3.2. La renovación del
culto eucarístico
La centralidad de la celebración revela que “el cuerpo
entregado y la sangre derramada” son principio, forma y fin de la existencia
cristiana y de la acción de los bautizados. Bajo esta perspectiva, celebrar,
adorar, dar gracias son el modo en el que los cristianos se relacionan con el
gran don de la Eucaristía.
El
culto eucarístico fuera de la Misa es prolongación del culto ofrecido al Padre
por medio de su Hijo en el Espíritu durante la celebración eucarística: “la celebración de la Eucaristía en el
sacrifico de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se tributó
fuera de la Misa” (DSC, 2). “Los
fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta
presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión
sacramental y espiritual” (DSC, 80).
Y
existe un consenso general sobre el hecho de que el culto eucarístico, bien
comprendido, debe ser recomendado y alentado como justamente lo hace la
encíclica Ecclesia de Eucharistia
(nn. 47-52) y la exhortación postsinodal Sacramentum
caritatis. El problema es simplemente saber en qué forma teológica se
debe inspirar la praxis.
Por
lo que respecta a la adoración eucarística ésta ha crecido sobre la base de una
teología eucarística individualista. El objetivo a afrontar hoy es integrar
esta práctica espiritualmente fecunda en la óptica más general de una
eclesiología eucarística orientada hacia la comunión y darla así nuevo impulso.
Recordemos
las palabras de san Agustín: “Si vosotros
sois su cuerpo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está aquel que es
vuestro misterio; sí, recibís a aquel que es vuestro misterio”.[1]
A partir de esta afirmación, sería tarea verdaderamente noble y meritoria de un
Congreso Eucarístico renovar las antiguas formas de devoción eucarística en vez
de simplemente preservarlas, alentándolas en el espíritu de la eclesiología
eucarística conciliar.[2]
Veamos
algunos ejemplos. Si el culto eucarístico fuera de la Misa tiene como objetivo
“extender la gracia del sacrificio” entonces hace referencia a la celebración y
a sus gestos (escucha de la Palabra, silencio, alabanza, acción de gracias,
ofrenda de la vida, adoración, comunión) y a los lugares en los que se realiza
la celebración (altar, ambón, sede).
Más:
orientar la adoración solemne del Santísimo Sacramento según el espíritu de la
eclesiología eucarística conciliar significa dar preferencia al criterio de
la presencia comunitaria antes que a la costumbre de la adoración individual
por turnos.
3.3. Eucaristía y
comunión eclesial
Cada Congreso Eucarístico no es sólo una grandiosa
manifestación de fe, un gran homenaje a la Eucaristía, sino una gracia de
renovación permanente de la vida eucarística de todo el pueblo de Dios.
Tal renovación se juega hoy, sobre todo, en el
descubrimiento de la eclesiología eucarística de comunión que ha sido,
además, el tema central del 50º Congreso Eucarístico Internacional de Dublín
(2012). Tal concepto, según el Sínodo extraordinario de 1985, sintetiza la
eclesiología conciliar y es la idea principal que recorre todos los documentos
del Concilio Vaticano II. En efecto, “la
idea central y fundamental en los documentos del Concilio Vaticano II debe ser
individuada en la eclesiología de comunión… La comunión del cuerpo eucarístico
de Cristo significa y produce, es decir, edifica, la íntima comunión de todos
los fieles en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.[3]
Esta
concepción, actualmente muy compartida en la Iglesia católica, es desarrollada
de modo convincente en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Desde el inicio la
Constitución dice: “Y, al mismo tiempo,
la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está
representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico”.[4]
A esta afirmación, que hace referencia a 1Cor 10,17 y que se repite varias
veces en el mismo texto,[5]
es necesario añadir la del n. 26: “En
toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta
el símbolo de aquella caridad y “unidad del Cuerpo místico, sin la cual no
puede haber salvación” (Tomás de Aquino, S. Th. III, q.73, a.3). En estas comunidades, aunque sean
frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente
Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y
apostólica. Pues “la participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que
pasemos a ser aquello que recibimos” (León M., Serm. 63,7)”.
La
recepción sistemática de la eclesiología eucarística de comunión ha sido
actualizada particularmente en los documentos del postconcilio por San Juan Pablo II con la encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003) cuyo
programa está ya en la frase inicial: “La
Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia
cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la
Iglesia”.[6]
Afirmación justificada con la referencia a una serie de textos que a partir de
los Padres de la Iglesia llegan hasta la afirmación de De Lubac: “Si la Eucaristía edifica la Iglesia y la
Iglesia hace la Eucaristía, se concluye que la vinculación entre una y otra es
estrechísima”.[7]
Pero
incluso antes, en la Novo millenio
ineunte, el mismo Pontífice, indicando la fuerza de la koinonia, había propuesto también una espiritualidad de comunión,
precisándola en sus manifestaciones y realizaciones y retomando el léxico
querido por los Padres medievales que hablaban de la comunidad cristiana como “casa y escuela de comunión”.[8]
Sí, porque la eclesiología de comunión puede convertirse en un instrumento y
estructura sólo si instaura en el tejido cotidiano de las Iglesias una
espiritualidad de comunión.
En
los últimos años, Benedicto XVI ha afrontado las consecuencias pastorales,
eclesiológicas y ecuménicas de todo esto en la tercera parte de la exhortación
apostólica Sacramentum caritatis,
cuyo título (“Eucaristía, misterio que se ha de vivir”) indica ya la dimensión
eclesial de la Eucaristía y, a la vez, la dimensión eucarística de la Iglesia.
Aspectos que el mismo Pontífice subrayó también en su homilía para la Statio Orbis final del 49º CEI de Quebec
(2008): “Al recibir el Cuerpo de Cristo
recibimos la fuerza "para la unidad con Dios y con los demás". No
debemos olvidar nunca que la Iglesia está construida en torno a Cristo y que,
como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y san Alberto Magno, siguiendo
a san Pablo (cf. 1 Co 10, 17), la Eucaristía es el sacramento de la unidad de
la Iglesia, porque todos formamos un solo cuerpo, cuya cabeza es el Señor.
Debemos recordar siempre la última Cena del Jueves santo, donde recibimos la
prenda del misterio de nuestra redención en la cruz. La última Cena es el lugar
donde nació la Iglesia, el seno donde se encuentra la Iglesia de todos los
tiempos”.[9]
>Toca
ahora a cada Iglesia particular ser consciente que la vida eucarística no es
“un algo más”, algo que está al margen de las diversas actividades y de los
programas pastorales, sino que es la fuente y la culminación del compromiso de
los bautizados para construir la Iglesia como Cuerpo del Señor.
Es
tarea ahora de cada parroquia (es decir, de cada “comunidad eucarística”
insertada en un territorio particular) demostrar la madurez del don para los
otros, de la escucha recíproca, de la disponibilidad y de la colaboración
concreta para que la comunidad de los fieles se convierta en casa de Dios y de
los hermanos en medio de la casa de los hombres.
Toca
ahora a nuestras comunidades locales renovarlas, dándolas sustancia y
equilibrio según la forma teológica de la eclesiología de comunión.
Continuará...
Continuará...
[1] S. Aurelii
Augustini, Sermo 272,1, PL 38, 1247:
“Si ergo vos estis corpus Christi et
membra, mysterium vestrum in mensa Dominica positum est: mysterium vestrum
accipitis”.
[2] Sobre el
problema de una orientación de las devociones eucarísticas en la óptica de una
eclesiología eucarística, se lea la conferencia di Walter Kasper, L’ecclésiologie eucharistique: de Vatican II
à l’exhortation Sacramentum Caritatis, en Actes du Symposium International de théologie. L’Eucharistie don de Dieu pour
la vie du monde, Ottawa 2009, pp. 194-215.
[3] Relatio finalis, II C 1; en: Enchiridion Vaticanum (Bologna, EDB, 19914)
vol. 9, p.1761.
[4] LG 3
[5] Cfr. Por
ejemplo LG 7: “Participando realmente del
Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una
comunión con Él entre nosotros. Porque el pan es uno, somos muchos un solo
cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (1 Cor 10,17). Así todos
nosotros nos convertimos en miembros de ese Cuerpo (cf. 1 Cor 12,27) y cada uno
es miembro del otro”. Y también LG 11: “Confortados
con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, (los fieles)
muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con
propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento”.
[8] JUAN PABLO II,
Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte
(6 enero 2001) 43.
[9] Traducción de
AAS C/7, pp. 483-484.
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