lunes, 5 de enero de 2015

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR 2015


Epifanía del Señor, ésta es nuestra celebración en la que somos puestos a la Luz.
En esta celebración se nos presentan a la vez tres misterios.
Vamos cantando la adoración de los Magos al Señor, su Bautismo en el Jordán y el milagro de las bodas de Caná.
Y este canto va precedido de la palabra HOY.
Una parte del sermón 6º sobre la Epifanía de san León Magno dice así. “”estos hechos se perpetúan en su contenido místico y lo que había empezado en figura, se acaba en verdad…Sin duda, ese día pertenece al pasado, pero no hasta el punto de que la eficacia del misterio, del que vio la revelación, haya caducado por completo, no hasta el punto de que no haya llegado de ello hasta nosotros más que el recuerdo que conserva la fe y venera la memoria. El don de Dios se renueva y nuestro tiempo realiza la experiencia de las maravillas de las que el pasado tuvo las primicias”.
En todas las celebraciones se nos abren los misterios, o mejor dicho el único misterio de Cristo: su actualización pascual por nosotros.
Nuestra celebración nos abre un camino en la profundización de esa pascua a  través de este HOY, de esto que nos refería san León Magno del “don de Dios que se renueva y nuestro tiempo realiza la experiencia de las maravillas de las que el pasado tuvo las primicias”.
Entre esto y nuestro modo de actuar existe una tensión vital que está a nuestra disposición el tratar de desenvolverla, el tratar de ponerla en la realidad, para conformar así el Reino de Dios.
Así, todo cristiano se encuentra con que es un rey-mago de hoy día, en busca de la luz y guiado por ella en su fe, arrastrando tras de sí a las naciones.
¿Qué nos aporta el Bautismo en el Jordán, siendo que nosotros mismos hemos sido bautizados con el Espíritu Santo? ¿Qué don de Dios se nos regala con el misterio de las Bodas de Caná, ya que nosotros no tomamos un agua cambiada en vino, sino vino transformado en Su Sangre?
En ese diálogo íntimo, “en lo secreto; con tu Padre que ve en lo secreto”[1] se nos dirá; sin palabras, lentamente, por medio de la Palabra, en una profunda atención a la centellita del fondo del alma.
Allí tenemos que permanecer, como Moisés que queriendo ver a Dios fue puesto en la hendidura de la peña[2]; allí “hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en nuestros corazones”[3].

P. Marcelo Maciel, osb

[1] Mt. 6,6
[2] Ex. 33,18-34,13
[3] 2 Pe. 1,19

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