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miércoles, 14 de octubre de 2020
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miércoles, 23 de septiembre de 2020
miércoles, 16 de septiembre de 2020
miércoles, 9 de septiembre de 2020
El silencio monástico
“El
silencio consiste, no por cierto en no decir nada, sino en poner una custodia a
la boca (Sal.39;2) y rodear los
labios de una clausura, a fin de hablar (1.) cómo y cuándo (quomodo et quando) es necesario, (2.) dónde
y cuándo (ubi et quando) se debe,
(3.) qué cosa y por qué motivos (quid
et unde). Hay, pues, un tiempo para hablar y otro para callar (Ec.3:7)”. Adam de Perseigne [+1221], Ep 29.
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miércoles, 24 de junio de 2020
AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (XI)
CONCLUSIÓN: MIRA
A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
“Este tropo se remonta a la
antigüedad cristiana, a un cierto Pseudo-Jerónimo, así como a Pascacio
Radberto, Fulberto de Chartres, Pedro Damiano y Odilón de Cluny…Dicho de otro
modo, se trata de un tropo retórico. San Bernardo se ocupa del mismo tema con
pasión y ardor, y de hecho desarrolla y profundiza todos los aspectos del
mismo, de modo que para él María no es solo un ‘ejemplo’, sino una fuente de
luz y gracia que actúa en nuestra alma. Tenemos una exhortación de verdad
original para que recurramos directamente a ella en todas nuestras necesidades”
(T. Merton, pp. 139-140)
Homilía
II:
17.
Al fin del verso dice el evangelista: Y
el nombre de la virgen era María (Lc
1,27). Digamos también, acerca de este nombre, que significa ‘estrella de la
mar’ (San Jerónimo), y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se
compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella
despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya dio
a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni
el Hijo a la Virgen su integridad. Ella, pues, es aquella noble estrella nacida
de Jacob (Cf. Mm 24,17), cuyos rayos
iluminan todo el orbe, cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los
abismos (Prov 5,5); y, alumbrando
también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos,
fomenta las virtudes y consume los vicios. Esta misma, repito, es la
esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar
grande, espacioso (Sal 103,25),
brillando en méritos, ilustrando en ejemplos.
¡Oh!,
cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras,
más antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no
apartes los ojos (Eclo 4,5) del
resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas.
Si
se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las
tribulaciones, mira a la estrella, llama a María.
Si
eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la
ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María.
Si
la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impelen violentamente la navecilla
de tu alma, mira a María.
Si,
turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la
fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a
ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación,
piensa en María.
En
los peligros (Cf. 2 Cor 11,26; 6,4), en las angustias, en
las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no
se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no
te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No
te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si
en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada
tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al
puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón
se dijo: Y el nombre de la virgen era
María.
Pero
ya debernos pausar un poco, no sea que miremos sólo de paso la claridad de
tanta luz. Pues, por usar de las palabras del evangelista: Bueno es que nos detengamos aquí (Mt 17,4); y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no
basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, por la devota contemplación
de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se
sigue.
miércoles, 6 de mayo de 2020
AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (VII)
SUBSTRATO
ASCÉTICO DE SU DEVOTIO/MÍSTICA
MARIANA (II)
“A Bernardo de Claraval le
fascina admirar y ‘contemplar dulcemente en el silencio’ (1,7; 2,17) el
misterio de María. Y goza en alabarla… Y una alabanza digna implica reforma de
la propia vida e imitación de las virtudes de María” (B. Olivera, p. 32).
Homilía
I:
[Nuevo
motivo de alabanza: la obediencia y la humildad del Verbo] 7. Con todo eso, hay
en María otra cosa mayor de que te admires, que es la fecundidad junta con la
virginidad. Jamás se oyó en los siglos (Jn
9,32) que una mujer fuese madre y virgen juntamente. O si también
consideras de quién es madre, ¿adónde te llevará tu admiración sobre su
admirable excelencia? ¿Acaso no te llevará hasta llegar a persuadirte que ni
admirarlo puedes como merece? ¿Acaso a tu juicio o, más bien, al juicio de la
verdad, no será digna de ser ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la
que tuvo a Dios por hijo suyo? ¿No es María la que confiadamente llama al Dios
y Señor de los ángeles hijo suyo, diciéndole: Hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? (Lc 2,48) ¿Quién de los ángeles se atrevería a esto? Es bastante
para ellos y tienen por cosa grande que, siendo espíritus por su creación, han
sido hechos y llamados ángeles por gracia, testificando David: El Señor es quien hace ángeles suyos a los
espíritus (Sal 103,4; Heb 17). Pero María, reconociéndose
madre de aquella Majestad a quien ellos sirven con reverencia, le llama
confiadamente hijo suyo. Ni se desdeña Dios de ser llamado lo que se dignó ser;
pues poco después añade el evangelista: Y
estaba sujeto a ellos (Lc 2, 51).
¿Quién?, ¿a quiénes? Dios a los hombres. Dios, repito, a quien están sujetos
los ángeles, a quien los principados y potestades obedecen (Col 2, 15), estaba obediente a María, ni
sólo a María, sino a José por María. Maravíllate de estas dos cosas, y mira
cuál es de mayor admiración, si la benignísima dignación del Hijo o la
excelentísima dignidad de tal Madre. De ambas partes está el pasmo, de ambas el
prodigio: que Dios obedezca a una mujer, humildad es sin ejemplo, y que una
mujer tenga autoridad para mandar a Dios, es excelencia sin igual. En alabanza
de las vírgenes se canta como cosa singular que siguen al Cordero a cualquiera parte que vaya (Ap 14,4). ¿Pues de qué alabanzas juzgarás digna a la que también va
delante y el Cordero la sigue?
8.
Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte; aprende, polvo, a
observar la voluntad del superior. De tu Autor habla el evangelista y dice: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51); sin duda a María y a José.
Avergüénzate, soberbia ceniza: Dios se humilla, ¿y tú te ensalzas? Dios se
sujeta a los hombres, ¿y tú, anhelando dominar a los hombres, te prefieres a tu
Autor? Ojalá que a mí, si llego a tener tales pensamientos, se digne Dios
responderme lo que respondió también a su apóstol reprendiéndole: Apártate detrás de mí, Satanás, porque no
tienes gusto de las cosas que son de Dios (Mt 16,23). Puesto que, cuantas veces deseo mandar a los hombres,
tantas pretendo ir delante de mí Dios; y entonces verdaderamente ni tengo gusto
ni estimación de las cosas que son de Dios, porque del mismo se dijo: Y estaba sujeto a ellos (Lc 2,51). Si te desdeñas, hombre, de
imitar el ejemplo de los hombres, a lo menos no puedes reputar por cosa indecorosa
para ti el seguir a tu Autor. Si no puedes seguirle a todas partes adonde Él
vaya, síguele al menos con gusto adonde por ti bajó. Quiero decir: si no puedes
subir a la altura de la virginidad, sigue siquiera a tu Dios por el camino
segurísimo de la humildad, de la cual, si las vírgenes mismas se apartan, ya no
seguirán al Cordero en todos sus caminos. Sigue al Cordero el humilde que se
manchó, le sigue el virgen soberbio también; pero ni el uno ni el otro a
cualquiera parte que vaya; pues ni aquél puede subir a la limpieza del Cordero,
que no tiene mancha, ni éste se digna bajar a la mansedumbre de quien enmudeció
paciente, no delante de quien le esquilaba (Cf.
Is 53,7), sino delante de quien le mataba. Sin embargo, más saludable modo
de seguirle eligió el pecador en la humildad que el soberbio en la virginidad;
pues purifica la humilde satisfacción de aquél su inmundicia, cuando mancha la
castidad de éste su soberbia.
[María,
plenitud de la humildad y cumbre de la virginidad] 9. Dichosa en todo María, a
quien ni faltó la humildad ni la virginidad. Singular virginidad la suya, que
no violó, sino que honró la fecundidad; no menos ilustre humildad, que no
disminuyó, sino que engrandeció su fecunda virginidad; y enteramente
incomparable fecundidad, que la virginidad y humildad juntas acompañan. ¿Cuál
de estas cosas no es admirable? ¿Cuál no es incomparable? ¿Cuál no es singular?
Maravilla será si, ponderándolas, no dudas cuál juzgarás más digna de tu
admiración; es decir, si será más estupenda la fecundidad en una virgen o la
integridad en una madre; su dignidad por el fruto de su castísimo seno o su
humildad con dignidad tan grande; sino que ya, sin duda, a cada una de estas
cosas se deben preferir todas juntas, y es incomparablemente más excelencia y más
dicha haberlas tenido todas que precisamente algunas.
¿Y
qué maravilla que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus santos (Sal 67,36), se haya mostrado más
maravilloso en su Madre? Venerad, pues, los que os halláis en estado de
matrimonio, la integridad y pureza del cuerpo en el cuerpo mortal (Cf. Gal 6,8); admirad también vosotras,
vírgenes sagradas, la fecundidad de una virgen; imitad, hombres todos, la
humildad de la Madre de Dios; honrad, ángeles santos, a la Madre de vuestro
Rey, vosotros que adoráis al Hijo de nuestra Virgen, nuestro Rey y vuestro
juntamente, reparador de nuestro linaje y restaurador de vuestra ciudad. A cuya
dignidad, pues entre vosotros es tan sublime y tan humilde entre nosotros, sea
dada, por vosotros igualmente que por nosotros, la reverencia que se le debe; y
a su dignación, el honor y la gloria por todos los siglos (Rm 16,27). Amén.
[Bernardo nos hace] “…penetrar a
partir de los signos externos en el misterio íntimo de nuestra vida en Dios. La
virginidad y la pureza pueden ser signos de santidad, pero la humildad y la
obediencia están más cerca de la esencia. La realidad más profunda de la vida
moral y ascética es la participación por el amor en la obediencia y en la
humildad total de Cristo” (T. Merton, p. 137).
Ejercicio: Continuar con la lectio divina.
miércoles, 22 de abril de 2020
HERIDAS RESUCITADAS QUE SANAN
“Pídeme que te oculte en Mis heridas.
Hay un lugar para ti en cada una de Mis cinco heridas; cada uno de ellas
representa un refugio contra las tentaciones que te amenazan y las trampas
colocadas por el diablo, quien te atraparía y se alegraría de verte caer.
La herida en Mi diestra es tu refugio
de los pecados de la desobediencia y la voluntad propia. Refúgiate allí cuando
sientas la tentación de tomar el camino que es fácil y amplio.
La herida en Mi mano izquierda es tu
refugio de los pecados del egoísmo, de dirigir todas las cosas a ti y captar la
atención de los demás, tratando de tomar lo que tu mano derecha Me ha dado.
La herida en Mi pie derecho es tu
refugio de los pecados de inconstancia. Refúgiate allí cuando sientas la
tentación de ser inconsistente y cuando vaciles en tus propósitos de amarme
sobre todas las cosas y ponerme primero en tus afectos y deseos.
La herida en Mi pie izquierdo es tu
refugio contra los pecados de la pereza y del letargo espiritual. Refúgiate
allí cuando sientas la tentación de abandonar la lucha y consentir a la
desesperación y el desaliento.
Finalmente, la herida en Mi Costado es
tu refugio de todo amor falso y de todo engaño carnal que promete dulzura, pero
en lugar de eso da amargura y muerte1. Refúgiate en Mi Costado traspasado
cuando sientas la tentación de buscar el amor en cualquier criatura. Te he
creado para Mi amor y este amor puede satisfacer los deseos de tu corazón.
Entra, entonces, en la herida en Mi Costado y penetra incluso en Mi Corazón,
bebe profundamente de las fuentes del amor que solo estas descansarán y
deleitarán tu alma y te lavarán en preparación para la boda de tu alma Conmigo;
porque Yo soy el Esposo de tu alma, tu Salvador de todo lo que te puede
contaminar y tu Dios. Yo soy amor y misericordia ahora y por los siglos de los
siglos”.
Un monje benedictino, In Sinu Jesu:
Cuando el Corazón Habla al Corazón, -El Diario de un Sacerdote en Oración-, Jueves
15 de abril de 2010, p. 241.
viernes, 10 de abril de 2020
SABADO SANTO / TIEMPO DE PANDEMIA
Meditación:
Cuando
la tempestad pase nos daremos cuenta en qué medida nuestra poca fe estaba
cargada de insensatez. Y, no obstante, oh Señor, no podemos hacer otra cosa que
sacudirte, Dios que estás en silencio y duermes, y gritarte: despierta, ¿no ves
que naufragamos? Despierta, no dejes que dure eternamente la oscuridad del
Sábado Santo, deja caer un rayo de Pascua también sobre nuestros días,
acompáñanos cuando nos dirigimos desesperados hacia Emaús para que nuestro
corazón se pueda encender con tu cercanía. Tú que has guiado en lo escondido
los caminos de Israel para ser finalmente hombre con los hombres, no nos dejes
en la oscuridad, no permitas que tu palabra se pierda en el gran derroche de
palabras de estos tiempos. Señor, danos tu ayuda, porque sin ti naufragaremos.
Oración:
SEÑOR
JESUCRISTO, EN LA OSCURIDAD DE LA MUERTE TÚ HAS DADO LUZ, EN EL ABISMO DE LA
SOLEDAD MÁS PROFUNDA HABITA YA PARA SIEMPRE LA PROTECCIÓN PODEROSA DE TU AMOR;
EN MEDIO DE TU OCULTACIÓN PODEMOS YA CANTAR EL ALELUYA DE LOS SALVADOS.
CONCÉDENOS LA SENCILLEZ HUMILDE DE LA FE, QUE NO SE DEJE DESVIAR CUANDO TÚ NOS
LLAMES EN LAS HORAS DE OSCURIDAD, DE ABANDONO, CUANDO TODO PAREZCA SER
PROBLEMÁTICO: CONCÉDENOS, EN ESTE TIEMPO EN EL QUE SE COMBATE EN UNA LUCHA
FEROZ EN TORNO A TI, LUZ SUFICIENTE PARA NO PERDERTE; LUZ SUFICIENTE PARA QUE
PODAMOS DARLA A CUANTOS TIENEN AÚN NECESIDAD DE ELLA. HAZ BRILLAR EL MISTERIO
DE TU ALEGRÍA PASCUAL, COMO AURORA DE LA MAÑANA, EN NUESTROS DÍAS; CONCÉDENOS
PODER SER VERDADERAMENTE HOMBRES PASCUALES EN MEDIO DEL SÁBADO SANTO DE LA
HISTORIA. CONCÉDENOS QUE A TRAVÉS DE LOS DÍAS LUMINOSOS Y OSCUROS DE ESTE
TIEMPO PODAMOS ENCONTRARNOS SIEMPRE CON ÁNIMO ALEGRE EN CAMINO HACIA TU GLORIA
FUTURA. AMÉN.
BENEDICTO
XVI, LA MUERTE DE CRISTO.
miércoles, 1 de abril de 2020
miércoles, 4 de marzo de 2020
SAN DOROTEO DE GAZA (Siglo VI), CONFERENCIA 15: LOS SANTOS AYUNOS (LA CUARESMA) (Primera parte)
159 [1]. En la Ley, Dios había prescrito a los hijos
de Israel ofrecer cada año el diezmo de todos sus bienes (cfr. Nm 18, 25). Haciéndolo,
serían bendecidos en todas sus actividades. Los santos Apóstoles, sabiendo eso,
con el objeto de procurar a nuestras almas una ayuda provechosa, decidieron
transmitirnos ese precepto bajo una forma más preciosa y elevada, a saber, la
ofrenda del diezmo de los días de nuestra vida, dicho de otra manera, su
consagración a Dios, a fin de ser bendecidos también nosotros en nuestras obras
y de expiar cada año las faltas del año entero. Haciendo un cálculo,
santificaron para nosotros entre los trescientos sesenta y cinco días del año,
las siete semanas de ayuno. Ellos no asignaron al ayuno más que esas siete
semanas. Fueron los Padres quienes después convinieron en agregar una semana
más, tanto para practicarlo con anticipación como para preparar a aquellos que
se van a entregar a los ayunos, y para honrar esos ayunos con la cifra de la
santa cuarentena que Nuestro Señor mismo pasó ayunando. Porque las ocho semanas
suman cuarenta días, excluyendo los sábados y los domingos, sin tener en cuenta
el ayuno privilegiado del Sábado Santo, que es sagrado entre todos, y de todo
el año, el único ayuno en sábado. Pero las siete semanas, sin los sábados y
domingos, hacen treinta y cinco días. Agregándole el ayuno del Sábado Santo y
de la mitad constituida por la noche gloriosa y luminosa, obtenemos treinta y
seis días y medio, lo que es exactamente la décima parte de los trescientos
sesenta y cinco días del año. Porque la décima parte de trescientos es treinta;
la décima parte de sesenta es seis; y la décima parte de cinco es medio: lo que
hace un total de treinta y seis días y medio, tal como dijimos[2].Y es, por así decir, el diezmo de todo el año
lo que los santos Apóstoles consagraron a la penitencia para purificar las
faltas de todo el año.
160. Hermanos, feliz aquel que en estos días
santos se cuida bien y como corresponde. Porque si como hombre que es, peca por
debilidad o negligencia, Dios ha dado precisamente estos días santos, para que,
preocupándose cuidadosamente de su alma con vigilancia y humildad, y haciendo
penitencia durante este período, se vea purificado de los pecados de todo el
año. Entonces el alma se ve aliviada de su carga, y se acerca con pureza al
santo día de la Resurrección, y hecho un hombre nuevo por la penitencia de estos
santos ayunos, participa en los santos Misterios sin incurrir en condenación;
permanece en el gozo y la alegría espiritual, celebrando con Dios los cincuenta
días de la santa Pascua, que es, como se ha dicho, la resurrección del alma[3], y para señalarlos no doblamos las rodillas en la iglesia durante
todo el tiempo pascual.
161. Quien quiera purificar sus pecados de todo
el año por medio de estos días, en primer lugar debe guardarse de la
indiscreción en la comida, pues, según los Padres[4], la indiscreción en la comida engendra todo el
mal que hay en el hombre. Debe cuidar de no romper el ayuno si no es por una
gran necesidad, y no buscar las comidas sabrosas, ni cargarse con un exceso de
alimentos o de bebidas. Pues hay dos tipos de gula. Se puede ser tentado por la
delicadeza de los alimentos; no necesariamente se quiere comer mucho, pero se
desean comidas exquisitas. Cuando un goloso come un alimento que le agrada,
queda de tal manera dominado por el placer, que lo retiene largo tiempo en la
boca, masticándolo largamente, y no tragándolo sino a disgusto por causa de la
voluptuosidad que experimenta. Es lo que llamamos goloso (laimargía).
Otro es tentado por la cantidad; no desea
comidas agradables y no se preocupa por su sabor. Sean buenos o malos, no tiene
otra preocupación que comer. Sean cuales sean los alimentos, su objetivo es
llenar su vientre. Es lo que llamamos voracidad (gastrimargía). Les voy
a decir la razón de esos nombres. Margainein significa en los autores
paganos estar fuera de sí, y el insensato es llamado margas. Cuando
a alguien le ocurre este mal o locura de querer llenar el vientre se lo llama gastrimargía;
es decir locura del vientre. Cuando sólo se trata del placer de la
boca lo llamamos laimargía, es decir, locura de la boca.
162. El que quiera purificarse de sus pecados
debe, con todo cuidado, huir de esos desarreglos, ya que no vienen de la
necesidad del cuerpo sino de la pasión y si se los tolera se transforman en
pecados.
En el uso legítimo del matrimonio y en la
fornicación, el acto es el mismo, siendo la intención la que difiere: en el
primer caso se unen para tener hijos, en el segundo para satisfacer la pasión.
Igualmente en la alimentación se da la misma acción al comer por necesidad o
por placer, pero el pecado está en la intención. Come por necesidad aquel que,
habiéndose fijado una ración diaria la disminuye si es que le provoca un
sobrecargo y se da cuenta de que hay que quitar alguna cosa. Si por el
contrario esa ración, lejos de cargarlo no logra mantener su cuerpo y debe ser
levemente aumentada, le adiciona un pequeño suplemento. De esta manera, evalúa
con exactitud sus necesidades y se conforma a lo que ha fijado, no por placer,
sino con el fin de mantener las fuerzas de su cuerpo. Este alimento también
debe tomarlo con acción de gracias, juzgándose en su corazón indigno de tal
ayuda; y si alguno a consecuencia de una necesidad o exigencia es objeto de
cuidados particulares, no debe tenerlo en cuenta ni buscar por sí mismo el
bienestar, ni pensar que el bienestar es inofensivo para el alma.
[1] Esta Conferencia se une a la anterior por la
consideración de las virtudes propias de la Cuaresma (Conf. 14: limosna y Conf.
15: el ayuno) que pasan a ser, por ello, las fundamentales de toda la vida del
monje.
[2] Encontramos el mismo cálculo en Casiano, Conf. XXI, 25.
[3] EVAGRIO, Ad
Monachos 40. Cfr. PG 40, 1279.
[4] No hay ningún apotegma que contenga esta
expresión. Sin embargo cfr. Apoph.
Antonio 22, PG 65, 84B.
miércoles, 12 de febrero de 2020
AÑO MARIANO NACIONAL: CONTEMPLANDO LA MATERNIDAD DE MARÍA EN LOS OJOS DEL “DULCE POETA” DE LA VIRGEN (V)
SUBSTRATO TEOLÓGICO DE
SU DEVOTIO/MÍSTICA MARIANA (II)
Misión de
María en relación al Salvador
“La doctrina mariana de san Bernardo no
admite divisiones internas ni que se la desgaje del misterio cristiano en su
conjunto. María esta entretejida en la urdimbre de la historia de salvación. La
reflexión sobre el dato revelado y la experiencia cristiana implican, implícita
o explícitamente, un matiz y un sabor marianos” (Bernardo Olivera, p. 31).
“…en lugar de insistir en los privilegios
personales de la Virgen, considera su papel en la obra de la salvación. Al
igual que la Escritura, los Padres y la Liturgia. Bernardo presenta el misterio
de la maternidad divina en el cuadro de la Encarnación, de sus preparativos y
sus frutos” (Jean Leclercq, San Bernardo,
monje y profeta, BAC, Madrid, 1990, p. 97).
Homilía III:
10.
Entonces el ángel, mirando a la Virgen y advirtiendo facilísimamente que
revolvía en su corazón pensamientos varios, la consuela en sus temores, la
ilustra y fortalece en sus dudas, y llamándola familiarmente por su propio
nombre, blanda y benignamente la persuade que no tema: No temas, dice, María, porque
hallaste gracia en los ojos de Dios (Lc
1,30). Nada hay aquí de dolo, nada de engaño, no sospeches fraude, no receles
alguna asechanza: no soy hombre, soy espíritu y ángel de Dios, no de Satanás.
[El
santo Nombre del Redentor] No temas,
María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios. ¡Oh, sí supieras cuánto
agrada a Dios tu humildad y cuánta es tu privanza con El ¡ No te juzgarías
indigna de que te saludase y obsequiase un ángel! ¿Por qué has de pensar que
te, es indebida la gracia de los ángeles, cuando has hallado gracia en los ojos
de Dios? Hallaste lo que buscabas (Cf. Mt
7,7), hallaste lo que antes de ti ninguno pudo hallar, hallaste gracia en los
ojos de Dios. ¿Qué gracia? La paz de Dios y de los hombres, la destrucción de
la muerte, la reparación de la vida. Esta es la gracia que hallaste en los ojos
de Dios. Y ésta es la señal que te dan (Cf.
Lc 2,12) para que te persuadas que has hallado todo esto: Sabe que concebirás en tu seno y darás a luz
un hijo, a quien llamarás Jesús (Lc
1,31). Entiende, Virgen prudente, por el nombre del hijo que te prometen, cuán
grande y qué especial gracia has hallado en los ojos de Dios. Y le llamarás
Jesús. La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista,
interpretándole el ángel así: Porque El
salvará a su pueblo de sus pecados (Mt
1,21).
[El
anonadamiento y su paradoja] 13. Pero ¿por qué dice que será, y no dice más
bien que es grande el que, siempre igualmente grande, no tiene adonde crecer,
ni después de su concepción ha de ser mayor que sea o haya sido antes? ¿Acaso
se dice que será, porque El mismo, que era Dios grande, ha de ser grande
hombre? Bien se dice, pues: Este será grande. Grande hombre, grande doctor,
grande profeta. De Él se dice en el Evangelio: Un profeta grande ha parecido en medio de nosotros (Lc 7,16); y por otro profeta menor que
él es prometido igualmente como un profeta grande que había de venir: Mira, dice, que vendrá un profeta grande y él mismo renovará a Jerusalén (Ant. Ecce Veniet de Adviento).
Y
tú, a la verdad, ¡oh Virgen!, darás a luz un párvulo, criarás un párvulo, darás
de mamar a un párvulo; pero al verle párvulo, contémplale grande. Será grande,
porque el Señor le engrandecerá delante de los reyes, de modo que todos los
reyes le adorarán, todas las gentes, le servirán (Cf. Sal 71, 1). Engrandezca, pues, tu alma también al Señor (Cf. Lc 1,46), porque será grande y será llamado hijo del Altísimo.
Grande será y liará cosas grandes el que es poderoso y su nombre santo (Cf. Lc 1,49). ¿Qué nombre más santo que
llamarse hijo del Altísimo? Sea también engrandecido por nosotros, que somos
párvulos, el Señor grande, que, por hacernos grandes, se hizo párvulo. Un párvulo, dice el profeta, nació para nosotros y un párvulo nos han
dado (Is 9,6). Para nosotros,
repito, no para sí; pues, nacido de su Eterno Padre más noblemente antes de los
tiempos, no necesitaba nacer de una Madre en el tiempo. No para los ángeles
tampoco, que poseyéndole grande no le solicitaban párvulo. Para nosotros, pues,
nació, a nosotros nos le han dado, porque para nosotros era necesario.
Ejercicio: Continuar con la lectio
divina.
sábado, 21 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (IV)
Hijos de Abrahán
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
Según había prometido a nuestros
padres, Abrahán y a su descendencia para siempre. Recordando a los patriarcas,
Santa María cita con razón nominalmente a Abrahán porque, aunque muchos
patriarcas y santos dieron simbólicamente testimonio de la encarnación del
Señor, sin embargo solo a él se le anunciaron por primera vez de un modo
manifiesto los misterios de su encarnación y de nuestra redención.… Porque
también nosotros somos semilla e hijos de Abrahán, cuando renacemos en los
sacramentos de nuestro Redentor, que tomó carne de la estirpe de Abrahán (p.
113).
Y en
virtud de un misterio sublime el recién nacido eligió para sí una sede en un
pesebre al que los animales suelen acudir para alimentarse… Con el buey designa
al pueblo judío… con el asno al pueblo de los gentiles… (p. 133).
Preparar la Navidad
Por eso es necesario, hermanos
queridísimos, que nosotros, a quienes el Señor promete la eterna recompensa,
luchemos por obtenerla con un infatigable esfuerzo espiritual… Por tanto, insistamos
en la meditación frecuente de los textos evangélicos, retengamos siempre en la
memoria los ejemplos de la bienaventurada Madre de Dios, al fin de que,
encontrados humildes a los ojos de Dios y obedientes al prójimo por el respeto
que debemos, merezcamos ser elevados junto con ella para siempre. Procuremos
con solicitud que no nos ensoberbezca indebidamente la alabanza de quienes nos
ensalzan, al ver cómo ella mantuvo una constancia inamovible de humildad en
medio de palabras de verdadera alabanza… (p. 114).
Si
meditamos de continuo los hechos y las palabras de Santa María, permanecerán en
nosotros… Porque de una parte se difundirá en la santa Iglesia la óptima y
saludable costumbre de que todos canten a diario el himno sagrado junto con la
salmodia de las laudes vespertinas, por cuanto con eso la frecuente
conmemoración de la encarnación del Señor encenderá las almas de los fieles en
el amor a esa devoción; y de otra, la ponderación más frecuente del ejemplo de
la Virgen, confirmará en la solidez de las virtudes. Y esto es bueno que se
haga convenientemente a la hora vespertina, esto es cuando nuestra mente,
fatigada por la jornada diaria y disipada en pensamientos de todo tipo, al
acercarse el tiempo de descanso, se recoge para considerarse a sí misma y, tras
haber sido advertida saludablemente para que prescinda de todo lo superfluo y
nocivo de los avatares del día, limpie todo eso tempestivamente una vez más con
oraciones y lágrimas.
Vueltos
hacia el Señor, imploramos su clemencia a fin de que, de una parte sepamos
venerar la memoria de santa María con los oficios oportunos, y de otra
merezcamos llegar a la celebración solemne de la Navidad del Señor con un alma
más pura. Él en persona fomenta nuestro deseo de realizar obras espirituales y
percibir los dones celestiales, Él que por nosotros quiso que su Unigénito
Jesucristo nuestro Señor se encarnara y que quiso darle una forma de vivir
entre los hombres” (p. 115).
Concebirás y darás a luz un hijo (Vigilia, Homilía III[1]) (Lucas 1, 26-37; 2Tim 2, 8-13).
La lectura del santo evangelio que
acabamos de escuchar, carísimos hermanos, nos recuerda el exordio de nuestra
redención, cuando Dios envió un ángel a la Virgen para anunciarle el nuevo
nacimiento, en la carne, del Hijo de Dios, por quien –depuesta la nociva
vetustez– podamos ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues,
para merecer conseguir los dones de la salvación que nos ha sido prometida,
procuremos percibir con oído atento sus primeros pasos.
El ángel
Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una
virgen desposada con un hombre llamado José; la virgen se llamaba María. Lo que
se dice: de la estirpe de David, se refiere no sólo a José, sino también a
María, pues en la ley existía la norma según la cual cada israelita debía
casarse con una mujer de su misma tribu y familia. Lo atestigua el Apóstol,
cuando escribiendo a Timoteo, dice: Haz memoria de Jesucristo el Señor,
resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi
evangelio. En consecuencia, el Señor nació realmente del linaje de David, ya
que su Madre virginal pertenecía a la verdadera estirpe de David.
El ángel,
entrando a su presencia, dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David su Padre». Llama trono de David al reino de Israel, que en su
tiempo David gobernó con fiel dedicación por mandato y con la ayuda de Dios.
Dio, pues, el Señor a nuestro Redentor el trono de David su padre, cuando
dispuso que éste se encarnara en la estirpe de David, para que con su gracia
espiritual condujera al reino eterno al pueblo que David rigió con un poder
temporal. Como dice el Apóstol: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Y reinará
en la casa de Jacob para siempre. Llama casa de Jacob a la Iglesia universal,
que por la fe y la confesión de Cristo pertenece a la estirpe de los
patriarcas, sea a través de los que genealógicamente pertenecen a la línea de
los patriarcas, sea a través de quienes, oriundos de otras naciones, renacieron
en Cristo mediante el baño espiritual. Precisamente en esta casa reinará para
siempre, y su reino no tendrá fin. Reina en la Iglesia durante la vida
presente, cuando, habitando en el corazón de los elegidos por la fe y la
caridad, los rige y los gobierna con su continua protección para que consigan
alcanzar los dones de la suprema retribución. Reina en la vida futura, cuando,
al término de su exilio temporal, los introduce en la morada de la patria
celestial, donde eternamente cautivados por la visión de su presencia, se
sienten felices de no hacer otra cosa que alabarlo.
[1] CCL 122, 14-17.
sábado, 14 de diciembre de 2019
ADVIENTO: HOMILÍAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (III)
Ese pasaje narra que fue enviado un
ángel del cielo a la Virgen, para que anunciara el nuevo nacimiento carnal del
Hijo de Dios por el que nosotros, depuesto el pecado antiguo, estemos en
condiciones de ser renovados y contados entre los hijos de Dios. Así pues, a
fin de merecer alcanzar los dones de la salvación que se nos promete,
intentemos escuchar con oído atento (p. 88). Dice así: Fue enviado por Dios el
ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón de nombre José. … porque la causa primera de la perdición del hombre
se produjo cuando la serpiente fue enviada por el diablo a una mujer que debía
ser engañada por un espíritu de soberbia… Por tanto, puesto que la muerte entró
a través de una mujer, era adecuado que también la vida volviera por medio de
una mujer. Aquella, seducida por el diablo en figura de serpiente, ofreció al
varón el gusto a la muerte; ésta, instruida por Dios a través de un ángel, dio
a luz al mundo al autor en la Salvación…
Tras
haber recibido una gracia tan grande, veamos a qué sublime altura de humildad
se mantiene santa María. Dice: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu palabra. Verdaderamente posee una gran constancia en la humildad la que se
llama a sí misma sierva, cuando es elegida madre de su Creador.… Hágase en mí
según tu palabra. Hágase que el Espíritu Santo, viniendo hasta mí, me haga
digna de los divinos misterios. Cúmplase que en mi vientre el Hijo de Dios se
vista el hábito de una sustancia humana y salga de su tálamo como un esposo
para la Redención del mundo.
Nosotros,
hermanos queridísimos, secundando su voz y su actitud en la medida en que somos
capaces, afanémonos por ser servidores de Cristo en todas nuestras acciones y
reacciones, sometamos todos los miembros de nuestro cuerpo a su servicio,
orientemos toda nuestra mirada al cumplimiento de su voluntad y agradezcamos
los dones que de Él hemos recibido, viviendo honestamente, de manera que
merezcamos ser considerados dignos de recibirlos aún mayores. Roguemos
asiduamente, junto con la santa Madre de Dios, para que se cumpla en nosotros
su palabra; o sea, aquella palabra con la que Él en persona explica el motivo
de su encarnación: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, a
fin de que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna” (p.
99).
La alabanza de Santa María y Santa Isabel (Homilía IV) (Lucas 1,39-56; 11, 27-28)
En cuanto oyó Isabel el saludo de
María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo… y clamó
con fuerte voz… Sí, con fuerte voz, porque reconoció los grandes dones de Dios…
Porque no podía alabar al Señor con devoción por medio de una voz moderada, la
que vibraba llena del Espíritu Santo… Y se alegraba porque había llegado Aquel
que, concebido de la carne de una madre Virgen, sería llamado y sería en verdad
Hijo del Altísimo (p. 103). ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, indudablemente, el mismo Espíritu que le inspiró el don de profecía, le
prestó igualmente la gracia de la humildad (p. 105).
Y dijo:
Mi alma magnifica al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios mi
Salvador... Con estas palabras, en primer lugar, pone de manifiesto los dones
especiales que se le han concedido… Su alma magnifica al Señor que toma
posesión de todos los afectos de su hombre interior para la alabanza y el
servicio divinos, porque con la observancia de los preceptos divinos demuestran
que piensa continuamente en el poder de su Majestad. Exulta su espíritu en
Dios, su Salvador, porque no se goza en las cosas terrenas, no se deja seducir
por la afluencia de cosas caducas, no se quiebra con la adversidad, sino que se
deleita solo en la contemplación de su Creador, de quien espera la salvación
eterna… Ella pudo exultar con todo derecho en Jesús -esto es, en su salvación-
con una alegría especial, superior a la de los demás santos, porque sabía que
Aquel a quien ella conocía como perpetuo autor de la salvación, precisamente
ese habría de nacer de su carne por medio de un parto temporal por cuanto, en
una misma persona, sería verdaderamente a la vez su hijo y su Señor (p. 107).
Y su
misericordia se derrama de generación en generación… Y con estas palabras de
Santa María ella canta la palabra de Dios en persona, con la que proclamó que
no sólo era bienaventurada la madre que mereció engendrarle corporalmente, sino
todos aquellos que guardaren sus mandamientos. Porque, en una ocasión Él estaba
enseñando al pueblo… Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan (p.
109).
sábado, 30 de noviembre de 2019
ADVIENTO: HOMILIAS DE SAN BEDA EL VENERABLE (I)

El autor: San Beda el Venerable (presentado por Benedicto XVI[1]).
“…nació en el nordeste de Inglaterra,
exactamente en Northumbria, entre los años 672 y 673. Él mismo cuenta que sus
parientes, a la edad de siete años, lo encomendaron al abad del cercano
monasterio benedictino para que fuera educado: ‘En este monasterio -recuerda-
desde entonces viví siempre, dedicándome intensamente al estudio de la Sagrada
Escritura y, mientras observaba la disciplina de la Regla y la tarea diaria de
cantar en la capilla, para mí siempre fue dulce aprender, enseñar o escribir’ (Historia ecclesiastica gentis Anglorum,
v, 24)… La enseñanza y la fama de sus escritos le granjearon muchas amistades
con las principales personalidades de su tiempo, que lo animaban a proseguir en
su trabajo... A pesar de enfermar, no dejó de trabajar, conservando siempre una
alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. Concluyó su obra
más importante, la Historia ecclesiastica
gentis Anglorum con esta invocación: ‘Te ruego, oh buen Jesús, que
benévolamente me has permitido acceder a las dulces palabras de tu sabiduría,
concédeme, benigno, llegar un día hasta ti, fuente de toda sabiduría, y estar
siempre ante tu rostro’. La muerte le llegó el 26 de mayo del año 735: era el
día de la Ascensión.
Las
Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de san
Beda. A partir de un cuidadoso estudio crítico del texto…, comenta la Biblia,
leyéndola en clave cristológica, es decir, reúne dos cosas: por una parte,
escucha lo que dice exactamente el texto -quiere realmente escuchar, comprender
el texto mismo-; y, por otra, está convencido de que la clave para entender la
Sagrada Escritura como única Palabra de Dios es Cristo y, con Cristo, a su luz,
se entiende el Antiguo y el Nuevo Testamento como ‘una’ Sagrada Escritura. Las
circunstancias del Antiguo y del Nuevo Testamento están unidas, son camino
hacia Cristo, aunque estén expresadas con signos e instituciones diversas (lo
que él llama concordia sacramentorum)…
fue también un insigne maestro de teología litúrgica. En las homilías sobre los
evangelios dominicales y festivos desarrolló una verdadera mistagogía, educando
a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a reproducirlos
coherentemente en la vida, en espera de su plena manifestación al regreso de
Cristo, cuando, con nuestros cuerpos glorificados, seremos admitidos en la
procesión de las ofrendas en la liturgia eterna de Dios en el cielo… Gracias a
esta forma suya de hacer teología, mezclando Biblia, liturgia e historia, san
Beda tiene un mensaje actual para los distintos ‘estados de vida’: a) a los
estudiosos (doctores ac doctrices)
les recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de
Dios para presentarlas de forma atractiva a los fieles; y exponer las verdades
dogmáticas evitando las complicaciones heréticas y ciñéndose a la ‘sencillez
católica’, con la actitud de los pequeños y humildes, a quienes Dios se
complace en revelar los misterios del Reino; b) los pastores, por su parte,
deben dar prioridad a la predicación, no sólo mediante el lenguaje verbal o
hagiográfico, sino también valorando los iconos, las procesiones y las
peregrinaciones…; c) a las personas consagradas, que se dedican al Oficio
divino, viviendo la alegría de la comunión fraterna y progresando en la vida
espiritual mediante la ascesis y la contemplación, san Beda les recomienda
cuidar el apostolado —nadie tiene el Evangelio sólo para sí mismo, sino que debe
sentirlo como un don también para los demás-… “.
El tema: la espiritualidad bíblico-litúrgica del Adviento
“La liturgia de Adviento ha
desarrollado en la Iglesia una auténtica espiritualidad litúrgica, centrada en
la venida del Señor y en su espera. Venida del Señor en la carne, adviento del
Señor al final de los tiempos, constante presencia del Señor en su Iglesia y en
el corazón de los fieles que lo acogen con amor. Las palabras claves de tiempo
del Adviento son espera y esperanza, atención y vigilancia, acoger y compartir…
El Card. H. Newman decía en uno de sus Sermones:
‘Es necesario estudiar de cerca el sentido de la palabra velar…No sólo hemos de
creer, hemos de vigilar; no sólo hemos de amar, tenemos que velar; no sólo es
necesario obedecer, hay que estar alerta. ¿Y cómo hemos de velar? Para acoger
este gran acontecimiento: la venida de Cristo… Vela con Cristo quien no pierde
vista el pasado mientras mira hacia el porvenir y completa lo que el Salvador
le ha merecido y no olvida lo que por él ha sufrido’…”[2].
“Adviento es tiempo del Espíritu Santo.
El verdadero Pródromos, precursor de
Cristo en su primera venida, es el Espíritu Santo; él es ya el precursor de la
segunda venida. Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los
oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de
Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María, el evangelio de
Lucas lo demuestra en el primer capítulo, cuando todo parece un anticipo de
Pentecostés, una efusión de gozo mesiánico, para los últimos protagonistas del
AT, en la profecía y en la alabanza del Benedictus
y del Magnificat. Por eso en la
espera de la definitiva manifestación gloriosa, la Iglesia pronuncia su ‘Ven,
Señor Jesús’, como Esposa guiada por el Espíritu Santo. El protagonismo del
Espíritu se transmite a sus órganos vivos que son los hombres y mujeres
carismáticos del AT que ya enlazan la antigua alianza con la nueva. Hombres y
mujeres de ayer y de hoy que mantienen en la Iglesia la esperanza del Señor y acrecientan
en los cristianos su responsabilidad en la historia. En esta luz debemos
recordar a los precursores del Mesías, sin olvidar al Precursor, que es el
Espíritu Santo, de la primera y de la definitiva venida de Jesús”[3].
Dos íconos “monásticos” del Adviento:
Juan el Bautista y María, precursores del Señor, en las homilías de san Beda[4].
Juan apareció en el desierto bautizando
y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados… predecía
un bautismo de penitencia para remisión de los pecados en Cristo en cuyo solo
bautismo se nos concede la remisión de los pecados (p. 67)… Quien desea ser
bautizado en la fuente de la vida no es por otra cosa sino porque se arrepiente
de estar sometido a la perniciosa muerte… El bautismo de Juan era un signo de
fe y penitencia. En efecto se daba para que todos aquellos que lo recibían se
abstuvieran de pecar, insistieran en dar limosnas, creyeran en Cristo y
consideraran un deber acercarse, en cuanto Él apareciera (p. 68), a aquel
bautismo. (Juan) amonestaba a sus oyentes para que se apartaran de sus pecados,
por medio de la penitencia, se apartaba de los vicios de los pecadores, no sólo
por la pureza de su mente, sino por el lugar donde habitaba corporalmente… De
otra parte, simbólicamente, el desierto en el que Juan permanecía es imagen de
la vida de los santos, apartada de los encantos del mundo. Estos… se deleitan
en unirse solo a Dios en lo profundo de su corazón y en poner en Él su
esperanza (p. 69).
En
definitiva, el Señor, tras haber liberado de Egipto al pueblo gracias a la
sangre del cordero y haberlo conducido a través del mar Rojo, lo tuvo primero
durante cuarenta años en el desierto y después le introdujo en la tierra
prometida. Por eso, no es sorprendente que el pueblo fiel no pueda soportar el
gozo de la patria celestial inmediatamente después del bautismo, sino que en
primer lugar debe ejercitarse en una prolongada lucha por las virtudes, para
después ser premiado con los dones de la bienaventuranza suprema. Acudía a él
toda la región de Judea y los habitantes de Jerusalén… Más, puesto que Judea
significa ‘confesión’ y Jerusalén ‘visión de paz’ podemos interpretar de una
manera alegórica que quienes han aprendido la confesión de la fe…, quienes han
abrazado la visión de la paz celestial se encuentran incluidos en esta
expresión. Una vez oída la palabra de Dios, se apartan de su comportamiento
anterior y acceden a la soledad de la vida espiritual (p. 70),… se purifican,
como con un bautismo diario en el Jordán y con las lágrimas de su compunción,
de todo tipo de contagio con vicios… De ahí que el Jordán haya sido
interpretado con razón como el ‘río del juicio’,… cuanto más solícitamente
examinan a fondo su conciencia, tanto más caudalosos son los ríos de lágrimas
que fluyen desde la profunda fuente de su corazón… vuelcan las inmundicias de
su fragilidad en las aguas de la penitencia (p. 71).
II.
El misterio de Cristo Salvador
Y si alguno desea interpretar el
vestido y la comida de Juan como figura del Señor nuestro Salvador… de buen
grado hay que seguir esa interpretación y admitir que los pelos de camello por
su aspereza simbolizan a quienes intentan limpiar sus pecados con penitencia,
ayuno y lágrimas; el cinturón de cuero, por la muerte del animal del que está
hecho señala a quienes han crucificado su carne junto con sus pasiones y
concupiscencia. Y puesto que está escrito: Así pues, cuantos en Cristo habéis
sido bautizados, os habéis vestido de Cristo, esos tales, al estar adheridos a
Cristo en virtud de un amor inquebrantable, se visten con pelos del camello y
ciñen sus lomos con un cinturón de cuero (p. 72).
Tras la
descripción del lugar, la misión, el vestido y el alimento de Juan, a
continuación se añade el contenido de su predicación, porque se dice: Y
predicaba diciendo: tras de mi viene uno más fuerte que yo. En verdad es muy
fuerte el que bautiza para que se confiesen los pecados, pero más fuerte es el
que bautiza para que estos sean perdonados. Es fuerte quien es digno de tener
el Espíritu Santo, pero más fuerte quien lo infunde (p. 73). Y para que no
creyeran que este bautismo les bastaba para obtener la salvación, antes bien se
acercaran presurosos al bautismo de Cristo, añadió en consecuencia: pero Él os
bautizará en el Espíritu Santo…. En verdad bautiza en el Espíritu el que
perdona los pecados con la fuerza del Espíritu Santo (p. 75).
III.
Prepararnos a la Navidad
Procuremos, hermanos míos, mantener
íntegra y pura su gracia en nosotros en cada momento, perseverando en las
buenas obras. Y sobre todo ahora, cuando nos disponemos a celebrar la Natividad
de nuestro Salvador, afanémonos con más solicitud de lo habitual, vigilando
para limpiar con más rapidez lo que hayamos sorprendido que existe en nosotros
de negligencia oculta. Esforcémonos por adquirir cuanto antes lo que veamos que
falta en nosotros de la virtud que deberíamos tener, apartando de nosotros la
maleza de las discordias, denuestos, riñas, murmuraciones y demás vicios.
Plantemos en nosotros la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad, la
benignidad, la confianza, la mansedumbre, la continencia y los demás frutos
insignes del Espíritu, a fin de que en aquel día merezcamos comparecer ante el
altar del Señor con corazón limpio y conciencia pura y unirnos a los
sacramentos sacrosantos de Aquel que vive y reina con el Padre en la unidad del
Espíritu Santo” (p. 76).
[1]
Audiencia general del 18 de febrero de 2009.
[2]J.
Castellanos, El año litúrgico, Memorial
de Cristo y mistagogía de la Iglesia, CPL, Barcelona, 1996, pp. 74-75.
[3] Idem., pp. 68-69.
[4] Homilías sobre los evangelios 1,
Biblioteca de Patrística 102, Ciudad Nueva, Madrid, 2016.
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