Anselmo, arzobispo, a Garnier: salud, la bendición de Dios con la suya
y votos de verle proseguir hasta una feliz coronación el cumplimiento del bien
comenzado.
Bendigamos al Señor en sus dones, proclamémosle santo en todas sus
obras, a El que te ha visitado con su gracia, mi querido hijo, para traerte
misericordiosamente a la vida, cuerpo y alma, porque ambos estaban en ti
igualmente en peligro de muerte. Examina y considera la gran señal de amor que
Dios te ha dado; no solamente huías de El, sino que le despreciabas, le
combatías para tu propio mal, y, en su paternal solicitud, te ha obligado a
volver a El con la voluntad de servirle. No pienses jamás que tu resolución
tiene menos valor porque el temor de la muerte fue el que te la inspiró, más bien
que un atractivo sensible, porque Dios pesa menos el motivo inicial, la
circunstancia que determina a un hombre a encarrilarse en la vida virtuosa, que
las disposiciones íntimas y la devoción con que corresponde a la gracia que le
es concedida. El apóstol San Pablo fue obligado a convertirse a la fe
cristiana; pero, como conservó esta fe con todo su corazón y terminó su carrera
en ella, se ha complacido, según sus propias palabras, con el pensamiento de la
corona de justicia que le estaba preparada.
Tienes junto a ti, querido hermano, al prior D. Ernulfo; por su ciencia
y benevolencia es tan capaz como yo de aconsejarte, y tiene mi autoridad para
absolverte. A Dios y a él te confío; en cuanto a ti, según mi aviso y mi orden,
abandónate a él después de Dios.
Por la gracia divina eres versado en las letras; esta ciencia que el
Señor te ha permitido adquirir en el tiempo en que amabas el mundo, hazla servir
al amor de Dios, de quien tienes todo lo que eres; así, en lugar de la gloria terrena,
tras de la cual suspirabas esperando alcanzarla por tus talentos literarios,
obtendrás la gloria eterna, para la cual no experimentabas más que desdén o muy
débiles deseos. Guarda con cuidado, como instituidas por Dios, las observancias
de nuestra Orden, en que has entrado, porque no hay una sola que sea inútil o superflua.
Te aconsejo que pidas la carta que he escrito a D. Lanzón cuando era novicio.
Allí verás la conducta que hay que observar al principio de tu vida religiosa y
la manera de rechazar las tentaciones que asaltan a los novicios. En cuanto me es posible, ruego al Señor que
te conceda la absolución y remisión de todos tus pecados, que mantenga firme en
ti tu buen propósito, de modo que te conduzca a la gloria eterna. Amén.
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