El método de la oración
que se propuso tanto para el laicado como para el clero durante los primeros
siglos del cristianismo, se llamaba lectio
divina, que traduce literalmente “lectura divina”, una práctica que
involucraba la lectura de las Sagradas Escrituras y más específicamente, el
escuchar lo que se leía. Los monjes repetían las palabras del texto sagrado con
sus labios hasta que sus cuerpos entraban a formar parte del proceso. Lo que
perseguían era cultivar, a través de la lectio
divina, su capacidad para escuchar y prestar atención interior a niveles
cada vez más profundos. Orar era su forma de responder al Dios que les hablaba
por medio de las Escrituras y al cual deban alabanza en la liturgia.
La parte reflexiva, que
consistía en meditar sobre las palabras del texto sagrado, se llamaba meditatio, o sea, “meditación”. El
movimiento espontáneo en que la voluntad respondía a estas reflexiones, se
llamaba oratio, o sea, “oración
afectiva”. A medida que estas reflexiones y actos de la voluntad se iba simplificando,
uno se trasladaba a un estado de descanso en la presencia de Dios, que era lo
que se entendía por contemplatio, o
“contemplación”.
Estos tres actos
-meditación discursiva, oración afectiva y contemplación- pueden presentarse
durante el mismo período de oración. Están entrelazadas entre sí. Al igual que
los ángeles suben y bajan por la escalera de Jacob… A veces uno alababa al
Señor con los labios, otras veces con los pensamientos, otras con actos de la
voluntad, otras con la atención absorta en la contemplación. Se consideraba que
la contemplación era la consecuencia normal de escuchar la palabra de Dios. El
acercarse a Dios no estaba dividido en compartimientos de meditación
discursiva, oración afectiva y contemplación. El término oración mental, con
sus categorías distintivas, no existía en la tradición cristiana con
anterioridad al siglo XVI.
Alrededor del siglo XII
tuvo lugar un desarrollo bien marcado en la forma de pensar religiosa. Se
fundaron las grandes escuelas de teología. Fue la época en que surgieron el
análisis preciso en cuanto a conceptos, la división entre género y especies,
las definiciones y clasificaciones. Esa capacidad cada vez más pronunciada para
el análisis fue un desarrollo de gran importancia para la mente humana. Por desdicha,
esta misma pasión por el análisis en el campo de la teología ejercería su
influencia más adelante sobre la práctica de la oración y le pondría fin a la
simple y espontánea forma de orar de la Edad media que se basaba en la lectio divina y llevaba a la
contemplación. Los maestros de espiritualidad del siglo XII, tales como Bernardo
de Clairvaux, Hugo y Ricardo de San Víctor y Guillermo de Saint Thierry se
dedicaron a desarrollar una interpretación teológica de la oración y la
contemplación. En el siglo XIII los franciscanos crearon métodos de meditación
que se basaban en dichas enseñanzas, y que ganaron gran popularidad.
Durante los siglos XIV y
XV, la peste bubónica y la Guerra de los Cien Años diezmaron pueblos, ciudades
y comunidades religiosas, en la misma época durante el nominalismo y el Gran
Cisma producían una decadencia general, moral y espiritual. Alrededor del año
1380 surgió un movimiento de renovación, llamado Devotio Moderna, en los Países Bajos y que luego se difundió en
Italia, Francia y España, como una réplica a la necesidad general de una
reforma. En un momento de la historia en la cual las instituciones y
estructuras se desmoronaban, el movimiento de Devotio Moderna buscó utilizar la fuerza moral emanada de la
oración para fomentar la autodisciplina. Hacia fines del siglo XV se crearon
los métodos de oración mental, un nombre muy adecuado puesto que con el pasar
del tiempo se tornaban cada vez más complicados y sistematizados...
Al avanzar el siglo XVI,
la oración mental llegó a dividirse en tres: la meditación discursiva cuando
predominaban los pensamientos; la oración afectiva cuando el énfasis se ponía
en los actos de la voluntad; y la contemplación si predominaban las gracias
infundidas por Dios mismo. La meditación discursiva, la oración afectiva y la
contemplación dejaron de ser partes de un mismo período de oración para pasar
cada una a ser una forma definida y precisa de orar, cada una con sus respectiva
mira, método y propósito… El progreso natural de la oración hasta llegar a la
contemplación, no encajaba en las categorías que estaban aprobadas, y por lo
tanto, no se recomendaba.
Junto con esta
disminución de la tradición viviente de la contemplación cristiana, la vida
espiritual tuvo que enfrentarse con nuevos retos que trajo consigo el
Renacimiento... Era imperativo y necesario reconquistar el mundo para Cristo,
en vista de los elementos paganos que se estaban apoderando de la cristiandad.
No es de sorprenderse, entonces, que aparecieran nuevas formas de orar que
encajaban mejor en el ministerio apostólico. El nuevo énfasis en la vida
apostólica requería una transformación en las formas de espiritualidad
transmitidas hasta ese momento por los monjes y los mendigos. El genio y la
experiencia contemplativa de San Ignacio de Loyola lo inspiraron a que
canalizara la tradición contemplativa, que corría peligro de perderse, en una
forma que fuese apropiada para la nueva era.
Los Ejercicios de San Ignacio, compuestos entre 1522 y 1526, juegan un
papel muy importante para poder entender el estado de espiritualidad presente
en la Iglesia Católica Romana. Los Ejercicios
Espirituales proponen tres métodos de oración. Las meditaciones discursivas
prescritas para la primera semana son para hacerlas con las tres facultades del
ser humano: memoria, intelecto y voluntad. La memoria recuerda el punto
escogido de antemano como el tema de la meditación discursiva; el intelecto
reflexiona sobre las lecciones que uno quiera sacar del mismo; y la voluntad
hace promesas que se basan en el mismo punto, con el fin de poner en práctica
dichas lecciones. Es así como se llega a una reforma de vida.
El término contemplación
que se usa en los Ejercicios Espirituales
tiene un significado diferente al tradicional. Consiste en imaginar y
“contemplar” un objeto concreto, como por ejemplo, mirar los personajes del
Evangelio como si estuvieran presentes, oír lo que están diciendo,
relacionándose y contestando a las palabras que pronuncian y a sus actos. Este
método, que es prescrito para la segunda semana, tiene como mira el desarrollo
de la oración afectiva.
El tercer método de la
oración de los Ejercicios Espirituales
se llamó la aplicación de los cinco sentidos. Consiste en aplicar sucesivamente
los cinco sentidos al objeto de la meditación, espiritualmente. Este método
está diseñado para preparar a los principiantes para la contemplación en el
sentido tradicional de la palabra y para promover el desarrollo de los sentidos
espirituales en aquellos más avanzados en la oración.
Vemos, entonces, que
Ignacio no propuso que se siguiera sólo un método de oración. La tendencia que
desafortunadamente redujo los Ejercicios
Espirituales a un solo método, el de meditación discursiva parece provenir
de los mismos Jesuitas. En 1574 el Padre General de los Jesuitas, en una misiva
dirigida a la provincia española de la Sociedad, prohibió la práctica de la
oración afectiva y la de la aplicación de los cinco sentidos, prohibición que
fue repetida en 1578. Fue así como la vida espiritual de un segmento importante
de la Sociedad de Jesús se vio limitada a un solo método de oración, a saber,
la meditación discursiva, de acuerdo con las tres fuerzas intelectuales. El
carácter predominantemente intelectual de esta meditación continúo ganando
importancia a través de toda la Sociedad en el curso de los siglos XVIII y XIX.
La mayoría de los manuales sobre espiritualidad escritos hasta este siglo,
limitan su instrucción al tema de la meditación discursiva.
Para alcanzar a captar
en toda la extensión el impacto de lo anterior sobre la historia reciente de la
espiritualidad católica romana, tengamos en cuenta la influencia penetrante que
ejercieron los Jesuitas como que eran los representantes de la Contra-Reforma.
Muchas de las comunidades religiosas que se fundaron en los siglos posteriores
adoptaron las normas de la Constitución de la Sociedad de Jesús, recibiendo
simultáneamente la espiritualidad que enseñaba y practicaba la Sociedad junto
con las limitaciones impuestas, no por San Ignacio, sino por sus menos
inspirados sucesores…Los Ejercicios
Espirituales estaban diseñados para formar contemplativos en acción.
Teniendo en cuenta la inmensa y beneficiosa influencia de la Sociedad, uno
podría afirmar que si a sus miembros se les hubiese permitido practicar los Ejercicios Espirituales de acuerdo a la
idea original de san Ignacio y a cómo él intentó que fueran, o si le hubieran
prestado más atención a sus propios maestros, como lo fueron los padres
Lallemant, Surin, Grau y De Caussade, el estado actual de la espiritualidad de
los católicos romanos sería bien diferente.
[1] Thomas Keating, ocso (1923) es uno de
los principales maestros de oración contemplativa (Centering Prayer) dentro del
mundo cristiano. Cursó sus estudios en Yale y Fordham, para luego ingresar a la
vida monacal. Actualmente reside en el monasterio de Snowmass, Colorado
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