Hubo otros eventos que
contribuyeron a que las autoridades católicas romanas vacilaran en apoyar la
oración contemplativa. Uno de ellos fue la controversia referente al Quietismo,
un conjunto de enseñanzas espirituales que fueron condenados por el Papa
Inocencio en 1687 por tratarse de un falso misticismo. Eran unas enseñanzas
bastante ingeniosas; consistían en que uno hacia un acto de amor a Dios de una
vez y por siempre, por medio del cual uno se entregaba totalmente a Él con la
firme intención de no echarse para atrás nunca. Siempre y cuando uno no
retirase esa intención de pertenecer enteramente a Dios, la unión divina estaba
asegurada y no se precisaba ningún esfuerzo adicional, ni dentro ni fuera de la
oración. Parece que la gran diferencia entre una intención que se dedica una
sola vez, por más importante que sea, y el establecimiento de la misma como una
disposición permanente, pasó desapercibida para la mayoría.
En Francia floreció una
forma más atenuada de esta doctrina hacia fines del siglo XVII, y llegó a
conocerse como el Semi-Quietismo. El Obispo Boussuet, capellán de la corte de
Luís XIV, se convirtió en uno de los peores enemigos de esta forma atenuada del
Quietismo y logró que se condenara en Francia. De qué exageraciones se valió al
referirse a la enseñanza, no está muy claro; lo cierto es que la controversia
le dio muy mala reputación al misticismo tradicional. De ahí en adelante, no se
aprobaba ninguna lectura acerca del misticismo en los seminarios y en las comunidades
religiosas. En su libro Historia
Literaria del Pensamiento Religioso en Francia Henri Bremond relata que no
se encuentra ningún escrito sobre el misticismo, que valga la pena, en el
transcurso de los siglos siguientes. Los autores místicos del pasado fueron
ignorados, al extremo de que algunos pasajes de las obras de San Juan de la
Cruz fueron interpretados como que apoyaban el Quietismo, forzando a sus
editores a bajar el tono o modificar algunas de sus afirmaciones. Sus
manuscritos originales tan sólo reaparecieron en este siglo, cuatrocientos años
después de haber sido escritos.
Otro paso atrás en la espiritualidad
cristiana se debió a la herejía del Jansenismo, que tomó fuerza durante el
siglo XVII. A pesar de que eventualmente también fue condenado, dejó tras sí
una actitud generalizada contra el ser humano que prevaleció durante el siglo
XIX y perduró hasta este siglo. El Jansenismo pone en duda la universalidad de
la acción redentora de Jesús, así como la bondad intrínseca de la naturaleza
humana… Todavía hasta el presente los sacerdotes y personas religiosas están
tratando de sacudirse los últimos remanentes de la actitud negativa que
absorbieron en el curso de su formación ascética.
Otra tendencia poco
saludable en la Iglesia moderna fue el énfasis exagerado que se daba a las
devociones y revelaciones privadas, y a las apariciones. Esto llevó a que perdieran
su valor, tanto la liturgia como los valores comunitarios y la percepción del
misterio trascendente que una buena liturgia engendra. En la mente popular se
continuaban considerando los contemplativos como santos, magos, o por decir lo
menos, personas excepcionales. La verdadera naturaleza de la contemplación
permaneció en la oscuridad o confundida con fenómenos tales como la levitación,
las locuciones, los estigmas y las visiones, que aunque se relacionan con
aquella, son accidentales, y no una parte esencial de la misma.
En el siglo XIX hubo
muchos santos, pero pocos mencionaron o escribieron acerca de la oración
contemplativa. Tuvo lugar una renovación de la espiritualidad en la ortodoxia
oriental, pero la corriente principal del desarrollo Romano Católico fue de un
carácter legalista, con una especie de nostalgia por el Medioevo y por las
influencias políticas que disfrutaba la Iglesia en aquellos tiempos. El abad
Cuthbert Butler, en su libro Misticismo
occidental, resume las enseñanzas aceptadas por todos durante los siglos
XVIII y XIX: A excepción de personas con vocaciones excepcionales, la oración
normal que practicaba la mayoría, incluyendo monjas y monjes contemplativos,
obispos, sacerdotes y personas laicas, era una meditación sistemática que
seguía un solo método, que podía ser uno de los siguientes cuatro: La
meditación de acuerdo con los tres poderes descritos en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio;
el método de san Alfonso…, el método descrito por san Francisco de Sales en Introducción a la Vida Devota, o el
método de san Sulpicio…”.
En todo caso, la
enseñanza posterior a la Reforma, que se oponía totalmente a la contemplación,
era todo lo contrario de la enseñanza original, una tradición que se enseñó sin
interrupción durante quince siglos, que sostenía que la contemplación era la
evolución normal de una vida espiritual genuina, y que, por lo tanto, era
asequible para todos los cristianos.
Estos hechos históricos
pueden ayudar a explicar cómo fue que la espiritualidad tradicional del
Occidente se llegó a perder en los últimos siglos y por qué el Concilio
Vaticano II tuvo que prestarle atención directamente a este problema tan agudo
y decidirse a auspiciar la renovación espiritual. Son dos las razones por las
cuales la oración contemplativa está siendo el objeto de renovada atención en
nuestros tiempos. Una es que los estudios históricos y teológicos han
desempolvado las enseñanzas íntegras de san Juan de la Cruz y otros maestros de
la vida espiritual. La otra es el reto oriental que surgió a raíz del período
post-guerra mundial…