La RB
aparece en el siglo VI, al fin de un período excepcional de la historia de la
Iglesia, que se acostumbra a llamar “la edad de oro de los Padres de la
Iglesia”. Algunos prolongan esta “edad de los Padres” bastante más allá de la
antigüedad tardía, hasta el siglo XII en Occidente, haciendo de san Bernardo el
último de los Padres. Esta proposición no es algo meramente anecdótico. De
hecho, nos pone sobre la vía de una comprensión diferente de la historia y de
sus consecuencias. A partir del siglo XVII, numerosas teorías nacieron para
tratar de explicar la emergencia del movimiento monástico. La mayor parte de
ellas insistían sobre el aspecto marginal y contestatario de dicho movimiento.
El monacato habría nacido como una reacción contra la evolución de cuerpo eclesial,
y habría preconizado un retorno a los orígenes, un retorno a las fuentes.
Si este análisis encuentra en ocasiones algunos
puntos de apoyo en los escritos antiguos, sin embargo, no resiste el examen. La
Vita Antonii es la obra de un obispo,
san Atanasio. San Antonio, san Basilio,
san Jerónimo, san Juan Casiano estuvieron implicados en las controversias
teológicas de su época, en estrecha relación con los obispos. La intervención
de los monjes en la controversia de
Éfeso, el famoso latrocinio de Éfeso, termina por convencernos que su retiro
del mundo no significaba de ningún modo el desinterés por todo lo que sucedía.
Lejos de aparecer como un movimiento contestatario
frente a la decadencia eclesial después del edicto de Constantino, el monacato
primitivo aparece más bien como la expresión más acabada y el fruto más
precioso de “la edad de oro de los Padres de la Iglesia”. Incluso se puede decir que en
él se expresan de una manera
verdaderamente acabada los
elementos esenciales de la síntesis de los Padres. Esta síntesis conjugaba de
una forma única a un mismo tiempo la búsqueda de la experiencia espiritual e
interior (lo bello o theoria), la expresión racional más elaborada de la fe (lo verdadero u ortodoxia), un arte de vivir que
intentaba expresar en lo concreto de la existencia cotidiana las consecuencias
de la lógica de la Encarnación (el bien o la moral), fundamento del cristianismo.
Pensar la vida monástica como el resultado
específico de una culminación y no como la expresión de una contestación, nos
obliga a revisar nuestra manera de comprender la institución que va a nacer de
esta intuición, y que luego se alimentará de la RB. Para comprender cómo la
vida monástica encarna esta síntesis de la edad de oro de los Padres de la
Iglesia, basta con releer los últimos párrafos de la Conferencia 10 de Casiano sobre la oración. Detrás de la
controversia teológica que enfrentó a los monjes sobre el sentido del versículo
de Gn 1,26, y sobre la amplitud de
“la imagen y semejanza” en el hombre, se perfila una cuestión aún mucho más
importante. En efecto, según Casiano, sin una fe justa (verdadera), incluso el
más gran de los ascetas (el bien) no puede llegar a la oración pura (lo bello).
Existe, por tanto, un vínculo entre estas tres dimensiones de la existencia
humana que constituyen el genio de la síntesis patrística, a saber,
espiritualidad, teología y
moral ascética. La vida monástica no se comprende fuera de esta síntesis. Ella
expresa su fruto más hermoso y acabado.
La RB,
como toda la tradición monástica antigua, se inscribe dentro de esa perspectiva
en la que los elementos fundamentales permanecen vinculados, en Occidente,
hasta el inicio del siglo XII. Por consiguiente, no sin razón se habla de san
Bernardo como el último de los Padres. Como
lo ponía de relieve Benedicto XVI en la
audiencia general del 4 de noviembre de 2009, la controversia que enfrentará a
san Bernardo y Abelardo, marca un cambio decisivo en el pensamiento occidental.
Mientras que para Bernardo, “la teología tiene un único fin: el de promover la
experiencia viviente e íntima de Dios”, definiéndose así su misión como “una
ayuda para amar siempre más y siempre mejor al Señor”; para su oponente,
Abelardo, por el contrario, que introduce
el término técnico de “teología”, esta es en principio y ante todo un ejercicio del “examen crítico de la razón”. El
siglo XII es el siglo que marca una primera ruptura en la síntesis patrística
de los orígenes, la ruptura entre la teología
y la experiencia interior.
En un largo artículo que ha consagrado a esta
controversia, “la separación entre teología y espiritualidad”, P. Verdeyen[2]
ha analizado las causas y las consecuencias de este “verdadero divorcio entre
la reflexión teológica y la vida
espiritual en la Iglesia latina”. “Relegada a los márgenes de la ascesis y la
mística”, la espiritualidad se ha visto confinada en “la zona irracional de la sensibilidad”. Este divorcio no ha
significado la desaparición de la espiritualidad, sino su separación del campo
racional, su relegamiento a la esfera de lo íntimo y de la piedad privada. Este divorcio ha coincidido con el
reflujo de la vida monástica y con la aparición de nuevas formas de vida
religiosa, más urbanas e intelectuales, como los franciscanos, los dominicos y más tarde de los jesuitas.
La teología será considerada entonces como “la reina
de las ciencias”[3],
culminación de esa búsqueda del saber que, desde el trívium al quadrivium,
arriba al conocimiento perfecto. Este cambio histórico saludado por M.-D. Chenu
como el paso del argumento de autoridad a una actitud racional, en su estudio
sobre la teología del siglo XII[4],
también ha conducido al hecho de que el monasterio ya no aparezca como la
ciudad de Dios a la cual se lleva el mundo (pp. 237-239).
La teología pasa así del régimen monástico al régimen escolástico (pp.
345-350), con el triunfo de la Quaestio
sobre la Lectio (p. 210).
[1] Guillaume Jedrzejczak,
ocso. nació en 1957 en el norte de Francia, en el seno de
una familia de mineros de origen polaco. A los 25 años al término de su carrera
de abogado, e ingresó en la Abadía de Mont-de-Cats, donde fue elegido abad en
1997 hasta 2009.
[2] “La séparation entre théologie et
spiritualité. Origine et conséquences de ce divorce”, Nouvelle Revue Théologique 127 (2005), pp. 62-75.
[3] H. DUMÉRY, C. GEFFRÉ, J. POULAIN, “Théologie”,
Encyclopedia Universalis (en ligne),
2. La théologie, science de la foi.
[4] La
théologie au XIIe siècle, Col. Études de philosophie médiévale, XLV,
Préface E. Gilson, Vrin, Paris 1957.
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