“…hechura de la adoración: la
vieja liturgia latina, densa, recogida, modela el rostro del benedictino,
rostro tallado en la piedra de la fe. La liturgia bizantina, fluvial,
interiorizada por un método de invocación, da un rostro translúcido al monje
athonita del monte Athos, en la cascada de la barba y los cabellos. La certeza
de la omnipresencia sacramental redondea el rostro del cura católico y el ansia
de una fe tendida hacia lo inaccesible marca el rostro del pastor protestante”
(Olivier Clément, El rostro interior, p. 18).
“El verdadero monje –y, en este
sentido, no hay un cristiano que no sea llamado a un ‘monaquismo
interiorizado’, a entrar en un desierto donde las aguas de la tierra no pueden
quitar la sed- es sorprendido y enganchado por la belleza de Cristo, por esa
Faz que permite descubrir, a través de las caretas y las máscaras, los
verdaderos rostros, e intentar iluminarlos y liberarlos por un amor
desinteresado. El verdadero monje no destruye sino que ilumina el eros humano,
expresa su verdadero sentido en este reencuentro con el Eros divino. El deseo
se convierte en Dios mismo haciéndose en nosotros deseo de Dios. ‘Que el eros
físico sea para ti un modelo de tu deseo de Dios’, dice san Juan Clímaco (La
santa escala, escalón 26)” (Olivier Clément, El rostro interior, p. 80).
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