Ilustración Ballester Peña
Según nuestro Padre San Benito, hoy
empezamos a esperar la Pascua con la alegría del deseo espiritual.
Hoy se nos va a decir: Conviértete y cree
en el Evangelio, en la buena noticia, en la alegre noticia. Conviértete;
parecería que es una invitación a hacer nosotros el esfuerzo de convertirnos…
Pero San Pablo mira desde un ángulo distinto; él con sus compañeros de
apostolado, como embajadores de Cristo nos dice: “Les suplicamos, en nombre de
Cristo, déjense reconciliar con Dios”. Convertirnos es, entonces, dejarnos
justificar por Cristo a quien el Padre lo identificó con nuestro pecado para
que nosotros quedáramos perdonados. Es el tiempo favorable, es el día de la
salvación…
El profeta Joel ya nos había motivado a la vuelta a Dios, a la
conversión; volvemos a Él porque es bondadoso y compasivo, lento para la ira y
rico en amor, y se arrepiente de sus amenazas. Dios al ofrecernos su perdón, la
reconciliación, pone en juego su prestigio, el honor de su nombre; “¿por qué se
ha de decir entre los pueblos: ¿dónde está su Dios?”
Dijimos, al principio, que para San Benito la cuaresma era tiempo
de alegre espera; pero para él, es también tiempo de purificación:
Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y
nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del
corazón y a la abstinencia. Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa
más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia
en la comida y en la bebida, de suerte que cada uno, según su propia voluntad,
ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se
haya impuesto; es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida,
del sueño, de las conversaciones y bromas”.
San Benito nos habla de dos
prácticas tradicionales en el judaísmo y asumidos por la iglesia: ayuno y
oración. No habla de la limosna, la tercera práctica tradicional, seguramente
porque esta no es competencia del monje sino del abad y el ecónomo. Jesús en el
evangelio, que escuchamos, nos habla de las tres prácticas y nos da la gran
advertencia: no hacerlas para figurar sino en secreto, a la vista del Padre que
ve en lo secreto.
San Benito nos pide más tiempo de
oración; más tiempo de Lectio Divina, pero sobre todo un plus en la calidad:
lágrimas y compunción del corazón. Para los ayunos nos aconseja que no sea una
decisión tomada “sin permiso del padre espiritual”…
¿Y la limosna?
Dijimos que la RB no la incluye
entre las prácticas cuaresmales de los monjes; pero podemos hacernos algunas
preguntas esclarecedoras. Para dar limosna la primera pregunta es ¿Qué necesita
el otro?, la segunda es ¿tengo lo que él necesita?
No tenemos que reducir la
posibilidad de limosna al dinero o cosas materiales… En mi comunidad, en mi
familia, en mi parroquia, en mi barrio ¿qué necesidad hay? Que tengo yo para
solucionar o al menos paliar esas necesidades… Puede haber gente necesitada de
orientación, de consuelo, de una mano en algún trabajo…
Para la
cantidad de esa ayuda Madre Teresa de Calcuta daba una medida: “hasta que
duela”.
Gracias por compartir esta homilía en su pagina web.
ResponderEliminarMe hizo pensar y me hace actuar.
Un saludo afectuoso desde Holanda. Espero volver al monasterio pronto con Ana!
Mark Olie