domingo, 13 de agosto de 2017

DOMINGO XIX DURANTE EL AÑO CICLO A. HOMILÍA DEL ABAD BENITO

En los domingos durante el año, generalmente hay alguna relación entre la primera lectura y el evangelio. En este domingo, para encontrar esta relación, tenemos que ubicar bien el relato de la primera lectura, que nos habla del encuentro revelador de Dios que se le manifiesta a Elías en una brisa suave. La lectura de hoy es del capítulo 19 del primer Libro de los Reyes. Tenemos que remontarnos al final del capítulo 18. Allí se nos narra el enfrentamiento de Elías con los 400 profetas de Baal y la intervención de Dios, que hace encender el fuego para el sacrificio que ofrecía Elías y deja desesperados a los profetas de Baal, que no logran que se encienda el fuego para su sacrificio. Elías, triunfante, hace degollar a los 400 profetas de Baal. Así llegamos al capítulo 19. Jezabel, indignada por la derrota y muerte de los profetas de Baal, pronuncia la sentencia de muerte para Elías y se la comunica. Elías, lleno de miedo, emprende la huida hacia el desierto. Durante ese viaje agotador por dos veces Dios lo alimenta con un pan milagroso y así Elías llega al Horeb, montaña donde Dios se había revelado a Moisés y hecho la alianza con su pueblo. Ahora llegamos al texto de hoy: Dios se revela a Elías en el murmullo suave de la brisa y le renueva su vocación profética.
EVANGELIO.
Aquí también nos encontramos con un pan milagroso. En la primera lectura  el beneficiado era uno sólo, Elías; aquí una multitud. En ambos textos hay miedo, en ambos el peligro es grave: la crueldad de Jezabel que condena a muerte a Elías y la furia de las olas que amenaza hundir la nave.
En ambos textos la intervención de Dios traen serenidad: la brisa suave y la presencia de Jesús.
Pero profundicemos un poco el texto del evangelio.
Una primera observación: Ya la iglesia primitiva vio en la nave su propia imagen; la nave de la Iglesia.
Jesús después de la multiplicación de los panes obliga a los discípulos a subir a la barca y a pasar al otro lado; es decir obliga a los discípulos a enfrentar el peligro. Aparentemente los deja solos. Pero Él se va a rezar a la montaña; presencia orante. A la iglesia de hoy, a nosotros, no nos faltan tormentas; algunas muy peligrosas. Nosotros también podemos tener la impresión de que el Señor nos dejó solos, pero Él está orando por nosotros.
A la madrugada Jesús caminando sobre las aguas va al encuentro de sus discípulos que peligran en la barca. A ellos el miedo les hace confundir a Jesús, que viene en su auxilio, con un fantasma que les aumenta el miedo.
Jesús los tranquiliza con el bíblico: “ego eimi” “Yo soy” y el no menos bíblico: “no tengan miedo”. Pedro se adelanta y pide una señal más clara, que él también pueda caminar sobre las aguas. Jesús accede al pedido y le manda a Pedro que asuma el riesgo de bajarse de la barca y enfrentar las olas embravecidas. Pedro se larga y mientras mira a Jesús avanza seguro; pero vuelve su vista a las olas, no lo mira a Jesús y le entra la duda y el miedo y comienza a hundirse y nuevamente acude al Señor: “sálvame”. Jesús misericordioso le tiende la mano y lo salva físicamente, pero además quiere sanar su corazón, “¿Por qué dudaste?”. Jesús con Pedro sube a la barca, se calma la tempestad del mar y los discípulos fortalecidos por la presencia de Jesús y su poder proclaman su divinidad.
Preguntas que nos podemos hacer:
-¿Qué tormentas me tocaron a mí, a mi  familia, a mi comunidad, a la iglesia?
-¿Tuve miedo? ¿Lo confundí a Jesús con un fantasma?
-¿En qué me parezco a Pedro?
-¿Lo siento a Jesús en la barca y lo adoro? 

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