sábado, 19 de septiembre de 2015

CONGRESO EUCARÍSTICO III


3.2. La renovación del culto eucarístico
La centralidad de la celebración revela que “el cuerpo entregado y la sangre derramada” son principio, forma y fin de la existencia cristiana y de la acción de los bautizados. Bajo esta perspectiva, celebrar, adorar, dar gracias son el modo en el que los cristianos se relacionan con el gran don de la Eucaristía.
            El culto eucarístico fuera de la Misa es prolongación del culto ofrecido al Padre por medio de su Hijo en el Espíritu durante la celebración eucarística: “la celebración de la Eucaristía en el sacrifico de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se tributó fuera de la Misa” (DSC, 2). “Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual” (DSC, 80).
            Y existe un consenso general sobre el hecho de que el culto eucarístico, bien comprendido, debe ser recomendado y alentado como justamente lo hace la encíclica Ecclesia de Eucharistia (nn. 47-52) y la exhortación postsinodal Sacramentum caritatis. El problema es simplemente saber en qué forma teológica se debe inspirar la praxis.
            Por lo que respecta a la adoración eucarística ésta ha crecido sobre la base de una teología eucarística individualista. El objetivo a afrontar hoy es integrar esta práctica espiritualmente fecunda en la óptica más general de una eclesiología eucarística orientada hacia la comunión y darla así nuevo impulso.
            Recordemos las palabras de san Agustín: “Si vosotros sois su cuerpo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está aquel que es vuestro misterio; sí, recibís a aquel que es vuestro misterio”.[1] A partir de esta afirmación, sería tarea verdaderamente noble y meritoria de un Congreso Eucarístico renovar las antiguas formas de devoción eucarística en vez de simplemente preservarlas, alentándolas en el espíritu de la eclesiología eucarística conciliar.[2]
            Veamos algunos ejemplos. Si el culto eucarístico fuera de la Misa tiene como objetivo “extender la gracia del sacrificio” entonces hace referencia a la celebración y a sus gestos (escucha de la Palabra, silencio, alabanza, acción de gracias, ofrenda de la vida, adoración, comunión) y a los lugares en los que se realiza la celebración (altar, ambón, sede).
            Más: orientar la adoración solemne del Santísimo Sacramento según el espíritu de la eclesiología eucarística conciliar significa dar preferencia al criterio de la presencia comunitaria antes que a la costumbre de la adoración individual por turnos.       

3.3. Eucaristía y comunión eclesial 
Cada Congreso Eucarístico no es sólo una grandiosa manifestación de fe, un gran homenaje a la Eucaristía, sino una gracia de renovación permanente de la vida eucarística de todo el pueblo de Dios.
Tal renovación se juega hoy, sobre todo, en el descubrimiento de la eclesiología eucarística de comunión que ha sido, además, el tema central del 50º Congreso Eucarístico Internacional de Dublín (2012). Tal concepto, según el Sínodo extraordinario de 1985, sintetiza la eclesiología conciliar y es la idea principal que recorre todos los documentos del Concilio Vaticano II. En efecto, “la idea central y fundamental en los documentos del Concilio Vaticano II debe ser individuada en la eclesiología de comunión… La comunión del cuerpo eucarístico de Cristo significa y produce, es decir, edifica, la íntima comunión de todos los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.[3]
            Esta concepción, actualmente muy compartida en la Iglesia católica, es desarrollada de modo convincente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Desde el inicio la Constitución dice: “Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico”.[4] A esta afirmación, que hace referencia a 1Cor 10,17 y que se repite varias veces en el mismo texto,[5] es necesario añadir la del n. 26: “En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y “unidad del Cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación” (Tomás de Aquino, S. Th. III, q.73, a.3). En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Pues “la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” (León M., Serm. 63,7)”.
            La recepción sistemática de la eclesiología eucarística de comunión ha sido actualizada particularmente en los documentos del postconcilio por San  Juan Pablo II con la encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) cuyo programa está ya en la frase inicial: “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”.[6] Afirmación justificada con la referencia a una serie de textos que a partir de los Padres de la Iglesia llegan hasta la afirmación de De Lubac: “Si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se concluye que la vinculación entre una y otra es estrechísima”.[7]
            Pero incluso antes, en la Novo millenio ineunte, el mismo Pontífice, indicando la fuerza de la koinonia, había propuesto también una espiritualidad de comunión, precisándola en sus manifestaciones y realizaciones y retomando el léxico querido por los Padres medievales que hablaban de la comunidad cristiana como “casa y escuela de comunión”.[8] Sí, porque la eclesiología de comunión puede convertirse en un instrumento y estructura sólo si instaura en el tejido cotidiano de las Iglesias una espiritualidad de comunión.
            En los últimos años, Benedicto XVI ha afrontado las consecuencias pastorales, eclesiológicas y ecuménicas de todo esto en la tercera parte de la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, cuyo título (“Eucaristía, misterio que se ha de vivir”) indica ya la dimensión eclesial de la Eucaristía y, a la vez, la dimensión eucarística de la Iglesia. Aspectos que el mismo Pontífice subrayó también en su homilía para la Statio Orbis final del 49º CEI de Quebec (2008): “Al recibir el Cuerpo de Cristo recibimos la fuerza "para la unidad con Dios y con los demás". No debemos olvidar nunca que la Iglesia está construida en torno a Cristo y que, como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y san Alberto Magno, siguiendo a san Pablo (cf. 1 Co 10, 17), la Eucaristía es el sacramento de la unidad de la Iglesia, porque todos formamos un solo cuerpo, cuya cabeza es el Señor. Debemos recordar siempre la última Cena del Jueves santo, donde recibimos la prenda del misterio de nuestra redención en la cruz. La última Cena es el lugar donde nació la Iglesia, el seno donde se encuentra la Iglesia de todos los tiempos”.[9]
            >Toca ahora a cada Iglesia particular ser consciente que la vida eucarística no es “un algo más”, algo que está al margen de las diversas actividades y de los programas pastorales, sino que es la fuente y la culminación del compromiso de los bautizados para construir la Iglesia como Cuerpo del Señor.
            Es tarea ahora de cada parroquia (es decir, de cada “comunidad eucarística” insertada en un territorio particular) demostrar la madurez del don para los otros, de la escucha recíproca, de la disponibilidad y de la colaboración concreta para que la comunidad de los fieles se convierta en casa de Dios y de los hermanos en medio de la casa de los hombres.
            Toca ahora a nuestras comunidades locales renovarlas, dándolas sustancia y equilibrio según la forma teológica de la eclesiología de comunión.

Continuará...


[1] S. Aurelii Augustini, Sermo 272,1, PL 38, 1247: “Si ergo vos estis corpus Christi et membra, mysterium vestrum in mensa Dominica positum est: mysterium vestrum accipitis”.
[2] Sobre el problema de una orientación de las devociones eucarísticas en la óptica de una eclesiología eucarística, se lea la conferencia di Walter Kasper, L’ecclésiologie eucharistique: de Vatican II à l’exhortation Sacramentum Caritatis, en Actes du Symposium International de théologie. L’Eucharistie don de Dieu pour la vie du monde, Ottawa 2009, pp. 194-215.
[3] Relatio finalis, II C 1; en: Enchiridion Vaticanum (Bologna, EDB, 19914) vol. 9, p.1761.
[4] LG 3
[5] Cfr. Por ejemplo LG 7: “Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una comunión con Él entre nosotros. Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (1 Cor 10,17). Así todos nosotros nos convertimos en miembros de ese Cuerpo (cf. 1 Cor 12,27) y cada uno es miembro del otro”. Y también LG 11: “Confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, (los fieles) muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento”.
[6] EdE n. 1
[7] Cfr. H. DE LUBAC, Meditazione sulla Chiesa, Milano 1993.
[8] JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte (6 enero 2001) 43.
[9] Traducción de AAS C/7, pp. 483-484.

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