Si vosotros os mantenéis, una mañana de invierno, en un lugar
expuesto y miráis hacia el
oriente, la parte delantera de vuestro cuerpo será calentada por
el sol, mientras vuestra
espalda no recibirá ningún calor, ya que el sol no cae a plomo.
Igualmente, aquellos que
están todavía al comienzo de la operación del Espíritu sólo tienen
el corazón parcialmente
calentado por la santa gracia.
Asimismo, mientras el intelecto comienza a producir el fruto de
los pensamientos
espirituales, las partes visibles del corazón continúan pensando
según la carne, ya que los
miembros del corazón no están todavía totalmente iluminados por la
luz de la santa gracia,
en lo intimo y sensiblemente. He aquí por qué el alma concibe, al mismo
tiempo,
pensamientos buenos y pensamientos malos tal como el individuo de
mi comparación
experimenta, al mismo tiempo, el golpe del frío y la caricia del
calor.
Pues, desde el día en que nuestro intelecto se orienta hacia una
doble ciencia se encuentra,
necesariamente, produciendo, al mismo tiempo, pensamientos buenos
y malos, sobre todo si
ha llegado a la sutileza del discernimiento: como se esfuerza
siempre en pensar bien, el
malvado le lleva a su memoria el hecho de que, a partir de la
desobediencia de Adán, la
memoria se escindió en un doble pensamiento.
Por consiguiente, si nos dedicamos a ejercitar con fervor los
mandamientos de Dios, la
gracia iluminará nuestros sentidos con un sentimiento muy
profundo, consumirá nuestros
pensamientos y aliviará nuestro corazón por la paz de una
inexpresable amistad,
disponiéndonos a pensar cosas espirituales y no ya camales. Es lo
que no cesa del producirse
en aquellos que se acercan a la perfección y guardan
ininterrumpidamente en el corazón el
recuerdo de Jesús.
* * *
El intelecto debe en todo tiempo dedicarse a la práctica de los
divinos mandatos y al
recuerdo profundo del Señor de la gloria.
* * *
Cuando el corazón recibe con una especie de dolor acuciante los
dardos de los demonios,
hasta el punto de sentirlos clavados en si, el alma debe aborrecer
las pasiones pues está en
el comienzo de su purificación, y si ella no sufre vivamente la
impudicia del pecado no podrá
conocer la alegría desbordante inspirada por la belleza de la
justicia.
Por consiguiente, aquel que quiere purificar su corazón no cese de
abrasarlo con el
recuerdo de Jesús. Que sea ese su único ejercicio y su trabajo
ininterrumpido. Cuando se
quiere rechazar la propia miseria no puede haber un momento de
oración y un momento de
no oración; es necesario dedicarse a ella en todo instante,
guardando el intelecto incluso
cuando se encuentra fuera de la casa de oración. Si aquel que
purifica el mineral de oro tan
sólo apartara un tiempo su hoguera, el mineral que quiere
purificar retomaría su dureza.
Igualmente, aquel que a veces se acuerda de Dios y a veces no,
pierde por la interrupción
aquello que creyó obtener por la oración. El hombre que ama la
virtud es aquel que no cesa
de purificar, mediante el recuerdo de Dios, el elemento terrestre
de su corazón, a fin de
que, poco a poco, lo malo se consuma en el recuerdo del bien y el
alma vuelva perfectamente
a su esplendor natural y glorioso.
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