A
un año de su Pascua recordamos su figura de monje, sacerdote y abad.
CONTEXTO FAMILIAR
“Abandonó la casa paterna buscando sólo a Dios”
Diálogos II, Prólogo 1.
Nace
el 4 de septiembre de 1937 en el seno de una familia de inmigrantes italianos
que se establecen como agricultores en la campiña de Gualeguaychú, Entre Ríos.
Benito
es el duodécimo de catorce hermanos, quedando como el menor del hogar por
fallecimiento a poco de nacer de las dos niñas que lo siguieron.
Sus
padres, de honda raigambre cristiana, educaron a sus hijos en su fe profunda,
alimentada con la práctica religiosa y la oración en familia. La misa dominical
era sagrada, cuando las distancias, las lluvias y los caminos de tierra lo
permitían. En su defecto, era seguida por radio por toda la familia. Así mismo,
a la noche, no se concluía la jornada sin el rosario en familia.
Sostenían
este clima las periódicas misiones rurales que, en la zona organizaba un
sacerdote benedictino de la Abadía de Niño Dios, estableciendo su centro de
irradiación en la casa familiar.
En
este contexto, Benito aprendió el catecismo antes que las letras; y a la edad
de siete años hizo su primera comunión preparado por su hermana mayor, dada la
imposibilidad de acceso a la catequesis parroquial.
EL LLAMADO
“Debe estar atento para ver si el novicio
busca verdaderamente a Dios,
si es pronto para la Obra de Dios,
para la obediencia y las humillaciones”
(RB 58,7)
La
vocación a la vida consagrada es siempre un misterio del amor de Dios no
supeditado a tiempo y espacio, ni a los criterios de la sabiduría humana. Dios
llama cuando quiere y como quiere en los más variados contextos. Esto no impide
que pueda haber climas humanos y espirituales que favorezcan la escucha del
llamado de Dios.
Es
lo que sucedió en el caso de Benito. No tenían aún los nueve años cumplidos
cunado ingresó al “oblatado” (=seminario menor) de la Abadía de Niño Dios.
Y
mejor que a nadie se le ocurriera sugerirle que a esa edad ingresaba sin tener
idea de vocación o, simplemente por seguir el camino que otros mayores de la
familia habían emprendido. Podía tener una respuesta rápida, aguda, ríspida y
cortante, muy de acuerdo a su carácter frontal y directo; carácter que a lo
largo de su vida habría de obligarlo al ejercicio de conjugar franqueza con
amabilidad; sinceridad y verdad con caridad y deferencia, virtudes
indispensables para toda relación humana en la vida comunitaria.
En
la Abadía junto a la formación monástica cursó todos los estudios primarios,
secundarios y de filosofía y teología. De brillante inteligencia, los estudios
nunca fueron para él un problema.
Terminado
su año de noviciado hizo sus primeros votos monásticos en Niño Dios el 21 de
marzo de 1957.
EN EL SIAMBÓN
“Elíjase como ecónomo del monasterio
a uno de la comunidad que sea sabio,
maduro de costumbres, sobrio y frugal,
que no sea ni altivo, ni agitado, ni propenso a injuriar,
ni tardo, ni pródigo, sino temeroso de Dios,
y que sea como un padre para toda la comunidad”
(RB 31,1-2).
Si
bien Benito, el año 1956 no formó parte del elenco de fundadores del Monasterio
de Cristo Rey de El Siambón, más adelante, con el recambio de Abad en Niño
Dios, solicitó formar parte de la casa filial de Tucumán. El Abad atendió a su
pedido y así se integró a la nueva familia monástica el 31 de Diciembre de
1959.
A
partir de esa fecha compartió todas las vicisitudes del desarrollo de la vida
monástica de nuestro Monasterio. Así fue completando las materias teológicas
pendientes al ritmo de la vida de El Siambón: oración, estudio, trabajos,
liturgia, servicios y responsabilidades. Fueron años de prolongada formación,
en la que podían conjugarse los estudios con los más variados servicios
comunitarios: cocina, sacristía, hospedería o atención al vecindario.
No
faltaron prolongadas estadías en Buenos Aires por razones de salud aprovechadas
para diversos cursos en Institutos eclesiásticos.
Durante
numerosos períodos prestó el servicio de ecónomo con evidente eficiencia y
creatividad.
El
11 de Octubre de 1970 es ordenado
sacerdote y pronto tiene que hacerse cargo de la atención espiritual del
vecindario en plena época en que la comunidad está fuertemente inserta en el
compromiso de promoción humana y social del mismo.
En
los años 1974-1975 permaneció en Colombia participando en los cursos de la Universidad
Católica Javeriana donde obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Educación – Teología Pastoral.
De
regreso colabora por años en la economía y en la formación con otra
interrupción de dos intensos años de estudios en San Anselmo, Roma: Agosto del 1979
a Septiembre del 1981 para una licenciatura en teología monástica. Su tesina
abordó el tema de la corrección en la Regla.
De
regreso retoma sus servicios en la formación y en la economía.
Exceptuando
las ausencias por estudios, colaboró con el Movimiento “Puente” desde 1977
hasta su elección abacial en el año 2000. Su dedicación a “Puente” fue intensa,
tanto como “brújula” de los retiros y encuentros, cuanto por su servicio de
acompañamiento y dirección espiritual personal.
EL ABAD
“El abad debe acordarse siempre de lo que es,
debe recordar el nombre que lleva,
y saber que a quien más se le confía, más se le exige.
Y sepa qué difícil y ardua es la tarea que toma:
regir almas y servir los temperamentos de muchos...
Deberá conformarse y adaptarse a todos
según su condición e inteligencia,
de modo que no sólo no padezca detrimento la grey que le ha
sido confiada,
sino que él pueda alegrarse con el crecimiento del buen
rebaño”
(RB 2, 30-32)-
El
29 de Abril del 2000 fue elegido Abad, en un momento un tanto difícil de la
vida de la Comunidad. Se terminaba un período de gobierno de Prior
Administrador, que es siempre una figura que supone una situación de excepción.
El
estado de la economía que heredó lo obligó a poner en acción todas sus
capacidades de ecónomo y toda su tenacidad para afrontar situaciones difíciles,
consciente de que si esta dimensión de la vida está en situación angustiante se
vuelve estresante para la Comunidad y
condiciona su paz. Por cierto logró su objetivo: que la vida espiritual y la
relación fraterna se vivieran en un clima de armonía y paz evangélicas.
Por
supuesto, no pudo con su genio de ecónomo emprendedor. Con la economía bien
encarrilada, se dedicó a cuanta obra se presentara de mejoras, reformas y
ampliaciones en el Monasterio. Por cierto, supo asesorarse con excelentes
arquitectos e ingenieros y con las necesarias consultas a la Comunidad para que
en todo se respetara y mantuviera el estilo y el rostro arquitectónico del
Monasterio tal como había sido creado
por su autor, el P. Juan Vicente.
Entre
sus múltiples construcciones cabe señalar la que más llevaba en su corazón: la
reforma del interior de la Iglesia, elogiada por cuantos especialistas la
conocen. Esto culminó con la celebración tan querida y tan importante para
nuestra Comunidad: la consagración del altar monolítico y de la Iglesia,
llevada a cabo el 22 de Octubre del 2005 por el entonces Arzobispo de Tucumán y
hoy Cardenal Luis Villalba.
No
se trataba de una obra meramente material; se quería un lugar sagrado que,
dentro de su austeridad arquitectónica, fuera digno y bello para el desarrollo
de la vida de oración y la liturgia de la Comunidad.
En
otro ámbito, durante su abadiato, el Abad Benito colaboró en la Congregación
durante varios años como Secretario y como miembro del Consejo del Abad
Presidente.
El
P. Benito debía terminar su tercer período abacial el 29 de Abril de 2018, ya
sin posibilidad de reelección; pero, el Señor se anticipó y le regaló su
Pascua, sin posibilidad de otra elección, el 27 de octubre de 2017.
Que
Cristo, centro de toda su vida, y María a quien consagró su servicio abacial lo
hagan partícipe de su Gloria que no tiene fin.
Monasterio de Cristo Rey.
El Siambón, 27 de Octubre de 2018.
Para meditar:
Benito Veronesi, osb.: Retiro "Mater Ecclesia", Uruguay, 2015, 9ª: Novísimos.
“Pésame, Dios mío, por el infierno que merecí,
por el cielo que perdí; pero mucho más pesa porque pecando ofendí, a un Dios
tan bueno y tan grande…”.
“No me mueve mi Dios,
para quererte
el cielo que me tienes
prometido;
ni me mueve el infierno
tan temido
para dejar por eso de
ofenderte.
Tú me mueves, Señor,
muéveme el verte
clavado en una cruz y
escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo
tan herido,
muévenme tus afrentas y
tu muerte.
Muéveme, en fin tu amor
de tal manera,
Que, aunque no hubiera
cielo yo te amara,
y, aunque no hubiera
infierno te temiera.
No me tienes que dar
porque te quiera;
Pues, aunque lo que
espero no esperara,
lo mismo que te quiero
te quisiera.”
Una pregunta inicial y clave:
¿Qué es la muerte?, ¿qué es el juicio?, ¿qué es el infierno?, ¿Qué es el cielo?
¿Qué es la muerte? CTIC 1020 “El cristiano que
une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la
entrada a la vida eterna”
¿Qué es el juicio? CTIC
“El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los
hombres todavía “el tiempo favorable, el tiempo de salvación” (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios.
Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la “bienaventurada
esperanza” (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que “vendrá para
ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído” (2 Ts 1, 10)”.
¿Qué
es el infierno? CTIC 1033 “Salvo que elijamos
libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios
si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros
mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano
es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él”
(1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que
estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los
pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado
de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados
es lo que se designa con la palabra “infierno”.
¿Qué es el cielo? CTIC 1024:
“Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor
con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama
el cielo. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”.
La palabra “mors” viene 11 veces en la RB; pero algunas
veces se refiere a la muerte espiritual y otras con el significado de “siempre”
como el “hasta que la muerte nos separe” de la formula matrimonial.
Aquí nos interesa la
mención en el capítulo 4° “Los instrumentos de las buenas obras” en que
encontramos mencionados juntos los cuatro novísimos: “Temer el día del juicio,
sentir terror del infierno, desear la vida eterna con la mayor avidez
espiritual, tener la muerte presente ante los ojos cada día” 4,44-47. Me llamó
la atención al preparar este tema el orden de los novísimos en este capítulo:
Dos de temor: juicio, infierno; uno de alegre esperanza: el cielo y ¿el cuarto?
4,47 ¿No habrá querido la RB unir la idea de la muerte con la alegre esperanza
del cielo?...
Estos son los pasajes en que la RB habla del juicio escatológico: para
todos, 4,44; 4,76; 7,64; para el abad, 2,6; 2,9; 2,54; 2,37-39; 3,11; 55,22;
63,3; 64,7; 65,22; para el celerario, 31,9.
Llama poderosamente la atención que sobre 13 advertencias 9 sean para el abad;
pero por otra parte la explicación es evidente, su responsabilidad es enorme
“hacer las veces de Cristo”, el Buen Pastor. Del infierno la RB habla siete
veces: P7; P42; 4,45; 5,3; 7,11; 58,18 y 72,1.
Dijimos que del juicio teníamos 13 menciones;
del cielo también tenemos 13 menciones: P17; P21; P42; P50; 4,46 (comparar con
49,7 La Pascua); 4,77; 5,3; 5,10; 7,11; 64,22; 72,2; 72,12; 73,8.
El “No me mueve mi Dios para quererte” que citamos al principio es
mucho posterior a los tiempos de San Benito: él dijo lo mismo muchos siglos
antes…El temor del día del juicio y el terror del infierno son para
principiantes; si nos dejamos trabajar por el Señor “Cuando el monje haya remontado todos estos grados de humildad,
llegará pronto a ese grado de «amor a Dios que, por ser perfecto, echa fuera
todo temor»; gracias al cual ,cuanto cumplía antes no sin recelo, ahora
comenzará a realizarlo sin esfuerzo, como instintivamente y por costumbre; no
ya por temor al infierno, sino por amor a Cristo, por cierta santa
connaturaleza y por la satisfacción que las virtudes producen por sí mismas. Y
el Señor se complacerá en manifestar todo esto por el Espíritu Santo en su
obrero, purificado ya de sus vicios y pecados” (RB 7, 67-70).
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