Pedro Edmundo Gómez, osb.[1]
El anclaje de la
fe en la visión de Jesús y de los santos
“…la luz de Jesús se refleja en los
santos e irradia de nuevo desde ellos. Pero ‘santos’ no son únicamente las
personas que han sido propiamente canonizadas. Siempre hay santos ocultos, que
en comunión con Jesús reciben un rayo de su esplendor, una experiencia concreta
y real de Dios. Quizás, para precisar más, podamos tomar un extraña expresión
que el Antiguo Testamento utiliza en relación con la historia de Moisés: si
bien los santos no pueden ver plenamente a Dios cara a cara, al menos pueden
verlo ‘de espaldas’ (Ex 33,23). Y así
como brillaba el rostro de Moisés después de su encuentro con Dios[2],
también irradia la luz de Jesús desde la vida de hombres semejantes”[3].
Ex 33, 18-23:
“Moisés dijo: «Por favor, muéstrame tu gloria». El Señor le respondió: «Yo haré
pasar junto a ti toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del
Señor, porque yo concedo mi favor a quien quiero concederlo y me compadezco de
quien quiero compadecerme. Pero tú no puedes ver mi rostro, añadió, porque
ningún hombre puede verme y seguir viviendo». Luego el Señor le dijo: «Aquí a
mi lado tienes un lugar. Tú estarás de pie sobre la roca, y cuando pase mi
gloria, yo te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta
que haya pasado. Después retiraré mi mano y tú verás mis espaldas. Pero nadie
puede ver mi rostro»[4].
“…en la Vita Moysis de Gregorio de Nisa los magníficos desarrollos que hace
sobre este texto, que culminan en la proposición: “a quien preguntaba por la
vida eterna, él (Señor) le respondía…: ‘Ven y sígueme’ (Lc 18,22). Pero quien sigue mira la espalda de aquel que camina
delante. Entonces Moisés, que deseaba ver a Dios, aprendió la forma de verle:
seguir a Dios hacia dónde Él guía, es ver a Dios” (PG 44, 408 D). Esta exposición tuvo después diversas variantes en
la tradición espiritual; cf. para el medioevo por ejemplo Guillermo de
Saint-Thierry, De Contemplando Deo
3…”[5].
“12. Aunque
hasta ahora hemos hablado principalmente del Antiguo Testamento, ya se ha
dejado entrever la íntima compenetración de los dos Testamentos como única
Escritura de la fe cristiana. La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no
consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y
sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento
la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la
actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar
de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio
Dios va tras la « oveja perdida », la humanidad doliente y extraviada. Cuando
Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la
mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y
lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su
propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra
sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor
en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo,
del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de
partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la
cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir
ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la
orientación de su vivir y de su amar”[6].
[1] Abadía de Cristo Rey, El Siambón,
Tucumán.
[2] Ex 34, 29-35: “Cuando Moisés
bajó de la montaña del Sinaí, trayendo en sus manos las dos tablas del
Testimonio, no sabía que su rostro se había vuelto radiante porque había
hablado con el Señor. Al verlo, Aarón y todos los israelitas advirtieron que su
rostro resplandecía, y tuvieron miedo de acercarse a él. Pero Moisés los llamó;
entonces se acercaron Aarón y todos los jefes de la comunidad, y él les habló.
Después se acercaron también todos los israelitas, y él les transmitió las
órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí. Cuando Moisés
terminó de hablarles, se cubrió el rostro con un velo. Y siempre que iba a
presentarse delante del Señor para conversar con él, se quitaba el velo hasta
que salía de la Carpa. Al salir, comunicaba a los israelitas lo que el Señor le
había ordenado, y los israelitas veían que su rostro estaba radiante. Después
Moisés volvía a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba de nuevo a
conversar con el Señor”.
[3] J. Ratzinger, Mirar a Cristo, Ejercicios de Fe, Esperanza
y Caridad, Encuentro, Madrid, 2018, p. 32.
[4] Cf. J-L. Ska, “La espalda de Dios (Ex 33, 18-23)”, en Los rostros poco conocidos de Dios, Meditaciones Bíblicas, Ágape Libros,
Buenos Aires, 2008, pp. 87-102.
[5] J. Ratzinger, Mirar a Cristo, Ejercicios de Fe, Esperanza
y Caridad, p. 32, nota 11.
[6] Benedicto XVI, Deus caritas est,
http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est.html
En el día de ayer pude disfrutar de las bellezas naturales dónde está anclado el monasterio. La paz que se percibe es sublime. Ahora poder nutrir mi alma con sus escritos. Muchas gracias y Bendiciones
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