11 Se me rompen los
huesos,
por las burlas del
adversario;
todo el día me
preguntan:
“¿Dónde está tu
Dios?”
12 ¿Por qué te
acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que
volverás a alabarlo:
“Salud de mi rostro,
Dios mío”.
18. [v.11] ¿Por qué me has rechazado? Desde la profundidad de la fuente
de la inteligencia de la verdad inmutable, ¿Por qué me has rechazado? ¿Por qué,
a causa de la gravedad y el peso de mi maldad, estando allí absorto, he sido
arrojado a estas cosas? Y dice esta misma voz en otro lugar: Yo dije en mi
arrobamiento, cuando vio algo grandioso, en un arrebato de su mente: He sido
arrojado de la presencia de tus ojos (Sal
30,23). Compara la situación anterior, aquellas maravillas en que estaba
absorto, y se ve lejos, arrojado de la presencia de los ojos de Dios, como dice
aquí: ¿Por qué me has rechazado, por qué voy andando entristecido, mientras me
acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos el diablo tentador,
multiplicando sus tropiezos por todas partes, enfriando con su abundancia la
caridad de muchos? (Mt 24,12). Cuando
vemos a los fuertes de la Iglesia ceder muchas veces a los escándalos, ¿no dice
el cuerpo de Cristo: El enemigo está quebrantando mis huesos? Porque los huesos
son los fuertes, y a veces los mismos fuertes ceden a las tentaciones. Cuando
un miembro del cuerpo de Cristo considera estas cosas, ¿No exclama con la voz
del cuerpo de Cristo: Por qué me has rechazado, por qué voy andando
entristecido, mientras me acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos? No
sólo mis carnes, sino también mis huesos, para que veas que aquellos que
teníamos de algún modo por fuertes, también caen en las tentaciones; así los otros,
los débiles perderán la esperanza, viendo cómo sucumben los fuertes. ¡Cuántos
peligros hay aquí, hermanos!
19. [v.11—12] Se burlan de mí los que me hacen sufrir. Y de nuevo
aquella voz: Mientras me repiten día tras día: ¿Dónde está tu Dios? Sobre todo estas
expresiones las repiten en las pruebas de la Iglesia: ¿Dónde está tu Dios?
¿Cuántas veces no oyeron esto los mártires, que sufrieron con valentía por el
nombre de Cristo? ¿Cuántas veces se les dijo: «Dónde está vuestro Dios? Que os
libre si puede». Los hombres veían exteriormente sus torturas, pero no veían
las coronas que recibían interiormente. Se burlan de mí los que me hacen
sufrir, mientras día tras día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? Y yo, como mi
alma está en mi interior turbada por estas cosas, ¿qué le voy a decir, sino:
Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Y como si ella
respondiese: ¿Cómo quieres que no te atormente, sumida en tantos males?
Suspirando como suspiro por el bien, anhelándolo con gran esfuerzo, ¿cómo
quieres que no te conturbe? Espera en Dios, que todavía volveré a alabarlo.
Repite la misma confesión, vuelve a confirmar su esperanza: Salud de mi rostro,
Dios mío.
Oración sálmica:
«Del lado del Sur, del lado
del Norte y del Mediodía,
busque la luz del Amado.
Pero su luz no venía.
¡Y no vi que me tenía
toda su luz anegado!».
(Pemán).
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