Ilustración de Ballester Peña
Num 11,16-17.24-29 Sant 5,1-6 Mc 9,38-43.45.47-48
Los invito a reflexionar sobre dos temas importantes de la Palabra de Dios de este domingo.
El primero se encuentra en la primera lectura y en el Evangelio. Es una advertencia contra el peligro de los grupos cerrados, contra el peligro de no aceptar la generosidad de Dios y querer imponerle nuestras mezquindades.
En la primera Lectura es Josué que le dice a Moisés que les prohíba a Eldad y Medad que sigan profetizando porque no habían cumplido con el requisito de acudir a la Carpa del Encuentro; pero Dios igual les había dado el espíritu de profecía. No dice el texto la razón por la cual no habían acudido a la Carpa del Encuentro. Como Josué también nosotros podemos caer en la tentación de no aceptar la profecía porque “el profeta” no cumple con “nuestros requisitos legalistas”
En el evangelio es el apóstol Juan el que intenta impedir a un exorcista que siga expulsando demonios en nombre de Cristo “porque no es de los nuestros” y Jesús lo reprende porque “el que no está contra nosotros, está con nosotros” Dios no se ata a los “estadísticas” de la Iglesia Católica. Luther King era de la iglesia bautista y Gandhi no era cristiano y cuánto evangelio trajeron al mundo; sin ellos la historia de la salvación quedaría empobrecida… Un desafío del ecumenismo es descubrir la acción de Dios en los que no son estadísticamente católicos o cristianos.
La descripción del juicio final que nos trae el evangelio de San Mateo en su capítulo 25 es iluminadora. Los buenos lo atendieron a Cristo sin conocerlo “¿Cuándo te vimos?... Y algunos de los que recibieron esta atención eran delincuentes “Estuve preso…”
El segundo tema lo encontramos en el evangelio: “Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala…” Una primera tentación es hacer una lectura fundamentalista y decirnos cortarme una mano o arrancarme un ojo es un disparate, y sin más dar vuelta de página y a otra cosa… Esta tentación se vence con oración y estudio. ¿Qué nos quiso decir Jesús? Estamos en el capítulo 9 de Marcos; hace 4 domingos (22) leíamos en el capítulo 7: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. 21 Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, 22 los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. 23 Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”. Entonces no es la mano, el pie o el ojo el que comete el pecado; el pecado lo cometo en el corazón. Cortarse la mano, arrancarse el ojo son figuras, son símbolos; lo que tengo que hacer es dejar que el Señor me arranque el corazón de piedra y me ponga un corazón de carne, como promete el profeta Ezequiel 36,26. El arrancar el corazón de piedra es más exigente que cortarse una mano, aunque no parezca. Jesús es radical en sus exigencias: “El que no tome su cruz para seguirme no es digno de mí. El que se aferre a su vida la perderá; el que la pierda por mí la conservará” Mt.10,38-39.
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