Querido
P. Javier, hace un tiempo elegiste tres textos bíblicos que orientan tu
vocación y tu vida monástica, los tres “vocacionales” Gen. 12, 1-2 ; salmo 139
y Jn 1,35-39.
El
texto del Génesis, la vocación de Abraham. Un texto desafiante y esperanzador.
Desafiante:”Sal de tu tierra”; hay un desgarrón. Desafiante: “A la tierra que
te mostraré”; un desafío a aceptar el misterio; el monasterio, la
comunidad monástica, es algo concreto y palpable, y a la vez es algo
misterioso, fascinante, preñado de esperanzas.
“Haré
de ti un gran pueblo, te bendeciré”. En tu vida de párroco, en el clero
diocesano esto era más fácil de contabilizar; en la vida monástica será un
desafío a descubrir la fecundidad y las bendiciones porque menos aparentes, y
muchas quedarán para descubrirlas en la parusía. Tendrás que descubrir en ti el
“operantem in se Dominum” del Prólogo de la RB, el trabajo que irá
haciendo en ti y en la comunidad el Espíritu Santo y tendrás que
descubrir y alegrarte por el “crecimiento del buen rebaño” del Capítulo dos.
Vamos
ahora al texto del Evangelio de Juan. Andrés y el otro discípulo, cuyo nombre
no sabemos, ya estaban en un discipulado con Juan el Bautista y hay un nuevo
llamado. Sin pretender establecer diferencias y preeminencias, que descarta en
forma contundente la Lumen Gentium, vos ya estabas en un discipulado en el
clero diocesano y un Juan el Bautista, vos sabrás quien es, te dijo: “Ahí está
el Cordero de Dios”. Vos también le preguntaste a Jesús “¿dónde vives?” Y Él te
respondió: “Ven y verás” Y como los dos discípulos del Bautista viniste y estás
con Jesús. Este estar con Jesús en tu noviciado hará más fecundo tu bautismo y
tu sacerdocio y te confirmará la elección.
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