jueves, 25 de abril de 2019

PRESENTACION DE “VICTIMAS Y VICTIMARIOS” DE ANSELM GRÜN, OSB. EN SAN MIGUEL DE TUCUMÁN


Primero, agradecer a todos los que han hecho posible este primer encuentro en Tucumán, a Dios con su providencia, a las editoriales Ágape, Bonum, Claretiana, Guadalupe y San Pablo, a los que aportaron la oración, el trabajo, la organización, la difusión, la hospitalidad, y a Uds. por su presencia.

En el libro II de los Diálogos del Papa San Gregorio Magno, que narra la vida de San Benito, leemos:



“I. 6… Cierto presbítero que vivía lejos de allí, había preparado su comida para la fiesta de Pascua. El Señor se le apareció en una visión y le dijo: “Tú te estás preparando manjares deliciosos, y en tal lugar mi siervo se ve atormentado por el hambre”. En seguida el presbítero se levantó, y en la misma solemnidad de Pascua, se puso en marcha hacia aquel lugar con los alimentos que se había preparado. Buscando al hombre de Dios a través de montañas escarpadas, valles profundos y de las hondonadas de aquellas tierras, lo encontró escondido en la cueva. 7. Rezaron juntos y bendijeron al Señor omnipotente, se sentaron y después de agradables coloquios sobre la vida eterna, el presbítero que había ido le dijo: “Levántate y comamos, porque hoy es Pascua”. El hombre de Dios le respondió: “Sé que es Pascua, porque he merecido verte”. Es que, viviendo alejado de los hombres, ignoraba que aquel día era la solemnidad de la Pascua. El venerable presbítero siguió insistiendo: “Ciertamente, hoy es el día pascual de la resurrección del Señor. De ninguna manera te conviene seguir ayunando, ya que he sido enviado con el fin de que juntos comamos los dones del Señor omnipotente”. Bendiciendo entonces a Dios, tomaron el alimento. Y así, terminada la comida y la conversación, el presbítero regresó a su iglesia”.



“Hoy se cumple este pasaje… que acaban de oír” (Lc 4,21) Estamos en Pascua, el martes de la Octava de Pascua, y viene a visitarnos un presbítero, un monje presbítero con formación en teología, economía y psicología, que vive muy lejos de aquí en la Abadía alemana de Münsterschwarzach. El del relato no tiene nombre, él se llama Anselm, como el santo doctor benedictino, que tenía una fe que dilataba-purificaba su corazón, que buscaba entender y mantener abierto el misterio, él también tiene una fe madura que busca traducir el mensaje de Jesús a nuestro horizonte de comprensión.

En el cap. 35 de nuestra Regla se nos dice:



“Sírvanse los hermanos unos a otros, de tal modo que nadie se dispense del trabajo de la cocina, a no ser por enfermedad o por estar ocupado en un asunto de mucha utilidad, porque de ahí se adquiere el premio de una caridad muy grande… Si la comunidad es numerosa, el mayordomo sea dispensado de la cocina, como también los que, como ya dijimos, están ocupados en cosas de mayor utilidad. Los demás sírvanse unos a otros con caridad”.



Si bien, él fue, mayordomo-administrador de su monasterio y por lo tanto debió estar dispensado del trabajo de la cocina; como el presbítero del relato acostumbra preparar manjares deliciosos para sí, con mucha creatividad, utilizando siempre muy buenos ingredientes: la tradición monástica (Evagrio, Casiano, Benito), la mística renana (Maestro Eckhart, Taulero) y la psicología-psicoterapia contemporánea (Jung, Dürckheim, Drewermann), todo calentado al fuego del Espíritu. Él también escuchando la voz de Dios y siguiendo el carisma de su congregación monástico-misionera de Santa Otilia, sale a buscar a los hombres de Dios, sean católicos o no, en sus viajes, charlas y retiros, en sus encuentros de acompañamiento, para darles alimento, para ayudarlos en su experiencia espiritual y compartir los dones de Dios.

Pero, como suele pasar con la comida, no siempre es del gusto de todos, a algunos les sabe muy salada (los que compran su libros), a otros muy dulce (los que piensan en la “ortodoxia” de la moral y no los compran por las dudas, o en que son “libritos” de autoayuda) y a otros agridulce (los que experimentan al leerlos el desafío de repensar ciertas verdades y opiniones, o de enfrentarse sinceramente con los celos y la envidia). Esto no debe asombrarnos porque el maná, pan del cielo y alimento del peregrino en el desierto, para algunos era insípido y cansador, pero el sabio, que reconoce la obra de Dios, dice:



“…nutriste a tu pueblo con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste desde el cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y adaptado a todos los gustos. Y el sustento que les dabas manifestaba tu dulzura hacia tus hijos, porque, adaptándose al gusto del que lo comía, se transformaba según el deseo de cada uno” (Sab 16, 20-21).



Algunos hasta piensan en que se trata de un “pan bendito envenenado”, por el gnosticismo o pelagianismo de la New Age, como el del presbítero Florencio, pero eso es otra historia de nuestro Padre que otro día recordaremos, pero si rezamos y bendecimos el alimento, estamos atento al sentido de la fe, lo masticamos bien con la inteligencia, lo asimilamos con la voluntad y la afectividad, creo que, ni nos caerá mal y no nos engordará, sino que nos alimentará.

A mí, personalmente, desde el discernimiento, antes de entrar en la vida monástica, me gusta y disfruto de lo que él prepara, en el servicio de la autoridad, en la formación y en el acompañamiento espiritual suelo convidar algunos bocados, según el paladar de cada uno, de Una espiritualidad desde abajo, Nuestras propias sombras y La mitad de la vida como tarea espiritual. Y últimamente sus consideraciones sobre nuestro padre san Benito me son de mucha ayuda. Soy consciente de sus límites y por eso también de sus posibilidades, de su necesidad de complementación con otras lecturas y la conveniencia de otros condimentos. Creo que la clave es tener siempre clara la distinción entre los órdenes: físico, psicológico y espiritual, y como se relacionan en las personas concretas.

(Hoy viene a saciar nuestro hambre, hablándonos de Victimas y victimarios, un tema asociado a las heridas, esas heridas que porta el resucitado, heridas pascuales, sin dolor y sin rencor, aperturas a la fe y a la gracia, espacios de gloria. Él ha escrito en otra oportunidad:



“Aunque la herida espiritual es la más profunda de todas las heridas, no debemos permanecer en el rol de víctimas, porque entonces nos transformamos en victimarios y terminaremos tiranizando a los demás. El narcisismo espiritual refuerza mis heridas en lugar de sanarlas. Sólo podemos cortar ese círculo abandonando el papel de víctimas, adoptando una actitud activa frente al dolor. Imaginando, por ejemplo, que al levantar las palmas de mis manos sale a través de ellas la bendición hacia aquel que ha sido o es mi victimario. Esto requiere mucho valor, casi como el que tuvo Jesús crucificado al perdonar a sus asesinos. Pero este cambio de actitud me saca de la pasividad de la víctima y me permite transformar lo negativo en algo positivo. Al hacer esto me he levantado, me he erigido y lo puedo mirar con otros ojos”).



Como dice el relato con el que comenzamos, Padre Anselm sabemos que es Pascua porque has venido, porque hemos merecido verte y ahora escucharte. Muchas gracias.



Rmo. P. Pedro Edmundo Gómez, osb.
San Miguel de Tucumán, Martes de la Octava de Pascua 2019.




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