El mal no está en la naturaleza,
y nadie es malo por naturaleza, pues Dios no hizo nada
malvado. Cuando alguien, por su
ambición, lleva al estado de forma aquello que carece de
sustancia, esto comienza a ser lo
que su voluntad le hace ser. Es Importante entonces, en
una preocupación constante por el
recuerdo de Dios, despreciar el hábito del mal, ya que la
naturaleza del bien es mucho más
fuerte que el hábito del mal, puesto que una es, mientras
que la otra sólo tiene existencia
en el acto.
* * *
El libre arbitrio consiste en la
disposición de la voluntad razonable a moverse hacia su
objetivo. Persuadámosla,
entonces, a no tener disposición más que hacia el bien, a fin de
destruir en todo momento, mediante
los buenos pensamientos, el recuerdo del mal.
* * *
La ciencia es fruto de la oración
y de una gran paz, unidas a una completa ausencia de
inquietud; la sabiduría es fruto
de la humilde meditación sobre la palabra de Dios y, sobre
todo, de la gracia del dispensador,
Cristo.
* * *
Reconoceremos entonces, sin
riesgo de equivocación, la calidad de la palabra divina, cuando
nos consagramos, durante las
horas en que no debemos hablar, a un silencio libre de
preocupaciones, acompañados por
un ardiente recuerdo de Dios.
* * *
Escuchad el abismo de la fe y él
alzará sus olas, consideradlo en una disposición de
simplicidad, eso es la alabanza.
El abismo de la fe, el leteo donde se olvidan los pecados, no
tolera ser considerado por
pensamientos indiscretos. Naveguemos en sus aguas con
simplicidad de espíritu y así
arribaremos al puerto de la voluntad divina.
* * *
Purificándonos por una oración
ardiente entraremos en posesión del objeto deseado;
gracias a Dios, con una
experiencia más plena.
* * *
El combatiente debe en todo
tiempo conservar quieta su inteligencia a fin de que el espíritu
pueda discernir los pensamientos
que la sostienen, encerrar aquellos que son buenos y
enviados por Dios en los tesoros
de la memoria y rechazar fuera de los depósitos de la
naturaleza los pensamientos
funestos y demoníacos...
* * *
Muy raros son aquellos que
conocen exactamente sus propias caídas y cuyo intelecto jamás
deja de embelesarse con el
recuerdo de Dios...
* * *
Si su divinidad (la del Espíritu
santo) no ilumina poderosamente los tesoros de nuestro
corazón, es imposible que podamos
gozarlos con un sentimiento indecible, es decir, con una
total disposición.
* * *
El sentimiento es la captación
segura, por el intelecto, del objeto discernido...
* * *
Cuando nuestro intelecto comienza
a percibir el consuelo del Espíritu santo, entonces,
durante el reposo nocturno, en el
momento en que tendemos hacia una especie de sueño
muy ligero, Satanás consuela al
alma con un sentimiento de falsa dulzura. Si el intelecto se
encuentra vigorosamente
fortalecido por un recuerdo ardiente del santo nombre del Señor
Jesús, y si hace de ese santo y
glorioso nombre una arma contra la ilusión, el artesano de la
mentira se retira para emprender
una guerra abierta contra el alma. El intelecto reconoce
entonces el fraude del maligno,
sin tomar en cuenta que progresa, también, en la
experiencia del discernimiento.
* * *
El buen consuelo se produce, sea
que el cuerpo vele, sea que se disponga a entrar en una
especie de sueño, cuando alguien
adhiere, por así decir, al amor de Dios con un ardiente
recuerdo. El consuelo engañoso se
produce siempre, ya lo he dicho, cuando el combatiente
es tomado por un ligero sueño sin
tener más que un semirecuerdo de Dios. El primero,
siendo de Dios, viene,
evidentemente, para un alivio profundo, para invitar al amor al alma
del combatiente de la devoción.
El segundo, cuya naturaleza consiste en soplar sobre el
alma una brisa engañosa, intenta
despojarla, a favor del sueño del cuerpo, de la experiencia
que vive aquel que conserva
intacto el recuerdo de Dios.
Si el intelecto se encuentra,
como he dicho, en un recuerdo atento del Señor Jesús,
armado de la gracia y de la
fiereza que le da su experiencia, disipa esta brisa de falsa
dulzura del enemigo y, alegre,
emprende el combate contra él.
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