La
ascesis cristiana
¿un modo de amar aquí y ahora?
La
ascesis cristiana nunca ha sido un fin en sí misma, pero sí un medio, un método
al servicio de la vida.
En
el tiempo de los padres del desierto se imponían ayunos extremos; ahora el
combate se ha desplazado; el hombre no tiene necesidad de un dolor
suplementario. La mortificación actual será la liberación de toda necesidad de
doping: rapidez, ruido, excitaciones, drogas, alcohol de las más variadas
formas.
La
ascesis será más un reposo impuesto, la disciplina de la calma y el silencio en
el que el hombre reencuentra la facultad de detenerse para la oración y la
contemplación, aún en el corazón de todos los ruidos del mundo, en subte, entre
la gente, en las calles de la ciudad; pero sobre todo la facultad de escuchar
la presencia de otros, los amigos de cada encuentro.
El
ayuno, opuesto a la maceración que se inflige, será la renuncia gozosa a lo
superfluo, su participación con los necesitados a un equilibrio natural en paz.
Más
allá de la ascesis somática y psicológica de la edad media, se buscará la
ascesis escatológica de los primeros siglos, este acto de fe que hacía estar al
ser humano en atención expectante y gozosa de la Parusía, la espera no
cronológica sino cualitativa que discierne lo último y lo único necesario pues,
según el evangelio, el tiempo es corto y el Espíritu y la Esposa dicen ¡ven!
La
ascesis así llegar a ser la atención a los llamados del evangelio, a la gama de
las bienaventuranzas; ella buscará la humildad y la pureza de corazón, para
liberar a su prójimo y restituirlo a Dios. En un mundo fatigado, dividido por
los cuidados, viviendo en ritmos más y más acelerados, la tarea es de encontrar
y vivir la infancia espiritual, la simplicidad evangélica del caminito que
conduce a sentarse a la mesa de los pecadores, a bendecir y compartir el pan
juntos…
Ninguna
ascesis, privada de amor, nos aproxima a Dios.
La
ascesis en la vida espiritual de hoy protege al espíritu de toda empresa que
viene del mundo y preconiza vencer el mal por la creación del bien; así ella es
nada más que un medio, una estrategia.
El
hombre puede suscitar un ambiente mórbido, fantasmagórico dónde no ve más que
mal y pecado. Pero la ascesis evangélica golpea por exceso –no de temor- sino
de amor desbordante de ternura. San Doroteo de Gaza da una bella imagen de
salvación bajo la forma de un círculo: en el centro está Dios y todos los
hombres se encuentran en la circunferencia; más se aproximan al centro –a
Dios-, más los rayos del círculo, el prójimo, se aproximan los unos a los
otros. San Isaac dijo a su discípulo: “He aquí un mandamiento que te doy: que
la misericordia conduzca siempre tu balanza, hasta el momento que sientas en ti
mismo la misericordia que Dios lleva a ti y al mundo”
Paul Evdokimov
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