurado— dicen que la vida consagrada es el paraíso en la
tierra. No. En todo caso el purgatorio. Seguir adelante con alegría, seguir
adelante con alegría”[1].
[1] Francisco, “Discurso a los
participantes en el Congreso de Formadores de la Vida Consagrada”, organizado
por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de
Vida Apostólica, Sábado 11 de abril de 2015, pp. 2-4,
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