Anselmo, arzobispo, a su hermano e hijo muy querido Hugo, salud y
bendición.
Tu afecto para conmigo es tan vivo, según referencias del señor abad,
que las felices nuevas referentes a mi persona te alegran grandemente, mientras
que el relato de mis tribulaciones te contrista mucho; tu corazón llega inclusive
a irritarse contra aquellos que tú juzgas que son para mí una causa de dolor, y
no cesas de rogar por mí según tu poder. Me estimarías injusto si mi amistad no
viniese a corresponder a tan gran apego, y como un verdadero afecto desea
siempre el progreso de aquel que ama, te exhorto y aliento a excitar
constantemente en tu alma el deseo de nuevos progresos.
Si pides consejo sobre la manera de lograrlo, respondo: ama por encima
de todo tu vocación monástica. Un medio de ser fiel a ella es el no ocultar
nunca intencionadamente ni excusar tu falta. Los zorros tienen sus cuevas,
donde dejan y alimentan a sus pequeñuelos, en la sombra; los pájaros tienen sus
nidos al descubierto, en los cuales cuidan de sus crías; igualmente, los
demonios abren fosos, para multiplicar allí los pecados, en el corazón de aquel
que disimula sus faltas, y en el alma de aquel que se excusa edifican
ostensiblemente nidos donde acumulan los pecados. Por tanto, si no quieres llegar
a ser para el demonio una cueva o un nido, procura no ocultar jamás ni defender
tus faltas. Que tu corazón sea siempre abierto para tu abad, y dondequiera que
estés, convéncete que tiene delante de los ojos no solamente tu cuerpo, sino
también tus pensamientos; haz y piensa entonces lo que no te avergonzarías de
hacer o pensar en su presencia. Si obras de ese modo, el demonio huirá del
templo de tu corazón, como un ladrón evita la casa de aquel que no consiente ni
en ocultarle ni en defenderle, porque el ladrón no lleva el fruto de sus robos
más que allí donde espera que le ocultará y defenderá. Pero, si tomas la
costumbre de comportarte como digo, el Espíritu Santo hará en ti su morada; El
no se verá trabado en su acción ni arrojado, aun si te dejases sorprender por
alguna falta, porque gracias a Él, en virtud de tu buena costumbre, expulsarás
la iniquidad. Esta manera de usar de la dirección se convertirá para ti en una
fuente de alegría tal como no la puedes imaginar ni más dulce ni más agradable.
Pero no comprenderás estas palabras más que en cuanto quieras hacer la
experiencia de mi consejo.
Tu padre abad me ha hablado muy bien de tu juventud, pero ha añadido
una cosa que no me ha gustado, y es que seguir las inspiraciones de tu propio
juicio parece mejor a tu criterio que ejecutar las órdenes de la obediencia.
Tienes cierto talento para transcribir los manuscritos, pero, en lugar de
copiar por obediencia, prefieres hacer algo que te parece más perfecto. Ten,
pues, por seguro que una sola oración de un monje obediente tiene más valor que
diez mil oraciones hechas por otro que desdeña someterse.
Por lo cual te animo, como a hijo muy querido y que me amas, a dar en
todas tus acciones la preferencia a las que señala la obediencia. Al mismo
tiempo graba para siempre en tu memoria el consejo indicado anteriormente y
aplícate seriamente a ponerlo en práctica.
Dígnese el Todopoderoso, por la bendición de su gracia, dirigirte en
todo y guardarte siempre de todo mal. Así sea.
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