miércoles, 19 de febrero de 2020


Mediadora del Mediador



San Bernardo de Claraval: Sermón en el Domingo dentro de la octava de la Asunción de la Virgen María, Sobre las doce prerrogativas de la bienaventurada Virgen María, según las palabras del Apocalipsis: «un portento grande apareció en el cielo: una mujer estaba cubierta con el sol y la luna a sus pies y en su cabeza tenía una corona de doce estrellas»



“2. Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres (Lc 1,28), pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fue Eva (Gn 3,6), por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es María, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fue instrumento de la seducción, ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión desabrida, si aún la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda para todos (1 Cor 9,22); a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad (Rm 1,14), se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud (Jn 1,16): redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinidad gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la substancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor (Sal 18,7)”.

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