Pedro Edmundo Gómez, osb.
En la Catedral de Santa María de Urgel,
provincia de Mérida, más precisamente en la capilla dedicada a santa Catalina
de Alejandría había una serie de murales, que durante el barroco se cubrieron
con un retablo dedicado a santa Lucía y santa Magdalena. En las reformas
realizadas en el siglo pasado se retiró el retablo redescubriéndolos. Cobijaban
todo el ábside, presididos en la parte superior por un Pantocrátor, otro
dedicado a la vida de la santa en ambos lados de la ventana del muro, y en el
inferior se encontraba la Santa Cena[3].
Los investigadores los han datado entre
1242 y 1255 y sostienen que su dedicación a santa Catalina representa
simbólicamente las luchas entre el obispo de Urgel Ponç de Vilamur y los
Castellbó y el condado de Foix que defendían la herejía cátara[4].
Santa Catalina disputó con los filósofos paganos a los que convirtió al
cristianismo, por lo que había sido tomada como ejemplo por los dominicos en su
lucha por la conversión de los cátaros. La representación de la Santa Cena
símbolo de la Eucaristía muestra la relación con el catarismo que negaba este
dogma cristiano[5].
El arte que tiene un fin en sí mismo,
ser contemplado para el placer del espíritu, puede convertirse en “instrumento”
al servicio de la fe, para instruir la inteligencia y corregir errores (didascalia)[6],
para hacer memoria presencializante de los misterios (anamnesis) y para suscitar el deseo de la santidad[7], y
así se eleva en dignidad al aceptar servir a un fin más alto, prestando un
“auténtico servicio a la fe”. Por eso, seremos
acompañados en esta “experiencia” de Lectio
Divina y contemplación por un fragmento del mural de la Santa Cena, que es mucho
más que una obra de arte que sólo busca la belleza, es “una imagen de lo invisible” que nos permite una visión anticipada
de la belleza inexpresable de Dios, pero su belleza no depende de la fe
sino del artista[8].
“La paleta pictórica del pintor está basada en los colores tierra
disueltos tanto a la cal como al temple, reforzados con pinceladas de rojo
intenso obtenido del cinabrio que ayuda a modelar los pliegues de los vestidos
de muchos personajes. La representación de la Santa Cena es un claro exponente
de transición entre dos estilos: por un lado se ven algunas características del
primer gótico lineal, especialmente en las líneas que definen el contorno de
los cuerpos y en el aumento del dinamismo de las figuras y, por la otra, todavía
conserva características propias de la tradición tardorománica, sobre todo con
las derivadas de la renovación del arte del 1200 como los tipos faciales
diversificados, las luces y las sombras en los rostros o las pequeñas
transparencias en los vestidos”[9].
Primero, lo observaremos
detenidamente (escena, personajes, vestidos, posiciones, posturas, gestos,
objetos… “errores”), veremos que se
organiza a lo largo de una mesa rectangular con los apóstoles detrás, excepto
Judas, que está representado delante y con el rostro de perfil, y está centrada
en la figura de Cristo bendiciendo y ofreciendo el pan a Judas, y el apóstol
Juan, al lado derecho de Jesús, que duerme plácidamente con los ojos cerrados
apoyado encima la mesa; luego leeremos dos textos que están por detrás: Juan 13 y 21, y lo meditaremos con algunas citas bíblicas siguiendo un esquema: 1. Judas, el discípulo
traidor-perdido. 2. Pablo, el discípulo convertido-apóstol. 3. Pedro, el discípulo
pescador-pastor. 4. Juan, el discípulo amado-teólogo. 5. Jesús: el Señor y Maestro, que
describe un movimiento en espiral que va de los pies de Judas a
la cabeza de Juan, siguiendo los sentidos de la Sagrada Escritura.
Dice Santo
Tomás de Aquino:
“Hay que decir: El autor de la Sagrada Escritura es Dios. Y Dios
puede no sólo adecuar la palabra a su significado, cosa que, por lo demás,
puede hacer el hombre, sino también adecuar el mismo contenido. Así, de la
misma forma que en todas las ciencias los términos expresan algo, lo propio de la
ciencia sagrada es que el contenido de lo expresado por los términos a su vez
significa algo. Así, pues, el primer significado de un término corresponde al
primer sentido citado, el histórico o literal. Y el contenido de lo expresado
por un término, a su vez, significa algo. Este último significado corresponde
al sentido espiritual, que supone el literal y en él se fundamenta. Este
sentido espiritual se divide en tres. Como dice el Apóstol en la carta a los Hb 7,19, la Antigua
Ley es figura de la Nueva; y esta misma Nueva Ley es figura de la futura
gloria, como dice Dionisio en Ecclesiastica Hierarchia. También
en la Nueva Ley
todo lo que ha tenido lugar en la cabeza es signo de lo que nosotros debemos
hacer. Así, pues, lo que en la Antigua Ley figura la Nueva , corresponde al sentido
alegórico; lo que ha tenido lugar en Cristo o que va referido a Cristo, y que
es signo de lo que nosotros debemos hacer, corresponde al sentido moral; lo que
es figura de la eterna gloria, corresponde al sentido anagógico. El sentido que
se propone el autor es el literal. Como quiera que el autor de la Sagrada
Escritura es Dios, el cual tiene exacto conocimiento de todo al mismo
tiempo, no hay
inconveniente en que el
sentido literal de
un texto de la
Escritura tenga varios sentidos…”[10].
“Este tema –escribió André Louf, ocso.- de los sentidos de la Escritura
que se multiplican y se dilatan según la vida espiritual del lector y en
correlación con ella, y que en última instancia se convierten en el soporte
mismo de las experiencias místicas más elevadas, ha sido profundizado
espléndidamente por Juan Casiano, cuya herencia será recogida por Gregorio
Magno”[11].
[1] Adaptación de:
“Lectio Divina: Un mural románico de la Santa Cena”, en Adoremus III, 6 (2013), pp.10-15.
[2] Abadía “Cristo Rey”, El Siambón, Tucumán, Argentina.
[3] Fueron
arrancados por medio del método italiano del «strappo» y vendidos: la Disputa y
el arresto de santa Catalina al Museo Nacional de Arte de Cataluña, el Martirio
de santa Catalina a la fundación Abegg Stiftung de Suiza y la Santa Cena se
encuentra en el Museo Episcopal de Vich.
[4] Difundidos por el Mediodía de Francia, en la región de
Albi (albigenses) y por la Italia septentrional (patarinos), los cátaros (del
griego = puros, perfectos) constituyeron una de las más peligrosa herejías, no
sólo dentro de la Iglesia sino también dentro de la sociedad civil.
Fruto de una mezcla sobre un fondo decididamente
maniqueo, de herejías pasadas: el docetismo y el gnosticismo, y de religiones
orientales.
[5] Su culto comprendía una comida ritual,
en la que un perfecto bendecía y partía el pan que, luego, se dividía entre los
presentes.
[6] Cfr., SAN JUAN DAMASCENO, Demostrativa de sacris et venerandis
imaginibus 10: PG 95, 325.
[9] http://www.museuepiscopalvic.com/es/colleccions/romanico/pintura-mural-con-la-santa-cena-mev-9031
[11] A. LOUF, Iniciación a la vida
espiritual, El camino hacia el hombre interior, Sígueme, Salamanca 2011, p.
30.
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