martes, 31 de marzo de 2015

Diadoco de Fótice: Antología de “Los Cien Capítulos” 4 (última)


Si vosotros os mantenéis, una mañana de invierno, en un lugar expuesto y miráis hacia el
oriente, la parte delantera de vuestro cuerpo será calentada por el sol, mientras vuestra
espalda no recibirá ningún calor, ya que el sol no cae a plomo. Igualmente, aquellos que
están todavía al comienzo de la operación del Espíritu sólo tienen el corazón parcialmente
calentado por la santa gracia.
Asimismo, mientras el intelecto comienza a producir el fruto de los pensamientos
espirituales, las partes visibles del corazón continúan pensando según la carne, ya que los
miembros del corazón no están todavía totalmente iluminados por la luz de la santa gracia,
en lo intimo y sensiblemente. He aquí por qué el alma concibe, al mismo tiempo,
pensamientos buenos y pensamientos malos tal como el individuo de mi comparación
experimenta, al mismo tiempo, el golpe del frío y la caricia del calor.
Pues, desde el día en que nuestro intelecto se orienta hacia una doble ciencia se encuentra,
necesariamente, produciendo, al mismo tiempo, pensamientos buenos y malos, sobre todo si
ha llegado a la sutileza del discernimiento: como se esfuerza siempre en pensar bien, el
malvado le lleva a su memoria el hecho de que, a partir de la desobediencia de Adán, la
memoria se escindió en un doble pensamiento.
Por consiguiente, si nos dedicamos a ejercitar con fervor los mandamientos de Dios, la
gracia iluminará nuestros sentidos con un sentimiento muy profundo, consumirá nuestros
pensamientos y aliviará nuestro corazón por la paz de una inexpresable amistad,
disponiéndonos a pensar cosas espirituales y no ya camales. Es lo que no cesa del producirse
en aquellos que se acercan a la perfección y guardan ininterrumpidamente en el corazón el
recuerdo de Jesús.
* * *
El intelecto debe en todo tiempo dedicarse a la práctica de los divinos mandatos y al
recuerdo profundo del Señor de la gloria.
* * *
Cuando el corazón recibe con una especie de dolor acuciante los dardos de los demonios,
hasta el punto de sentirlos clavados en si, el alma debe aborrecer las pasiones pues está en
el comienzo de su purificación, y si ella no sufre vivamente la impudicia del pecado no podrá
conocer la alegría desbordante inspirada por la belleza de la justicia.
Por consiguiente, aquel que quiere purificar su corazón no cese de abrasarlo con el
recuerdo de Jesús. Que sea ese su único ejercicio y su trabajo ininterrumpido. Cuando se
quiere rechazar la propia miseria no puede haber un momento de oración y un momento de
no oración; es necesario dedicarse a ella en todo instante, guardando el intelecto incluso
cuando se encuentra fuera de la casa de oración. Si aquel que purifica el mineral de oro tan
sólo apartara un tiempo su hoguera, el mineral que quiere purificar retomaría su dureza.
Igualmente, aquel que a veces se acuerda de Dios y a veces no, pierde por la interrupción
aquello que creyó obtener por la oración. El hombre que ama la virtud es aquel que no cesa
de purificar, mediante el recuerdo de Dios, el elemento terrestre de su corazón, a fin de
que, poco a poco, lo malo se consuma en el recuerdo del bien y el alma vuelva perfectamente

a su esplendor natural y glorioso.

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