Primero, agradecer a todos los que han hecho
posible este primer encuentro en Tucumán, a Dios con su providencia, a las
editoriales Ágape, Bonum, Claretiana, Guadalupe y San Pablo, a los que
aportaron la oración, el trabajo, la organización, la difusión, la
hospitalidad, y a Uds. por su presencia.
En el libro II de los Diálogos del Papa San Gregorio Magno, que narra la vida de San
Benito, leemos:
“I. 6… Cierto presbítero
que vivía lejos de allí, había preparado su comida para la fiesta de Pascua. El
Señor se le apareció en una visión y le dijo: “Tú te estás preparando manjares
deliciosos, y en tal lugar mi siervo se ve atormentado por el hambre”. En
seguida el presbítero se levantó, y en la misma solemnidad de Pascua, se puso
en marcha hacia aquel lugar con los alimentos que se había preparado. Buscando
al hombre de Dios a través de montañas escarpadas, valles profundos y de las
hondonadas de aquellas tierras, lo encontró escondido en la cueva. 7. Rezaron
juntos y bendijeron al Señor omnipotente, se sentaron y después de agradables
coloquios sobre la vida eterna, el presbítero que había ido le dijo: “Levántate
y comamos, porque hoy es Pascua”. El hombre de Dios le respondió: “Sé que es
Pascua, porque he merecido verte”. Es que, viviendo alejado de los hombres,
ignoraba que aquel día era la solemnidad de la Pascua. El venerable presbítero
siguió insistiendo: “Ciertamente, hoy es el día pascual de la resurrección del
Señor. De ninguna manera te conviene seguir ayunando, ya que he sido enviado
con el fin de que juntos comamos los dones del Señor omnipotente”. Bendiciendo
entonces a Dios, tomaron el alimento. Y así, terminada la comida y la
conversación, el presbítero regresó a su iglesia”.
“Hoy se cumple este pasaje… que acaban de oír” (Lc 4,21) Estamos en Pascua, el martes de
la Octava de Pascua, y viene a visitarnos un presbítero, un monje presbítero con
formación en teología, economía y psicología, que vive muy lejos de aquí en la
Abadía alemana de Münsterschwarzach. El del relato no tiene nombre, él se llama
Anselm, como el santo doctor benedictino, que tenía una fe que dilataba-purificaba
su corazón, que buscaba entender y mantener abierto el misterio, él también
tiene una fe madura que busca traducir el mensaje de Jesús a nuestro horizonte
de comprensión.
En el cap. 35 de nuestra Regla se nos dice:
“Sírvanse los hermanos
unos a otros, de tal modo que nadie se dispense del trabajo de la cocina, a no
ser por enfermedad o por estar ocupado en un asunto de mucha utilidad, porque
de ahí se adquiere el premio de una caridad muy grande… Si la comunidad es
numerosa, el mayordomo sea dispensado de la cocina, como también los que, como
ya dijimos, están ocupados en cosas de mayor utilidad. Los demás sírvanse unos
a otros con caridad”.
Si bien, él fue, mayordomo-administrador de su
monasterio y por lo tanto debió estar dispensado del trabajo de la cocina; como
el presbítero del relato acostumbra preparar manjares deliciosos para sí, con
mucha creatividad, utilizando siempre muy buenos ingredientes: la tradición
monástica (Evagrio, Casiano, Benito), la mística renana (Maestro Eckhart,
Taulero) y la psicología-psicoterapia contemporánea (Jung, Dürckheim,
Drewermann), todo calentado al fuego del Espíritu. Él también escuchando la voz
de Dios y siguiendo el carisma de su congregación monástico-misionera de Santa
Otilia, sale a buscar a los hombres de Dios, sean católicos o no, en sus viajes,
charlas y retiros, en sus encuentros de acompañamiento, para darles alimento,
para ayudarlos en su experiencia espiritual y compartir los dones de Dios.
Pero, como suele pasar con la comida, no siempre
es del gusto de todos, a algunos les sabe muy salada (los que compran su libros),
a otros muy dulce (los que piensan en la “ortodoxia” de la moral y no los
compran por las dudas, o en que son “libritos” de autoayuda) y a otros
agridulce (los que experimentan al leerlos el desafío de repensar ciertas
verdades y opiniones, o de enfrentarse sinceramente con los celos y la
envidia). Esto no debe asombrarnos porque el maná, pan del cielo y alimento del
peregrino en el desierto, para algunos era insípido y cansador, pero el sabio,
que reconoce la obra de Dios, dice:
“…nutriste a tu pueblo
con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste desde el
cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y adaptado a
todos los gustos. Y el sustento que les dabas manifestaba tu dulzura hacia tus
hijos, porque, adaptándose al gusto del que lo comía, se transformaba según el
deseo de cada uno” (Sab 16, 20-21).
Algunos hasta piensan en que se trata de un “pan
bendito envenenado”, por el gnosticismo o pelagianismo de la New Age, como el
del presbítero Florencio, pero eso es otra historia de nuestro Padre que otro
día recordaremos, pero si rezamos y bendecimos el alimento, estamos atento al
sentido de la fe, lo masticamos bien con la inteligencia, lo asimilamos con la
voluntad y la afectividad, creo que, ni nos caerá mal y no nos engordará, sino
que nos alimentará.
A mí, personalmente, desde el discernimiento,
antes de entrar en la vida monástica, me gusta y disfruto de lo que él prepara,
en el servicio de la autoridad, en la formación y en el acompañamiento
espiritual suelo convidar algunos bocados, según el paladar de cada uno, de Una espiritualidad desde abajo, Nuestras
propias sombras y La mitad de la vida
como tarea espiritual. Y últimamente sus consideraciones sobre nuestro
padre san Benito me son de mucha ayuda. Soy consciente de sus límites y por eso
también de sus posibilidades, de su necesidad de complementación con otras
lecturas y la conveniencia de otros condimentos. Creo que la clave es tener siempre
clara la distinción entre los órdenes: físico, psicológico y espiritual, y como
se relacionan en las personas concretas.
(Hoy viene a saciar nuestro hambre, hablándonos
de Victimas y victimarios, un tema
asociado a las heridas, esas heridas que porta el resucitado, heridas pascuales,
sin dolor y sin rencor, aperturas a la fe y a la gracia, espacios de gloria. Él
ha escrito en otra oportunidad:
“Aunque la herida
espiritual es la más profunda de todas las heridas, no debemos permanecer en el
rol de víctimas, porque entonces nos transformamos en victimarios y
terminaremos tiranizando a los demás. El narcisismo espiritual refuerza mis
heridas en lugar de sanarlas. Sólo podemos cortar ese círculo abandonando el
papel de víctimas, adoptando una actitud activa frente al dolor. Imaginando,
por ejemplo, que al levantar las palmas de mis manos sale a través de ellas la
bendición hacia aquel que ha sido o es mi victimario. Esto requiere mucho
valor, casi como el que tuvo Jesús crucificado al perdonar a sus asesinos. Pero
este cambio de actitud me saca de la pasividad de la víctima y me permite
transformar lo negativo en algo positivo. Al hacer esto me he levantado, me he
erigido y lo puedo mirar con otros ojos”).
Como dice el relato con el que comenzamos, Padre
Anselm sabemos que es Pascua porque has venido, porque hemos merecido verte y
ahora escucharte. Muchas gracias.
Rmo. P. Pedro Edmundo Gómez, osb.
San Miguel de Tucumán,
Martes de la Octava de Pascua 2019.
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