sábado, 14 de septiembre de 2019

VIII. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41


9 De día el Señor me hará misericordia,

de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.

10 Diré a Dios: “Roca mía, ¿por qué me olvidas? +

¿por qué voy andando sombrío, *hostigado por mi enemigo?”




16. [v.9] Por eso continúa: De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer. A nadie deja de escuchar en la tribulación. Poned atención cuando os va bien, escuchad cuando todo marcha bien; y cuando estáis tranquilos, aprended la sabiduría, acoged la palabra de Dios como el alimento. Cuando alguien pasa por momentos dolorosos, debe aprovecharle lo que oyó en la tranquilidad. Porque en la prosperidad el Señor te dispensa su misericordia si es que le sirves con fidelidad, porque de la tribulación él te libera. Pero esta misericordia que te dispensó durante el día, no te la dará a conocer sino durante la noche. Cuando llegue el sufrimiento, entonces no te faltará el auxilio; te va mostrando así, cómo fue verdad lo que dispensó durante el día. De hecho está escrito en un cierto pasaje: Qué buena es la misericordia del Señor en el tiempo de la tribulación, como nubes de lluvia en tiempo de sequía (Eclo 35,26). Y dice el salmo: De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer. Su ayuda no te la muestra sino cuando llega la tribulación, de la que serás liberado por el que te lo prometió durante el día. De ahí que se nos aconseje imitar a la hormiga (Prov 6,6). Lo mismo que la prosperidad en el mundo significa el día, y la adversidad la noche, de forma diversa la prosperidad de este mundo significa el verano, y la adversidad el invierno. ¿Y qué hace la hormiga? Almacena durante el verano lo que le ha de servir para el invierno. Por lo tanto, cuando es verano, es decir, cuando os va bien, cuando estáis tranquilos, escuchad la palabra del Señor. ¿Y cómo será posible que durante la tempestad de este siglo, podáis atravesar este mar todo entero? ¿Cómo será posible? ¿Qué hombre lo ha podido conseguir? Si le sucede a alguien, se hace más temible esa tranquilidad. De día el Señor concede su misericordia, y de noche la dará a conocer.

17. [v. 9—10] ¿Qué vas a hacer, pues, durante este destierro? ¿Cómo te comportarás? Dirigiré mi oración al Dios de mi vida. Es lo que hago aquí, como un ciervo sediento, que busca las fuentes de agua, recordando la dulzura de aquella voz que me fue guiando a través de la tienda hacia la casa de Dios, hasta que este cuerpo, que es lastre del alma, se corrompa (Sab 9,15), dirigiré mi oración al Dios de mi vida. Para suplicar a Dios, no tendré que comprar nada en ultramar; ni para que mi Dios me escuche tendré que navegar para traer de lejanas tierras aromas e incienso, ni voy a llevarle un carnero ni un becerro de mi rebaño: En mí está la oración al Dios de mi vida. Tengo dentro la víctima que he de inmolar, el incienso que voy a poner, el sacrificio con el cual aplacaré a mi Dios: Mi sacrificio a Dios es un espíritu quebrantado (Sal 50,19). Mira cuál es el sacrificio de un espíritu quebrantado que llevo dentro, escucha: Diré a Dios: Protector mío, ¿por qué me has olvidado? Mi sufrimiento en este mundo es como si te hubieras olvidado de mí. Tú me pones a prueba, y sé que me das largas, que no me quitas lo que me has prometido. Sin embargo ¿Por qué me has olvidado? Parecería que nuestra Cabeza tomó nuestra misma voz para clamar: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 21, 2; Mt 27, 46). Diré al Señor: Protector mío, ¿por qué me has olvidado?



Oración sálmica: Manifiesta tu poder en nosotros, Señor, y aleja de nuestra alma la tristeza; apacigua la amenaza de tus olas y el incendio de tu ira, así, con la tranquilidad de haber alcanzado tu perdón, anhelaremos poseerte a ti, como busca la cierva las corrientes de agua. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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