Celebramos hoy el 1º domingo de cuaresma, nuestro
camino hacia la Pascua, hacia una vida nueva.
La liturgia de la Palabra que nos propone la Iglesia
se nos presenta como algo distinto. El libro del Génesis conjuntamente con la
1ª Carta de Pedro nos recuerdan nuestro fundamento, origen de la alianza
recordada por medio del arco iris y la alianza con cada uno de nosotros por
medio del bautismo. Se ve claro entonces que nadie se puede sentir excluido,
sino que, muy por el contrario, se podrá llegara apreciar el punto eclesial:
desenvolvimiento de todos en un único Cuerpo.
El evangelio recién proclamado –de sólo 4 versículos-
nos presenta dos partes.
La1ª: Jesús enviado por el Espíritu al desierto para
ser tentado. Vivía entre las bestias salvajes y los ángeles lo servían. No se
nos habla del tipo de tentaciones, pero se da a entender que sale victorioso de
las pruebas, y hay una convivencia perfecta con los animales, ejerciendo los
ángeles su servicio. Hay orden y armonía. Se nos está presentando una nueva
creación, un nuevo paraíso terrenal, en el que Jesucristo, nuevo Adán, vence
las tentaciones que el viejo Adán no pudo, otorgando orden y armonía a la
creación. Podemos pensar que sólo fue Jesucristo quien lo hizo posible, y así
es, pero lo hizo en nuestra naturaleza para todos.
La 2ª parte nos muestra ya su acción pública, misión
comenzada allá, pero que es continuada hoy, en el aquí y ahora de toda la
Iglesia, de todos los cristianos. Veíamos al comienzo que las dos primeras
lecturas hacían referencia a la alianza, al bautismo. Y nos podemos preguntar
qué tiene que ver con el evangelio.
Justamente esta 2ª parte: “El tiempo se ha cumplido, y
el reino de Dios se ha acercado. Convertíos y creed en el evangelio”[1]
nos habla de otro modo del acostumbrado del bautismo, de nuestro bautismo.
Es interesante mencionar ahora esos otros modos de
hablar; recordemos algunos pasajes:
*La
noche está muy avanzada y el día está cerca. Despojémonos, pues, de las obras
de la tinieblas y vistámonos con las armas de la luz.[2]
*Sois
hijos de la luz e hijos del día. No somos hijos de la noche ni de las
tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino vigilemos y seamos
sobrios.[3]
*nos ha
librado del poder de la tiniebla y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado[4]
*para
convertirse de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios.[5]
Parece un tanto tedioso y ocioso enumerar estas citas,
pero no lo es. Necesitamos verlas,
tenerlas delante nuestro para apreciar bien lo que tenemos, el camino por dónde
avanzamos, con quien vamos, qué cosas nos amenazan, a dónde queremos ir. Por
nuestro bautismo nos levantamos como ejército al combate que se nos propone.
Nuestro premio: Cristo nuestra Pascua comunión con
Dios.
P. Marcelo Maciel, osb.