sábado, 6 de mayo de 2017

La antropología bíblica en la Regla de san Benito VI (último)


A través de la historia y hoy

La historia del monaquismo occidental fiel al estudio y a la práctica de la Biblia y de la RB, no es más que una larga ilustración de estas tendencias antropológicas y teológicas. A través de los siglos, y hasta hoy, el monaquismo benedictino en su conjunto por una parte, los monasterios tomados en particular por otra, y así mismo cada monje por su cuenta, reproduce sea como sea y mediando las inevitables excepciones del modelo del “hombre de Dios” que fue San Benito según San Gregorio Magno: un hombre que comprometió simultáneamente en su búsqueda los tres niveles de su dinamismo que son: la escucha, el corazón y la práctica.
La variedad de formas que ha revestido la empresa monástica según los tiempos y lugares no ha alterado jamás en principio el equilibrio fundamental. Dios por la acción de Cristo y del Espíritu, no ha cesado de atraer a él y de unificar, sobre los tres planos en los que se desarrollan, las fuerzas vivas de cada monje, de cada comunidad y del monaquismo entero. Estas fuerzas, centradas en Dios y alimentadas por el oficio divino, en la vida de humildad y de caridad,- y por medio del representante de Cristo- en la obediencia, han podido asumir, en el plano del trabajo, modalidades distintas. Que la orden de Cluny, por ejemplo, hubo dilatado el tiempo de la oración y de la lectio, y que, por reacción, la Orden de Citeaux hubo restaurado la dignidad del trabajo manual, es secundario. Tanto la una como la otra, y todas las congregaciones de las épocas moderna y contemporánea, reclaman con buen derecho del soplo esencial que animó a su fundador.
Dios, en relación personal con el hombre, hiere de corriente el corazón del monje. En lugar de cumplir con investigaciones intelectuales de tipo teórico, los monjes de todos los tiempos han cuidado del espíritu recibido. La historia no recuenta casi ningún benedictino sobresaliendo entre los teólogos de escuela, pero muy numerosos son en los claustros los maestros de espiritualidad. Así mismo los doctores de la Iglesia tales como San Gregorio Magno, Beda el Venerable, San Anselmo, San Bernardo brillan más por sus intuiciones espirituales que por sus aportes doctrinales. Cuando los monjes se consagran a los estudios sistemáticos, su gusto por Dios los aparta de los ensayos filosóficos, dogmáticos, morales y los conduce hacia los trabajos de exegesis bíblica o de la liturgia donde ellos persiguen con el corazón y el espíritu su escucha de la palabra de Dios. Las investigaciones científicas y literarias los atraen poco y, cuando se ocupan de historia es de la mano de Dios de la cual subrayan la intervención en sus escritos hagiográficos, sus crónicas medievales, sus ensayos de historia eclesiástica o monástica: La historia profana no es abordada por la Congregación de San Mauro más que en la prolongación de la historia de la Iglesia. Dios es presentado en el corazón del monje, y es él quien lo busca a través de sus esfuerzos de reflexión.
Pasa lo mismo cuando, saliendo del dominio del corazón, el monje toma la palabra. Las homilías, las conferencias espirituales, las cartas de edificación surgen abundantes de los medios monásticos. Se siente que la experiencia íntima del corazón inspira palabras y escritos. Cuando así mismo los monjes misioneros de la edad media se dedican a la predicación ambulante, sus biografías insisten sobre sus retornos periódicos al monasterio donde retoman el oficio divino, la oración contemplativa, la vida fraterna.
El sentido de Dios resplandece también en las actividades manuales de los monjes sobretodo en las realizaciones artísticas. La arquitectura, la escultura, la pintura, la iluminación, la música, la orfebrería, practicadas en los monasterios, respiran a Dios. ¿No es el canto gregoriano una expresión resplandeciente?
El corazón, la lengua, las manos de los monjes son dejadas deliberadamente polarizar por Dios. La unidad que es el fruto de este paso –unidad interior y unidad en Dios de cada uno y de todos- se traduce en la paz que reina en los monasterios: paz nacida de Dios, impregnada de humildad y de caridad. Así no se encuentra a través de los siglos, en los rangos de los discípulos de San Benito, más que muy pocos monjes burlones inclinados a la polémica.
El espíritu monástico se caracteriza por estos trazos: sentido recibido de Dios, unidad, paz. El combate al cual la RB invita a los monjes no pretende conducir más que a un preludio del reino de los cielos; y el combate se libra, no entre el cuerpo y el alma, sino entre la búsqueda de la unidad en Dios y la tendencia al esparcimiento en los valores terrestres de las tres fuerzas vivas que están en el hombre. La antropología bíblica, dominada por su unión a Dios, conduce a la meta la carrera monástica.
El monje no puede hacer nada mejor hoy sino ser fiel a una tradición tan rica. Debe enfrentar las demandas del tiempo, reconsiderar por ejemplo las condiciones del silencio, de la obediencia, de la lectura o del trabajo, de la inserción en la Iglesia misionera del Vaticano II, dejándose guiar en esta revisión por los principios que han inspirado sin cesar la vida benedictina.

Bernardo de Gerardon, osb.
Monasterio Saint-Remacle
Wavreumont
4970- Stavelot (Belgica)


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