En este tercer domingo en el evangelio
tenemos el relato de la purificación del templo y la expulsión de los
mercaderes, según el evangelio de Juan. Los Sinópticos colocan este relato a
continuación de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Además hay algunas
otras variantes en la narración. Recordemos que los autores sagrados, en este
caso los evangelistas, no pretenden enseñarnos historia, ¿qué y cómo pasó?,
sino teología, verdades de salvación. Distinto el mensaje de este relato en los
Sinópticos y en Juan; distinto no opuesto sino complementario.
En Jn 1,29 Juan el Bautista presentaba a Jesús “Ahí está el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo”. Luego viene el relato de las Bodas de
Caná, e inmediatamente después el evangelio de hoy: la purificación del templo.
Hay una ilación entre las tres cosas. Jesús es el nuevo Cordero, el que quita
el pecado del mundo, que hace inútiles todos los sacrificios de animales del
AT. En las Bodas de Caná Jesús convierte el agua de las purificaciones rituales
de los judíos en el vino nuevo de la Nueva Alianza; aquí se reemplaza el templo
de piedras del AT por el nuevo templo: El cuerpo de Cristo.
Las actividades en el templo, que con tanta vehemencia suprime Cristo, eran
necesarias. Las monedas que manejaban sus paisanos sometidos al poder romano
eran las monedas romanas que llevaban la imagen del emperador y que por lo
tanto no podían entrar al lugar sagrado del templo: tenían que ser cambiadas
por las monedas del templo. Los que venían de muy lejos no podían traer ovejas
y bueyes para el sacrificio porque en el camino se les podían lastimar e
hacerse indignos para ser sacrificados en el templo. Jesús con su gesto
violento anuncia el final del culto del AT y el inicio del nuevo culto. Él es
la víctima sin mancha, su Cuerpo es el nuevo templo: “Destruyan este
templo y yo en tres días lo voy a reconstruir” El antiguo templo era signo,
prefiguración del nuevo templo, el Cuerpo de Cristo; presente el nuevo templo
ya no tenía sentido el antiguo con todos sus sacrificios.
El cuerpo de Cristo es el nuevo templo de la nueva alianza. Pero todos los
bautizados formamos el cuerpo de Cristo, como nos enseña la carta a los Efesios
y todos somos piedras del templo de Cristo, como también nos enseña la misma
carta jugando con la doble imagen: cuerpo-templo.
En Cristo todos los hombres tienen acceso al Padre. En Cristo, cada uno de
nosotros tiene comunicación directa con el Padre. Pero, porque cada uno de
nosotros, forma parte del cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros es para todo
hombre posibilidad de comunicación con el Padre, línea de contacto con el
Padre.
El templo del Antiguo Testamento, destruido en el año 70 por los romanos, ya no
tiene razón de ser. ¿Y nuestros templos cristianos?... Solamente tienen razón
de ser como “signos” del nuevo templo que es Cristo con nosotros. Signos que
nos invitan a buscar lo que simbolizan y significan, signos que nos invitan a
ser nosotros lugar en que nos encontramos con el Padre, lugar en el que
posibilitamos el encuentro de la humanidad con el Padre.
Las piedras de esta bonita iglesia nos
hablan, escuchémoslas…
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