sábado, 21 de septiembre de 2019

IX. LECTIO COMPARTIDA DEL SALMO 41



11 Se me rompen los huesos,

por las burlas del adversario;

todo el día me preguntan:

“¿Dónde está tu Dios?”

12 ¿Por qué te acongojas, alma mía,

por qué te me turbas?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo:

“Salud de mi rostro, Dios mío”.



18. [v.11] ¿Por qué me has rechazado? Desde la profundidad de la fuente de la inteligencia de la verdad inmutable, ¿Por qué me has rechazado? ¿Por qué, a causa de la gravedad y el peso de mi maldad, estando allí absorto, he sido arrojado a estas cosas? Y dice esta misma voz en otro lugar: Yo dije en mi arrobamiento, cuando vio algo grandioso, en un arrebato de su mente: He sido arrojado de la presencia de tus ojos (Sal 30,23). Compara la situación anterior, aquellas maravillas en que estaba absorto, y se ve lejos, arrojado de la presencia de los ojos de Dios, como dice aquí: ¿Por qué me has rechazado, por qué voy andando entristecido, mientras me acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos el diablo tentador, multiplicando sus tropiezos por todas partes, enfriando con su abundancia la caridad de muchos? (Mt 24,12). Cuando vemos a los fuertes de la Iglesia ceder muchas veces a los escándalos, ¿no dice el cuerpo de Cristo: El enemigo está quebrantando mis huesos? Porque los huesos son los fuertes, y a veces los mismos fuertes ceden a las tentaciones. Cuando un miembro del cuerpo de Cristo considera estas cosas, ¿No exclama con la voz del cuerpo de Cristo: Por qué me has rechazado, por qué voy andando entristecido, mientras me acosa el enemigo, mientras quebranta mis huesos? No sólo mis carnes, sino también mis huesos, para que veas que aquellos que teníamos de algún modo por fuertes, también caen en las tentaciones; así los otros, los débiles perderán la esperanza, viendo cómo sucumben los fuertes. ¡Cuántos peligros hay aquí, hermanos!

19. [v.11—12] Se burlan de mí los que me hacen sufrir. Y de nuevo aquella voz: Mientras me repiten día tras día: ¿Dónde está tu Dios? Sobre todo estas expresiones las repiten en las pruebas de la Iglesia: ¿Dónde está tu Dios? ¿Cuántas veces no oyeron esto los mártires, que sufrieron con valentía por el nombre de Cristo? ¿Cuántas veces se les dijo: «Dónde está vuestro Dios? Que os libre si puede». Los hombres veían exteriormente sus torturas, pero no veían las coronas que recibían interiormente. Se burlan de mí los que me hacen sufrir, mientras día tras día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? Y yo, como mi alma está en mi interior turbada por estas cosas, ¿qué le voy a decir, sino: Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Y como si ella respondiese: ¿Cómo quieres que no te atormente, sumida en tantos males? Suspirando como suspiro por el bien, anhelándolo con gran esfuerzo, ¿cómo quieres que no te conturbe? Espera en Dios, que todavía volveré a alabarlo. Repite la misma confesión, vuelve a confirmar su esperanza: Salud de mi rostro, Dios mío.



Oración sálmica:

«Del lado del Sur, del lado

del Norte y del Mediodía,

busque la luz del Amado.

Pero su luz no venía.

¡Y no vi que me tenía

toda su luz anegado!».

(Pemán).

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