Mediadora del Mediador
San
Bernardo de Claraval: Sermón en el
Domingo dentro de la octava de la Asunción de la Virgen María, Sobre las doce
prerrogativas de la bienaventurada Virgen María, según las palabras del
Apocalipsis: «un portento grande apareció en el cielo: una mujer estaba
cubierta con el sol y la luna a sus pies y en su cabeza tenía una corona de
doce estrellas»
“2.
Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres (Lc
1,28), pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra
reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie
puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora
demasiado cruel fue Eva (Gn 3,6), por
quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno!
¡Pero fiel es María, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las
mujeres! Aquélla fue instrumento de la seducción, ésta de la propiciación;
aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela
llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible;
todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la
serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión
desabrida, si aún la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en
María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si
más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella
llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las
gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal
mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda
para todos (1 Cor 9,22); a los sabios
y a los ignorantes, con una copiosísima caridad (Rm 1,14), se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia,
para que todos reciban de su plenitud (Jn
1,16): redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el
pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinidad
gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la substancia de la carne
humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor (Sal 18,7)”.
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